Había un hombre bueno
Por: Gustavo Páez Escobar
En la mitad de un reciente recorrido de vacaciones me enteré, bruscamente, de la muerte de Lácides Segovia Morales, un cartagenero a carta cabal sumergido entre caracolas y algas marinas. Hombre contagiado de mar y de esperanzas, navegaba sus sueños a lomo de la madurez espléndida que él sentía fortificada para recorridos más densos de los que habitualmente realizaba por las playas y los horizontes de su «corralito de piedra». El cartagenero de verdad no concibe que el mundo no quepa entre las murallas que antaño custodiaron la plaza aguerrida y que hoy le ponen dimensiones maravillosas a la ciudad de las luces y los embrujos.
Lácides Segovia Morales fue cartagenero auténtico. Concejal de su ciudad en épocas pasadas, ejerció con empeño y generosidad el encargo popular de propender por el progreso comarcano. Siempre activo y en posición de civismo, supo de grandes empresas regionales y comprometió para su tierra y los suyos su inmensa voluntad de servir, con el alma prendida a aquel afán colectivo con que laboran los buenos hijos la suerte de la patria chica, la más grande de las patrias.
Cerca de veinte años al frente del Banco Popular, donde adelantó positivos programas de bienestar social, dan cuenta de la misión del hombre laborioso que se obligó a plasmar obras. Como ironía del destino, cuando la airosa estructura del edificio del Banco Popular acababa de ser concluida, la muerte quiso que el autor de aquel proyecto largamente acariciado entregara sus blasones. Hoy sobresale en el mejor sitio de La Matuna la dinámica construcción que pronto será inaugurada en ausencia de quien puso todos sus desvelos y también sus esperanzas para forjar esta realidad. La realidad, diría Lácides, no siempre es alcanzable, y por eso el se ha marchado antes en sus caballitos marinos, tan frágiles como los castillos de arena que se deshacen entre oleajes impetuosos.
Lácides, miembro de raizal y respetable tronco familiar, fue hombre de bien. Es el mejor homenaje que puedo hacerle cuando el viaje que proyectaba concluir para estrechar nuestra vieja amistad, se quedó trunco. La noticia me sorprendió y me hirió, porque la ida de los hombres buenos produce turbación.
Solía él compartir los puntos de vista de mis comentarios de El Espectador con cartas generosas que dejaban ver la preocupación del colombiano afanado por la suerte del país, a quien le inquietaba la ola de inmoralidades y atropellos que perturba la paz pública. Dueño de firmes convicciones éticas, nunca aprobó la mediocridad y supo mantenerse erguido en sus principios cristianos.
Fue apóstol silencioso que pregonaba entre amigos los senderos del bien y optaba, en ocasiones, por pulir la frase de respaldo para el artículo de prensa que comulgara con sus creencias. Alguna vez se me vino lanza en ristre cuando condené la impiedad de Franco por la muerte de varios policías españoles que habían asesinado y cometido horrendos atropellos contra indefensos ciudadanos. Se alzó como una conciencia furiosa para reprobar tanto secuestro, tanta violación de menores, tanto latrocinio, tanto asesinato en Colombia, y clamar por castigos duros y hasta inclementes para sofrenar las barbaries de nuestra patria.
Ese era Lácides Segovia Morales: una conciencia recta. Su personalidad, afable y jovial, lo convirtió en personaje cartagenero. Abierto a la amistad, a su lado se respiraban vientos marinos. La muerte lo sorprendió en su ambiente. Por sobre las olas se tropezó con su último visitante y buscó como lecho las tibias arenas que eran parte de su epidermis. Elvia, la esposa admirable, sabe que la fe crece y se agiganta cuando se ha compartido, sin eclipses, el destino noble junto al hombre bondadoso.
El Espectador, Bogotá, 4-II-1978.
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Comentarios:
Profundamente emocionados leímos su bello escrito. Como esposa y hermanos de Lácides reciba nuestro vivo y perdurable agradecimiento. Elvia Espriella de Segovia, Ricardo Segovia Morales, Leonor Segovia de Araújo, familias, Cartagena.
Su gentil, gallardo y espontáneo artículo refleja en su alma también grande y buena la imagen cabal de Lácides Segovia Morales. Alberto Molano Romero, MD., Bogotá.
Cuando hay seres de la calidad suya en donde abunda la generosidad, el recuerdo agradecido y el interés de hacerle justicia a quien la merece, don Lácides pasa por nuestra mente como un gigante que vivió en función de servicio a la comunidad. Arcesio Ramírez Jaramillo, director de la Revista Bancos y Bancarios de Colombia, Bogotá.