Congreso nacional de Fenalco
Por: Gustavo Páez Escobar
Buen acontecimiento para Armenia lo constituye la realización del congreso nacional de comerciantes, uno de los órganos más representativos de la economía colombiana y fiel vocero de las inquietudes de este extenso sector de la población. Es el comercio posiblemente la actividad más influyente en la vida de los pueblos, no solo por la importancia que representa como fuerza reguladora de la política de precios, sino también, y principalmente, por su función social.
Puede decirse que ha sido el comercio, a través de los siglos, la necesidad más apremiante del hombre. Cuando la humanidad comenzó a tener cierta noción de orden, se impusieron, casi que de manera instintiva, las primeras leyes mercantiles. El hombre primitivo, que mal podía conocer la comodidad, habitaba en cavernas, expuesto a los rigores de la naturaleza y maltratado por sus propios semejantes, en rudimentario nivel de subsistencia que hace pensar en la completa soledad de todo medio de vida civilizada.
Fue allí seguramente donde nació el instinto de conservación, pues bien pronto el hombre, enfrentado como estaba a las contingencias del hambre, el frío y las enfermedades, vio la necesidad de asociarse (una manera de sindicalizarse en nuestros días) y aprendió que una regla básica de la vida consiste en depender unos de otros.
Comenzó así el intercambio de productos, sistema que surgió como algo elemental y que estaba echando bases para lo que se ramificaría más tarde en complejos tratados, en misteriosas codificaciones, en pugnaces acuerdos de país a país, y que sin embargo no descubriría nada diferente al comercio primario practicado en buena ley por nuestro aborigen cavernícola, que, vacío de pedanterías, solo sabía que para conservarse era preciso canjear un producto por otro.
Vino, con la modernización de los tiempos, el intenso tráfico que sacude actualmente la vida de todos los pueblos. El país productor no se conforma con vender sus riquezas al vecino o al amigo, sino que lo hace al mejor postor, casi siempre, y ya no se detiene en las consideraciones políticas que antes hacían desviar los mercados, sino que busca, ante todo, el mayor signo monetario.
Y se llegó al comercio organizado. Esta actividad, que debe ejercerse sujeta a los cánones de esta época audaz y agitada, se ha impuesto reglas no solo de interés gremial, sino de beneficio común. El comerciante debe ser, por esencia, un elemento útil a la sociedad, como que al mismo tiempo subsiste gracias a ella. No siempre lo es, por desgracia.
Se abusa de los precios, se desmejora la calidad, se falsean las pesas, se esconden las mercancías, se «comercia», en fin, con la deshonestidad. Siempre estamos dependiendo del pequeño o del gran comerciante, pues pocos auxiliares de la vida están tan próximos, y son tan indispensables, como este dispensador de inaplazables menesteres.
Cuenta el país, por fortuna, con una entidad seria y respetable como Fenalco, que ha librado tenaces luchas para encauzar esfuerzos hacia el bienestar colectivo. Propicio, desde todo punto de vista, este congreso nacional, pues habrán de fijarse saludables derroteros dentro de la actual encrucijada en que se debate el país, convulsionado por el látigo de la vida cara.
Resalta la trascendencia de este acto cuando es el señor Presidente de la República el que abre la sesión. Los personeros de Fenalco, venidos de todos los confines de la patria, tienen el compromiso no solo de aportar luces para la solución del momento actual de angustia económica, sino de presentar fórmulas concretas, pues en sus manos se encuentra uno de los mecanismos más sensibles que gravitan sobre las finanzas nacionales.
La seccional de Fenalco se hace acreedora al beneplácito público por haber sido escogida Armenia como sede de las deliberaciones. Su dinámico director ejecutivo, César Hoyos Salazar, ha orientado y coordinado con encomiable acierto la realización de tan interesante certamen, de cuyas conclusiones queda pendiente el país.
La Patria, Manizales, 19-V-1974.