Las esmeraldas sagradas
Por: Gustavo Páez Escobar
Comienza la actividad literaria del Quindío, en este tímido enero de las meditaciones, los interrogantes y los buenos propósitos, con la aparición de un nuevo libro de Jesús Arango Cano, infatigable pionero de las letras que completa con esta, su segunda novela, 16 obras.
Asombra la tenacidad con que este escritor prolonga su entusiasta vocación intelectual. Y coincide la salida de su nuevo libro con el mes de la pereza, de las cosas lentas, del porvenir incierto, y como reto contra el miedo y la inercia. Publicar, en efecto, 16 libros de variado orden y, no satisfecho del todo, anunciar desde ya la salida de otros dos en preparación, significa poseer envidiables condiciones de luchador, que lo enaltecen con sobrados méritos. El oficio de escribir no es otra cosa que la lucha constante por un ideal; la sublimación de las cosas ordinarias de la vida; la metamorfosis de la materia en espíritu.
Con una leyenda indígena de fondo, Arango Cano entreteje los capítulos de una historia de actualidad y muy colombiana: la vida de las esmeraldas. Pocas piedras suscitan tanta codicia, tantas pasiones. El apetito del hombre por el lujo, por la ostentación, es inmemorial. Desde tiempos faraónicos la esmeralda tentó a los monarcas por su esplendidez y las facultades mágicas de que se suponía dotada, sobre todo para ahuyentar las enfermedades, hasta ser considerada como una divinidad.
Aunque existen muchas gemas refulgentes, solo la esmeralda, el diamante, el rubí y el zafiro son conocidas como piedras preciosas, lo que explica la voracidad humana por poseerlas, por idealizarlas y casi divinizarlas. Ríos de sangre han corrido en nuestro suelo colombiano, lo mismo en las minas de Muzo o de Coscuez que en céntricas calles bogotanas. Y en su comercio se mueve el mundo de la alta y la baja mafia, teñido de intrigas, de fraudes, de corrupciones, también a bajo y alto nivel. Tal el terreno que pisa esta narración.
Las esmeraldas sagradas son uno de nuestros mayores orgullos, por más que en su búsqueda y en su preservación se dilapiden tantas honras y se sacrifiquen tantas vidas. Es un tema auténticamente colombiano.
A su autor acabo de decirle que la historia se presta para acomodar un guión cinematográfico. Quizás algún día la pantalla se ilumine con la hermosura de la cacica Fura-Tena que ha creado la imaginación de este Arango Cano que, no contento con explorar las tumbas indígenas en su incansable estudio de nuestro mundo aborigen, ha querido darle vida a la rutilante diosa escondida en un tesoro de esmeraldas. Y no avanzo más. Descubra usted mismo el misterio, amable lector.
La Patria, Manizales, 8-I-1974.