Después del incendio
Por: Gustavo Páez Escobar
Armenia debe meditar en el peligro constante que significan sus casas viejas. En días pasados solo una chispa fue suficiente para destruir parte de una manzana central. La pronta acción de los bomberos impidió que las llamas hubieran avanzado sobre el resto de la manzana, con alcances impredecibles por tratarse de construcciones de fácil combustión.
El centro de Armenia, sobre todo, exige que se remodele de acuerdo con las exigencias que implica el hecho de ser capital de departamento. Desde esta columna se ha criticado la actitud de algunos propietarios obstinados en mantener casas deterioradas en pleno centro de la ciudad, en busca de mayor valorización y entrabando así el progreso urbanístico. El Concejo, en cuyas manos se encuentra la tutela de los intereses colectivos, debe tomar medidas para erradicar la actitud negativa de quienes solo buscan su comodidad.
No se explica, por ejemplo, por qué en la calle 21 con carrera 16, el sitio más costoso de Armenia, aún se encuentren tres casas desvencijadas. Una de ellas fue al fin vendida y en ese lugar se levantará un moderno edificio, pero no se logró que las vecinas entraran en negociación, porque se persiguen mayores utilidades.
El fuego, que es siempre elocuente, hace una advertencia en esta ocasión. La ciudadanía debe protegerse contra el pavor de las llamas. Las casas viejas deben demolerse. Si no hay capacidad económica para construir, sobrarán los compradores interesados en dicha propiedad.
No se entiende muy bien, a pesar de las explicaciones suministradas, la ausencia del cuerpo de bomberos de Calarcá. No se ve razonable que el equipo de aquella ciudad hubiera permanecido inactivo solo porque no funcionó una comunicación telefónica. Sirva esta experiencia para establecer mejores sistemas cuando se necesite la efectiva cooperación.
Es oportuno registrar la labor cumplida por los bomberos de Armenia y de los municipios que se hicieron presentes, gracias a cuyo esfuerzo se logró la extinción de las llamas. Si bien queda un saldo de daños materiales que todos lamentamos, se experimenta alivio por no haberse presentado pérdidas de vidas. Es preciso que las entidades de bienestar social organicen colectas públicas para ayudar a los damnificados. Se sabe de personas pobres que sufrieron pérdidas totales en sus bienes, para las que la ciudadanía debe ser solidaria en estos momentos de infortunio.
Satanás, Armenia, 3-XII-1977.