Jugando a la felicidad
Por: Gustavo Páez Escobar
María Eugenia es una niña moderna. En lo de «niña» hay un término más cariñoso que real. Le calculo 24 años. No le he preguntado la edad, porque no me interesa, pero de haberlo hecho supongo que tampoco me la habría confesado, por esa idea muy sutil, y por eso mismo muy femenina, de vivir peleando con el calendario. Yo no entiendo por qué la mujer se empeña en disgustarse con los años. Es una manera de engañarse, de fugarse de la realidad, aunque también un arma femenina, un truco de la coquetería, que deben respetarse.
La edad, se dice, la marca el corazón y no el almanaque. Puede ser cierto. Lo es en la medida en que el corazón sea sincero. Muchas, y acaso la generalidad de las mujeres —aunque aquí también podemos involucrar a los varones necios— se envejecen repitiendo que tienen un corazón joven y pretenden disimular las arrugas y las inexorables marchiteces con pueriles disculpas. Abundan los corazones marchitos y envejecidos prematuramente que se obstinan en pregonar mocedades imposibles.
María Eugenia es una niña radiante de juventud. No tiene necesidad de disgustar con su corazón. Y ojalá, con el correr de los años, no se enrede con cuentas ingenuas y mantenga el milagro, que pocos consiguen, de que el rostro y la mente se conserven frescos, por más que las arrugas y las canas despisten a los envidiosos. ¡La edad despierta no pocas envidias!
Hoy María Eugenia se casó. Lo hizo a su manera, llevándole la contraria a muchas personas que deseaban verla coronada de azahares y luciendo complicados atuendos. No se casó por la Iglesia. Pero espera ser feliz. Fue un matrimonio silencioso, casi que secreto, ante un juez y unos pocos testigos. Es la moda.
María Eugenia es una muchacha de la nueva generación, que no niega su generación. Con el rostro radiante y el corazón jubiloso, sin azahares ni relumbrantes vestimentas, se desposó en breve ceremonia. El juez hizo a la pareja unas pocas advertencias, apenas las de ley, para que los nuevos esposos no resulten pidiendo el divorcio al primer obstáculo.
Ellos saben lo que hacen. Sus padres, sin entrar en problemas, se prestaron al matrimonio civil, aunque hubieran preferido el católico. Entienden la evolución de los tiempos. Y comprenden a la juventud. Los jóvenes de hoy no quieren comprometerse, no desean muchas ligaduras. Por eso, creo, María Eugenia se casó sin estruendo. No hubo repique de campanas ni marchas nupciales. Apenas una mirada de cariño a su esposo y el propósito de una unión indestructible.
Es de las primeras parejas que se casan por la nueva ley de matrimonio civil. Lo hizo con decisión y sin violentar las costumbres sociales. No quiere correr el riesgo de una unión indisoluble, y sus razones tendrá. Se plantea, entre tanto, la duda de, si rompiendo tradiciones, buscan estas parejas la liberación o la comodidad. Pero por encima de cualquier consideración prefiero saber que mi amiga se propone ser feliz. Como en el rito católico, hubo juramentos de amor y fidelidad. Y también, como en él, se sabe que los juramentos son frágiles.
En los ojos de María Eugenia había un destello de seguridad. Rompió la tradición familiar, pero lo hizo conscientemente. Es una juventud que se lanza en busca de su destino. Nadie le reprochó que no se hubiera casado por lo católico. Todos nos limitamos a desearle buena suerte.
Yo pongo un deseo más: que no deje envejecer el corazón, por más que con el tiempo se insubordine la vanidad femenina.
A las mujeres comienza a preocuparles más la edad cuando dejan de ser niñas, y María Eugenia ya no es una niña.
La Patria, Manizales, 1-III-1976.