¡Vigorizar la provincia!
Por: Gustavo Páez Escobar
El anuncio del Gobierno de aplazar el traslado de institutos descentralizados de Bogotá a otras ciudades mientras se estructuran mejor los procedimientos técnicos que sea preciso acometer, ojalá ponga freno a los insistentes movimientos regionales que se vienen suscitando. Pocas son las ciudades que no se creen con derecho a albergar la sede de una de esas ramales del Estado. Cuando varios lugares parecen propicios para establecer la misma entidad, el clamor ciudadano se ha traducido en mensajes, en plebiscitos, en actos cívicos, en forcejeos e intrigas de mayor o menor grado.
Existe en tales aspiraciones un razonable comportamiento para propugnar el progreso de la provincia. Es comprensible la actividad humana que han desplegado las fuerzas vivas para atraer el interés de las altas esferas gubernamentales desde cada sitio opcionable. Por anticipado, aunque sin medir exactamente las incidencias no siempre claras de esos desplazamientos hacia la periferia, se tejen planes, más o menos deleznables, acerca de la nueva época de prosperidad que reportará la llegada del organismo estatal.
Loable el propósito del Gobierno de descongestionar la capital del país del agobiante poder de concentración que está haciendo invivible, por lo complicada y lo caótica, la vida de una urbe con tres millones de habitantes y con creciente presión de necesidades. Lo indicado, entonces, es desplazar varios de los estamentos del estado, no solo como fórmula para hacer más respirable la atmósfera capitalina sino también para imprimirle mayor vigor a las regiones.
Las trabas, los contratiempos, la desazón que se viven en una ciudad como Bogotá atiborrada de problemas, de asfixias y de neuróticos, son factores que conforman la antesala del infierno. Pueda ser que el ilustre Cofrade no cambie pronto esta vida airada por la paz de su biblioteca
La provincia, con su vida y sus costumbres apacibles, con su ambiente puro, con su potencial de desarrollo y hasta con cierto discurrir entre contemplativo y bucólico, está de pronto trocando la paz, en aras del progreso, por el alboroto y el absurdo. Es inevitable que las ciudades, sobre todo las intermedias, tarde o temprano rompan esa barrera invisible que preservaba su encanto, y al entrar en la órbita de crecimientos no siempre planificados, encaren vicisitudes y dificultades prematuras. Es como pasar de la desprevenida adolescencia a la conturbada pubertad.
La riqueza, con todo, está en la provincia. Deben, por eso, fortalecerse las ciudades y hacerse mayores. Es un tránsito inevitable para el progreso. Pero, paradójicamente, el poder político y el poder económico están empotrados en Bogotá. Antes de pensar en trasladar las sedes de los bancos y de los institutos descentralizados, debe dárseles mayor participación a las regiones.
Que no todas las decisiones se tomen en la capital a espaldas de las zonas productoras de la prosperidad. Las ciudades necesitan y reclaman autonomía para determinados actos. Se requiere mayor influjo en la periferia. Es todo asunto de atribuciones. Con esa participación y esa presencia en los destinos públicos, habrá mayor aceleramiento.
Para desmontar el poder concentrado en la capital del país es necesario comenzar por hacer más representativa la provincia. Después vendrá poco a poco el acto material de ubicar las sedes en los puntos más indicados. Complejo programa de estrategias. Circunstancia esta que no puede afrontarse de buenas a primeras, ante el implícito peligro de traumatizar la vida de las ciudades con problemas de espacio, de habitación, de funcionabilidad, y los esencialmente humanos, en lugar de proporcionarles el proyectado bienestar.
Se requiere ahora, ante todo, una buena inyección de poder decisorio, distribuido equitativamente en todo el país, y muchas ventajas llegarán por añadidura Que sigan después los movimientos y las emulaciones para conquistar las sedes. Esto es también buen síntoma de superación, pero sin peleas entre hermanos.
La Patria, Manizales, 17-IX-1974.