Ámbito regional
Por: Gustavo Páez Escobar
Poseen las ciudades características propias que les imprimen cierta fisonomía, cierto individualismo, sin que se sepa exactamente de dónde provienen los rasgos y las costumbres que se van arraigando y terminan configurando la esencia ambiental de cada sitio. Puede decirse que las ciudades, los pueblos o las simples aldeas tienen, al igual que los hombres, personalidad. La personalidad de las regiones no es otra cosa que la mezcla de sus componentes cívicos, culturales y etnográficos, si bien no es raro que lugares afines por muchos aspectos, hermanados por la tradición y hasta vecinos inmediatos, sean del todo distintos.
En no pocas ocasiones la idiosincrasia parece determinarse por la división de un río o una montaña, para no hablar de rivalidades o emulaciones lugareñas que influyen en tal forma en la conciencia de las gentes, que crean cualidades disímiles y a veces encontradas. Sucede lo propio, para seguir haciendo el parangón entre personas y lugares, en el seno del hogar, donde los hijos nacen y crecen diferentes.
Se dice que cada hombre es un mundo. Cada ciudad es un complejo. Tiene vida propia, no solo geográfica o políticamente hablando, sino sobre todo en razón de sus hábitos y particularidades, que le plasman el carácter. Es difícil precisar lo que marca la imagen de los pueblos. Son partículas que vuelan como hálitos misteriosos que se mueven en el ambiente, una especie de cromosomas que, al igual que en el organismo humano, transmiten los perfiles vitales.
Hay ciudades amables y hospitalarias. Las hay resistentes al forastero. Unas cerradas, casi herméticas, que viven de irremovibles tradiciones; otras, abiertas y progresistas. Alegres unas, taciturnas otras. La diferencia está en el aire. Las gentes son consecuencia del ambiente.
Las ciudades tienen su estilo propio. Y para diferenciarlas, o definirlas, se les han puesto apellidos: Bogotá, por su cultura, la Atenas Suramericana. Cartagena, por su temple, la “iudad Heroica. Cali, por su esbeltez, la Sultana del Valle. Ibagué, por su jovialidad, la Ciudad Musical; aunque Neiva y Villavicencio, con sus propios festivales folclóricos, no son menos musicales, y también aflora Valledupar con su vallenato, sin olvidar a Cartagena y Barranquilla con sus briosos carnavales. Bucaramanga, la soleada y brillante urbe, es la Ciudad de los Parques. Abundan, por el estilo, mucho más títulos característicos.
El Gran Caldas, queun día se dividió aras del progreso, es cada vez más próspero. Dicen los sociólogos que la competencia genera el progreso de las regiones. Dentro de esta tónica, Manizales se proclamó como la Ciudad de las Puertas Abiertas, para al día siguiente amanecer Pereira como la Ciudad sin Puertas. Armenia, que había sido bautizada por el ojo clarividente del maestro Valencia como la Ciudad Milagro, se sintió estimulada por sus dos hermanas mayores que le indicaban una convivencia sin trabucos ni fronteras.
Son reflexiones que se me ocurren para llenar la cuartilla que me ha pedido César Hoyos Salazar, director de Fenalco, para quien de paso van cordiales congratulaciones extensivas al comercio de todo el país, a propósito de la realización en Armenia del Congreso Nacional de Comerciantes. Esta ciudad está de plácemes por la visita de los 500 delegados que habrán de sentir la amistad de la comarca abierta al diálogo y al turismo, ciudad descomplicada que registra uno de los avances más sorprendentes del país.
Aquí, entre el aroma de la brisa cafetera, los distinguidos huéspedes apreciarán el ámbito regional que se ha formado a base de extraños ingredientes que flotan en el aire, que no siempre se ven pero que se respiran, y que hacen de Armenia un sitio de indudable atractivo. Y esto lo dice un forastero anclado en los maravillosos parajes quindianos.
Revista de Fenalco, 23-V-1974.
La Patria, Manizales, 3-VI-1974.