La remesa fúnebre
Por: Gustavo Páez Escobar
Eso de descuartizar un hombre, succionarle la sangre, empacarlo en bolsas plásticas como a los pollos congelados, acomodarlo en dos maletas y ponerlo a rodar hasta que el bus detiene la marcha en Cali, no sólo resulta macabro, sino que parece inverosímil. El caso, por más tétrico que sea, tiene un fondo de chiflada comicidad.
La vida es una comedia. La historia parece una tragedia griega. Esquilo, o Sófocles, o Eurípides, hubieran montado un drama para ridiculizar, en nuestra época, tanto disparate de la humanidad, como en su tiempo lo hicieron con los aconteceres de su pueblo.
Detrás de esto que ha dado en llamarse la «remesa fúnebre» hay un telón de burla. Y la burla se contrae con un rictus de risa y de tragedia. Fue primero la madre angustiada que reconoció en los restos al hijo ausente, el calavera que se había perdido muchos años atrás. Pero el hijo descarriado, a la vista de su propia estampa publicada en los periódicos, debió cerciorarse primero de que sus costillas estaban completas y que aún mantenía puesta la cabeza sobre el tronco, para luego consolar el llanto de su familia. Se presentó a las autoridades en carne y hueso y caminando por sus propios medios, para probar su supervivencia y acusar al muerto de ser un vil usurpador de derechos ajenos.
No ha sido bastante, para el pobre difunto, el haber recorrido media Colombia entre la incomodidad de una bodega, expuesto a los zangoloteos de un bus desaforado, sino que por segunda vez vuelven a perturbar la tranquilidad de su morada para verificar si coinciden sus huellas, y la mueca que aún le baila en el rostro desfigurado, con los rasgos de otro candidato a difunto que, como el anterior, pudo ser utilizado para escribir el mensaje que quiso enviarse a Cali con fines que, si no completamente claros, tampoco son indescifrables.
Pero, según reza la noticia, también en este intento el indefenso cadáver regresa a su tumba como un simple suplantador, ya que en los Estados Unidos «resucita» el mortal sospechoso.
Tener semejanzas con momias sin dueño ni identificación no es nada agradable. Sigue, entre tanto, la incógnita. ¿Quién es el muerto? Lástima grande que Agatha Cristhie se nos haya vuelto tan vieja para que descubra el misterio. Para quienes creen en la reencarnación, el ánima de esta remesa fúnebre ya está unida a otro ser y desde allí se burla de los investigadores que no han podido identificar la osamenta.
Habría un buen consejo para las esposas con maridos parrandistas, de esos que acostumbran perderse durante varios días sin dejar huella. La sospecha, hecha pública, con la divulgación de la fotografía en los periódicos, seguramente logrará que su marido «resucite» en el acto y que, como los anteriores, demuestre su integridad.
Pero si en tres días no ha aparecido, permítame darle desde ahora mi más sentida condolencia –o mis parabienes, según sean sus circunstancias personales–, y no porque sea el hombre de la remesa fúnebre, sino porque hay maridos muy vivos que no resisten las bromas pesadas y prefieren que se les tenga por muertos.
La Patria, Manizales, 18-II-1974.