Archivo

Archivo para noviembre, 2010

El último piedracielista

jueves, 11 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con Carlos Martín, muerto en Tarragona (España) el 13 de este mes –a la edad de 94 años–, desaparece el último de los integrantes del grupo poético Piedra y Cielo, del que hicieron parte Arturo Camacho Ramírez, Tomás Vargas Osorio, Gerardo Valencia, Darío Samper, Eduardo Carranza, Jorge Rojas, Antonio Llanos y Aurelio Arturo.

El municipio de Chiquinquirá, de donde era oriundo, le rindió en septiembre pasado cálido homenaje a través de la Fundación Jetón Ferro, dirigida por Raúl Ospina. Elaborado por el escultor chiquinquireño César Gustavo García, fue descubierto en el parque Julio Flórez el busto de Carlos Martín, que entró a enaltecer la galería de otros ilustres bardos de la ciudad: Julio Flórez, José Joaquín Casas, Pío Alberto Ferro, Antonio “Jetón” Ferro. Significativo homenaje que siquiera se le tributó en vida, si bien no le fue posible concurrir al acto en razón de su avanzada edad.

En 1961, Carlos Martín se trasladó a Holanda al ganar mediante concurso la cátedra de literatura hispanoamericana en la Universidad de Utrecht. La reina Juliana dictó un decreto nombrándolo profesor vitalicio. Desde entonces se quedó viviendo en Europa, y siempre mantuvo el espíritu en Colombia, a donde viajaba con relativa frecuencia. Cada venida constituía motivo de  júbilo tanto para él como para sus numerosos amigos.

Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana. Fue profesor de literatura, y además secretario general, del Colegio de Boyacá. En Tunja dirigió la revista Altiplano. Se desempeñó como jefe de redacción de la revista Sábado. Durante largo tiempo trabajó como abogado del Ministerio de Educación. También fue abogado de la compañía Shell.

Como rector del Colegio Nacional de Zipaquirá tuvo como alumno a Gabriel García Márquez, que le hace un vivo reconocimiento en su libro de memorias. A la edad de 47 años, Martín interrumpe su vida laboral para dedicarse por completo a la cátedra universitaria y al ejercicio poético.

En la Radio Nederland realizó amplia difusión de las letras hispanoamericanas, materia en la que era verdadero experto. Siempre vivió pendiente del desarrollo literario de Colombia y preocupado por enaltecer a sus escritores. Dice Pedro Gómez Valderrama: “Enseñó a Colombia, enseñó a América Latina a toda una expresión literaria que retrata un continente; y dejó una maravillosa huella, un camino poético que hoy conduce a su casa cercana a Madrid”.

El piedracielismo tuvo alta figuración en la década de los años 30 y 40. Después, sus miembros tomaron diferentes caminos, pero siempre conservaron su esencia como líricos influidos por Juan Ramón Jiménez, autor del libro Piedra y Cielo, y por la generación española de 1927. Martín era el benjamín del grupo, aunque los demás lo llamaban “el viejo”, tal vez por su porte atlético. Sin embargo, su espíritu festivo y su exquisito trato le imprimían aire fresco.

En este sentido, Otto Morales Benítez lo define así: “Como persona era un hombre muy grato, tenía un humor suave y fino. Nunca incomodaba a la gente ni se refería con malos términos, sino que era viendo el lado amable de la vida”.

Deja una obra de profundas resonancias, con énfasis en el amor, el dolor, el placer, el pecado, el misterio de la vida. Hay versos angustiados, a la vez que imbuidos de embrujo y ascetismo, y marcados por la donosura y la diafanidad de la expresión y la profundidad del pensamiento. La mujer es su norte permanente.

Entre su producción se destacan títulos como Territorio amoroso, Travesía terrestre, Es la hora,  La sombra de los días, Epitafio de Piedra y Cielo y otros poemas, Hacia el último asombro, El sonido del hombre, Vida en amor y poesía (suma poética, publicada en 1995, en 614 páginas, por el Instituto Caro y Cuervo).

En el poema Me acerco a ti, que hace notar su tránsito amoroso entre la patria colombiana y el Viejo Mundo, exclama: “Te amo entre nubes fugitivas. Rachas / de viento norte cruzan sobre arenas, / colinas, prados, pueblos y ciudades / del Viejo Mundo donde tú me esperas. / Vengo, no obstante, con la patria dentro, / rumorosa de bosques en la sangre / y aún las frutas de sus huertos saben / al sabor de tus labios y tus pechos”.

Figura grande la de Carlos Martín. Boyacense de primera línea, colombiano destacado en los escenarios literarios del mundo. Muere en olor de poesía, de su perenne poesía que lo acompañó y lo vivificó hasta el último momento de su existencia, y con ella honró a Colombia.

El Espectador, Bogotá, 19 de diciembre de 2008.
Eje 21, Manizales, 21 de diciembre de 2008.

* * *

Comentarios:

Inolvidable poeta. Se fue a tirarnos piedrecillas de numen desde el cielo. Ramiro Quiroga Ariza.

Buena nota sobre el poeta bogotano (1914), bartolino y javeriano, abogado de corta travesía y maestro en Zipaquirá antes de serlo en escenarios europeos, cuya obra no es bien conocida fuera de círculos cultos. Pereque43.

Comparto con placer y con nostalgia la columna sobre Carlos Martín, mi gran amigo con quien di recitales en la plaza de Colón de Madrid. No sabía que estuviera en España. Ramiro Lagos, Bogotá.

Muy merecida y muy linda esta nota tuya de despedida para Carlos Martín. La estoy compartiendo con los amigos de la Revista Escarabeo, con los cuales en una época leíamos con verdadero deleite y admiración a los piedracielistas. Alfredo Arango, Miami.

Excelente artículo. Yo lo conocí una vez en la oficina del doctor Otto, en Bogotá. Lástima que la gran prensa no haya destacado su muerte. Carlos Arboleda González, Manizales.

Categories: Poesía Tags:

Cigarrillo y muerte

jueves, 11 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La noticia es macabra: en un bar del centro de Bogotá, un muchacho de 19 años, que no quiso atender la prohibición de fumar dentro de los establecimientos públicos, atacó a cuchillo al mesero y luego asesinó al administrador.

Este 3 de diciembre entró en vigencia la ley que prohíbe el cigarrillo en bares, discotecas, tabernas, restaurantes y en general en establecimientos públicos y en espacios cerrados. Dispone dicha norma que los negocios dedicados al expendio de bebidas alcohólicas deben velar por su cumplimiento, so pena de fuertes sanciones, que comprenden elevadas multas e inclusive el cierre del negocio.

El mesero y el administrador del bar cumplieron al pie de la letra el mandato de la ley: en la primera instancia, le manifestaron al cliente que no estaba permitido fumar, y en la segunda, le notificaron que en vista de su negativa a aceptar la prohibición del cigarrillo, no le venderían más licor. Pero estaban tratando con un  energúmeno, no solo embrutecido por el consumo alcohólico, sino armado de una puñaleta, con la que los atacó a muerte.

En este terrible suceso se conjugan varias circunstancias, todas de extrema gravedad, que revelan el grado de descomposición social que se vive en el país. Entrar a los sitios de diversión nocturna con armas de fuego o con armas blancas se ha vuelto un caso corriente. Esta conducta, a pesar de ser violatoria de la ley, queda impune, porque las autoridades no darían abasto para practicar requisas en los 3.000 bares y discotecas legales que existen en Bogotá.

Lo que hay que resaltar en este caso es la actitud general, sobre todo en la gente joven, de infringir la ley y retar a la autoridad. Un arma se saca hoy por cualquier cosa. Asimismo, se mata por cualquier motivo. Está a la vista el caso de este muchacho, casi un niño, que debía de sentirse superhéroe por cargar una puñaleta para agredir y matar. Esto lo aprende la juventud en las películas de violencia que se exhiben en la televisión y en las noticias que se leen en la prensa amarillista, medios que parecen especializados en enaltecer los hechos de sangre como si se tratara de acciones heroicas. El machismo virulento se apoderó del país.

El morbo de la delincuencia se incrusta en la personalidad, en sectores de fácil propensión delictiva, desde los primeros años. Cuando el niño llega a la adolescencia y no ha tenido patrones de comportamiento y de orientación moral, será presa fácil de esos ambientes sórdidos de complacencia con el vicio y el delito, que se incuban con facilidad en los estados de miseria y en los bajos fondos de los centros urbanos. Y también en las capas superiores.

La neurosis bogotana se pone una vez más de manifiesto en este cruento capítulo de horror vivido en la lobreguez de un sitio de parranda. Estas explosiones de violencia y salvajismo, más propias de la selva que de la vida civilizada, nos sitúan en la tremenda realidad de un “país de cafres”, bautizado así por el maestro Echandía. Violar la ley, vociferar, insultar, agredir y matar, se ha vuelto moneda corriente en nuestro estado social y sobre todo en ciertos estratos de las bajas esferas.

Mal comienzo tiene la sana reglamentación que busca controlar el abuso del cigarrillo con medidas eficaces como las que se han puesto en marcha. Ojalá este precedente sangriento no se convierta en óbice para que los establecimientos públicos cumplan con la responsabilidad que les fija la norma. Por encima de amenazas y temores, debe primar la salud del pueblo.

Y ojalá los fumadores empedernidos entiendan que deben ponerle freno a su vicio atroz. El tabaquismo es uno de los hábitos más funestos que existen contra el bienestar humano, de los propios fumadores y de sus familias. Esta rutina perniciosa origina 16 tipos de cáncer, sobre todo del pulmón, que pueden evitarse con un remedio adoptado a tiempo. De lo contrario, el cementerio está lleno de fumadores que no escucharon la invitación que se le hizo al asesino del bar bogotano.

Eje 21, Manizales, 14 de diciembre de 2008.
El Espectador, Bogotá, 15 de diciembre de 2008.

* * *

Comentarios:

Me impactó tu página Cigarrillo y muerte: es terrible que estemos llegando a esos límites de intolerancia y maldad. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Abrigo la esperanza de que, al menos, dos de los cuatro miembros de mi familia que fuman más que ocho presos juntos dejen el letal vicio del cigarrillo, después de leer tu excelente artículo que acabo de reenviarles. Orlando Cadavid Correa, Medellín.

Categories: Temas sociales Tags:

Salvado por la poesía

jueves, 11 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A su salida como prisioneros en la selva, tres de las personas secuestradas por las Farc se encontraron con una realidad dolorosa y abismal, tal vez nunca pensada durante los largos años de su cautiverio: la disolución de sus matrimonios, que no pudieron evitar al quedar libres, debido a estados traumáticos del alma que a veces hacen trastocar los sentimientos en el infierno selvático (o más allá de él).

Tales personas, de alta posición social, son el exministro y luego canciller Fernando Araújo, la excandidata presidencial Íngrid Betancourt y el excongresista Jorge Eduardo Géchem. Esto, sin descartar que pueden existir otros sucesos similares en el grupo de suboficiales y soldados liberados, que tal vez nunca lleguen a conocerse.

No siempre es el síndrome de Estocolmo –mediante el cual un rehén se enamora de su captor– el que produce esta distorsión de la conducta. En ninguno de estos casos puede afirmarse, hasta el momento, la existencia del renombrado síndrome (el que puede también, por extensión lógica, abarcar la atracción del cautivo hacia uno de sus compañeros de infortunio).

Los signos visibles que se han revelado indican que en los tres casos dejó de existir el amor de uno de los cónyuges hacia su pareja. Y en todos ellos se puso de presente un drama sentimental, indicativo de que el alma es voluble y el amor, perecedero. No siempre es así, por supuesto, pero nadie está exento de que esto suceda, bien como autor del rompimiento, o bien como víctima.

Fernando Araújo sufrió tremendo desengaño al saber que Mónica, el amor que había dejado en Cartagena cuando cayó en manos de la guerrilla, y que él suponía que le seguía siendo fiel, se había ido con otro hombre. Cuando Íngrid se reencontró a la bajada del avión con su esposo Juan Carlos Lecompte, todo el mundo presenció  el trato distante con que ella lo saludó. Pocos días después se sabría que la unión estaba rota. Por su parte, Jorge Eduardo Géchem manifestó en un comunicado entregado a la prensa poco tiempo después de su liberación: “De común acuerdo y en los mejores términos hemos decidido separarnos”, medida que ponía fin a 17 años de matrimonio con su esposa Lucy.

Estos capítulos contrastan –¡y de qué manera!– con el del exrepresentante a la Cámara Óscar Tulio Lizcano y su esposa Martha Arango, a quien él no dejó de invocar como su “barquerita” durante los ocho años que duró privado de la libertad. El amor insólito de esta pareja, que parece sacado de alguna novela romántica del siglo XIX, lejos de debilitarse por los latigazos de la selva, se fortaleció durante la adversidad. Cuando volvieron a verse bajo un torrente de lágrimas, postrado él en un serio estado de salud, y abatida ella por el suplicio sin cuento de ocho años de separación, sintieron que volvían a ser novios como en su lejana juventud.

Óscar Tulio Lizcano mantuvo en el corazón la imagen fulgente de su esposa, y ella no cesaba de enviarle por la radio mensajes de apoyo y esperanza, de amor y firmeza espiritual, con los cuales él nunca se sintió desprotegido. Y al mismo tiempo sentía cercana a Martha en sus terribles horas de soledad y oprobio. Con esa unión permanente, que retó todas las barreras de la distancia y de los imposibles, las torturas de la pareja se hicieron más llevaderas.

Amante de la poesía, Óscar Tulio Lizcano le escribía a su esposa ardientes sonetos que acumulaba en el cuaderno que le entregaría a su regreso a casa. Cuando llegó el momento de la fuga, aquellas hojas quedaron perdidas en manos de algún guerrillero, o acaso de la propia selva, que no restituye la poesía, pero de memoria pudo reconstruir varios de esos poemas de amor. La memoria en la selva, de tanto afinarse por la fuerza del silencio y el vigor del pensamiento, se vuelve penetrante.

Hubo momentos abrumadores en que el prisionero pensó que moriría en la selva. Pero moriría penetrado de poesía. Al principio, logró conseguir 40 libros de poetas favoritos, como Onetti, Neruda y Miguel Hernández. Después, a medida que lo cambiaban de sitio en sitio, como un tránsfuga de la muerte, su equipaje literario se fue aligerando para hacer más livianos los recorridos.

A la postre, el poeta Miguel Hernández, que en 1942 –de 31 años de edad– murió bajo el terror de la guerra civil española, surgió como su inspiración constante para soportar la otra guerra, la colombiana, que había convertido la selva en el más infamante teatro de crueldad. Y halló entre ambas historias pasmosos puntos de similitud.

Hernández murió en la cárcel de Alicante, víctima del tifo y la tuberculosis, y Lizcano, en la cárcel selvática colombiana, llevaba el mismo destino a merced del paludismo, la desnutrición y otras endemias tropicales. Hernández se aferró desde la cárcel a la imagen de Josefina Manresa, el amor de su vida –a quien llamaba “mi carcelera”–, y le escribió numerosos versos y cartas de amor que engrandecieron la vida de ambos. Lizcano, apasionado por el recuerdo de Martha Arango –“mi barquerita”–, y también el amor de su vida, con 36 años de casados, le dedicó incesantes poemas que iluminaron las sombras del encierro, hasta abrirle a la pareja el camino de la claridad.

En Sentado sobre los muertos, dice el poeta español: “Acércate a mi clamor / pueblo de mi misma leche, / árbol que con tus raíces / encarcelado me tienes, / que aquí estoy yo para amarte / y estoy para defenderte / con la sangre y con la boca / como dos fusiles fieles”.

Hay que considerar a la poesía como antídoto contra la guerra y la maldad humana. La poesía salva al hombre de las tinieblas. Por ella se salvó del exterminio este valiente hombre, Óscar Tulio Lizcano, que se empeñó en romper las cadenas de la barbarie con las luces del espíritu y la fuerza demoledora del amor.

El Espectador, Bogotá, 30 de noviembre de 2008.
Eje 21, Manizales, 30 de noviembre de 2008.

* * *

Comentarios:

Es que el amor es como los buenos vinos: los buenos se mejoran y los malos se vinagran. Madre de Certero33.

Muy bella esta columna. Gracias en nombre de la poesía. Maruja Vieira, Bogotá.

La poesía, como la lectura, libera, salva, enriquece. Sonia Cárdenas, Bogotá.

Aunque nadie está exento, como dice el artículo, me atrevería a decir que en los otros casos el amor no era lo suficientemente sólido para resistir las vicisitudes a las cuales tuvieron que enfrentarse y que de pronto, sin este capítulo tan duro, algo en menor proporción también podría haber afectado las relaciones. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Categories: Poesía Tags:

Apostilla a una nota cultural

martes, 9 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Entre las varias misivas que me han llegado en torno a mi columna Periodismo cultural, deseo mencionar la enviada desde Buenos Aires por Laura García, colombiana de 23 años que expresa su actitud crítica frente a la incultura que se vive en los tiempos actuales, que ella interpreta como  signo de decadencia del mundo contemporáneo, no solo en Colombia sino en Latinoamérica, que es preciso superar.

Maravillosa posición la de esta joven compatriota, estudiante de literatura, que aparte de rechazar la ligereza de nuestros días en cuanto a normas de formación se refiere, lucha como correctora de estilo por inculcar patrones de superación en el ejercicio literario y periodístico. Su caso, tanto en razón de su corta edad como de su estructurado criterio, resulta excepcional. Y sirve para ponerlo de ejemplo a fin de que otras personas sigan sus pasos y adquieran las bases culturales que deben distinguir al individuo como miembro de la sociedad. Sin cultura no puede existir el progreso.

Laura nació con vocación de escritora. Otros tienen la misma inclinación, acaso con superiores ventajas, pero no se cultivan. Ella se dedicó a adquirir conocimientos, a leer buenos libros, a corregir sus fallas y depurar su estilo. Por eso es quien es. En su blog, que he leído con complacencia, cuenta que su abuela Elvia, su maestra extraordinaria, le leía de niña las fábulas de Rafael Pombo, y más tarde la  hizo penetrar en novelas de notables autores colombianos, como El alférez real, La marquesa de Yolombó, María, El Cristo de espaldas.

Primero –pensaba Laura– la buena literatura colombiana, y después la extranjera. Primero, colombianos; después, ciudadanos del mundo. Bajo esa brújula, es largo el camino que ha transitado, a pesar, repito, de su lozana juventud, que la mayoría derrocha en fruslerías. Hoy, en su página de presentación del blog, tiene anotada esta inscripción, vivificante para quienes nos identificamos con su causa: “Enferma terminal de literatura. No existen tratamientos ni curas científicas o mágicas para esta enfermedad. Pero no sientan lástima, ni pena: me expuse al contagio sabiendo de antemano las consecuencias”.

Laura me ha escrito la siguiente carta que no resisto el deseo de hacerla conocer de mis lectores:

“Leí por accidente, pero con especialísimo deleite, su columna titulada Periodismo cultural. Me llamo Laura García. Tengo 23 años. Nací y viví en Colombia hasta los 17 años, y desde hace 6 vivo en Santiago de Chile y actualmente en Buenos Aires, donde estudio Licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires. Desde los siete años escribo y leo con pasión, y desde esa misma edad vengo peleando, en una batalla decepcionante, con la falta de cultura en el periodismo y posteriormente en internet. Cuando empecé a leer diarios ya eran los años 90, y el periodismo empezaba a entrar en decadencia cultural.

“Si tuviera que hacer un Periodismo Cultural 2, yo diría que habría que tocar el tema, indiscutidamente, de los poquísimos jóvenes que peleamos por un uso correcto del idioma español y más allá de eso, por la demostración de educación mínima básica a la hora de escribir. No solamente las secciones de comentarios. ¡Y no solamente en Colombia!

“Yo he tenido que soportar en Chile la corrección  de los exámenes de chicos que escriben como hablan: peor que en Colombia. Acá en Buenos Aires se respira un poco más de interés en la cultura, pero el periodismo televisivo es lamentable, al igual que ciertos medios escritos. ¿Qué nos pasa? Es un mal latinoamericano. Su columna me sorprendió en un momento de mucha elaboración de este tema, de la relación periodismo-cultura, de la relación literatura-cultura, inclusive y sobre todo, el desagradable papel que me achacan muchos –y los justifico– por ser joven y relacionarme directamente con ese mundo de incultura.

“Se lo digo, además, desde la posición de alguien que trabaja como correctora de estilo, desde la posición de una lectora inquieta, no  sé si exigente, aunque puedo serlo, pero digamos que inquieta. ¡Qué molestia es leer diariamente la incultura! Yo me pregunto y comparto con usted esta pregunta, ya que elaboró tan bien este tema en su columna: ¿Por qué nos vemos obligados a escarbar y raspar hasta encontrar un poquito de cultura en lo que leemos, en lo que la gente habla, en lo que la gente escribe? Es cierto que internet ha masificado y «democratizado» el uso de la palabra, y esta se convirtió en objeto que cualquiera toma y desgasta y asesina sin compasión.

“Para mí la palabra es herramienta, material de arte, de creación artística, de cultura. A veces –y lo digo con toda la carga social, cultural y política que me puede acarrear el sólo hecho de pensarlo– creo que es necesaria la dictadura de la educación. Un gusto haber leído esta columna, en el momento preciso y con un tema que debería discutirse mucho más todavía. Si puede y tiene un tiempo, lo invito a visitar mi blog literario: www.blogarcolibris.wordpress.com». Laura García, Buenos Aires.

Eje 21, Manizales, 18 de noviembre de 2008.
El Espectador, Bogotá, 19 de noviembre de 2008.

* * *

Comentarios:

Interesante este artículo y el mensaje de esta chica. Pero es cierto que esa decadencia no solo es colombiana o latinoamericana. Es mundial. Me interesa ese diálogo. Entraré en el blog de Laura. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Siempre he seguido sus columnas con gran interés, especialmente porque marcan la diferencia con las demás. Hoy, gracias a la nota de Laura García, me animo a contactarla para hacerle llegar mis felicitaciones. Desafortunadamente en la prensa hablada, escrita y televisada, los horrores (ya que no errores) son pan diario y uno piensa si existe revisión de los textos. Es penoso que tratándose de los principales medios, paralela a su categoría va la exigencia del buen manejo idiomático, pero desafortunadamente creo que moriré engañado. Jorge F. Pérez.

Lo que sientes ahora lo sentí hace 21 años cuando llegué a New York y me enfrenté a una desfiguración total del español en los medios de comunicación de esa ciudad (…) Culpa de toda esta locura cultural la tienen los mismos medios de comunicación que se han “relajado”, y las casas editoriales que apuestan todo por historias e historietas momentáneas cuyos dividendos los benefician. Ya poco caso se hace a las buenas plumas que encienden la maquinaria de la dialéctica en los lectores. Colombia Páez, Miami.

No solo es una Laura García la que nota que nuestra cultura agoniza: como ella, soy un joven (19 años) educado para cualquier lidia (…) Entre tanto factor que generó este abandono cultural al que estamos siendo sometidos, quiero resaltar por encima de todos la educación formal como agente responsable de esta situación: hablando de las letras, en mi educación secundaria encontré en los profesores todo tipo de matiz anticultural, incluso tuve un nefasto profesor que amenazaba a los estudiantes con ponerlos a leer “Papá Goriot” de Honorato de Balzac si no cambiaban su actitud disciplinaria. Nothus.

Laura: con jóvenes como tú todavía hay lugar para el optimismo. Así se hace patria con cultura y no con gritos y chabacanería. Laurentk65.

Categories: Periodismo Tags:

Periodismo cultural

martes, 9 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A propósito de mi anterior columna, de tipo cultural, el lector que se presenta como Ignacio Peña dirige a El Espectador esta comunicación: “Qué bien, ¡gracias!, enseñar tanto en tan poco espacio; de las mejores cosas de El Espectador son los columnistas que no hablan de política o que lo hacen desde el saber artístico (Ospina, Vásquez, Chinchilla, este man…)”.

“Este man”, por supuesto, soy yo. El término “man”, robado al inglés como equivalente de hombre, persona, sujeto, que cada vez se extiende más en nuestro país dentro del habla popular, y sobre todo dentro de la población juvenil, es una de esas degeneraciones de la lengua que a lo largo de los años terminarán ingresando al Diccionario de la Real Academia. Ya lo verán. Hoy el vocablo –me parece–, por más que se aplique a toda clase de personas, tiene cierto sentido deferente y suena como trato familiar, desprovisto de solemnidad y muy propio de los nuevos tiempos.

Hoy usted ya no es señor, ni doctor, ni general, ni político, ni presidente, ni periodista, y tampoco embolador, ni pordiosero, ni azotacalles, ni desplazado por la violencia: es “man”. La evolución del idioma en las capas populares consigue a veces, como se ve, el trato igualitario que propugnan los sociólogos y que no prodigan los gobiernos.

Yo no me sentí mal cuando mi anónimo lector Ignacio Peña me señaló con el “man” de los tiempos actuales. No por ese trato entre afectuoso y corriente, sino por el tributo que le rinde a la cultura expuesta en mi columna de opinión. Eso es lo extraño. Hoy el periodismo cultural anda de capa caída, y es poco lo que hacen los periódicos por reconquistar ese espacio perdido, que fue antaño (recordemos a Fidel Cano, el fundador, y a sus ilustres sucesores) bandera intelectual que, agitando al mismo tiempo principios ideológicos, fomentaba la cultura como base fundamental para el progreso de la sociedad.

Encontrar entre los lectores al “man” Ignacio Peña que se acerca a la prensa con fastidio por los temas políticos, no solo resulta gratificante para los columnistas que todavía hacemos periodismo cultural, sino que el caso es insólito. Hoy a los propios periódicos les interesa más contar el número de lectores de cualquier índole, que preocuparse por los lectores de los temas culturales (quienes, debido a su minoría vergonzante, no favorecen el conteo). Por eso el país se ha deshumanizado. El espacio para las bellas artes, las bellas letras, las expresiones del pensamiento humanístico, dejó de ser afán prioritario de las casas de periodismo. La cultura está arrinconada.

Escritores y críticos como Dickens o Sainte-Beuve eran los que les daban vida a los diarios de su época. Entre nosotros, Luis Tejada fue una luminaria que, prendida a toda hora en las rotativas de El Espectador, hacía florecer la inteligencia nacional. Aquellos días maravillosos se prolongaron, con otras plumas que cultivaban el noble estilo y les rendían culto permanente a las artes, durante mucho tiempo más, hasta que llegó el huracán devastador de esta época que barrió con las simientes de cultura sembradas por los precursores del periodismo.

Cabe exclamar con Jorge Robledo Ortiz: ¡Siquiera se murieron los abuelos! Y surgió la era de la superficialidad, de la ligereza, de la chabacanería, de la pasión morbosa, del sensacionalismo y la poca profundidad, que trastocó las sanas costumbres e implantó el sello de la frivolidad y la ordinariez.

No es sino ver, en los periódicos que abrieron espacios para los llamados foros de lectores, el sartal de denuestos y vulgaridades que llueven sobre los columnistas de opinión cuando tratan temas que no agradan a los furibundos corresponsales (protegidos por el incomprensible anonimato que se les dispensa).

Buscando que por ese medio se ampliaran canales para la sana controversia y la libre expresión, lo que se obtuvo fue un manto de protección para el libertinaje de la palabra y la explosión de abyectas pasiones. La anarquía no puede ser democracia. Gloria Chávez Vásquez, escritora y periodista colombiana residente en Estados Unidos, me comenta que en ese país los periódicos no publican nada anónimo, y cuando la persona pide por especiales circunstancias que se oculte su nombre, puede permitírsele hacerlo, pero con plena identificación y siempre que la crítica sea responsable.

Pero no todo entre nosotros es procaz. La mayoría de los periódicos preservan las reglas del bien decir y cuentan con columnistas de categoría que les dan brillo a sus páginas. Lo extraño es el desfogue que se permite a personas resentidas que abusan de la generosidad que se les concede. Esto no lo entiendo yo. Ni lo entienden periodistas como Daniel Samper Pizano, Óscar Collazos y Felipe Zuleta, que pidieron que se les suspendiera el espacio para las manifestaciones de los lectores, en vista de los desvíos a que da lugar esa excesiva apertura conceptual.

En medio de la turbiedad de ciertos lenguajes y de ciertas pasiones rastreras, tonifica leer cartas como la antes señalada. De esta manera, así sea buscando con la linterna de Diógenes, hay que aplaudir a lectores anónimos como Ignacio Peña, ese “man” refundido en la multitud, que se detienen ante mi columna cultural. Que los hay, los hay.

Eje 21, Manizales, 9 de noviembre de 2008.
El Espectador, Bogotá, 10 de noviembre de 2008.

* * *

Comentarios:

Muy interesante tu artículo. Qué tal la filosofía de los que dicen que el mejor gancho para vender periódicos o revistas es poner “un pollo” en la portada, refiriéndose a una chica entre más desnuda mejor. Yo pensé de optimista alguna vez que esa “filosofía” desaparecería con la civilización, pero veo que en lugar de evolucionar la sociedad desenvoluciona. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Columnas como la tuya son lo que hace falta en esta aridez de periodismo que soportamos. Maruja Vieira, Bogotá.

Leí con entusiasmo tu columna. Y en cuanto a ella, estoy de acuerdo contigo, y en particular, puntualmente hablando, con lo de que “La cultura está arrinconada”. Y sobre el “man”, parece buen “man”. Admiro tu buena forma de escribir. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Categories: Periodismo Tags: