El carnaval del voto
Por: Gustavo Páez Escobar
Hay palabras sueltas que dibujan la exacta imagen de los sucesos mejor que tanta palabrería ociosa con que nos empalagan, en determinadas circunstancias, los agentes de la noticia. En este histórico domingo 21 de abril en que el pueblo colombiano determina en las urnas su destino para el próximo cuatrienio, la palabra «carnaval» revolotea como paloma mensajera de buen presagio. Es, en efecto, auténtica la demostración de carnaval realizada por nuestro pueblo ante los ojos del mundo.
No es menester adentrarse demasiado en las ondas radiales o de televisión para comprender la atmósfera democrática que respira la nación. Democracia envidiable para tanto corresponsal extranjero que, afanoso de noticias turbias, se ha encontrado con este país alegre y dueño de alto grado de civilización política, que parece utópico cuando en otras latitudes que se dicen más cultas que la nuestra no existen la tranquilidad, la sensatez ni la jovialidad de que ha hecho gala Colombia.
Como apuntaba una periodista colombiana días antes de los comicios, los corresponsales extranjeros estaban impresionados al no hallar las calles invadidas de tropas y carrotanques, ni sorprender metralletas parapetadas en los edificios, ni respirar el ambiente contagiado de desconfianza y de los temores comunes en las vísperas electorales.
Ahora, cuando esos representantes de los órganos noticiosos, muchos de ellos acostumbrados a presenciar y sufrir acontecimientos siniestros en sus propias patrias y en las patrias ajenas, y acaso autores de la mala prensa con que se nos castiga en ocasiones, llegan, ven y viven un espectáculo republicano pleno de colorido y euforia, no solo deben sentirse confusos y perplejos, sino también envidiosos y de pronto apenados.
Colombia padece, sobre todo en lejanos confines donde solo se nos nombra, si es que se nos nombra, por los hechos negativos, una crisis de buena prensa. Si en ingrata época de nebulosos recuerdos, distanciados por fortuna por el tiempo y el cambio de hábitos, hizo carrera la frase de país de cafres, ese concepto dejó de existir, así persista en la mente de ligeros intérpretes de ultramar otra sensación.
La madurez que ha ganado la nación tras estos 16 años de pactos políticos no solo demuestra ante propios y extraños lo que vale la conciencia colectiva que desvió así el curso de la historia para superar el pasado erróneo, sino que se presenta como ejemplo, que tiene mucho de reto, para los países que no han aprendido que la convivencia solo es posible por los canales democráticos.
Diáfana quedará la cara de Colombia después de este certamen caracterizado por la cordialidad. Los periodistas del exterior, que han comenzado a transmitir saludables mensajes, tendrán que completar sus corresponsalías afirmando nuestra decisión de paz y rechazo a los procedimientos violentos.
He visto, entre múltiples expresiones captadas por la televisión, una realmente elocuente, y es la del locutor abriéndose paso por entre la heterogénea multitud que desfila en nutrido carnaval de vítores, de bombas, de serpentinas, y estimulada la animación callejera con la implacable lluvia de harina que no respeta y que pretende imponer silencio, o música, mejor, en medio de semejante algarabía. La misma que se agita en el país entero y que es imposible acallar pues por todos los caminos suenan los tambores del carnaval en este memorable suceso político que pocas naciones pueden exhibir.
La Patria, Manizales, 25-IV-1974.