El Quindío sin obras
Por: Gustavo Páez Escobar
El quindiano es un elemento de formidable fibra agrícola. Hay quienes critican su demasiado apego al campo y pregonan, de cuando en cuando, la necesidad de industria. Algo se ha hecho y se continúa haciendo. Pero el ciudadano ancestral no quiere sustituir, y ni siquiera alternar, el cultivo del café. Lo considera irremplazable. Nació entre cafetales y así quiere morir. Nada lo arredra. Ni las lluvias torrenciales, ni los duros veranos, ni los impuestos contradictorios, ni las destorcidas…
El quindiano, luchador obstinado, es capaz de grandes campañas. A lo largo de varios años se propuso insistir en su mayoría de edad y obtuvo, tras fatigosas jornadas cívicas, su separación de Caldas. Separación física, que no espiritual. Hubo quienes se opusieron a ese empeño y se quedaron solos. La mayoría propugnó la idea de administrar aparte la comarca. El año pasado se celebraron diez años de independencia.
Cuando llegó la hora de separarse de Caldas, se resignó a ser el departamento más pequeño del país –menos de dos mil kilómetros–, y lo hizo con decisión y la certeza de manejar una de las tierras más feraces y de mayor empuje. Se sentía muy lejos de Manizales, no solo geográficamente, sino sobre todo del presupuesto. Por aquellos días se había inaugurado el teatro Los Fundadores con costo fabuloso, y se consideró que con esa obra se castigaba la provincia, Armenia y Pereira.
Quiso laborar su propia suerte y se lanzó a la lucha de hacer progresar la comarca. Armenia despegó rápido hacia su destino de ciudad capital. Roto el nudo aldeano, se perfila como una urbe progresista. La lucha cotidiana en medio de dificultades la hace emular.
Al cumplir su décimo aniversario, tuvo el Quindío su primer ministro en Diego Moreno Jaramillo. Días atrás había llegado a la gerencia del ICCE el ex gobernador Jota Iván Echeverri. Como viceministro de Hacienda había actuado Hugo Palacios Mejía y como director de Aduanas, Luis Granada Mejía, personas esclarecidas de la región.
Así se fue asomando el quindiano al panorama nacional. Hecho personaje del país, comenzó a pedir obras. Cuando se hablaba de descentralización, solicitó la sede del Banco Cafetero, pero no se la dieron. Y continúa reclamando. Desea que el territorio tan bien ubicado se convierta en fuerza motriz para la patria. Se desconsuela cuando solo se le nombra como cosechero grande de café y se le liquidan los impuestos.
En la vecindad, los juegos olímpicos empujaron el ritmo de Pereira. Allí avanza ahora el ingenio de Risaralda, otro hecho positivo. El Quindío, que no puede permanecer atrás, desea una industria grande, no importa que el caficultor raizal muera pegado a su parcela. Al lado de la parcela caben los complejos industriales.
El objetivo principal de esta nota es contarle al país que el Quindío, a pesar de tales prerrogativas, no tiene obras. Me refiero a las obras públicas. Hace veinte años se trabaja en la carretera Armenia-Zarzal, vía de enorme importancia para el occidente y el país entero. Lástima que los trabajos se hubieran suspendido. La carretera Montenegro-Quimbaya, de apenas doce kilómetros, es un camino de herradura. De Armenia a Montenegro se dejó coja la carretera en pocos kilómetros finales.
De sobra son conocidos los desperfectos que presenta el paso por La Línea, sometido a deslizamientos y catástrofes. El tramo de Caicedonia y Sevilla está destruido. Apenas queda la vía a Pereira, que en ocasiones también se deja deteriorar. No se incluyen las calles destartaladas de Armenia para no salirnos de los predios del Ministerio de Obras Públicas. La ropa sucia la lavamos en casa.
El quindiano es también resistidor, aunque no conformista. En estos días vuelan preguntas a flor de labio: ¿Qué mal hemos hecho? ¿Por qué no somos mejor tratados en el presupuesto de la nación? ¿Cuándo tendremos ministro de Obras Públicas? Pero más que ministros, el quindiano quiere obras.
Este repaso sobre la geografía del Quindío, joven departamento con deseos de avanzar y con afán de superación, refleja el eco de la provincia colombiana que reclama obras para contribuir al desarrollo de Colombia. El regionalismo, como el nacionalismo, son motores de progreso desde que sean constructivos.
La Patria, Manizales, 8-XII-1977.
El Espectador, Bogotá, 27-XII-197.