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Archivo para marzo, 2011

Rodrigo Gómez y las causas quindianas

jueves, 17 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando llegué al Quindío, en el año 1969, llevaba poco tiempo de creado el departamento. Se hablaba entonces del “Departamento Piloto de Colombia” en razón de la sólida organización que mostraba ante el país, y en el plano local se mencionaban los nombres de los líderes políticos y cívicos que habían hecho posible la independencia regional mediante obstinadas e inteligentes campañas nacidas desde muchos años atrás. Entre esas figuras estaba la de Rodrigo Gómez Jaramillo, senador de la República.

Hoy ya es historia la acción intrépida desarrollada por los parlamentarios de la región para conseguir la aprobación de la respectiva ley. Gracias a ellos, en primer término, se sortearon innumerables obstáculos que surgían en la vecindad (tanto por parte de Caldas como del Valle) para plasmar la idea segregacionista.

El plan inicial comprendía la integración a la nueva zona de los municipios aledaños de Caicedonia, Sevilla, Alcalá y Ulloa, los que por su esencia cafetera y los nexos comunes y fraternales que han mantenido con el Quindío, eran indicados para dicho propósito. Pero los políticos del Valle opusieron fuerte resistencia para permitir la reducción de su territorio, y esto hizo fracasar el primer intento separatista de Caldas.

Conformada años después una nueva batalla regional, el Quindío redujo su pretensión a solo diez municipios de entraña quindiana, y aun así se encontró con la rivalidad del senador valluno Hernando Navia Varón, duro contrincante en los predios parlamentarios.

Por aquellos días, una bella quindiana, Clarena Gómez Gómez, había obtenido el título de princesa en el reinado de Cartagena, y con ese carácter ejerció presión ante los políticos del Valle para limar asperezas. Navia Varón quedó impactado con la hermosura de Clarena. Y aquí viene la anécdota. Dándose cuenta Gómez Jaramillo de ese hecho, logró que la princesa les hablara a los miembros de la Comisión Primera del Senado, sabedor –como buen zorro de la política, y sobre todo como agudo intérprete del hechizo femenino de su paisana– de que su colega quedaría flechado por la belleza quindiana. Así sucedió. Desde entonces el senador valluno se volvió decidido defensor de la ley 2ª de 1966, que le dio vida al departamento del Quindío.

Gómez Jaramillo se vinculó desde muy joven a la vida pública. Fue diputado de Caldas, personero y alcalde de Armenia, representante y senador, diplomático de Colombia en el Perú, gobernador del Quindío. En todas las posiciones ha dejado huellas de absoluta probidad. No se le conoce el menor desliz en materia de moralidad, y por el contrario, ha sido implacable fustigador de la corrupción pública. Así lo demostró como director del diario La Crónica del Quindío, desde el cual ejerció firmes campañas contra los desvíos de la región.

Recuerdo el editorial que escribió el 8 de septiembre de 1998 en su periódico, a propósito de mi novela La noche de Zamira, presentada en la Universidad del Quindío y que tiene como fondo la descomposición moral que vivió la comarca por efectos de las bonanzas cafeteras que trastocaron los valores ancestrales de la sociedad quindiana. Dice allí:

“El escritor Gustavo Páez asume en su obra La noche de Zamira la original iniciativa de identificar los perfiles de una época mal llamada de ‘bonanza’, porque lejos de estimular la realización de ideales o de mejorar la calidad de vida de sus protagonistas, rompió los moldes tradicionales donde se han fraguado los valores espirituales y morales que han determinado el comportamiento amable de nuestra sociedad. La súbita irrupción del dinero a canastadas, provocada por la cotización exagerada de los precios internacionales del café, crea una cultura del despilfarro, del consumo irracional, de las inversiones exóticas, de la prostitución y el alcoholismo”.

Palabras proféticas, estas de hace once años, donde el político y periodista no solo enjuicia el manejo dañino del dinero fácil, sino que pone el dedo en la llaga sobre la quiebra de los principios éticos y morales que ha sacudido la paz regional.

Es el único sobreviviente entre los parlamentarios de hace cuatro décadas que lideraron el acto de independencia administrativa del Quindío. Este hecho lo hace fulgurar, en los tiempos actuales, con mayor admiración de sus coterráneos y de quienes nos preciamos de ser sus amigos. Nada tan justo, luego de una vida batalladora y digna, como la exaltación que le hace el Congreso de la República al conferirle la Orden de Gran Caballero.

El Espectador, Bogotá, 11 de diciembre de 2009.
Eje 21, Manizales, 18 de diciembre de 2009.

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El poeta vuelve a casa

jueves, 17 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Me refiero a Óscar Piedrahíta González, oriundo de Caicedonia (Valle), pero que buena parte de su existencia la ha vivido en la capital quindiana. Durante varios años se residenció en Bogotá, para luego regresar a sus lares quindianos, de los cuales no piensa volver a salir. Es él, como lo soy yo –a mucha honra–, quindiano por adopción.

Lo conocí durante mi estadía en el Quindío, de esto hace ya largos años. Hombre de severa disciplina humanista, Piedrahíta González sobresalía entonces como poeta y cuentista. Sus amigos lo llamaban “el poeta”, como tributo a sus tres primeros libros publicados en el género lírico, que le daban realce intelectual: Vigencia de la angustia, Donde es cauce la luz y Cantos de Dioneo.

Vendrían después cuatro libros más del mismo género: El poeta le canta a su pueblo, Dinastía poética, Cantos del torturado y Súmmum, este último de reciente publicación, y que representa un viraje dentro de su línea clásica, hacia el micropoema, técnica que hoy se estila en muchas partes del mundo bajo la influencia del haikú japonés. Esta obra constituye una curiosidad bibliográfica, tanto por la brevedad del formato como por la miniatura de los poemas, y por sus ideas veloces y comprimidas, que quedan aleteando en la mente del lector.

Años atrás, también me causó curiosidad el opúsculo Dinastía poética (1989), dedicado a registrar la historia de tres generaciones de la misma familia que deja huellas en el campo de la poesía. Daniel Piedrahíta Arango, el tronco de este linaje, nació en Ibagué en 1901, se graduó de ingeniero en la Universidad del Cauca, donde tuvo como profesor de humanidades al maestro Valencia, y es autor de dos libros de poesía.

Cuatro de sus hijos siguieron sus rastros: William, residente en Estados Unidos, cuya obra se ha movido entre la poesía y la canción, con énfasis en el tono romántico; Daniel, cantor de la esperanza y la solidaridad humana; Harold, autor de versos de lucha, y Óscar, licenciado en lingüística y literatura, periodista, escritor, crítico literario y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. La última rama de esta dinastía es Daniel, con clara vocación por la poesía moderna, nieto de la cabeza mayor e hijo y sobrino de los otros bardos.

Óscar admira a su padre como labriego-poeta. Así le canta en estos versos en que refrenda su herencia lírica y testimonia su fervor sentimental: “A mi padre le crecían nidos en los brazos / y lianas y musgos, como a los robles: / tenía los ojos llenos de nubes y semillas / y hablaba con la voz ronca de los bosques / (…) Yo recogí la voz que le quedaba / y con ella le grito al horizonte: / mi padre no era un árbol, era un bosque… / ¡y sigue retoñando en mis canciones!”.

Otro género que Óscar ha cultivado con buena fortuna es el del cuento. Así lo conocí en Armenia, en la década del setenta. Con La rana astronauta obtuvo por aquellos días una presea en un concurso promovido por el Magazín Dominical de El Espectador. Años después, en el 2005,  publica en Bogotá Una diaria batalla, colección de trabajos elaborados en su itinerario cuentístico, entre los que  sobresalen algunos con influencia de Chéjov, Gogol, Maugham o Maupassant, como El tío Eugenio, El jefe, Míster Perry.

Mente inquieta por la pureza del idioma, su acción se ha dirigido no solo a depurar su propio estilo, sino que se ha desempeñado como corrector del lenguaje en un programa radial en Bogotá, y como formador de periodistas en la Universidad Central durante su ejercicio docente en la capital del país. Ahora, de nuevo en Armenia, escribe en La Crónica del Quindío una columna cultural.

La de Óscar Piedrahíta González es una vida consagrada a la disciplina intelectual. Con óptimos frutos, como lo certifican sus libros, sus crónicas periodísticas, su labor universitaria y su presencia en foros y en diversos escenarios. Buena noticia para Armenia y el Quindío la del regreso de este cultivador de la palabra que ha vuelto a sentar allí su cátedra del bien decir, como franca contribución al progreso cultural de la comarca.

El Espectador, Bogotá, 13 de enero de 2010.
Eje 21, Manizales, 13 de enero de 2010.
La Crónica del Quindío,
Armenia, 23 de enero de 2010.

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El destino trágico de Arias Trujillo

jueves, 17 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Leo ahora, 79 años después de su publicación, los editoriales que escribió Bernardo Arias Trujillo en El Universal, único diario liberal de Caldas en 1930, fundado y dirigido por él con el fin de apoyar el gobierno de Enrique Olaya Herrera, iniciado ese año tras una larga hegemonía conservadora.

Esos editoriales fueron recogidos en 1991 en libro auspiciado por la Biblioteca de Escritores Caldenses, obra prologada por Néstor Gustavo Díaz Bedoya. El diario tuvo una efímera existencia de tres meses, del 3 de julio al 30 de septiembre de 1930, y aunque en la edición final dice el escritor que volverá a imprimirse cuando empiecen las jornadas electorales, nunca más volvió a circular.

En la despedida periodística, Arias Trujillo manifiesta lo siguiente: “Para esos días volveremos nuevamente a la carga, con los mismos ímpetus que han hecho de estas columnas una hoguera constante y con los títulos que hemos obtenido por haber batallado valerosamente y de buena fe a favor de nuestras ideas”. Como se ve, la expresión “a la carga” ya existía en labios del escritor caldense, mucho antes de que Gaitán la pusiera en boga en el panorama nacional.

Quien lea hoy tales editoriales, con la desaprensión con que yo lo hago, hallará una marcada pasión política, con acento sectario, que al tener como mira la defensa del régimen liberal que acababa de instaurarse, atacaba con vehemencia al partido contrario. Por eso, el editorialista define sus columnas como “una hoguera constante”, que en verdad lo fue, y anuncia su regreso a la brega partidista para el tiempo electoral.

Estos hechos reflejan la fiebre política que se vivía en aquellas calendas, y que ya había iniciado la larga y devastadora época de la violencia movida por el morbo del sectarismo, común a los dos partidos. Desde la página editorial del diario manizaleño se atizaban temas pugnaces dentro de la política regional, y en lo nacional sucedía lo mismo, sin dejar de tratar, en forma aislada, algunos asuntos de interés común, como el problema agrario o la carrera administrativa.

Llama la atención que Arias Trujillo, que ya había escrito sus primeras novelas cortas, no dijera ninguna palabra sobre la literatura. Ese no era el propósito de su periódico. De todas maneras, es importante la recolección de dichos editoriales por el carácter testimonial que tienen. Eso es historia.

El fugaz periodista estaba a pocos años de escribir su novela cumbre, Risaralda (1935), obra que lo inmortalizó. Debido a ella, su nombre adquirió alta resonancia nacional, aunque también gracias a su espíritu rebelde y contestatario, muy dado al choque con sus paisanos y con las altas figuras del país. Tradujo, de Óscar Wilde, Balada de la cárcel de Reading, y armó tremendo altercado con el maestro Valencia por la traducción que este hizo del mismo texto, ante lo cual expresó lo siguiente: “Merece más la horca don Guillermo Valencia por haber adulterado tan criminalmente la Balada de Wilde, que el propio soldado Carlos T. Wooldridge ajusticiado en Reading”.

Otro gran alboroto lo produjo el libro En carne viva, crudo análisis de la vida nacional y de célebres personalidades, elaborado con lenguaje fustigante y ácido. Esta obra le hizo ganar el ostracismo. Alejado cada vez más de la gente y víctima de su enorme talento y su punzante inteligencia, se entregó a la vida bohemia y libertina.

Su declarado hedonismo, tan grave en aquellos días, lo volvió un réprobo de la sociedad y la religión. En este terreno se fue lanza en ristre contra las sanas costumbres de la época con el libro Por los caminos de Sodoma, subtitulado Confesiones íntimas de un homosexual, lo mismo que con el poema Roby Nelson. Además, hacía circular entre sus amigos sonetos de encendido erotismo.

Esta agitada existencia no podía causar sino insufrible desajuste emocional. Su rebeldía congénita chocaba con todo y contra todos. Nombrado secretario de la Legación de Colombia en Buenos Aires, el embajador plenipotenciario, José Camacho Carreño, lo pinta con estas palabras el día que lo conoció: “Tras de unos malhumorados aldabonazos, encontré un mozo dejativo y rudo, de franco mirar que sesgábase a veces con cierta cólera oblicua”.

Su existencia fue tan breve y tormentosa como la del huracán que se destroza contra las rocas a poco tiempo de haber nacido. Tenía 34 años cuando la muerte le dio en Manizales, el 4 de marzo de 1938, la estocada final. Sobre la causa de su muerte leo lo siguiente en los datos biográficos anotados al final del libro que guarda sus editoriales: “Derrame cerebral a consecuencia de su fuerte temperamento le originó el deceso, así como la afición que tuvo por un consumo maldito como el de la morfina. No faltaron las versiones comadreras que atribuían la muerte a un posible suicidio tal vez realizado en busca de emociones indescriptibles por parte de nuestro personaje”.

Ignoro quién es el autor de esta ficha biográfica, ni la fecha en que se escribió. Lo cierto es que las “versiones comadreras” de hace siete décadas, cuando ser homosexual representaba una afrenta social que había que ocultar, pueden considerarse el manto piadoso con que se arropó el cadáver del impío homosexual. El sudario con que se cubrió la vergüenza pública.

La verdad es esta: el escritor se suicidó con una sobredosis de morfina. Así lo certifica el médico Jaime Robledo Uribe, su amigo, quien lo atendió en la agonía: “Arias Trujillo se fue por la borda. El golpe lo dio con morfina en una dosis tan maciza que cuando el médico llegó no había posibilidad de hacer nada. Ya había puesto los dos pies en los estribos de la muerte (…) su complejo sexual lo estaba llevando a crueles ángulos de misantropía, por su lado, y de aislamiento, por parte de la sociedad. No le valieron ni consejos, ni súplicas, ni efectivas ayudas morales y materiales. Todo lo veía con criterio de náufrago”.

Si Bernardo Arias Trujillo no hubiera escrito Risaralda, hoy sería un don nadie, un pobre diablo. Lo salvó la literatura.

El Espectador, Bogotá, 20 de noviembre de 2009.
Eje 21, Manizales, 21 de noviembre de 2009.

* * *

Comentarios:

Verdaderamente, sin Diccionario de emociones o Risaralda, Bernardo Arias sería lo que tú dices: un don nadie. He ahí la grandeza de la literatura. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

He leído la nota sobre Arias Trujillo, ¡qué buena! Quiero contarle que con ocasión de los 75 años de la muerte de Arias Trujillo se está terminando de imprimir una bellísima edición de Risaralda en la cual he colaborado revisando textos, escogiendo fotografías y haciendo la nota de contraportada. Ferretería Electra, propiedad de sus sobrinos los Michaelis Arias, ha asumido todos esos gastos y se encuentran en negociaciones para comprarle a la curia la casa donde Arias se cuadruplicó la dosis de morfina para convertirla en un Museo. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Bello artículo a la memoria de alguien que no alcanzó a tener memoria. Esta referencia a Arias Trujillo es aplicable a millones de anónimos que han ofrendado su existencia a la intolerancia de la sociedad, nombre moderno que se ha dado a la batalla que ha emprendido la mojigatería contra librepensadores, escritores, artistas, políticos y «gente rara». Las víctimas cobradas por esta sociedad solapada, cruel y perversa llegan a una cifra imposible de tabular, solo comparable con la cuantía de actos de atropello, crimen y corrupción que aplaude, sublimiza y enorgullece. Así es la vida en nuestra sociedad colombiana y para el caso de Arias Trujillo, la manizalita. Álvaro Buitrago.

Recio carácter debió de ser este compatriota Arias Trujillo. Habla a favor de su autenticidad el hecho de haber enfrentado la más pacata y troglodita sociedad parroquial de Colombia -después de la medellinense-, la manizalita, que si lo es al máximo hoy, cómo sería hace ochenta años. Al final, esa lucha desigual le hizo pagar el precio impagable, quebrándolo en su segunda juventud, como cita el columnista. Jakemate (correo a El Espectador). 

Es importante este artículo toda vez que Arias Trujillo fue acogido literariamente mas  ignorado por la sociedad azucena que en  esas épocas ya maldecían tanto las preferencias sexuales como aberraciones y los espoleamientos de que se valían los grandes e insignes artistas y poetas para inspirarse o pasar desadvertidos en una sociedad mojigata como la que nos ha tocado sufrir. Ya Baudelaire, Gide, Wilde y acá en Colombia Llanos, Eduardo Castillo sobrellevaron en medio de sus paraísos artificiales, unos de sexo y pasión y otros de desconexión cósmica, la aberrante exclusión de la sociedad. Qué le vamos a hacer, y mientras tanto releamos Diccionario de emociones de Arias Trujillo, su Risaralda, su magistral obra Por los caminos de Sodoma y degustemos de su poesía inspirada en el eterno tabú  la canción Roby Nelson… aquel que «conocí una noche y estaba yo borracho…en  copas de champaña y sorbos de heroína…. Manueljosé Bedoya Escudero (correo a El Espectador). 

La era de Santos

jueves, 17 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Creer que Mockus gana la elección presidencial el próximo domingo, como todavía lo pregonan algunos columnistas desenfocados y lo martillan por internet algunas voces rezagadas, es pensar con el deseo y no con la realidad.

La opinión contundente que expresó la inmensa mayoría de los sufragantes en la primera vuelta, sumada a los nuevos hechos que han ocurrido en las tres semanas siguientes, hacen presagiar el triunfo holgado de Santos. La campaña del voto verde, que se mostraba como un fenómeno político difícil de detener, y que ganó sorpresivas y voluminosas adhesiones, se fue desinflando al paso de los días por carecer de coherencia, de claridad y de la fuerza necesaria para convertirse en real fórmula de salvación nacional.

Para conquistar el voto ciudadano no es suficiente ser transparente, que tal es la divisa principal del profesor Mockus (la que de tanto repetirse se volvió machacona y perdió eficacia). Tampoco lo es arremeter contra la clase política, ni abominar de los vicios y corrupciones incrustados en el Gobierno, ni ofrecer paraísos de decoro y prosperidad. Esto de considerarse el único dueño de la verdad y el dechado absoluto de la honestidad, al tiempo que se despotrica contra el resto de los mortales y se hacen recaer en el presidente Uribe todos los males existentes, es errar la puntería.

A través de los diferentes debates, donde se escucharon ideas y propuestas, se fijaron criterios y planes de gobierno, se diferenciaron estilos e identidades, se destaparon aciertos y desaciertos, la opinión pública fue madurando sus preferencias y rechazos, hasta forjarse, más allá de los pregones y los artificios publicitarios, la imagen del candidato que más llenaba los propios ideales. El derrumbe de Mockus en la primera vuelta, después que las encuestas le daban el triunfo o el empate técnico, obedeció, sin duda, a la fragilidad de sus planes y a las imprecisiones, ambigüedades o deslices que cometió.

El candidato verde sembró desconfianza por sus planteamientos inconsistentes sobre temas neurálgicos del país, como el de su admiración por Chávez, la posibilidad de extraditar al presidente Uribe al Ecuador, el manejo de la guerrilla, el alza de impuestos. Salido de cauce, ofreció explicaciones o rectificaciones poco convincentes, y cada vez se enredaba más. Se le vio no solo impreciso y dubitativo, sino  desconectado de puntos esenciales sobre la seguridad democrática (recuérdese su anuncio de reducir las fuerzas militares), y como si fuera poco, carente de conocimientos técnicos sobre el manejo de la economía.

En la primera vuelta, las urnas registraron una notable distancia entre los dos candidatos con mayor votación. Es posible que esa diferencia se agrande en la segunda. Haber visto el país entero, la noche del escrutinio, al candidato perdedor lleno de agresividad y coreando estribillos ofensivos y viles –indignos, por supuesto, de la cultura ciudadana que él mismo predica–, le hace perder puntos en el resultado final que se aproxima.

Días después, en una confrontación televisada entre ambos candidatos, Mockus repitió su actuación retadora y pugnaz. Con el mesianismo que lo acompaña, hizo blanco de sus dardos en el presidente Uribe, en su equipo de funcionarios y, desde luego, en Santos, a quien calificó como una copia reducida del Presidente, al ser continuador de sus políticas esenciales. Mucha gente sabe que estos desbordes orales nacen del temperamento del personaje, pero no por eso considera adecuada su conducta histriónica y teme que tales gestos se reflejen en el serio manejo gubernamental.

Hay que admitir, sin embargo, que se trata de un ilustre hombre público, de un ciudadano ejemplar que en general obtuvo buena nota en sus dos alcaldías y que ha dado muestras de honradez en la vida pública. Sus críticas contra la politiquería, la corrupción, los asaltos del erario, las desviaciones éticas y morales, son válidas y le hacen bien a la democracia. Servirán de norte para que el próximo Presidente, incluso si lo fuera él mismo, sepa encauzar sus actos.

Todo parece indicar que la segunda vuelta será ganada por Juan Manuel Santos por amplia mayoría. Su paso brillante por los ministerios de Comercio, Hacienda y Defensa representa valioso ejercicio de la vida pública. Experto en economía y con alta visión sobre los graves problemas que atraviesa Colombia en los campos del empleo, la salud, el campo, la vivienda popular, la pobreza y la miseria, tendría el reto de buscarles remedio pronto y eficaz a estas calamidades.

Su experiencia en el control de las guerrillas permitiría que los planes trazados por el presidente Uribe, que tantos éxitos han logrado para la seguridad de los colombianos, tuviera no solo continuidad en su administración, sino feliz culminación. Cabe esperar que en su gobierno se normalizarían las relaciones con Venezuela y Ecuador, como soporte para la armonía entre pueblos hermanos y como palanca para incrementar el intercambio comercial.

Sus amplias mayorías en el Congreso (todo lo contrario de lo que acontece con Mockus) sería formidable coyuntura para sacar adelante grandes reformas que favorezcan a las clases más necesitadas y engrandezcan los principios de dignidad y justicia.

Además, tendría la oportunidad de demostrar que es continuador de Uribe en lo bueno, y depurador de lo malo. Los mayores retos en este sentido están en combatir la corrupción, castigar con mano fuerte a los depredadores de la hacienda pública y a los funcionarios corruptos o incompetentes. Todo le sería propicio para hacer un gran Gobierno.

Dijo Maquiavelo: “Ninguna cosa le granjea más estimación a un príncipe que las que las grandes empresas y las acciones raras y maravillosas”.

El Espectador, Bogotá, 16 de junio de 2010.
Eje 21, Manizales, 16 de junio de 2010.

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Comentarios:

Es un artículo que refleja una realidad política sin ningún tipo de pasión personal, lo cual permite enfocar a quienes lo leemos en la realidad electoral que vive el país actualmente. Juan Manuel Guerrero, Miami, 16-VI-2010.

Su columna es un análisis desapasionado de la realidad política que vive el país después de las elecciones del pasado 30 de mayo, un acertado examen de por qué se desinfló en primera vuelta la ola verde. José Miguel Alzate, Manizales, 18-VI-2010.