Alzas a granel
Por: Gustavo Páez Escobar
La opinión pública se encuentra desconcertada con las continuas alzas registradas en importantes renglones de consumo popular. Si los augurios sobre el nuevo año se mostraban promisorios en materia económica para el pueblo, tal parece que ese optimismo se ha ido al suelo ante la avalancha de reajustes de diverso orden que se han decretado y provocan, por su inevitable ola explosiva, especulaciones y acaparamientos por la costumbre muy colombiana, y por lo demás incontrolable, de entender las cosas al revés.
El mejor sistema para que la vida se encarezca es el de autorizar alzas, y con mayor razón si caen a granel y sobre artículos estratégicos de la economía. Si los precios no pueden permanecer congelados por razones elementales, su desborde ocasiona malestar. Cuando sube un producto, otros siguen la misma corriente por afinidad o por simple capricho. Los comerciantes quieren ganar más, los industriales quieren ganar más, todos quieren ganar más y nadie se conforma con mantener represado el precio de un artículo cuando al vecino se le permite aumentar el suyo.
El placero ignora el galimatías de los economistas y es ajeno a aranceles y signos internacionales, pero es muy sensible a los anuncios de radio o a los titulares de prensa y reajustará los precios cuando sabe que el café se trepó en el mercado de Nueva York. «Si los demás ganan, yo debo ganar más», es su teoría. Si el tendero se entera de que se ha producido un alza en los cominos, será motivo suficiente para que ipso fasto se valoricen todas sus mercancías, y no solo a ras con la competencia, sino por encima de ella, pues él podrá no ser un experto en cuestiones mercantiles pero ha aprendido que el que más se empina respira mejor. Puede que no tenga razón, pero nadie logrará convencerlo de lo contrario.
No es el Dane el que determina el costo de la vida. El mejor termómetro está en la plaza de mercado o en la tienda del barrio. La mayor anarquía de los precios se encuentra en estos lugares y es en ellos donde se surte la canasta familiar con diferencias muy sensibles a las que registran los datos del Dane.
Un alza, cualquiera que ella sea, es contagiosa. No se discute aquí la justicia de ciertos reajustes, sino su oportunidad. Y este mes de enero, tan abierto a sanas expectativas, se enturbia, de repente, con esta ola alcista que está invadiendo todos los vericuetos de la economía hogareña. El alza de los textiles, por ejemplo, se decreta en momentos en que el sufrido padre de familia, no repuesto aún de las angustias navideñas, se apresta a adquirir los uniformes escolares. Tal alza resulta inoportuna en razón de la época, así sepamos que es necesario estimular la subsistencia de este ramo fuertemente afectado el año anterior. Pero no es justo que se impulse esta actividad con el sudor de los usuarios, que son todo el pueblo. Bien hubiera podido aplazarse la medida unos días más para hacer menos inclemente la época preescolar, sin duda la más angustiosa del año.
Ojalá que los días posteriores se encarguen de abrir más el horizonte. Por lo pronto, la cuesta de enero ha resultado contraevidente a las predicciones.
El Espectador, Bogotá, 20-I-1976.