Alzate: caudillo y estilista
Por: Gustavo Páez Escobar
Con pulso firme ha estructurado Héctor Ocampo Marín la semblanza del héroe caldease que marcó un hito de grandeza en la historia de Colombia. A Gilberto Alzate Avendaño, con su porte de guerrero y los destellos de su inteligencia superior, hay que considerarlo como uno de los caudillos de más raigambre en el afecto de las masas, a la par que figura procera en el dominio de las estrategias parlamentarias y en el cultivo de las letras como polemista y escritor público.
Temible en la tribuna, un día desafía el poder de Laureano Gómez, otro monstruo de la oratoria, y cual un ciclón hace estremecer con su verbo enardecido la epidermis de un país que es esencialmente político y que gusta sentir inflamadas las pasiones con las arremetidas de sus héroes. Alzate Avendaño fue un coloso del Parlamento y la barriada, que empujó detrás de sus banderas grandes masas de opinión y se convirtió en líder de un momento convulso del país.
Respetado y admirado como pocos hombres públicos, contó con la amistad de los más destacados políticos conservadores y liberales e impuso en el país, alrededor de su figura vigorosa y magnética, el sello personalísimo del combatiente que nunca retrocedió en la contienda y les enseñó a sus contemporáneos a luchar con garra y con cerebro.
Héctor Ocampo Marín, cincelador de la palabra, concatena en el afortunado ensayo que fabrica sobre Alzate, a quien admira y sabe interpretar, momentos estelares de la historia colombiana en uno de los tramos más febriles y más auténticos de nuestra idiosincrasia. Es la República de los grandes oradores y los asombrosos conductores de masas, hoy venida a menos. Una pléyade de estrategas de la escaramuza política hace fulgurar el horizonte con el ímpetu de la elocuencia y el vigor de las ideas.
Desde diferentes ángulos de la opinión ciudadana se disputan el favor del pueblo tribunos a cual más calificados para la lucha y la proeza, salidos a la escena con el gesto erguido y la inteligencia fecunda. Gaitán, como Laureano Gómez y Alzate Avendaño, defienden sus doctrinas con bríos de espartanos. Tempestuosos los tres en la plaza pública, sus ideas sacuden la vida nacional y fijan rumbos certeros. Dueños, además, de aplastantes ademanes y de recias personalidades, tienen el poder de la persuasión y el misterio del mito.
Esta clase de hombres dedicados a cultivar el espíritu con sólidas disciplinas humanísticas y que no ignora la vigencia de los clásicos —sus mentores de cabecera— está formada para destinos cimeros. Sus luchas no solo son contra los vaivenes de la plaza pública, sino que aguzan la mente en el rigor de lecturas vivificantes y en la producción de densos escritos.
Alzate, maestro de la retórica y la elocuencia, lleva en las venas el contagio de una generación de escritores y poetas. A Manizales la invade la fiebre de la cultura grecolatina y de allí emerge, con caracteres inequívocos, una academia de buceadores intelectuales que comparten el privilegio de sentirse escogidos por los dioses. Esta generación de humanistas forma una conciencia de valores morales y estéticos que imprimen consistencia y donosura a una Colombia de gente culta y disciplinada, con garra para el mando. Los vibrantes editoriales que desde el Diario de Colombia escribe Alzate son profundos ensayos políticos y piezas magistrales del mejor periodismo.
Gilberto Alzate Avendaño encarna el prototipo del hombre colombiano que tanto echamos de menos en nuestros días. Estructurado para epopeyas, su salto al vacío, en los momentos más fulgurantes de su vida pública, cierra inmensas posibilidades para su tiempo. La historia, implacable para juzgar a los hombres, nos traslada las virtudes del caudillo y del literato que escribió con su estilo magnánimo una de las mejores páginas de Colombia. Y es Héctor Ocampo Marín, el exigente investigador de esta extraña personalidad, quien aporta amplios enfoques sobre una vida que debe admirarse.
El Espectador, Bogotá, 3-V-1978.