Los ferrocarriles nacionales
Por: Gustavo Páez Escobar
Las declaraciones hechas por Marco Tulio Lora Borrero, gerente de los Ferrocarriles Nacionales, sobre la corruptela que halló en dicha dependencia prueban, ante todo, hasta qué grado se agazapan en la penumbra los salteadores del erario. Resulta inverosímil admitir que semejante estado de descomposición haya podido prolongarse durante tanto tiempo, pero estamos, y esto resulta afrentoso decirlo, tan habituados a encontrarnos con un país carcomido por la inmoralidad, que esta olla podrida no constituye noticia extraordinaria.
Frunce leer tanto suceso canceroso de esta cadena de atrocidades montadas a la sombra de una empresa que conserva todavía, no obstante su deformación, el símbolo de un país sano. Los ferrocarriles, que por tanto tiempo fueron medio de poderío económico e instrumento movilizador de la riqueza de nuestros suelos ubérrimos, y que preciso es rehabilitar, se confunden con la misma historia de una Colombia mejor, de una Colombia protectora de sus bienes y orgullosa de sus valores morales.
Se ha infestado el ambiente con el virus de la degradación social. Respiramos podredumbre y nos sentimos desconcertados ante una nueva generación que vemos irrumpir con la subversión a cuestas, como salida del fango.
Quienes conocemos la trayectoria de Marco Tulio Lora Borrero sabemos que a los ferrocarriles ha llegado un hombre de bien, capaz de erradicar el vicio y castigar la deshonestidad. Con su vigorosa juventud, y con sus limpios antecedentes plasmados antes en el ámbito bancario, donde ejecutó brillante carrera que es ejemplo de superación y dinamismo, se enfrenta con coraje a esta atmósfera de desgreño y corrupción, resuelto a imponer el orden que requiere la difícil tarea de rescatar una empresa dominada por el caos.
Cómo reconforta ver a este hombre decidido a romper esa tradición de descalabros contra la moral pública. Sabemos que sus declaraciones son atrevidas, por lo insólitas, en un medio que se acostumbró, con el silencio cómplice y la actitud pasiva, a dejar prosperar el libertinaje. Gravísimas denuncias las que formula, y valiente su postura de desenmascarar, con nombres propios y ante la faz del país, este foco de delincuencia.
Constructivo, de otro lado, su proceder de investigar primero, de ahondar en los problemas, de «meterse entre el barro», antes de lanzar grandes programas de reconstrucción, como es el ritual saludo de tanto funcionario el día de su posesión. Los hechos en su caso han sido a la inversa. Su posesión fue sobria, casi inadvertida, y no se comprometió con desmesurados propósitos que a la larga suelen traducirse en palabras ociosas. No retó a nadie, no desautorizó planes en marcha, y hoy los hechos hablan solos
Si al frente de los Ferrocarriles Nacionales, ese estandarte que debe seguir siendo un símbolo de la patria, se encuentra el ejecutivo con un expediente en las manos, es preciso que la ley sea implacable para castigar a los culpables. Que llegue rápido, como se prevé, la recomposición moral, con pulso firme y sin vacilaciones, para sacar de la ruina económica a esta gloriosa y maltrecha entidad.
Hablar claro debería ser la premisa del momento. Pero sin alarmismos ni estériles desafíos. Y hacerlo sin temor y con pruebas, sin tanto anuncio ni palabrería. Así se construyen las verdaderas obras.
El Espectador, Bogotá, 29-XII-1974.