Miss Coco
Por: Gustavo Páez Escobar
Si hiciéramos una lista de las cosas pintorescas del país, habría que incluir los reinados de belleza. Hay reinas por todo y para todo. Por algo Colombia es un país soberano. Mire usted hacia cualquier latitud y allí encontrará un cetro y una corona. Estos arreos de la exquisita dictadura femenina pueden de pronto encontrarse vacantes, pero nunca ociosos.
Si la reina se casa antes de expirar su mandato, lo que en buen romance no es otra cosa que sacrificar el trono por un amor, la respectiva región no se resignará a permanecer sin el tutelaje de su diosa y elegirá con presteza la nueva beldad para llenar estos vacíos imposibles.
El mando de la mujer, así sea bajo la fragilidad de un cetro de belleza, está determinado desde que Eva obligó a Adán a comer el exquisito manjar que la humanidad continúa saboreando precisamente por ser apetitoso. Y que no se siga sosteniendo que fue Adán quien tomó la iniciativa de desobedecer, pues fuera de culebras y otras alimañas no quedó testigo de aquella oculta aventura.
Adán es un personaje calumniado. También, en su caso, resulta evidente la pérdida del paraíso por un amor. Aunque considerándolo mejor, ya estoy arrepentido de pintarlo como ser pasivo y sin impulsos, si de él heredamos los hombres la agresividad que le da vida al planeta. Convengamos, para ser ecuánimes, que la culpa fue mutua, punto de equilibrio que juega muy bien en este momento de hermandad donde todo es compartido, desde el Gobierno hasta el pecado.
Si desvié el tema de la belleza, fue para no olvidar que los reinados nacieron en el paraíso terrenal. Eva, la esplendorosa ama del universo, quedó ungida reina desde el primer instante de su creación, no solo como homenaje a su belleza, sino también por falta de competencia. El hombre, desde entonces, le rinde tributo a la mujer. No cuenta la historia el título que conquistó Eva, pero es fácil deducir que fue la primera Miss Desnuda del planeta.
Los reinados proliferan como la explosión demográfica. Cada región, cada cosecha, cada cereal, cada barrio, tienen reina propia. Y no la prestan ni la comparten. Muchos hogares también poseen su reina. Tampoco la prestan ni la comparten. ¡Egoísta que es la humanidad!
Si la mujer alumbra y le da sentido a la vida, bien está que su belleza irradie encanto y optimismo. Falta por promover otras campañas. No estaría mal que cada candidato presidencial promoviera su reina (fórmula lamentable para María Eugenia Rojas, pues seguiría en desventaja). ¿Por qué no buscar reina para la carestía de la vida, para los alcohólicos anónimos, para los alcohólicos públicos, para el invierno, para los viudos, para los aburridos, para los neurasténicos…?
Bajo las palmeras de San Andrés ha ganado la corona internacional de Miss Coco la bella representante de Nicaragua. Todo es posible. Los árboles también tienen madrina. Pero no he logrado que mi hijo, que dentro de su precocidad entiende ya algo de mujeres a pesar de que solo cuenta con tres años de edad, asocie la idea de belleza con lo que para él significa el coco: fantasma, espantajo, miedo.
Miss Coco Internacional, si llega a leer esta nota, estoy seguro de que le perdonará a mi hijo su confusión, que ninguna ofensa puede haber en su mente temprana; y tener la certidumbre de que, como él entiende de belleza y es medio mujeriego, fácilmente se encantaría si llegara a tenerla cerca. Y de paso borraría para siempre el temor al “coco” que no hemos podido desterrarle sus padres.
La Patria, Manizales, 13-XII-1973.