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Archivo para noviembre, 2010

Ritos degradantes

miércoles, 17 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

De no ser por el video que muestra el ‘bautizo’ a que fue sometido un policía aspirante a carabinero, la escena en que sus propios compañeros lo cubren de excremento de caballo y lo obligan a ingerirlo no hubiera sido conocida por la opinión pública.

Este video, grabado con un teléfono celular, fue transmitido al país por Noticias RCN y después divulgado por los periódicos. Es fácil deducir que quien tomó esas escenas estaba presente en la ceremonia de ingreso del aspirante, y al no estar de acuerdo con los métodos empleados, los denunció llevando a la emisora la prueba de ese acto de brutalidad.

Lo que exacerba el ánimo es saber que al frente de la operación se hallaba un mayor de la Policía, o sea, un oficial de alta graduación. Aunque se encuentra adecuada la reacción del general Naranjo al condenar el acto y luego destituir al oficial, queda flotando la duda sobre si tales prácticas en la institución policial, lo mismo que en las Fuerzas Militares, ha subsistido por falta de mayor claridad y energía de los mandos superiores.

Las escenas son atroces: al policía se le muestra desnudo, rapado, y es llevado a la fuerza por sus compañeros, mientras el que parece ser el superior le tapa la nariz y lo obliga a comer el excremento, como paso previo del acto final, el de la graduación, donde se le cubre por completo de boñiga. Qué horror. Podría pensarse que los hechos sucedieron en un antro de fieras y no en una dependencia de la Policía.

No todo lo que se ejecuta en los cuarteles es conocido por los superiores, y a veces procedimientos crueles como el señalado se vuelven corrientes, o reglamentarios, entre otras cosas porque esas prácticas inhumanas han sido adoptadas a través de los tiempos como sistemas de formación, dizque para enseñarle a la gente de armas a ser dura.

Qué concepto tan equivocado: en lugar de la dureza o la educación del carácter, tales despropósitos pueden inculcar la violencia, la ordinariez, los ademanes despóticos, conductas que más tarde influirán en el trato con los demás y crearán estados peligrosos en la sociedad.

Y dejan secuelas sicológicas, pues la humillación y la tortura, al degradar al individuo, crean resentimiento. Tratando de que el hombre sea ‘macho’, como sin duda es lo que pretenden estos métodos antinaturales, al ofendido se le vuelve salvaje, con un resultado desastroso: el maltrato que a él le dieron, buscará ejecutarlo en otras personas cuando tenga mando.

En el pasado reciente se ha sabido de soldados insolados bajo la orden de algún oficial o suboficial que se extralimitaron en sus funciones; o de soldados torturados, como ocurrió con veintiuno de ellos durante ejercicios de entrenamiento en el Tolima; o se ha conocido el infame capítulo, sucedido hace muy poco tiempo en Bogotá, de dos menores de edad quemados con gasolina en una estación de policía.

Ahora ocurre el ‘bautizo de sangre’ con que fue recibido este policía indefenso, pero consciente de lo que iba a sucederle (¿cómo protestar si esa era la regla establecida?), a quien, a manera de inri oprobioso, lesivo para su dignidad y su hombría, se le advirtió que “el honor de ser carabinero cuesta”.

Lección difícil de asimilar, e inexplicable dentro del grado de civilización y profesionalismo a que ha llegado la Policía Nacional, tan diferente al de viejas calendas. Por desgracia, algunas mentes retrógradas enturbian, con tales procederes apartados de la razón y prohibidos por las normas internas, la imagen de la institución.

La categórica manifestación del general Naranjo al afirmar que “la Policía Nacional se siente lastimada con la conducta de un individuo que es indigno”, deja la confianza de que en adelante, como tiene que ocurrir, no volverán a repetirse estos hechos bochornosos.

El Espectador, Bogotá, 23 de febrero de 2009.
Eje 21, Manizales, 24 de febrero de 2009.

* * *

Comentarios:

Tu página es una denuncia frente a la violación de los derechos humanos, de la dignidad. Todos los días me decepciona más la degradación que alcanzan algunas personas cuando llegan a tener poder. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Yo detesto profundamente este tipo de rituales. El mundo está plagado de rituales absurdos que se defienden culturalmente. Por ejemplo, el caso de la tortura de toros que llaman corridas de toros y que enloquece a millones de personas. Es un ritual horroroso, donde la gente goza con la tortura en diferentes formas de un pobre animal que se ha entrenado para atacar sin casi ninguna posibilidad de salir vivo y cuyo mejor triunfo es morir asesinado por un torero al que toda una plaza endiosa como un héroe. Universitario.profesor (correo a El Espectador).

Este no es un hecho aislado, y confirma que se trata de una “rutina normal” de estos héroes de la patria. Estos sujetos son los encargados de salir a las calles a imponer autoridad, ante un ciudadano inerme y desarmado. Los atropellos que a diario cometen con el ciudadano de a pie son un fiel reflejo del trato que reciben de sus compañeros y jefes castrenses. Alejandro Santiago (correo a El Espectador).

¡Qué hecho tan bochornoso! Esto y la quemada con gasolina de dos muchachos desnudan una verdad: si no la institución policial, sí hay enfermos mentales de alta peligrosidad allí infiltrados. Ramiro Quiroga Ariza (correo a El Espectador).

El asunto no debe agotarse con la destitución del oficial, sino que son menester dos respuestas y acciones: una, investigación disciplinaria por ofensa a la dignidad de la persona; otra, revisión total de la política de formación de policías. Eliaschacon (correo a El Espectador).

Terriblemente aberrante el bautizo del carabinero; queda muy mal parada la Policía. María Mercedes Ayala (correo a El Espectador). 

Estos ritos se llevan a cabo en las “fraternidades” universitarias o en las academias militares. Se han documentado muchas desgracias a raíz de esas prácticas enfermizas. El ser humano llega a muchos extremos bajo el nombre de rituales que llevan a la conclusión de que hay mucho margen para el sadismo. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

El humor de Alan Jara

miércoles, 17 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nunca se había visto un secuestrado que saliera tan eufórico de la selva como Alan Jara. A pesar de su aspecto demacrado, donde se notaban las huellas de las enfermedades que lo aquejaban y de los maltratos que recibió de la guerrilla, cualquiera diría que volvía de una excursión y no de un cautiverio.

Una vez descendió del avión en el aeropuerto de Villavicencio, derramó copiosas lágrimas al abrazarse con su esposa y con su hijo Alan Felipe, a quien ya no conocía, pues lo había dejado de ocho años y ahora lo encontraba de quince. Además, fue inmensa su emoción al saludar a sus paisanos y recibir el primer aire de la libertad en la tierra donde había sido gobernador en dos ocasiones.

Superado el duro impacto inicial, su ánimo se fue serenando. Luego lo vimos reír y sonreír con espíritu jovial y caminar con paso ágil, en medio de las dificultades propias de su penosa situación, durante el trayecto que lo condujo hasta el vehículo que lo llevaría al centro de la ciudad. Para quienes no lo conocíamos en persona, las cámaras de televisión nos mostraron una imagen grata, e incluso fresca, sobre este personaje que se ha caracterizado por su talante alegre, muy dado al gracejo, y que regresaba a la vida haciendo gala de su proverbial sentido del humor.

En la extensa rueda de prensa que concedió para narrar sus desventuras en la selva, se le vio de nuevo con el rostro agotado y el espíritu abierto para responder a las inquietudes que le formulaban los periodistas, y precisar  detalles sorprendentes sobre su cautiverio. Lo que mayor impresión me causó fue la nitidez con que recordó a un buen número de sus compañeros de infortunio, con nombres y apellidos y una serie de datos familiares.

Sus declaraciones estuvieron matizadas de fino humor, y no se dio tregua para el descanso. Contó, por ejemplo, que al capitán Murillo lo llamaban ‘champion’ –así como suena, en inglés–, para destacar en plena selva, tan ajena a los títulos, su condición de campeón nacional de esgrima.

En referencia a los largos trayectos que tenían que realizar por los montes (y que en sus siete años de cautiverio fueron numerosos y agotadores), le envía este mensaje al profesor que ha recorrido el país entero pidiendo la liberación de su hijo, prisionero de las Farc: “Profesor Moncayo, allá sí que es verraca la vaina de caminar”.

Con increíble exactitud puntualiza que esos siete años largos suman 2.760 días de ausencia de sus lares. ¿Cómo haría –me pregunto– para llevar esta cuenta rigurosa? “Yo descansé siete años y medio, tengo todo el tiempo libre” –anota con ironía, como indicación de que gozaba de buen estado de ánimo para atender todas las inquietudes de los periodistas–.

En relación con el tipo de comida que le daban, dice que era “una dieta muy rica en harinas: arroz y arvejas. Al día siguiente, fríjol y arroz. Al día siguiente, arveja y arroz. En la tarde varía: arroz y pasta, arroz y lenteja, arroz y pasta, arroz y lenteja. Pero cuando las condiciones lo permitían, se cazaba carne de monte… Comí hasta mico”.

Hace mención de la entrevista que tuvo con el Mono Jojoy, en la que este le comentó que la guerrilla iba por los parlamentarios para tomarlos como objeto de negociación. Ante lo cual, Alan Jara repuso que él no era parlamentario. “Pero iba a serlo”, contestó el guerrillero. “Y aquí estoy, siete años y medio después –manifiesta el político que subsiste en el personaje recién liberado, como si estuviera hablando de frente con el Mono Jojoy–. Ojalá esas palabras fueran premonitorias”. Lo son, en efecto, ya que después de la rueda de prensa transmitida al país, no queda duda de que el ex gobernador desea volver a la arena política.

En el campo de la política, donde Alan Jara se movió como pez en el agua, sus declaraciones fueron movidas por la verbosidad, que tal vez es característica de su manera de ser. Es posible que su facilidad para el gracejo lo hiciera incurrir en excesos verbales, en persona que como él, al salir a la libertad después de 2.760 días de prisión selvática, no tiene la percepción cabal de lo que sucedía más allá de su encierro.

De ahí las numerosas críticas que ha recibido por sus expresiones fuera de tono acerca de la seguridad democrática adoptada por el presidente Uribe. Clamar por el canje de prisioneros, que todos deseamos, es muy distinto a manifestar que “el Presidente no ha ayudado para nada a que se produzca el intercambio humanitario”. Ignorar lo que esa política ha logrado en la búsqueda de la paz, y lo que por razones de Estado no puede conceder cuando tratan de imponerse condiciones inaceptables, es salirse de la realidad, doctor Jara.

En el grueso de la opinión pública ha quedado la sensación de que el recién liberado traía un libreto mental que lo hizo hablar más de la cuenta. Cierta complacencia hacia los sistemas practicados por sus captores hace pensar en el síndrome de Estocolmo. Es usual que suceda este desenfoque frente a la realidad, después de siete años de cautiverio.

Sea como fuere, nada resulta tan deseable como que el doctor Jara, luego de serenado el espíritu, y analizando el panorama nacional con mejores luces que las que tuvo el primer día de ibertad, se incorpore a la vida ciudadana como el líder político que es en su tierra.

Y ojalá maneje su humor habitual como elemento para conjurar, en el plano político, los tremendos dilemas que enturbian la paz de la nación.

El Espectador, Bogotá, 5 de febrero de 2009.
Eje 21, Manizales, 6 de febrero de 2009.

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El santo y la diva

martes, 16 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con motivo de los cien años del natalicio en Cúcuta del padre Rafael García-Herreros, cumplidos este 17 de enero, el periodista cucuteño Ángel Romero, del diario La Opinión, revela una carta inédita que el ‘Telepadre´ –como lo bautizó Klim– envió el mes de agosto de 1968 a la diosa francesa del sexo Brigitte Bardot, donde la invitaba al Banquete del Millón de ese año.

En ella le dice: “Soy un sacerdote que está construyendo una ciudad. Llevo mil casas hechas en Bogotá. Esta ciudad se llama El Minuto de Dios. Se ofrece en este banquete solamente una taza de caldo y un pedazo de pan, precisamente lo que comen siempre los pobres. El puesto a la mesa vale $ 5.000 (US $ 500). Yo, corriendo ciertos riesgos, la estoy invitando a que venga a este banquete. De vez en cuando hay que hacer el escándalo del bien. Usted vivirá algunos días en una de nuestras casitas limpias, humildes y bellas. Lo hará usted por amor a los hombres, sus hermanos, y posiblemente aunque en usted esté oculto ese amor, lo hará por amor a Dios”.

Esta osada invitación provocó, como lo presentía el sacerdote (y ese era el propósito con que la formuló), un escándalo mayúsculo en las conciencias pacatas, que no podían aceptar que la pecaminosa actriz se sentara a manteles con las distinguidas damas de la sociedad. Pero no todos opinaban lo mismo. Una lluvia de cartas, de Colombia y del exterior, polarizó la opinión pública.

El ‘Telepadre’ recordó entonces ante su numerosa audiencia dos pasajes del Evangelio donde Jesús invitó a pecadoras públicas a banquetes similares al que él convocaba a la actriz, y que en aquel lejano tiempo levantaron igual revuelo, para prevalecer a la postre la parábola  del “escándalo del bien” como lección bienhechora para la sociedad. Y protegió a su invitada con estas palabras: “A la señora Bardot el mundo y las revistas no le conocen sino su aspecto frívolo, variable, inconsistente. Es una injusticia. Pero no le conocen su aspecto profundo, su aspecto de amor al prójimo. No le conocen la posible belleza de su alma”.

Ante semejante gesto de generosidad, la actriz expresó su intención de asistir a dicho evento: “Como usted me lo ha pedido –anunciaba–, estoy estudiando seriamente la posibilidad de acompañarlos en el Banquete del Millón. No me creo una pecadora como María Magdalena sino una mujer del mundo moderno. Sé amar. Eso es todo. Quiero ir a ese banquete simplemente para servir a la humanidad. Todos tenemos derecho a servir al hombre. Eso no es privilegio de los santos. Espero conocerlo el 24 de noviembre”.

Sin embargo, un hecho imprevisto, el incendio en los estudios donde filmaba una película, determinó la cancelación del viaje. Ella lamentó el incidente y añorará hoy, a buen seguro, la oportunidad que perdió de servir al prójimo en tierra colombiana. Han pasado 40 años.

Hoy se presenta una gran metamorfosis en la vida y en la personalidad de la rutilante actriz de los años 50 y 60 del siglo pasado. Ya no es la muñeca de carne que incitaba la pasión de los hombres, sino la dama solitaria y reflexiva que desde su retiro voluntario del cine en 1974 –a la edad de 40 años, seis años después del episodio que se narra– se dedicó a una causa altruista: es, por medio de la Fundación Brigitte Bardot que creó en 1976, gran defensora de los animales.

Protagonista no solo de películas de fulminante éxito, guiada al principio por Roger Vadim, su primer marido, sino de numerosos enredos amorosos (alguna vez la prensa francesa le contabilizó 42 amantes), Brigitte Bardot terminó desengañándose del mundo y sus frivolidades. Atrás quedaban sus agudas depresiones y sus intentos repetidos de quitarse la vida. En su vejez decadente de hoy en día ya no quedan vestigios de su antigua belleza.

Se consagró a la protección de los animales comoremedio contra la soledad y la manera de encontrar el amor, el otro amor, el que se disfruta en el servicio a la humanidad a través de las obras nobles. Una vez dijo: “Lo difícil no es vivir; lo difícil es sobrevivir”. Como activista de esta causa social, de eminente sentido humano, Brigitte vive en pugna contra todo método de tortura a los animales. Una jueza de París ha tenido que imponerle fuertes sanciones por sus ataques a los musulmanes, a quienes fustiga con los peores términos, una y otra vez, por sacrificar ovejas en sus ritos religiosos.

En enero de 1997 envió una carta de protesta al alcalde de Bogotá Antanas Mockus por el maltrato que se daba a los perros callejeros. Cito con precisión esta fecha en razón de mis campañas periodísticas en defensa de los animales. Yo había escrito el artículo titulado Cuando los animales lloran, que una periodista de Estados Unidos reprodujo en cientos de copias para hacerlas circular en diferentes países. Con tal ocasión, envié a Brigitte Bardot una misiva felicitándola por su actitud ante el alcalde bogotano y remitiéndole copia de aquella columna. En pocos días, contra lo que yo suponía, me llegó de ella una comunicación agradeciendo mi gesto de solidaridad.

El padre García-Herreros, iluminado por algún poder clarividente, sabía que en el alma pecadora de la diva había buena semilla para el bien. Y no se equivocó al invitarla a sus humildes manteles, con la certeza que tenía de cambiar el caldo y el pan de la pobreza en rútilas monedas al servicio de la humanidad.

Hoy se destacan las grandes realizaciones de este audaz sacerdote a favor de las clases desprotegidas. Y se anuncia la causa que va a adelantarse en pro de su canonización. Los milagros que se invocarán son evidentes: la construcción de 50.000 viviendas para los pobres, la creación de una universidad y de once colegios al servicio de miles de estudiantes necesitados, obtenido todo con la inspiración del Minuto de Dios y la fuerza del caldo y el pan del banquete de los pobres. Falta otro milagro: la conversión de la pecadora, llevada de la mano del santo.

El Espectador, Bogotá, 18 de enero de 2009.
Eje 21, Manizales, 18 de enero de 2009.

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Comentarios:

Destaco, por conmovedora, la respuesta que dio la actriz a la invitación del sacerdote. Paisacoraje (correo a El Espectador).

Leída tu columna sobre la Bardot y el padre García Herreros, un sacerdote que sí sabía hacer el bien entre los pobres. Más que rezos y ritos, eso deberían hacer las religiones. Hernando García Mejía, Medellín.

Muy bella nota. Pero yo me estoy acordando de las protestas de los pescadores de salmón por la proliferación de las focas que la Bardot defiende, y que compiten con ellos. Y sobre todo, me acuerdo de ese pobre burro que castró porque, si entendí bien y la memoria de caballo no me falla, le perseguía las yeguas a esta señora que produjo tantos dulces trabajos manuales a mi generación, aquellos días ya casi remotos de mi adolescencia. Eduardo Escobar (poeta nadaísta), San Francisco (Cundinamarca).

¡Qué tontería! ¿De manera que las damas bogotanas no querían sentarse con esa “pecadora” a la mesa? ¡Vaya… qué señoras tan virtuosas! Compartiré con Jaime esta crónica tan deliciosa e interesante porque has de saber que mi marido es admirador irrestricto de Brigitte Bardot, es algo así como su amor platónico y la admira en otra de sus facetas que tú no citas en tu crónica y que es muy desconocida: como cantante. La Bardot cantaba rico, y en uno de los discos que tenemos de ella canta inclusive una canción colombiana, “El cuchipe”. En lo que a mí respecta, sin la vehemencia de Jaime, admiro a la Bardot por su amor a los animales, por los problemas en los que se ha metido por ellos y en esa defensa apasionada y vehemente que hace para protegerlos de tantos malos tratos y estupideces que hacemos en contra de ellos. Diana López de Zumaya, Méjico.

El sapo burlón

martes, 16 de noviembre de 2010 Comments off

Cuento de

Gustavo Páez Escobar

El sol reverberante de esa tarde cargada de fatiga arruinaba el buen humor con que me había sentido en la plaza del pueblo, a la salida de la misa de doce. Ahora regresaba a la vereda, con mi mujer al lado, como siempre ocurría todos los domingos. El último aguardiente lo había apurado a medias, sin sacarle todo el sabor del anís, a tiempo que mi mujer me tiraba de la camisa y me obligaba a abandonar la tertulia de amigos que se quedaban festejando el domingo en el único toldo que se tendía en el pueblo.

Y mientras silenciosamente nos deslizábamos por el camino curvado que ya casi me sabía de memoria, la bendita de mi mujer aún corría en su camándula las últimas pepas que le habían quedado pendientes de sus interminables padrenuestros; creo que aquello era una costumbre morbosa o maniática, pues ningún movimiento se veía en sus labios, a pesar de que las cuentas del rosario caían con increíble precisión.

Yo, entre tanto, con los varios aguardientes que llevaba entre pecho y espalda, tropezaba de vez en cuando con las piedras del camino, pero procuraba mantenerme enhiesto para evitar que mi mujer me encarara una vez más mi condición de borracho que tantas veces y a cada rato solía refregarme.

Que yo era un vago, que era un parásito, que no producía nada, me lo había repetido infinidad de veces; y en verdad que me sentía acomplejado, pues de tanto escuchar tales expresiones, había terminado creyendo que eran ciertas. Por eso marchaba ahora en silencio, todo sumiso y acobardado, siguiendo sus pasos a prudente distancia.

Para distraer la monotonía que aún nos separaba de la casa, me había puesto a pensar en la Dolores, con quien me había tropezado en el pueblo, toda juvenil y que con su vestidito dominguero, que se replegaba dos centímetros arriba de las rodillas, se volvía terriblemente apetecible. En el encuentro le había lanzado un piropo, y ella se había reído. Y ahora, cuesta abajo, mientras no sé en qué más pensaba, de pronto mi mujer sorprendió una sonrisa en mis labios. Me regañó. Y me dijo que hasta malos pensamientos serían, si era capaz de reírme solo.

Yo preferí no refutarle nada y continué pensando en la Dolores, aunque de ahí en adelante sólo sonreía en mi interior. Comparándola con mi mujer, ésta me parecía insípida. Pero también me creía indigno de aquélla, si era un vago, como mi mujer me lo recordaba a cada momento. Pero lo peor era que también la Dolores, una vez que le propuse que nos escapáramos, me había dicho que, como no producía nada, no podía sostenerla.

Los pensamientos iban y volvían. Las curvas del camino parecían interminables. Los árboles, que otras veces se agitaban sin cesar, permanecían ahora quietos. Un bochorno inaguantable hacía destilar a chorros los diez aguardientes que me había tomado en el toldo del pueblo.

A la mitad del camino salió de pronto un sapo y por poco lo trituro con el pie. Se veía sediento, como yo lo estaba. Y quedó mirándome fijamente, con una mirada que me impresionó. El animal sudaba también. Yo siempre les había tenido fastidio a los sapos. Pero éste era distinto. Sus formas las encontré graciosas, y su mirada, de una fuerza extraña, me hizo recordar los ojos de la Dolores, que también despedían chorros de vivacidad. Su cuerpo diminuto no ofrecía el aspecto rechoncho y repugnante del común de los sapos.

Con la varita que había quebrado en el camino le toqué la cola y el animal dio tres saltos. Y a cada nuevo contacto seguía avanzando sin desviarse de la ruta ni pretender escaparse. Se convirtió no sólo en mi entretención, sino también en mi compañía; y en verdad que era mejor compañía que mi mujer, pues mientras ésta avanzaba sin atravesarme palabra, aquél parecía enterado de mi soledad y solidario con mi tragedia. Pero mi mujer, que a la larga se cansó del silencio, se me  acercó y terminamos ponderando la agilidad y esbeltez de los saltos del animal, hasta que llegamos a la casa.

El buen animal sació la sed contenida en una lata que mi mujer le sirvió a la sombra del corredor. Y desde aquel momento –¡quién lo creyera!– el animal se convirtió en el mejor amigo. Sin mucha dificultad lo fui domesticando, hasta llegar a transformarlo casi en una persona racional. Mi mujer se encariñó de él y creo que hasta llegó a apreciarlo más que a mí. Nos dedicamos a enseñarle algunas gracias, que aprendía con tal rapidez y desenvoltura, que terminamos desconcertados.

Cuando, por ejemplo, yo le silbaba un aire, se paraba armoniosamente en sus patas traseras, y al cambiarle el tono, hacía lo mismo sobre las delanteras. Y si golpeaba el suelo, comenzaba a dar brinquitos en el aire, que semejaban una especie de danza indígena, y que sólo concluía al oír un nuevo golpe. Al pronunciar ciertas palabras, alargaba una de sus extremidades en plan de saludar.

La fama del sapo se divulgó y muchas gentes comenzaron a llegar deseosas de conocer sus habilidades. Después eran verdaderas romerías. El animal se nos pegó al afecto y logró que mi mujer y yo fuéramos más el uno para el otro. Abandoné el aguardiente y mi mujer dejó de ser tan rezandera. Alguien me aconsejó que explotara aquellas habilidades, y así lo hice.

En los días de mercado salía a los pueblos vecinos y el dinero comenzó a llenar los bolsillos. ¡Aquello era un prodigio! Algún día volví a pensar en la Dolores. Ya no era el holgazán de antes y el demonio de la tentación me revolvió las entrañas. Ahora tenía cómo mantenerla.

Pero todo llega a su fin. Un día, después de la misa de doce, el cura llamó aparte a mi mujer. De lo que sigue, no quisiera acordarme. Aún veo la expresión angustiada de mi mujer cuando, tirándome de la camisa como en mis tiempos de borracho, me sacó del espectáculo y me llevó a la orilla del río. Se quedó observando al sapo y me invitó a que examinara los ojos saltados con que en esos momentos nos miraba. “Está poseído por el demonio. Me lo acaba de decir el señor cura”. Y antes de que yo pudiera hacer nada, lo agarró histéricamente y lo tiró al río. Sólo alcancé a escuchar que el buen animal, mi entrañable amigo, lanzaba un sonido gutural, sordo, angustiado, mientras desaparecía debajo de la corriente.

En el toldo de la plaza me reencontré con los viejos amigos. En el décimo aguardiente mi mujer me tiró de la camisa, pero esta vez no le hice caso y tuvo que regresar sola a la vereda. El aguardiente me arrancó lágrimas. Y más tarde no pude evitar el volver a pensar en la Dolores.

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El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 30 de mayo de 1971. Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, Tunja, 20 de mayo de 1976. El País, Cali, 24 de enero de 1982. Revista Letralia, No. 195, Venezuela, 5 de septiembre de 2008. Aristos Internacional, n.° 25, Torrevieja (Alicante, España), noviembre de 2019.

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La imagen presidencial

jueves, 11 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Pretendiendo el senador Gustavo Petro demostrar una serie de irregularidades del presidente Uribe en el manejo de las Convivir cuando fue gobernador de Antioquia, le causó serio daño a la imagen de Colombia ante la comunidad internacional. Y sobre todo ante Estados Unidos, país con el cual mantenemos relaciones fundamentales.

Si las acusaciones que formuló el señor Petro estuvieran basadas en hechos de absoluta certeza, su triunfo como opositor del gobierno sería inobjetable. Pero no sucede así. La mayoría de los cargos esgrimidos en su habilidosa intervención parlamentaria, que se prolongó por espacio de dos horas y media, hacen parte de sucesos de presunta gravedad que una y otra vez, a través de más de diez años, se han imputado al antiguo gobernador, sin establecerse prueba valedera en su contra.

La denuncia sobre nexos del Presidente y de su hermano con paramilitares, reiterada por el senador con la elocuencia y la serenidad que lo caracterizan, desató en Estados Unidos una tormenta de imprevisibles consecuencias para Colombia. El primero en reaccionar fue el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore, persona muy influyente en la vida pública de su país, quien anunció su retiro de un foro en Miami sobre temas ambientales, por no desear estar al lado del presidente Uribe. Y canceló la visita a Colombia que estaba programada para el mes de septiembre, cuando vendría a pronunciar una conferencia.

Desde luego, la actitud de Al Gore significa un desplante para el presidente de Colombia, que encarna la majestad de la patria. En este caso pudieron más las denuncias sin confirmar, y tal vez la explosión de rumores negativos atizados por una corriente política empeñada en desacreditar al adversario, que la presunción de inocencia que debe proteger a todo inculpado mientras no se demuestre lo contrario.

Es extraño que esto suceda con un personaje como Al Gore, de tan alta calificación en la administración pública, cuando la conducta sensata sería la de esperar el fallo de la justicia, si a ello hubiere lugar. Su postura inadecuada hace pensar que, en su condición de demócrata,  buscaba desacreditar a Bush como gran aliado del mandatario colombiano.

Fue en este terreno de los sucesos que el presidente Uribe resolvió convocar en Bogotá a una rueda de prensa para someterse a las preguntas que quisieran hacerle  las agencias internacionales, y trasladarse al día siguiente a Estados Unidos para el mismo efecto. En uno y otro caso rechazó las falsas imputaciones de manera rotunda y con argumentos contundentes, aclaró puntos oscuros o polémicos y defendió el honor suyo y el de su familia. Al hacerlo, luchaba por mantener en alto el buen nombre de Colombia. Y lo consiguió.

Al presentarse Uribe al foro donde se iban a debatir asuntos ecológicos, y del cual estaba ausente Al Gore por la razón que le pareció oportuno argumentar, los asistentes brindaron a nuestro mandatario una aclamación unánime. De esta manera, le expresaron –y de paso expresaron a Colombia– una sentida constancia de desagravio. Es la misma constancia que se advierte en los registros de opinión ciudadana al día siguiente de ocurridos estos lamentables hechos.

El país vio en las pantallas de televisión a un Presidente preocupado por el giro de los acontecimientos, y acongojado por el maltrato que le daban sus enemigos políticos. Y sobre todo, a un Presidente que, pensando en los superiores intereses de la patria, no dudó en enfrentar la adversidad en la forma franca y valiente como lo hizo, para salvar el prestigio del país. Lo demás lo dirá el tiempo.

El Espectador, Bogotá, 23 de abril de 2007.

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