Medallas de Calarcá
Por: Gustavo Páez Escobar
Tres nuevas figuras de las letras recibieron este año las tradicionales medallas literarias que otorga la ciudad de Calarcá: Jaime Duarte French, Euclides Jaramillo Arango y Evelio Arbeláez Aristizábal. Hay un hombre inquieto en la pacífica villa calarqueña, Humberto Jaramillo Ángel, que como amante de las letras entiende lo que significa el estímulo a los escritores y poetas y viene sosteniendo, año por año, la institución de las medallas, con las que honra, además, la memoria de tres grandes de la literatura colombiana: Jorge Zalamea, Eduardo Arias Suárez y Antonio Cardona Jaramillo.
Establecida la primera de ellas para resaltar el mérito de un escritor nacional, le corresponde el turno a Jaime Duarte French, gran abanderado de la cultura colombiana. Como director de la Biblioteca Luis Ángel Arango ha adelantado fructífera labor cultural y favorecido a no pocos escritores con la adquisición de sus libros, si no en las cantidades que él deseara, por naturales limitaciones de presupuesto, sí con la generosidad de ánimo de alguien que entiende –y son muy pocos en el país– las penurias de este gremio desamparado.
La obra de Duarte French al frente de la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde ha estampado el nervio de su carácter y el sello de su cultura, es inmensa y acaso insuperable. Como escritor público de amplio humanismo y fácil pluma, ha enriquecido la bibliografía colombiana con obras ya coronadas de éxito, entre ellas, para citar solo dos, América a norte a sur y un ensayo sobre el maestro Valencia. Columnista de periódicos y revistas, acumula erudición en sus apuntes amenos. Se conjugan, en fin, virtudes sobradas para que Calarcá le testimonie su admiración en la voz de Abelardo Forero Benavides, otro grande de Colombia, que exaltará la presencia del laureado en el panorama de la patria.
Euclides Jaramillo Arango, nuestro escritor de provincia con eco nacional, recibió la medalla Eduardo Arias Suárez. Se extrañaría este reconocimiento tardío para quien es abanderado de la cultura quindiana como catedrático emérito y escritor de largas trayectorias, si no se supiera que ha sido su temperamento reacio a los homenajes el que ha dilatado la distinción, la que de todas maneras representa justo galardón en cualquier época. Su obra es admirada por numerosos lectores, y sin duda esa es su mayor presea.
Jaramillo Arango viene trabajando desde hace varios años en un diccionario sobre el lenguaje cafetero, extraído de las zonas de cultivo, con sus aforismos y sus particularidades, y acaso no sea impropio el momento para pedirle su pronta compilación. Su novela Un campesino sin regreso, que recibió los mejores elogios y que el paso del tiempo ha hecho olvidar, debe reimprimirse. Falta el editor que se detenga sobre una de las mejores novelas de la violencia.
Evelio Arbeláez Aristizábal, distinguido con la medalla Antonio Cardona Jaramillo, es poeta calarqueño que publicó hace varios años su primer libro y que trabaja en nuevas expresiones de su romanticismo. Siempre en plan de superación, un día empacó sus bártulos y se refundió en la capital de la República, de donde regresa a la sala de los elegidos. Tiene ancho horizonte para nuevas producciones y sabe, por lo pronto, que su esfuerzo se ve premiado por la Oficina de Extensión Cultural de su tierra.
Requisito indispensable para ser tenido en cuenta para estas distinciones es el de haber publicado por lo menos un libro. La edición se asemeja al parto, y no falta quien sostenga que el autor inédito vive en el limbo, o sea: ni es bueno ni es malo, una condena indeseable.
Al caer el telón del acto académico, quedó en el ambiente, como todos los años, la afirmación de que la cultura no se renuncia. Si la superficialidad de los tiempos modernos trata de desquiciar al hombre de su destino espiritual, quedan ciudades como Calarcá y luchadores como Humberto Jaramillo Ángel que no entregan sus blasones.
El Espectador, Bogotá, 3-VII-1978.