Las faldas a bordo
Por: Gustavo Páez Escobar
Hay un radical cambio de estilo entre el gobierno precedente y el actual respecto a la mujer. El ilustre ex secretario general de la Presidencia, doctor Rafael Naranjo Villegas, dice que no cree en las dotes de la mujer para gobernar. Y no deben faltarle razones, si en su caso particular no permitió el mandato claro de la mujer y ha preferido conservarse liberado —que así debe considerarlo— de la esclavitud conyugal.
Este incólume solterón le concede, en cambio, especial importancia a la mujer para actuar en determinadas esferas de la actividad pública, como el bienestar social, las artes, la educación o el deporte. Y accede a que desempeñe, en estos como en otros campos, apenas posiciones medias, pues su irrevocable convicción no lo deja imaginársela en puestos de mando. «Un horror», exclama, y se acuerda de doña Bertha.
Los tiempos, sin embargo, han cambiado. El presidente López, quien recibió en su campaña un decidido respaldo femenino y que recorrió el país al lado de la «niña Ceci», entre vítores y efusiones vallenatas, tiene un concepto muy diferente. Las promesas que formuló a lo largo y a lo ancho de la patria, de compartir el triunfo en forma equitativa, dándole participación a la mujer en el manejo paritario de los destinos públicos, han sido satisfechas.
En esta lluvia de nombramientos que cada semana hacen rascar la cabeza a los varones, el elemento femenino se ha convertido en el plato fuerte del Gobierno. Hay ministra, viceministras, gobernadoras, directoras de institutos, secretarias de gobierno, de educación, de planeación, alcaldesas, tesoreras…
Los decretos oficiales lanzan mujeres a granel, a diestra y siniestra. ¡Muchas sonrisas, muchas caras primaverales, muchas carreritas! Y también, no lo dude nadie, y ni siquiera el impenitente doctor Naranjo Villegas, mucha firmeza, mucho don de mando y gran seguridad para establecer el “mandato claro” de la mujer (como si alguna vez hubiera sido oscuro…)
Por ahí se anda diciendo, y perdónense comparaciones fastidiosas, que la ministra del Trabajo sí tiene los pantalones bien puestos, si solo de entrada ha destituido a siete funcionarios por llegar tarde a la oficina. A los subordinados los ha atacado cierto resfrío desde que anunció que mutilaría cuanta corbata desentone en sus predios.
A la directora de Colcultura, que todavía no ha hablado, le adivinan intenciones renovadoras y se dice que comenzará pronto a poner orden en la casa para luego hacer más accesible la cultura a todos los medios, y sobre todo a los desamparados escritores de provincia y a tanto intelectual anónimo, ahora que está de moda la descentralización. Se agrega que ella, tan ligada a la cultura, desempolvará cierto programa según el cual la entidad debe adquirir alguna cuota de libros al escritor que ha padecido el sacrificio de publicarse por su cuenta.
La gobernadora de Boyacá ha entrado anunciando que bajo su mandato se combatirá la desmoralización y se hará más próspero este terruño de epopeyas; y algún acucioso predice que, al final, no habrá decretos de condecoraciones.
Son las anteriores apenas unas reseñas sobre el ingreso de la mujer a las posiciones claves de los hombres. ¡Bienvenido el imperio de las faldas, si con ellas se consigue orden en el gasto público, y se combate la inmoralidad, y se cortan corbatas y canonjías, y se suprimen las dádivas, y se destrozan los serruchos, y los varones, en fin, nos liberamos de tanta esclavitud! Coinciden ellas, porque hay lenguajes prendedizos, en que el gesto del presidente López es un honor que cuesta, y la palabra «reto» ha corrido de posesión en posesión.
El país, no acostumbrado a esta cosecha de mujeres en las altas posiciones de la administración, parece estar estrenando un nuevo estilo de caminar. Se espera, con expectativa y con esperanzas, que el ensayo sea fructífero. La mujer entiende el desafío y está resuelta a llevarle la contraria al doctor Naranjo Villegas.
Santo Tomás, en algún pasaje, compara a la mujer con un hombre incompleto. Ahora se verá qué tan equivocado o acertado estaba el santo.
La Patria, Manizales, 29-VIII-1974.