Archivo

Archivo para noviembre, 2010

Cuaderno de Saravejo

jueves, 4 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Juan Goytisolo dejó en su libro Cuaderno de Sarajevo (El País/Aguilar, 1993) un testimonio estremecedor sobre la devastación de la capital de Bosnia-Herzegovina por parte de las fuerzas comandadas por Radovan Karadzic, líder de la entidad territorial llamada Republika Srpska, quien por esos hechos pasaría a la historia con el mote de “carnicero de Sarajevo”.

Desintegrada la República Federal de Yugoslavia a partir de 1991, el flagelo de la guerra ha cubierto de sangre la península balcánica y sembrado el terror entre los habitantes. Al proclamar su independencia los nuevos Estados que surgieron de la desmembración de Yugoslavia, vino el enfrentamiento con Serbia, la cual, por tener importantes sectores de población en la mayoría de las regiones yugoslavas, buscaba su predominio en toda la península.

Esta situación se tornó más dramática en Bosnia-Herzegovina debido al choque religioso, y desencadenaría las acciones bélicas de Karadzic animadas por el  propósito de exterminio de los musulmanes. El principal objetivo: Sarajevo, la capital, ciudad de más de medio millón de habitantes, donde se iniciaron intensos combates en abril de 1992.

Juan Goytisolo se hizo presente en dicha ciudad como corresponsal de prensa y allí se encontró con la escritora neoyorquina y directora de teatro Susan Sontag, gran defensora de los derechos humanos, empeñada en montar en Sarajevo –como en efecto lo hizo, en un teatro bombardeado y a la luz de las velas– la tragicomedia Esperando a Godot.

La limpieza étnica adelantada por Karadzic y sus secuaces representó, durante los 43 meses que permaneció sitiada Sarajevo, una de las masacres más sangrientas ejecutadas en Europa después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. En esta operación perdieron la vida 12.000 personas y se vivieron los peores extremos de la ferocidad humana: violaciones masivas, torturas, campos de concentración, hambre, desalojos y otros crímenes de lesa humanidad.

El Cuaderno de Sarajevo describe con patético realismo los cuadros cotidianos de una población sometida por la crueldad demencial del tirano y expuesta a perder la vida en medio de los bombardeos incesantes y los más salvajes sistemas de destrucción, que hicieron revivir la época de Hitler. La ciudad quedó convertida en un espacio humeante, tétrico, lleno de muertos y de heridos, sin agua, luz ni gas y con ausencia absoluta de cualquier clase de protección.

Por todas partes saltaban las vísceras, las cabezas, las piernas y los brazos cercenados y se escuchaban los gemidos infinitos de la gente que agonizaba bajo la bota militar del monstruo suelto, insaciable en su fanatismo religioso y en su instinto demoledor, que buscaba no dejar piedra sobre piedra, acaso para sentirse más déspota y más perverso. Se vieron escenas dantescas como la de aplastar a los niños bajo las orugas de los tanques, para causar mayor pánico en la población civil.

Edificios enteros se habían venido al suelo, y los que permanecían en pie estaban perforados por las descargas de los bombardeos y mostraban una decadencia de años, como si la ciudad se hubiera envejecido en contados minutos. Los tranvías, los buses y los automóviles yacían calcinados en plazas, calles y avenidas, mientras los osados habitantes que transportaban en bidones el agua escasa existente en algún sitio remoto, hacían verdaderas acrobacias para circular por entre los escombros y protegerse de las lluvias de proyectiles que podrían dejarlos quietos a cualquier momento y en cualquier lugar.

Los postes del alumbrado público se habían doblado como en una oración conjunta que imploraba piedad para la ciudad devastada y huérfana. De algunos cables brotaban aisladas chispas eléctricas como constancia de la tecnología agonizante que duraría años en volver a restablecerse. Sarajevo era un mapa de ruina y desolación. Ciudad fantasma, cadavérica, pisoteada por la insania de una de esas bestias apocalípticas de las que el mundo no podrá librarse jamás.

¿Qué solución podían dar los hospitales, sin agua y sin luz y carentes de sitio para atender a miles de enfermos moribundos? ¿De dónde saldrían los médicos y las enfermeras en número suficiente para manejar semejante calamidad? En los centros de salud, lo mismo que en las funerarias, los cadáveres iban copando todos los espacios y luego se amontonaban en las aceras.

La saña de los fundamentalistas panserbios no respetaba siquiera el transporte de los muertos al cementerio, pues convertían los desfiles fúnebres en blanco fácil de las balas y cobraban de esa manera nuevas vidas humanas. Por lo tanto, estos actos tenían que hacerse bajo las sombras de la tarde o de la noche, y ni aun así podía confiarse en la supervivencia. No solo en Sarajevo, sino en toda la geografía de Bosnia, los habitantes tuvieron que vivir en físicas ratoneras humanas y rodeados de angustia y precariedad, huecos que perforaban por todas partes para lograr proteger la vida.

Este capítulo de Bosnia entraña un drama pavoroso para la humanidad. El pueblo que se quedó solo y se desangró ante los ojos del mundo entero. Fueron ineficaces las medidas de la ONU, de Estados Unidos y de los países europeos. El tirano actuó a sus anchas, como si estuviera en el solar de su casa. Y luego desapareció.

Doce años después de cometido uno de los mayores genocidios de la humanidad, acaban de encontrarlo en Belgrado, capital de Serbia, país que gobernó como amo omnipotente. Estaba camuflado bajo la apariencia bonachona de un monje de barba blanca y figura inofensiva, que fingía ser un médico alternativo. Salía a la calle, viajaba en bus, hablaba con los vecinos, y nadie se había percatado de que se trataba de Karadzic. ¡Ni siquiera la policía secreta!, que a la postre lo capturó.

Impune, gozaba de la aparente vida pacífica de sus 63 años de edad, bajo la sombra protectora del imperio destructor del que se fugó cuando se sintió perdido. ¿Por qué no había sido descubierto? Es la pregunta obvia que aflora en la opinión mundial. Ahora falta que se localice al general Ratko Mladic, su mano derecha en estas atrocidades –el “carnicero de Srebrenica”, donde fueron asesinados bajo su mando cerca de 8.000 musulmanes en 1995–.

Dos carniceros del género humano, que merecen castigo ejemplar. Y que aprendan la lección los gobernantes sanguinarios del mundo. Más aún: todos los gobernantes que atropellan los derechos humanos.

El Espectador, Bogotá, 28 de julio de 2008.

* * *

Comentarios:

Excelente columna. Goytisolo junto con Jean-Luc Godard hacen una excelente visión en el documental de este último, “Nuestra música”. Camilo Perozzo R., Bogotá.

Excelente tu artículo sobre el monstruo de Sarajevo. Jorge Mario Eastman, Bogotá.

Conmovedora tu columna acerca de la carnicería de Sarajevo y estos villanos que, como tantos otros, arruinan la condición humana con sus peores armas. ¡Qué horror! ¿Hombres o monstruos? Inés Blanco, Bogotá.

Impresionante la crónica de Sarajevo. El Carnicero las pagará. Me pareció increíble que posteriormente aparecieran simpatizantes en su patria tan vejada. Luis Eduardo Gallego Valencia, Bogotá.

La guerra en todas partes

jueves, 4 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El médico y escritor Jaime Restrepo Cuartas, exrector de la Universidad de Antioquia y actual representante a la Cámara, acaba de publicar, con el auspicio de la Universidad EAFIT y de la Universidad del Valle, la novela que lleva por título La guerra en todas partes, que gira en torno de la vida y las andanzas de su colega de la medicina Tulio Bayer.

Ambos somos conocedores de la personalidad del médico guerrillero: él lo expresa en su obra en comentario, y yo lo hice en la novela Ráfagas de silencio, editada hace un año como homenaje a Tulio Bayer en los 25 años de su muerte en la ciudad de París. Sabemos de su carácter quijotesco, de su espíritu rebelde y sobre todo de su fibra social. A Restrepo Cuartas le hago el siguiente comentario sobre su novela en circulación:

Al recibir su novela sobre Tulio Bayer –La guerra en todas partes–, suspendí la lectura del libro que tenía entre manos –La montaña mágica, de Thomas Mann–, para sumergirme por un par de días en el mundo apasionante y turbulento del médico guerrillero. Fíjese usted en esta casualidad: tanto La guerra en todas partes como La montaña mágica se desarrollan en ambientes signados por la tragedia, y en cuanto a la parte física de los personajes se refiere, ambas obras giran alrededor de actores del dolor atacados por disfunciones de los pulmones y del corazón.

Ha escrito usted una excelente semblanza sobre lo que fue la vida atormentada de Tulio Bayer. Lo describe a la perfección, siguiendo en buena parte de la obra las vivencias exactas del galeno, y en otros tramos de su existencia, donde utiliza la ficción para forjar situaciones probables, presenta hechos de absoluta coherencia. Esa es la misión del buen novelista: crear la temperatura, la realidad humana, la historia creíble y bien concatenada. El novelista es el mayor historiador del tiempo.

Como investigador de facetas ocultas del médico andariego y revolucionario, y por otra parte narrador conspicuo de los hechos que surgen a su paso, usted se convierte, además, en personaje de la propia historia, pues a lo largo de las 194 páginas de la obra se siente su presencia muy cercana al protagonista. En algunos episodios habla con él, lo aplaude o lo censura, y al lector se le olvida que usted es el autor omnisciente de la novela y lo mira como un personaje más, sobre todo cuando los hechos ocurren en el campo de la medicina y se desenvuelven, por consiguiente, con fluida autenticidad por parte de dos oficiantes de la noble profesión.

Sus pesquisas tras los rastros de Efraín Peláez en averiguación de los años juveniles de Tulio Bayer, cuando comenzó sus estudios de medicina en Medellín, son fantásticas. Esto de irse, como afinado sabueso, detrás de seis Efraínes Peláez que figuraban en el directorio telefónico, para tratar de establecer si alguno de ellos había sido el protector del joven estudiante llegado de Sonsón, lo hace a uno desternillarse de la risa. Hay en este relato humor, picardía y amenidad, que le dan tinte fascinante a esta parte del relato, aspecto acorde con ciertos rasgos pintorescos y caballerosos que son característicos en la personalidad de Tulio Bayer.

En el terreno romántico, mueve usted con deliciosa propiedad la cuerda erótica del médico, que se manifiesta lo mismo en su inicial y cándida relación con Morelia Angulo, su primera mujer, que en sus arrebatos con sucesivas amantes que lo hacían feliz por pocos días, para luego echarlas al olvido, incluyendo en ellas a las físicas prostitutas entronizadas en sus libros con el conocido desenfado de que hizo gala en la vida frente a las convenciones sociales, hasta llegar a Amira Pérez Amaral, el amor regulador de sus emociones, su leal compañera hasta el día de su deceso.

Es oportuno recordar que Tulio Bayer adelantó en Manizales una campaña donde señalaba que era la sociedad la que prostituía a la mujer y luego la condenaba. Esta actitud, como cabe suponer, le valió en aquella ciudad fuertes rechazos. Así eran sus batallas: vehementes e impulsadas por la verdad, así se le viniera encima el mundo entero. Denunciaba lo que los demás no se atrevían a develar.

El final del médico, víctima de la obesidad, el tabaco y el soplo al corazón, desterrado en París y agobiado por un mar de adversidades y de olvidos, pero sostenido por  el amor de Amira y por la fuerza vivificante de sus principios y de sus luchas sin cuartel, es estremecedor. Al llegar a este ocaso doloroso, me dio por acordarme de Bolívar, el supremo batallador de nuestra libertad y prócer de tantas epopeyas, olvidado y traicionado por sus propios amigos y víctima, también, de  muerte inicua.

El Espectador, Bogotá, 18 de julio de 2008.

* * *

Comentario:

Imparcial, justo y ameno tu comentario. Creo que fue Carlos Marx quien dijo que había aprendido más historia de Francia leyendo a Hugo que a los enciclopedistas. Definitivamente, se aprende más historia leyendo las buenas novelas que a los historiadores. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

 

Categories: Novela Tags:

Crece la convicción

martes, 2 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A propósito de mi columna La recta final de Uribe, publicada el pasado 9 de junio, un distinguido y apreciado amigo –sociólogo, escritor y periodista, y por otra parte antiuribista visceral– me envió una vehemente carta de rechazo a las tesis expuestas en mi columna, carta en la que además me invita a reflexionar sobre mi postura ideológica y me llama la atención “sobre la necesidad de que generadores de opinión como tú –me dice– piensen más en las dolamas de los pobres y las medidas draconianas que inciden en la vida de las clases medias y pobres, que en el aplauso inmerecido a quienes son causa eficiente de nuestros problemas”.

El reproche de mi viejo amigo no hizo otra cosa que reafirmar mi convicción sobre el magnífico desempeño del presidente Uribe en el manejo de la Seguridad Democrática, y por consiguiente del país –que tal fue el enfoque principal de mi artículo–, y avivar la confianza íntima que abrigo sobre el resultado final de ese programa bandera del Gobierno, incluso mediante la segunda reelección, de ser preciso llegar a esa fórmula combatida por muchos contradictores del Presidente, pero respaldada por la inmensa mayoría de los colombianos.

La respuesta que di en carta del 17 de junio a las aludidas críticas sobre mi columna, cobraría mayor fuerza días después, luego de conocido el fulgurante rescate, que asombró al mundo entero, de Íngrid Betancourt y de 14 rehenes más en poder de las Farc, por el Ejército Nacional. Sería inconcebible suponer este operativo –muy bien bautizado con el nombre de “Jaque Mate”– dentro de las políticas flojas o indecisas de los gobiernos anteriores, y el que solo pudo lograrse gracias a la firmeza, la audacia, la valentía y el liderazgo del presidente Uribe, apoyado, con esos mismos ingredientes, por el Ministro de Defensa y los altos mandos militares.

Dice así mi respetuosa y categórica carta al amigo opositor, cuyo nombre no viene al caso –para evitar inútiles reyertas–, pues de lo que se trata es de sostener unas ideas firmes:

«Con la mayor atención he tomado nota de tus críticas contra el presidente Uribe, las cuales no son nuevas, pues esos o parecidos enfoques los vienes presentando en tus artículos de prensa desde buen tiempo atrás. Soy receptivo a toda clase de planteamientos y controversias, respeto la opinión ajena (incluso la virulenta o la apasionada), defiendo mis propios principios, y aspiro a que los demás los respeten aunque no los compartan, como es el caso tuyo.

«No siento que mi prosa sea forzada cuando trato asuntos políticos. Lo que pasa es que me fluyen más los temas literarios o culturales, pero no soy ajeno a la cuestión social del país. Por el contrario, me duele que exista tanta distorsión de los hechos y que dejen de reconocerse los aportes a la paz hechos por Uribe, una de las figuras más polémicas de los últimos tiempos, y también más emprendedora, más firme en sus ideas y en sus realizaciones, y con mayor criterio sobre las graves falencias de este país violento y tropical que nos tocó en suerte.

«Tiene muchas fallas, claro está. Se le imputan muchas acciones desviadas, del pasado y del presente, que son materia de investigación, y solo el paso de los días habrá de determinar si son ciertas o infundadas. El verdadero dictamen sobre los hombres públicos –de la dimensión de Uribe– solo lo da la Historia veinte o treinta años después.

«Fíjate que Rafael Núñez, más de un siglo después de su fallecimiento, continúa siendo una de las personalidades más controvertidas del país, sobre todo dentro de los liberales. Sin embargo, Indalecio Liévano Aguirre –uno de los caudillos más brillantes de esa colectividad– salió en defensa de Núñez e hizo un concienzudo análisis sobre las circunstancias que lo llevaron a ejecutar actos políticos por los que muchos todavía lo enjuician.

«Por encima de simpatías o adhesiones en el caso de Uribe, está el bien de la Patria. Nadie ha hecho más que él por la paz del país. Eso es lo que le gusta a la gente. De ahí el respaldo abrumador que mantiene en las encuestas. Pongamos en una balanza sus hechos negativos y positivos, para ver qué pesa más, y en qué proporción.

«Bajo esa convicción, apreciado amigo, fue que escribí mi reciente columna en El Espectador, cuya prosa, según anotas, la encuentras “forzada”. Esa es tu interpretación, y yo la respeto. Sin embargo, mi criterio es maduro. Tú me conoces muy bien y sabes que mis ideas nunca han sido vacilantes. Puedo equivocarme, pero soy leal con mis principios y mi conciencia. Te envío un gran abrazo», GPE.

El Espectador, Bogotá, 7 de julio de 2008.

Respaldo a Uribe

martes, 2 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde Miami, el general retirado Manuel J. Guerrero Paz, ex comandante de las Fuerzas Militares y ex ministro de Defensa del presidente Virgilio Barco, me envía la siguiente comunicación a propósito de mi columna La recta final de Uribe. El ilustre ex comandante militar afirma que lo que falta en Colombia es decisión política para acabar con la subversión:

“Durante mi tránsito por la vida pública y particularmente por el Alto Mando Militar, reiteradamente manifesté, también públicamente, que la única vía para derrotar la virulenta violencia que azota desde hace más de cinco décadas a nuestra patria, era la de tomar la ‘decisión política’ de acabar con la subversión, decisión que a lo largo de nuestra vida independiente solamente la tomaron los siguientes mandatarios:

“El general Rafael Reyes en los albores del siglo XX con la fundación de la Escuela Militar de Cadetes y la creación de un ejército regular permanente. Con esto acabó de tajo el enfrentamiento armado entre liberales y conservadores, cada uno de los cuales tenía su ejército político.

“Sesenta años más tarde, el presidente Guillermo León Valencia tomó la ‘decisión política’ para acabar con el bandolerismo que afectaba prósperas regiones del país y a juro que lo logró; su decisión le mereció el título de Presidente de la Paz.

“En los años 80, el presidente Julio César Turbay Ayala, secundado magistralmente por su ministro de Defensa, general Luis Carlos Camacho Leiva, firmó contra viento y marea el Estatuto de Seguridad y con esta ‘decisión política’ aniquiló la insurgencia en el territorio nacional, pero desafortunadamente por maniobras políticas no se explotó el éxito estratégico, y con el mandato de Betancur Cuartas la guerrilla volvió a su reales, envalentonada por la debilidad política del establecimiento

“Uribe, desde que asumió el mando de la nación, tomó la ‘decisión política’ de acabar con la subversión, de izquierda y de derecha,  que prometió en su campaña política, y el pueblo colombiano sin titubear lo eligió con votación abrumadora, que creció en la reelección, porque objetivamente comprobó que Álvaro Uribe Vélez era diferente a los jefes políticos de los partidos tradicionales que no cumplen una sola promesa y lo que han hecho, como resultado de su desidia, ha sido permitir el fortalecimiento de estos facinerosos terroristas que flagelan inmisericordemente a Colombia.

“Por otra parte, es lamentable que no haya un hombre en Colombia de la talla y calibre de Álvaro Uribe Vélez para sucederlo en la Presidencia. Así las cosas, la solución democrática es reelegirlo tantas veces como sea necesario para que le devuelva la paz a Colombia y para que,  como decía el maestro Echandía, ‘podamos pescar de noche’. Manuel J. Guerrero Paz”.

El Espectador, Bogotá, 16 de junio de 2008.