Carmelina Soto
Por: Gustavo Páez Escobar
Una rauda, entusiasta caravana partió de Armenia a Manizales como séquito privilegiado de Carmelina Soto. La cita era en la sala cultural de La Patria. Pocos escenarios como este, cuna de los más nobles cultores de la inteligencia, para que Carmelina leyera algunos de sus poemas de Tiempo Inmóvil. Fue una velada solemne e inolvidable. El dueño de casa, doctor José Restrepo Restrepo, señor de la hidalguía, y una pléyade de la intelectualidad caldense, esperaban el arrebato de las musas en la voz encarnada, hecha palpitación, de esta admirable mujer que es mito y vida a un tiempo.
Poemas de entrañables profundidades, son como mariposas suspensas en los abismos del tiempo, presas de misteriosas irradiaciones. Porque el hálito que inspira el pensamiento de Carmelina Soto se detiene a veces como saetas sorprendidas. Su poesía es explosión, es arrebato. Le canta a la vida. Los sentimientos se vuelcan, se hacen transparentes y afloran con raíces de trigos y con presagios de «inéditas auroras». Si en ocasiones saborea el amargo del vino y muestra el gesto desdeñoso y el ademán convertido en tormenta, es solo una afirmación vital.
Carmelina le canta a la vida. Es un canto de perenne emoción, de airadas melodías. Sus versos son tempestad, soledad, nostalgia, y antes fueron llama, claridad y vida. Se recorre su poemario como sobre un manantial de diáfanos destellos. Verso humano el suyo, palpitar estremecido, que desdobla recónditas emociones.
Carmelina Soto, mujer de América. No se es poeta impunemente. Estos aires raizales recibieron ya el polen fecundo y caminan por los contornos del continente llevando el sabor del trigo y transmitiendo el éxtasis de la palabra enamorada.
La Patria, Manizales, 28-XI-1974.