Tiempos de espejismo
Por: Gustavo Páez Escobar
El Estado ideal que todos quisiéramos disfrutar es el que prometen los candidatos presidenciales. Nunca el país se ve más al vivo como en las vísperas electorales. Es entonces cuando afloran, con sus amargas realidades, las penurias que el pueblo no soporta más, y cuando los candidatos, con sus torrentosos ofrecimientos, pintan espejismos de inmediata desaparición.
Si desmenuzamos el lenguaje de cada uno de los candidatos, hallaremos diferencias de estilo y de presentación y muchas coincidencias de fondo. En líneas generales todos concuerdan en los halagos con que arman fantásticos programas de gobierno que el viento desbarata al día siguiente. El viento, con sus trenzas lisonjeras, va y viene repitiendo fórmulas y borrando promesas.
Todo se ofrece en una campaña presidencial. Los problemas se extinguirán como por conjuro cuando el candidato llegue al poder. Bajará el costo de la vida, habrá acceso a la universidad, de pronto educación gratuita, se frenará la inmoralidad, se rebajarán impuestos a los empleados y se trasladarán a los ricos…
Días de prosperidad y de equilibrio, de oportunidades para todos, garantizan cada uno de los candidatos. El colombiano tendrá vivienda, empleo, salud, educación. Todo a cambio de una papeleta. ¿Qué más podría esperarse de la vida? El viento lleva palabras y extingue espejismos…
Un candidato de la oposición suministraba la fórmula perfecta para acabar con la carestía de la vida. Era tan sencilla, tan elemental y casi ingenua, que a ninguno de sus competidores se le había ocurrido. Pero él la pondría en práctica como primer acto de gobierno. Consiste, ni más ni menos, que en congelar los precios de los artículos de primera necesidad y aumentar al mismo tiempo los sueldos de los trabajadores. Tan solo, según él, se requiere un general estado de defensa propia en cada consumidor para no pagar un centavo más de los precios oficiales.
Con plataformas tan deleznables pretende conseguirse el favor popular. Habrá, desde luego, quienes se dejen engatusar con estos sortilegios que suponen de avanzada, sin detenerse a meditar si el costo de la vida puede conseguirse por decreto.
Otro candidato atacaba la reforma agraria y presagiaba días de bonanza para este país agrícola de nuestros antepasados, si el pueblo le correspondía con el voto. ¡La papeleta a cambio del paraíso! En su gobierno habría equidad en el campo para que el pequeño parcelero, desposeído y resentido, vuelva a tener precios de dignidad en sus cosechas, y el latifundista, acaparador de los grandes recursos del crédito, se reduzca a las justas proporciones de la convivencia humana.
Todos los candidatos lanzan recetas milagrosas para que el país recupere el ritmo de producción que corresponde a suelos feraces por excelencia, y el campesino raizal, perdido en las ficciones de los infiernos de cemento, regrese a sus fundos.
¡Promesas, promesas! Las mismas escuchadas siempre que hay necesidad de acordarse de la existencia del pueblo. En los momentos de la cruda realidad, cuando se pierde el empleo, y aumentan los impuestos, y no se consigue universidad, y no aparece la casita sin cuota inicial, y ni siquiera con ella, y el tendero es implacable con la especulación que nadie detiene, y en las altas esferas trituran el presupuesto, y se acentúan los desequilibrios sociales, es cuando el pueblo piensa que mejor hubiera sido votar por Regina, con sus malabares de pitonisa, o por Goyeneche, otro ilusionista, ahora tristemente olvidado en su decadencia vital.
Ambos, auténticos exponentes de un país folclorista. Mejor no haber votado, o haber votado en blanco, concluye esa inmensa población de escépticos que perdieron la fe en los gobernantes. Realidad dura, pero al fin realidad.
No hay que hacer demasiadas distinciones en los programas que se exponen en estos días de ajetreo proselitista. Las diferencias están en otra parte. O dentro del tarro, como dice alguna propaganda. Los lugares comunes son frustrantes. La repetición empalaga. Los ademanes, las poses y los trucos no convencen. El pueblo, mientras tanto, mira con angustia el porvenir. Trata de hallar una esperanza en la oscuridad.
No se crea que esta nota es derrotista. Es, en cambio, un reto de gobierno para el próximo presidente, cualquiera que sea, para que desde ahora se prepare a enfrentarse con el desgano del pueblo descreído que aumentará su animadversión si de nuevo lo engañan, o su marchito entusiasmo, si le cumplen siquiera el veinte por ciento de lo que le prometieron.
Es esta la triste radiografía de Colombia. ¿Por qué ignorarla? La gente se esfuerza por encontrar el candidato que le dé soluciones. La verdadera transformación la conseguirá quien sea capaz de devolver la fe a los colombianos.
El Espectador, Bogotá, 6-V-1978.