El gas con burbujas
Por: Gustavo Páez Escobar
Las empresas de gas poco se preocupan por mantener en buenas condiciones las pipas. La aguda escasez del producto que sufrió la ciudad y que fue notoria en todo el territorio nacional, se ha normalizado en los últimos días. Ya los carros pasan por las calles anunciando la presencia del necesario colaborador casero, pero…
En las puertas de las residencias se descargan cuantas pipas se pidan. El mercado, que antes era rogado y subrepticio, se ha vuelto abierto. Volvieron a sonar las campanillas y ya las empleadas del servicio doméstico pueden salir sin apuros a proveerse de la existencia que requieran. Ya no es necesario, como antes, poner un billete cómplice en la mano del vendedor. También quedaron eliminadas las colas insufribles ante los expendios de Tres Esquinas.
El pero, como habrá podido deducirse, está en que las pipas salen con escapes. Conectada la manguera, en un instante queda invadida la residencia con el penetrante olor a gas y lógicamente hay necesidad de interrumpir el tránsito ante el temor de una explosión de alcances impredecibles. Se ensaya la otra pipa, si el presupuesto hogareño da para tanto, y continúa el silbido característico de una tragedia.
No queda otra solución que cerrar del todo la llave y exponerse, cuando existe la emergencia de la estufa eléctrica, al aplastante rigor del contador de la luz. Cocinar no es, como en otros tiempos, labor grata. El progreso, que cambió el carbón por el gas, es un retroceso, y que me perdonen los árabes, los venezolanos y los ecuatorianos. También, por rebote, los empresarios del gas.
Si se pretende que el otro carro cambie la pipa defectuosa, la respuesta es instantánea y deprimente: el reclamante debe cargar con su mercancía a cuestas hasta Tres Esquinas. Esto parece una opereta. Compadezco de todo corazón a las sufridas amas de casa, pero como la compasión no arregla nada, ojalá queden enterados los señores gerentes de Isagás y Gasquín de estos menudos y tremendos dramas caseros. Ellos, que también son jefes de hogares, saben que una casa con escapes no funciona.
Satanás, Armenia, 29-X-1977.