La resurrección de un banco
Por: Gustavo Páez Escobar
Diecisiete años dedicados de lleno al servicio de una idea hablan, por sí solos, de la importancia del hombre que recibió una entidad quebrada física y moralmente y la entrega hoy no solo saneada sino además convertida en uno de los mayores estamentos sociales del país.
Corría el año de 1957, cuando el país comenzaba apenas a despertar del marasmo de la dictadura y cuando sus instituciones estaban postradas en absoluto traumatismo, y fue entonces cuando llegó al Banco Popular el doctor Eduardo Nieto Calderón, hombre de visión extraordinaria y de una mística sin desfallecimientos, que el país no tiene cómo pagarle, e inició el milagro de resucitar a uno de los muertos de la tiranía.
Nadie ignora lo que era entonces el Banco Popular. Creado con saludables miras, bien pronto cambió sus derroteros hasta caer en el caos más absurdo. Si se había pretendido democratizar el crédito y romper la tradición de la banca inflexible y ortodoxa, los malos manejos desviaron esa finalidad e impusieron la peor época del abuso y la inmoralidad. Por algo se identifica al cheque del Banco Popular, en aquellos remotos días, con el signo del descrédito y la vergüenza pública.
Tras perseverantes jornadas de sacrificios y en una labor callada y no siempre justipreciada, florece hoy una institución respetable, orgullo para Colombia y envidia para otros que no han logrado hacer lo mismo. Robustecido en sus finanzas, con amplias reservas que le garantizan sólida posición económica, en contraste con la endemia de aquellos días, este instituto de crédito ha desarrollado reales programas de beneficio para las clases menos favorecidas y ha contribuido positivamente al progreso de la nación.
No hay empresa, ni programa, ni calamidad, donde no haya estado presente el Banco. Pocas entidades, para no decir que ninguna de su género, poseen la gama de servicios que dispensa el Banco Popular.
Detrás de este poderoso engranaje ha estado vigilante, con la fe del carbonero, un hombre que tuvo confianza en el país. El doctor Eduardo Nieto Calderón devuelve hoy, engrandecida, una institución que había recibido maltrecha, y se retira satisfecho de haber redimido del colapso a esta agencia del Estado que había torcido su destino y que es ahora, gracias a su dinamismo, a su prudencia y a su pulcritud, uno de los pilares más elocuentes del servicio público.
Deja, en lo cultural, un patrimonio que se hallaba dilapidado. La Biblioteca Popular, lo mismo que el Museo Arqueológico, son muestras de la sensibilidad que lo ha llevado a inyectarle humanismo a los fríos ámbitos bancarios. No debe la banca contentarse con producir rendimientos, sino que debe abrir canales para preservar las expresiones culturales. Haciendo cultura se hace patria.
Si resulta deplorable el retiro del doctor Eduardo Nieto Calderón de la presidencia del Banco Popular, justo es que descanse de una labor que, de otro lado, debe resultarle agobiante después de 17 años de luchas, de vigilias y de sinsabores, pero sin duda también de íntimas complacencias. Las obras grandes suscitan envidias y recelos, aunque también mueven ocultos afanes de superación, no siempre posibles, pero al fin y al cabo productivos para no dejar enmohecer la competencia.
El mejor homenaje para el doctor Eduardo Nieto Calderón sería el de imitar su obra, que tanto bien le ha hecho al país, y aprender que con fe y tenacidad se estructuran mejores hechos que con vanos alardes.
El Espectador, Bogotá, 23-X-1974.