Mensaje al dios Baco
Por: Gustavo Páez Escobar
El alcohol vuelve a ser preocupación del día. Lo ha sido a lo largo de los siglos y dudo que ninguna otra costumbre tenga mayores adeptos. El dios Baco, contagiado de inmortalidad, se refrescará en su paraíso de uvas con el zumo de las millonadas de libaciones que a diario le tributan los borrachitos de todo el mundo.
Hay estadísticas escalofriantes. La última de ellas habla de un millón de alcohólicos en Colombia, que afectan el bienestar de seis millones más. Pero el insuperable inquisidor Alfonso Castillo Gómez contradice categóricamente tan precaria afirmación y anota que solo Bogotá cuenta con tres millones. 0 sea que los recién nacidos llegan con su botella de aguardiente como biberón. Y el computador de «Coctelera» no puede equivocarse, si por algo se licuan allí toda clase de pócimas.
Nuestro Estado cantinero debe hacerse el de la vista gorda ante las embestidas de los últimos días. Cerrar o limitar las 18 fábricas de licores que tiene montadas en el país equivaldría a alborotar a los maestros y estos no tienen por qué sufrir los descalabros de las finanzas etílicas. Líbreme Dios de hacer la apología del licor, pero tampoco me apunto en la lista de los abstemios.
Se dice que el trago es ingrediente de primer orden en las relaciones públicas, y se abusa de su empleo en relaciones que no tienen nada de públicas. No se concibe un buen promotor que no sepa empinar el codo. Entonces no solo es cantinero el Estado, sino también la empresa.
Voy a echar un cuento, que es historia. Un buen amigo, de esos que nacen con la botella debajo del. brazo, fue bebedor empedernido durante buena parte de su vida. El oficio de viajero fue cómplice de su dipsomanía. Y de tanto consumir aguardiente, la nariz se le esponjó, los cachetes se iluminaron, la mujer se la llevó el vecino, lo botaron de cinco puestos, se volvió neurasténico y se le afectaron el hígado, el corazón, los riñones, el cerebro, la estabilidad emocional y varios etcéteras. Sospecho que también su potencia sexual, pero no me atreví a preguntárselo.
Cualquier día el médico le dio este ultimátum: «Deja de tomar, o se va camino del manicomio o del cementerio». Al correr de los días lo encontré totalmente reformado. Me habló maravillas de los alcohólicos anónimos y hasta me entregó una tarjeta de presentación por si pudiera serme útil con el tiempo. Se había producido el milagro. El hígado y los otros órganos que he nombrado o sugerido estaban reponiéndose, la nariz ya no era la breva monstruosa de antaño y los cachetes habían cambiado de color; o mejor, se habían tornado desteñidos (para no mezclarle política al asunto).
Cansado de viajar, pidió que lo ubicaran en determinada plaza, donde llevaría nada menos que la representación de la firma y sin duda le daría lustre al cargo. Se reunió la junta directiva, fue examinada cuidadosamente la hoja de servicios, se ponderaron múltiples virtudes del aspirante, pero se dejó una anotación en el acta, que decía: «Magnífico elemento, pero no nos sirve por abstemio».
Quería contar otra historia semejante, pero salgo para un coctel.
La Patria, Manizales, 26-IX-1972.