El lustrabotas
Por: Gustavo Páez Escobar
Los lustrabotas del Quindío, un gremio organizado, escogieron este año la festividad de San José Obrero para festejarse a sí mismos. Designaron su patrono y le pidieron a la ciudadanía que se acuerde de ellos cada 19 de marzo. Un solo día al año, a cambio de la constancia y la efectividad de este menudo servidor público que ayuda a la gente, en inevitables jornadas de sol a sol, con una caja de madera portadora de betunes, de cepillos, de telas y hasta de raras combinaciones acuosas, dócil instrumental en manos suyas con el que acomete la dura defensa contra un destino áspero.
Es el lustrabotas personaje familiar, pero olvidado. Anda de calle en calle, de café en café, vendiendo sus servicios a trueque de no dejar envejecer el calzado. Requiere de habilidad y de cierto toque artístico para que el cliente, tras escasos minutos en que debe borrarse el lodo, evaporarse el polvo y resplandecer el cuero, quede satisfecho y vanidoso.
Ser lustrabotas no solo consiste en embadurnar el cuero y darle brillo. Esta competida profesión no admite cosas a medias. El trapo o el paño han de ser manejados con maestría en persecución de las suciedades que han penetrado hasta las más ocultas costuras, para luego dejar tersa la superficie, que tal es la pretensión de ciertos parroquianos –falsos o pedantes intérpretes del poeta cartagenero– que siguen convencidos de que no hay como los zapatos viejos y olvidan que existen grietas que ya no se detendrán, o arrugas cada día más protuberantes, o fealdades imposibles de mejorar.
Este humilde servidor de la humanidad gana sus diarias batallas armado de fáciles herramientas de trabajo que cobran, en su poder, significado y nobleza. Pocos oficios tan honrados como este donde la vida discurre con esfuerzo, con tenacidad, con pulso firme. Es un amigo imprescindible de la civilización, aunque para proporcionar confort y limpieza tenga que vivir mugriento, y quien, como pocos, tiene acceso a los diferentes niveles sociales de donde extrae confusos conocimientos de todos los aconteceres, que lo empujan a parlar de política, de economía o de sexo, de corrido y con chispazos geniales, cuando no a aseverar deslices o inconcebibles devaneos de algún parroquiano.
La letra menuda entra fácilmente por el oído del lustrabotas, pero la noticia suele desparramarse en sus labios. Aunque así sea, su ingenua sabiduría lo convierte en sagaz traductor de este mundo que no es menos engañoso en mentes superiores.
Apenas justo que el lustrabotas tenga su día y bien escogido a San José como su padrino para que en adelante las cajas de madera salgan mejor pulidas de su taller. Grato tratamiento este de ponerle claridad a las prendas deslucidas. Con una buena lustrada se siente como si se desmanchara la conciencia. Y hay toda una poesía en el arte de rociarle colorido a la vida sacándole música a un par de zapatos viejos.
La Patria, Manizales, 8-V-1974.