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Ironías del servicio público

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Don Octavio Álvarez Arango, caba­llero de sobra conocido en las esferas del Quindío, acaba de ser descalificado por providencia del Tribunal de lo Contencioso Administrativo como no­tario de Quimbaya, cargo que venía desempeñando con eficiencia desde cua­tro meses atrás. Según una nota de pe­riódico que tengo a la vista, para ser notario se requiere ser abogado, o haber permanecido en el poder judicial por tiempo no menor a cinco años, o ser bachiller o normalista, o haber trabaja­do en notaría por un período no infe­rior a cinco años.

Resulta que Octavio Álvarez Aran­go no acredita ninguna de estas condi­ciones. Como hoy en día valen más los papeles que la eficiencia, este servidor del Estado que exhibe una brillante ho­ja de servicios se quedó por puertas de una notaría de pueblo por no poder mostrar pergaminos. A un señor Tarquino, por razones que escapan a mi conocimiento, pero que debe ser persona acuciosa, lo trasnochó el nombra­miento, de seguro muy bien asesorado, y triunfó en el alegato. Se dice por ahí que los notarios a la redonda deben, desde ahora, rendir las armas.

La notaría de Quimbaya está vacan­te. Es preciso que los aspirantes repa­sen muy bien los requerimientos del cargo para no exponerse, ante la mi­rada vigilante del señor Tarquino, a ser anulados por el implacable rigorismo de la letra fría con que se escriben las disposiciones oficiales y que mal puede distinguir, solo con base en fórmulas teóricas, lo competente de lo incompetente.

Por la sorpresa que me produjo el curioso caso y por conocer muy bien la personalidad del ciudadano despoja­do de una investidura que él no tendrá el menor inconveniente en en­tregar, levanté el itine­rario de este personaje que ha sido de­sahuciado en el propio pueblo donde él mismo fue, no hace mucho tiem­po, la primera autoridad, y a quien no se le permite ahora prestarle un nuevo servicio por ausencia de «requisitos».

Y es que los requisi­tos, las trabas, la miopía de ciertas nor­mas, tan dogmáticas como absurdas, son los que hacen trastabillar al país. Por algo será el nuestro un país de le­guleyos. Yo siempre he creído que en­tre el leguleyo y el culebrero hay poca diferencia.

Veamos, a grandes rasgos, el «curri­culum vitae» –otro hecho devaluado en estos tiempos– de nuestro frustrado notario, y solo en el sector oficial, para no mezclarle las proezas que también ha realizado en el campo privado: se inició como inspector de policía en Montenegro, de donde pasó a servir varios cargos en la Contraloría de Caldas; de allí se trasladó como jefe de personal del Gran Caldas; ensegui­da fue alcalde de La Dorada y de Be­llo; enrutado en el servicio carcelario, comenzó como subdirector de La Mo­delo, para ser luego director de La Pi­cota, de Araracuara y de Acacias (se dice que las cárceles son sitios ideales para conocer a la humanidad, y por eso Octavio, que es hombre jovial, se reirá ahora de las trastadas del desti­no); aterrizó de nuevo en su comarca como contralor por varios años del Quindío; de allí pasó a la Alcaldía de Quimbaya; y en línea recta llegó a la Secretaría de Gobierno del departamen­to, para ser, en últimas, Gobernador en­cargado del Quindío.

Es decir: toda una etapa de brillan­tes ejecutorias, en cerca de veinte años. Pero este ciudadano no sirve ahora pa­ra notario de Quimbaya. Es la nueva víctima de los requisitos. No importa que haya ineficiencia en el servicio público, si hay requisitos, podría ser la argu­mentación apropiada para el caso.

Oc­tavio Álvarez Arango conoce el dere­cho administrativo, y tiene por qué conocerlo. Es persona experimentada y capaz. Posee una amplia visión del mundo y sus vanidades, incluyendo hasta la perspicacia de su demandante. Ha sido director de cárcel, alcalde, gobernador. Pero no sirve para dar fe pública. ¡Vaya ironía!

La Patria, Manizales, 21-X-1975.

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Comentario:

Gratuitos enemigos, haciendo uso “tarquinada”, echaron por tierra honradez, moralidad, honestidad, voluntad de servicio, convencidos de que esto es propio de quienes hayan estado en la universidad, así esta no haya estado con ellos. Octavio Álvarez Arango, Quimbaya.

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