Otro concurso desierto
Por: Gustavo Páez Escobar
El escritor colombiano, desamparado como se encuentra por las esferas oficiales y privadas, se entusiasma, de pronto, así sea efímeramente, cuando se anuncia un concurso literario, y acude a él con la ilusión de salir por ese medio a la superficie, rompiendo su anonimato. Espera que el factor suerte lo sitúe por lo menos entre los finalistas, cuando su optimismo no es tan desmedido que lo haga soñar con ser el invencible.
El veredicto de los jurados resulta, en las más de las veces, desconcertante. Veamos lo ocurrido con el concurso auspiciado por el Diario del Caribe con motivo de la creación de su suplemento dominical. Ya en las postrimerías del año pasado se lanzó el programa, con un primero y segundo premios en dinero y el lógico bautizo de la página literaria no solo con los cuentos galardonados sino con otros que, siendo igualmente meritorios, se suponía que quedarían a corta distancia de los punteros.
Las corresponsalías comenzaron a matizar el acontecimiento con constantes anuncios de que el país literario estaba volcándose sobre Barranquilla, y hasta se aseguraba la alta calidad de los trabajos, dada la categoría de los concursantes, pues el certamen tenía la originalidad de eliminar los seudónimos. Se conformó un jurado con figuras destacadas, se recibieron cerca de 400 trabajos, siguió la prensa creando suspenso, y los escritores quedaron esperando su nochebuena, pues el fallo sería promulgado el 23 de diciembre.
Pero, como suele ocurrir en este país de las tomaduras de pelo, se pospuso la decisión toda vez que a los jurados les quedaba cuesta arriba examinar, en conciencia, 400 trabajos, sobre todo en la época de aguinaldos que no es la más propicia para las elucubraciones mentales. Las hojas, de extenderse, llenarían varios kilómetros y su lectura demandaría mucho esfuerzo, mucha consagración y no pocas trasnochadas.
Con todo, de un momento a otro salió humo blanco, cuando menos se esperaba. Y el respetable jurado declaró desierto el concurso. Los dos primeros puestos, que se habían anunciado dotados de estímulos económicos, quedaron vacíos, tristemente vacíos para la literatura colombiana. Pero, en cambio, se escogieron 13 obras (¿por qué este número de mala suerte?) como premios de consolación, recurso que, lejos de consolar a nadie, hace pensar en algún gato encerrado.
Si por algo sobresale Colombia en el campo de las letras es por su capacidad para el cuento. Algo grave debe estar sucediendo cuando entre 400 trabajos no se encuentra uno solo con mérito para destacarse en un certamen doméstico. Pensemos en varias alternativas: a) en el exceso de rigor de los jurados; b) en la imposibilidad de leer, en un mes, 400 trabajos (con un promedio de 8 folios resulta un mamotreto de 3.200 páginas); c) en la ausencia de cuentistas calificados, por falta de fe en los concursos; d) en la timidez de muchos por aparecer con nombre propio, cuando el seudónimo encubre tantos sustos; e) en otra cosa que a usted se le ocurra pensar; f) en la pobreza intelectual del país.
Descartable esta última hipótesis si vemos con frecuencia descollar los valores colombianos en el exterior. Esperemos que los jurados promulguen su sentencia, y resignémonos. Sentencia que, como se sabe, es inapelable. La literatura, por fortuna, y como consuelo para los 400 Garcías Márquez frustrados, es algo relativo, controvertido, que depende del lente con que se mire.
Pensemos, entre tanto, con cierta nostalgia, como sin duda lo estarán meditando los directivos del Diario del Caribe, en que el suplemento literario no tuvo bautizo de honor, no obstante el séquito de 400 bien intencionados padrinos. Queda flotando en el ambiente –tanto costeño como del resto del país– la impresión de que el entusiasta concurso de cuento, anunciado y promovido con tanto aparato fue puro cuento.
La Patria, Manizales, 22-I-1974.