Empalmes y desempalmes
Por: Gustavo Páez Escobar
Por algo el nuevo Ministro de Hacienda, doctor Alfonso Palacio Rudas, ostenta el título de los que «no tragan entero», según palabras que ha popularizado y que recuerda a cada momento con el propósito de que la gente reflexione en sus actos y no siga incurriendo en los desastrosos lugares comunes que están asfixiando al país.
Su posesión fue modelo de sobriedad. Cuando se esperaba el despliegue aparatoso, con comisiones del Tolima y acaso con el toque populachero de los barrios bogotanos, llegó solo a su despacho. Ni siquiera lo acompañó su esposa, porque, según inteligente expresión suya, no era ella la que se iba a posesionar.
Solo llevaba en el bolsillo el certificado de paz y salvo obtenido contra la decisión de sus propios colaboradores de la Administración de Impuestos que resolvieron voltearle la espalda al país con una huelga preocupante; las estampillas de timbre nacional para demostrar su aporte a las arcas públicas y el bolígrafo para firmar el acta de posesión. El bolígrafo, que tanto se usa y del que tanto se abusa, no era para cambiar a medio ministerio, como es la fórmula consagrada en estos sucesos de la administración. Los periodistas se quedaron sin chivas y parece que el país respiró mejor.
La costumbre de que un ministro o alto funcionario, así sepan que van a durar poco, deban desmontar la nómina de sus colaboradores y descender hasta los pobres ascensoristas y barrenderos, se rompe con el ilustre cofrade. Sabe él que con sacrificar la burocracia ya encajada, para sustituirla por otra más improductiva, no cambiará la suerte de los colombianos. Los contribuyentes, con estas demostraciones, no van a pagar menos impuestos. Lo que desean realmente es menos rigor del Estado.
Consideró el doctor Palacio Rudas que no existe motivo para hacer cambios en las altas posiciones de su ministerio, con el gesto muy intencionado de romper costumbres absurdas y sentirse de paso más seguro con quienes ya están familiarizados con los problemas.
Hay que lamentar que los empalmes de que tanto hacen gala los altos ejecutivos solo sean una manera de poder cavilar para enganchar a sus paisanos y amigos en cuanto recoveco descubran. El país está cansado de estos espectáculos y desea continuidad en los escritorios oficiales. La eficiencia de la administración no puede asegurarse con la falta de estabilidad de los funcionarios. Al revés, existe una sangría presupuestal incalculable con tanta rotación.
La empresa privada, que conoce el verdadero valor del dinero, sabe que el empleado nuevo representa un alto costo y por eso se preocupa por seleccionar bien a su gente, ambientarla, capacitarla y abrirle horizontes para que prolongue su estadía.
Antes que empalmes, lo que hay en la mayoría de los casos son reales desempalmes. Esta última palabra no ha entrado al diccionario, que yo sepa, pero bien se comprende la fuerza que adquiere en los actuales momentos. Se necesita continuidad, y no solo de políticas equivocadas, sino de servicio en los despachos públicos.
Si no hay buen servicio, que vengan otros a prestarlo. Cambiar por cambiar no tiene sentido. Estos desempalmes, que traducidos a otras palabras son desajustes, falta de lógica, de engranaje y de sensatez, son vicios que están acabando con la paciencia del país.
Hay que aplaudir la entrada del doctor Palacio Rudas rompiendo protocolos y pecados de la administración. Es mucho lo que hay por hacer. Cabe al dedillo, para matizar su llegada al ministerio más neurálgico del país, la definición que el caricaturista Mingote formula sobre el economista:
«Un economista es el hombre que distingue perfectamente entre las cosas que no se deben hacer de ninguna manera, porque probablemente no sirven para nada, y las que se deben hacer a toda costa, aunque no se sepa con seguridad si servirán para algo”.
El Espectador, Bogotá, 25-X-1977.