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Archivo para noviembre, 2010

El Norte de Boyacá

viernes, 19 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace cincuenta años, ir de Bogotá a Soatá –capital de la provincia del Norte de Boyacá– demandaba un día entero. Hoy, ese viaje se hace en cinco horas. Es decir, aquel itinerario atroz de mitad del siglo pasado, por una carretera tortuosa, destapada y polvorienta –sujeta, por lo tanto, a grandes peligros–, se ha reducido en más de la mitad del tiempo, por una vía pavimentada y cómoda.

Si volvemos a los finales del siglo XIX, cuando en lugar de carreteras existían los caminos de herradura, ese trayecto se hacía en varios días, o “jornadas”, en medio de tremendas penalidades, como lo narra Eduardo Caballero Calderón en sus libros. En los inicios del siglo XX se produjo la apertura de la carretera entre Bogotá y Santa Rosa de Viterbo, en el gobierno del general Rafael Reyes. Y allí se quedó estancada hasta la década del treinta, cuando llegó a Soatá. Después se extendería a Tipacoque, distante 13 kilómetros de Soatá, y a Capitanejo, en el departamento de Santander. Pretender que llegue algún día a Cúcuta es casi una utopía en un país que se ha olvidado de la estructura vial, generadora de riqueza y progreso.

En el gobierno del general Rojas Pinilla se rectificó la vía entre Bogotá y Tunja. Mientras tanto, la que comunica a Tunja con Soatá seguía siendo espantosa, y solo sería pavimentada muchos años después. Esa es la carretera actual, que salvo periódicos descuidos en su mantenimiento, quizá por falta de un peaje, se conserva en buen estado general y permite un viaje confortable.

Vuelvo ahora a Soatá, mi pueblo nativo, diez años después de mi anterior visita. Mi primera sorpresa es el hallazgo de la vía pavimentada entre Soatá y Puente Pinzón (sitio histórico del pueblo), tramo antes convertido en un camino de herradura que serpenteaba entre abismos de vértigo, a pesar de tener el ostentoso título de carretera; la misma vía pavimentada ha beneficiado, en este nuevo empuje, a los municipios de Boavita y La Uvita.

El puente fue volado por la guerrilla que sembró el terror, durante varios años, en los pueblos vecinos del nevado de El Cocuy, o de Güicán (que de ambas maneras se le conoce). Y la región quedó incomunicada. A causa de esa ola de violencia, muchos habitantes de aquellos lugares, desprotegidos por la Fuerza Pública, se desplazaron a Soatá y allí se quedaron. Esa amplia zona montañosa, dominada por la guerrilla, vivió durante años una pavorosa época de pánico.

Sólo el presidente Uribe vino a recuperar la paz en la región, en los inicios de su gobierno, mediante el establecimiento de un batallón de alta montaña y el desalojo de los insurgentes. El puente fue levantado de nuevo, y hoy impera absoluta tranquilidad en la comarca.

A mediados del siglo pasado, Boavita tuvo fama nacional por ser cuna de los “chulavitas”, denominación que luego se extendería a los “pájaros”, siniestros personajes que protagonizaron en el país una tenebrosa época de violencia política (muy bien dibujada por Álvarez Gardeazábal en la novela “Cóndores no entierran todos los días”). Boavita era un baluarte del conservatismo de aquella época de nefasta recordación.

Hasta allí llego ahora, en plan de turismo y de curiosidad histórica. Por Lisandro Sandoval Acosta, un respetable patriarca del pueblo, conozco la otra cara de la moneda: los habitantes actuales viven al margen de la pasión política y nadie se preocupa por enarbolar la bandera sectaria que hizo brotar, de su vereda Chulavita, la legión de hombres duros que amaneció en Bogotá el 10 de abril de 1948, para controlar los desórdenes callejeros que por poco terminan con la ciudad en llamas.

Soatá conserva su vieja arquitectura urbanística, un poco deteriorada por el paso de los años. Han nacido barrios nuevos bajo el impulso de las corrientes de emigrantes que ocasionó la barbarie guerrillera. Esto mismo ha determinado que hoy el pueblo esté habitado en buena parte por gente nueva. Los viejos soatenses también emigraron hacia sitios diversos, sobre todo hacia la capital del país. Los soatenses raizales, por la inevitable metamorfosis de los tiempos, nos sentimos extraños en nuestra propia tierra.

Visité la casa de cultura, la cual, en virtud de un acuerdo del Concejo, fue bautizada hace pocos años con el nombre de Laura Victoria, la ilustre poetisa de la población. Tamaño desconcierto me llevé al observar que su nombre no figura en la placa de entrada al recinto cultural, y tampoco ha sido entronizada su foto en sitio alguno.

La vieja casona colonial de la familia Peñuela, en otra época centro de la vida social y política del pueblo, hoy está en ruinas. En el cementerio, donde hace varios años fui a visitar el lote donde reposa la mayoría de sus miembros, pregunté por ese sitio, y el sepulturero actual no supo darme razón de él. Me confesó, sin pena, que no había oído hablar de los Peñuela. Y yo comprobé, con tristeza, que esa es la amnesia del tiempo. Una alimaña que carcome las hojas del pasado. Es la amarga realidad de la vida y de la fama. Hasta los dátiles, las toronjas y los limones azucarados ya no son los mismos.

Todos ellos (el canónigo, el eterno ministro de Obras Públicas, el abogado, el médico de la Sorbona…) murieron longevos: el de menos edad, a los 78 años, y el más viejo, a los 90. Los superó Laura Victoria, fallecida en Méjico faltándole seis meses para cumplir el siglo. El sepulturero, un hombre de los nuevos tiempos, ignora, por supuesto, que la familia Peñuela escribió una historia notable en las hojas municipales que ya se llevó el viento. Y no tiene por qué saber que allí nació la poesía erótica en Colombia.

De todas maneras, ese es mi pueblo. Un poco desteñido por el paso inexorable de los años, y distante, muy distante, de entrañables vivencias personales, pero ligado a las fibras más íntimas del recuerdo.

Eje 21, Manizales, 24 de mayo de 2009.
El Espectador, Bogotá, 26 de mayo de 2009.

* * *

Comentarios:

Congratulaciones por tu reencuentro con la tierra nativa. Para quienes nacimos en provincia constituyen pinceladas que nos revitalizan el alma. Vicente Pérez Silva, Bogotá.

Fui por última vez a Soatá hace 20 años. La vida me cerró esas puertas. Hoy la casa de los abuelos están abandonada y mis primos consideran que debe tumbarse porque está muy caída… En silencio se me estruja el corazón y por primera vez quisiera tener mucho dinero e ir allí a rescatarla de las ruinas y el olvido. Marta Nalus Feres, Bogotá.

Estoy de acuerdo con usted y me congratulo con lo bueno que le ha pasado no solamente a Soatá, sino a todo el recorrido turístico que representa la Sierra Nevada de Chita, Güicán y El Cocuy, cuyo centro siempre fue Soatá. Lo invito a ver el tratamiento que le doy a su terruño en la www.boyacarural.com. Miguel Edmundo Rueda Eraso –El portal turístico de Boyacá–, Villa de Leyva.

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La agonía del Caro y Cuervo

viernes, 19 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde el retiro hace cuatro años de Ignacio Chaves Cuevas de la dirección del Instituto Caro y Cuervo, por injusta determinación de la ministra María Consuelo Araújo, la entidad entró en barrena.

A ella habría que cobrarle el daño inmenso que le causó a uno de los entes culturales más sólidos y aprestigiados del país, cuyo renombre alcanzó eco internacional y cuya labor se tradujo en hechos de imponderable significado. El más sobresaliente de ellos fue la culminación del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, obra que en 1999 le hizo ganar el Premio Príncipe de Asturias, con la anotación de que se trataba de “una investigación sin antecedentes sobre el régimen y el uso de la lengua castellana”.

En el 2001 obtuvo el Premio Bartolomé de las Casas, otorgado por el Ministerio Español de Asuntos Exteriores y la Casa de América, y en el 2002, el Premio Elio Antonio de Nebrija, concedido por la Universidad de Salamanca. Tres años después, la ministra, que ignoró la serie de realizaciones cumplidas por el diligente y erudito director durante sus 19 años de administración, le pidió la renuncia.

¿Qué razón existía para semejante actitud? Ninguna de peso. Uno de los argumentos expuestos por la funcionaria fue su propósito de adelantar un plan de renovación en esta y otras entidades bajo su cargo. La ministra había ordenado una investigación administrativa para determinar presuntas fallas de organización de la entidad, las que han debido evaluarse como graves, de ser el caso, para prescindir de los servicios de este funcionario eminente.

Pero valía más el afán burocrático, una alimaña que carcome la administración pública, que el sano criterio de corregir problemas internos, si en verdad existían, y propiciar la marcha eficaz de un organismo cultural que debe manejarse con reglas especiales. Esto de invocar, en el caso de Ignacio Chaves, su inexperiencia en la administración de empresas, fue pretexto fútil de la ministra. Bien lo precisó por aquellos días el doctor López Michelsen: “¡Como si el rescate del castellano, o la asesoría en materia de consultas universales, fuera algo semejante a la venta y distribución de coca-cola!”.

De todas maneras, el ilustre director fue sacrificado por una ministra fugaz, atrapada por la publicidad y sugestionada por el ánimo de “renovar”, que así desquició una institución respetable. Este proceder injusto ocasionaría meses después la muerte de Ignacio Chaves, víctima de profunda depresión, en viaje por Argentina.

En su reemplazo fue nombrado el filólogo Hernando Cabarcas, experto en asuntos del idioma pero carente de visión y de mayor experiencia para manejar un organismo de tan compleja estructura. Su estadía en el cargo fue muy breve: 18 meses. Señaló algunas fallas estructurales, derivadas sin duda de una entidad en desorbitado crecimiento, y adoptó medidas improcedentes, como ciertos recortes drásticos en gastos ordinarios, la suspensión de la imprenta y el cierre del Seminario Andrés Bello, una de las dependencias emblemáticas de la institución.

El nombramiento siguiente fue el de la directora actual, Genoveva Iriarte, con buena preparación académica y cierta visión sobre el instituto como profesora que fue de lingüística y semántica. Ella lucha por sacar adelante su delicada misión, luego de dos años en el cargo. Tiempo efímero frente a las extensas administraciones de los cuatro primeros directores –Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero e Ignacio Chaves Cuevas–, que cumplieron, en total, una trayectoria de 63 años. (El Caro y Cuervo tiene 67 años de vida). Aquí habría que decir que la experiencia hace maestros, si bien la ministra Araújo se encargó de contradecir la sabia regla, aplicando su propio criterio equivocado, que puso al garete una empresa meritoria.

Algunos enfoques fiscales tienen en aprietos la marcha de la entidad. Se dice que los libros en bodega representan un elevado pasivo, que debe reducirse mediante un “estudio de mercados”. Esta mira determina un criterio mercantil según el cual la institución debe ser rentable. Esta no fue la finalidad que le impuso la ley 5ª de 1942 –sancionada por el presidente López Pumarejo–, al crearla como casa de cultura, sin ánimo de lucro, dirigida a la investigación científica y la preservación y difusión del idioma.

Uno de los grandes logros del Caro y Cuervo reside en la publicación de obras científicas o literarias que se convirtieron en mensajeras de Colombia, aquí y en el exterior, ante embajadas, bibliotecas, casas culturales, universidades… La proliferación de libros en épocas anteriores a la actual –algo desordenada, por desgracia– llevaba implícito ese cometido: hacer cultura. Ahora bien: debe existir, claro está, una cantidad de libros para la venta, sin descuidar la razonable circulación gratuita como medio cultural que debe fomentar el Estado.

Hoy el instituto está estancado. La producción está detenida. Series famosas, como La Granada Entreabierta, no han vuelto a circular. El Gobierno no solo le restringe los gastos, sino que tiene en angustias a viejos servidores que trabajaron con pulcritud, empeño y eficiencia por las letras y el talento colombianos. La nómina no resiste más recortes. Con el anuncio de la reestructuración, que quedó incrustado en la vida del instituto desde la época de la ministra de marras, el cuentagotas financiero deja apenas circular unos pesos escasos.

Hay que salvar al Instituto Caro y Cuervo de la situación de inercia a que ha llegado. Ojalá se entienda, para bien de la cultura colombiana, que merece otra suerte.

El Espectador, Bogotá, 8 de mayo de 2009.
Eje 21, Manizales, 8 de mayo de 2009.

* * *

Comentarios:

Como miembro del instituto mencionado, quiero referirme al artículo de Gustavo Páez Escobar, escrito que agradezco, al igual que muchos de mis colegas, pues muestra su sana preocupación por el presente y el futuro de la única entidad colombiana que se ha dedicado a la investigación de las lenguas del país, de la literatura y de nuestra historia cultural desde hace ya 66 años. Sí. Nosotros también estamos preocupados porque nuestro instituto presenta un desvanecimiento paulatino en su producción intelectual como consecuencia de las últimas administraciones que no han sabido dirigirlo (…) Podemos discernir y no faltamos a la verdad al firmar que estamos muy lejos de la actividad intelectual que conocimos, y muy lejos de la coherencia de las ya lejanas administraciones que mostraron al mundo que en Colombia también se puede hacer ciencia (…) María Stella González de Pérez, Bogotá.

La sociedad debe unirse para exigir al Estado y a este Gobierno respeto y atención a la cultura y a esta magnífica obra que es el Instituto Caro y Cuervo. He aprendido y me he informado muchísimo con este escrito. Víctor Entrena.

El Instituto Caro y Cuervo no escapa al sistemático menosprecio que el actual régimen prodiga a la educación de los colombianos. Johannes.

Muy acertado tu artículo. Ojalá tenga el eco para que sea una advertencia a tiempo y no un réquiem con inmenso lamento para el país. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Colombia, que era un país de políticos cultos, dejó de serlo hace mucho tiempo. Yo creo que el último de esos políticos cultos fue Belisario Betancur, hace 30 años, y de los primeros el propio Miguel Antonio Caro y su mentor, el poeta cartagenero Rafael Núñez. Cualquier estudiante de filología o lingüística española, y desde luego de literatura española, sabe quién fue Rufino José Cuervo. Entonces, como una institución culta y emblemática, como el Caro y Cuervo, no puede estar a merced de ministros de cultura tan incultos, es necesario que sea autónomo (…) A los colombianos de ahora les ha pasado un poco lo que a los griegos modernos: tuvieron antepasados muy inteligentes, pero en nuestros días la gente sólo quiere divertirse, y piensan que todo puede asimilarse a la producción de zapatos. En fin, hay muchos colombianos en distintos lados que no querrán que el Caro y Cuervo se desplome. Creo que personas como el columnista Gustavo Páez, que ha tratado el tema, pueden coordinar una campaña, como de hecho va, para la defensa del Caro y Cuervo. Fernando Vallejo podría decir algo, tal vez Gabo, Eduardo García Aguilar, mucha gente. Y si desde México se puede hacer algo, coordinar con la gente de acá, pues estamos a sus órdenes. Salomón Cuenca, Ciudad de México.

Sobre la anterior carta, publicada en las páginas El Espectador, dice lo siguiente la funcionaria del Instituto atrás mencionada:

Tiene toda la razón su corresponsal, excepto por García Márquez, pues hace parte de la Junta Directiva del Instituto Caro y Cuervo, pero no parece que le interese mucho la suerte de nuestra entidad. Es más, de acuerdo con algunas personas cercanas a esa Junta, él ha delegado en Belisario Betancur su voto y representatividad. Vive fuera del país y su membresía sólo está en el papel. Sería muy interesante que alguien le preguntara a García Márquez qué opinión le merece el estado actual del Instituto. María Stella González de Pérez, Bogotá.

Quiero decirle que le estoy muy, muy agradecida. En realidad nadie defiende en público la labor de Ignacio. Los directores posteriores (tanto Cabarcas como Genoveva) parecen no entender que los resultados no se pueden medir a través de instrumentos inexistentes en su época. Hablan de “planes de acción”, de “indicadores de logros”, de “operatividad”, de “títulos”, etc., y se olvidan de la impresionante labor de sus predecesores que hacían lo mismo y mucho más con “otras etiquetas”. Infortunadamente hay mucha mentira y quizás otras razones que algún día saldrán a la luz. Por ahora lo único cierto es lo que usted acertadamente describe. El Instituto agoniza, porque no han pensado en objetivos actuales y realizables, en necesidades con prospectiva. Ignacio logró terminar lo que se propuso y prometió el día de su posesión. Agotó las ediciones previstas del señor Caro y terminó el Diccionario de Rufino José Cuervo. Las demás ideas las sepultaron para hablar de tonterías. Elisa Krausova (viuda de Ignacio Chaves), Bogotá.

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El desquite del cerdo

viernes, 19 de noviembre de 2010 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Quién lo creyera: el cerdo, tan rastrero y maloliente, tan apaleado y humillado, cuyo sacrificio se vuelve plato suculento de todos los paladares, tiene en jaque a la humanidad entera. Le llegó el turno para vengarse de su eterno torturador, el hombre, por tantas crueldades recibidas. Pasándole la cuenta de cobro que ha crecido a lo largo de los siglos, le transmite a su verdugo la gripa porcina, endemia nacida en Méjico y que amenaza volverse pandemia universal.

Hoy la voz del cerdo se escucha en todos los confines del planeta. No se trata ya del simple gruñido con que se duele por los maltratos llovidos sobre sus  carnes generosas, o del llanto visceral con que exhala el último aliento en el matadero, sino de una voz retumbante que le advierte al mundo que ha llegado el momento de la reflexión.

El hombre, en cualquier latitud donde se halle, y sin importar raza, religión o estado social, tiembla de horror ante la idea de contagiarse con el virus porcino, que puede llevarlo a la muerte. ¿Por qué el hombre no ha aprendido que si causa la muerte, también puede recibirla?

Grandes angustias se viven hoy en todos los continentes por culpa de este animal vociferante, gruñón por naturaleza, que protesta en todos los idiomas porque lo han tratado mal. Y busca meterse en cuanto recoveco encuentre. No solo ataca la salud humana, sino que desbarata cifras y hace temblar imperios.

Hay países que restringen sus fronteras para evitar la propagación del aire contaminado que puede llegar de otro sitio. De esta manera, el turismo y los negocios sufren pérdidas enormes. De igual modo, la industria hotelera recibe fuerte menoscabo. Algunas bolsas se ven afectadas por la embestida porcina, y nunca habían pensado que esto pudiera ocurrir.

En Méjico, la demanda de carne de cerdo, actividad de la cual depende mucha gente, ha caído en los tres primeros días de esta semana en el 30%, y en la capital del país, en el 80%. En Bogotá, la gente ha dejado de comprar esta carne. Mientras esto produce una fruición pasajera en los pobres brutos que al fin logran respirar y sonreír, los vivos del negocio tienen que hacer malabares para subsistir. Así de irónica es la realidad porcina. Ya se sabe que media humanidad vive de la otra media.

Egipto extremó las medidas de prevención y ordenó la matanza de todas las piaras (calculadas en 300.000 unidades). Hasta ese grado llega el nerviosismo que invade al mundo a merced de una gripa que puede ser letal. Es la locura. En sentido contrario, la voz moderada del presidente Obama invita a controlar el pánico. Él sabe, como líder de la mayor potencia mundial, que las operaciones bursátiles y la economía de los países pueden sufrir grandes pérdidas por efecto de los nervios desenfrenados. Ya se ve que el cerdo también sabe producir pánico y amenazar las finanzas. Es gran economista. Y gran filósofo. Está en su hora, y hará todo lo posible por castigar la estupidez del hombre.

El hombre lo ha sometido a brutales escarnios. No solo lo apalea antes de cortarle la cabeza –que luego exhibe coronada de burlas, con el inri de las tentadoras “lechonas” fabricadas con sus tripas–, sino que le ha endilgado infamantes epítetos para mantenerlo por el físico suelo: puerco, cochino, marrano… De allí salen sinónimos de igual vileza, que lo asocian con estados repulsivos: sucio, mugriento, repugnante, maloliente, inmundo… Este hombre que asigna apelativos y sinónimos, y le gusta ser humanista y académico, olvida a veces ser humano.

Por allá en el siglo XVIII, existió en Inglaterra un cerdo letrado. Como era tanta su maestría para deletrear nombres usando letras de cartón, se volvió  personaje en Londres. Luego se hizo actor de circo. El público le tributaba frenéticos aplausos, y él correspondía a los vítores inclinando la testa humilde (la misma testa que le cortarían en los tiempos futuros, para coronarlo como rey de burlas). No se considere que esto es simple fábula: el cerdo posee alto nivel de inteligencia, goza de excelente memoria, distingue a las personas que lo rodean y es sociable con los miembros de su comunidad.

Por otra parte, no todos los hombres lo maltratan y sacrifican. Véase, por ejemplo, este hecho laudatorio de los tiempos modernos: hace tres años fue creada la revista virtual Hermano Cerdo, dedicada a la literatura y las artes marciales, que cuenta con prestante nómina de colaboradores en más de diez países, entre ellos, Colombia. ¿Ven ustedes que el cerdo no ha perdido su condición de letrado?

Este obeso personaje (si no es obeso no es cerdo) tiene hoy en sus manos la paz del mundo. La humanidad tiembla ante el poder arrollador del virus mejicano que ya se puso a caminar y que, de extenderse –y se espera que no suceda–, contagiaría la atmósfera y provocaría el caos. Se piensa, claro está, en la peste bubónica del siglo XIV.

Hermano Cerdo: ¡apiádate del hombre! Hermano Cerdo: ¡hagamos las paces!

El Espectador, Bogotá, 1° de mayo de 2009.
Eje 21, Manizales, 2 de mayo de 2009.

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Comentarios:

Lamentablemente ahora se les quiere ver a los cerdos como culpables, y hasta en su condición más humilde muchas veces se comportan de mejor manera que muchos seres humanos. Mi pensamiento (correo a El Espectador).

Cuando pequeño escuchaba hablar de política. Le pregunté a mi abuelo, un gran político y agitador de masas ya desmotivado, qué y cómo era la política, y él me llevó a la cochera, me mostró un poco de marranos y me dijo: “mire esa cochera, un charco grande, pantanoso, lleno de popó y mugre… igualito a la política, así son de sucios y cochinos los políticos”. Donjav (correo a El Espectador).

Muy buena reflexión en cuanto a las cosas que sacuden a la humanidad, porque al igual que con este espécimen porcino, el hombre ha maltratado mucho la naturaleza y de alguna manera ella nos pasa la cuenta de cobro dando lugar a la aparición de este tipo de enfermedades. Pedro Galvis Castillo, Bogotá.

Libro sobre las guerrillas

miércoles, 17 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Durante el tiempo que el general Álvaro Valencia Tovar permaneció en servicio activo, se distinguió por ser el mayor estratega de los combates contra los grupos subversivos que perturban la tranquilidad pública a partir de los años 50 del siglo pasado. Por esos episodios fue considerado como el mejor experto contraguerrillero del Ejército.

En el libro Mis adversarios guerrilleros, que el general Valencia acaba de  publicar, hace memoria de sus acciones bélicas contra varios líderes insurgentes que han sido protagonistas de sonados sucesos de la violencia colombiana, como los siguientes: el capitán Venganza, el médico Tulio Bayer, Tirofijo, Mayor Ciro, Jacobo Arenas, Jaime Arenas, Fabio Vásquez, el cura Camilo Torres.

Abriendo la obra, anota el autor que a tales personajes les da el título de adversarios, y no de enemigos, en razón de las circunstancias de diálogo y cordialidad, y en ciertos casos, de entendimiento en medio de la guerra, que gobernaron sus relaciones con los cabecillas de la rebelión. En todos los episodios en que actuó, buscó el acercamiento con los levantados en armas, casi siempre con resultados favorables que encauzaron la protesta guerrillera con elementos de persuasión.

No era fácil que el alto militar practicara medidas personales contrarias a las directrices trazadas por los mandos superiores. Aun así, luchaba por tender  “puentes de entendimiento y comprensión”. Así se ganó muchas voluntades entre los guerrilleros, y también muchos sinsabores de la cúpula militar. A la larga, acciones suyas que habían sido criticadas, dejaron ver su lado positivo.

Puede pensarse que el general Valencia Tovar ha sido el militar más humanista en el arte de la guerra que ha tenido el Ejército colombiano. Producto todo de una formación a la vez intelectual y militar. Eso era lo que quería don Quijote cuando predicaba sobre las armas y las letras.

El espíritu patriótico del general lo llevó a escribir una obra de excelente concepción, El ser guerrero del Libertador (editado por el Instituto Colombiano de Cultura en 1980), libro que hizo fotocopiar la guerrilla para adoptarlo como texto de estudio para las Farc. Y obsequió un ejemplar al mismo autor de la obra, con dedicatoria de Jacobo Arenas, el ideólogo del movimiento subversivo. Dicha publicación selvática llevaba esta anotación en la cubierta plastificada: “Edición especial – Montañas de Colombia 1990 – FARC – EP”.

El médico Tulio Bayer, levantado en armas en el Vichada, fue capturado por tropas de Valencia Tovar. Luego, éste tuvo con el subversivo una entrevista en la guarnición de Apiay, donde había quedado preso. Ya sabía el militar que el médico rebelde era intelectual y escritor. A partir de entonces, situado cada cual en su área ideológica, se inició entre ellos una cordial relación epistolar, que se prolongó hasta los días del refugio político de Bayer en París. En la novela Uisheda, Valencia Tovar dibuja la controvertida personalidad del médico idealista, gran luchador de las clases desvalidas.

En reportaje de El Tiempo, del 15 de marzo pasado, al preguntarle el periodista cuál de los adversarios del libro recuerda como personaje especial, dice Valencia Tovar: “Yo creo que el médico Tulio Bayer, quien fue mi contendor en el Vichada, es quien mejor personifica lo del adversario respetuoso y respetable del derecho de gentes. Tuvimos al principio un enfrentamiento muy duro, pero busqué aproximarme a él por el lado de su profesión médica, para hacerle ver la contradicción que existía entre un hombre de armas empeñado en hacer la paz por las buenas y un médico que debe ser un salvador de vidas…”

El golpe espiritual más duro que recibió el general en su desempeño contraguerrillero es el relacionado con la muerte de Camilo Torres, su amigo personal desde la infancia, por tropas de la Quinta Brigada bajo su mando. Él no sabía que Camilo estaba en el monte y en su jurisdicción, y al caer en el combate, se sintió desgarrado en sus fibras más íntimas. Situados ahora en campos opuestos, sus misiones los llevaron a este lance inconcebible entre hermanos.

A raíz de del presunto asesinato de Camilo, el Eln declaró al entonces coronel Valencia como objetivo militar. El propósito se cumplió en 1971, en el atentado de que fue víctima en una calle bogotana, cuando se dirigía a su puesto de trabajo como director de la Escuela Militar de Cadetes, y que por poco acaba con su vida. Recuento muy documentado, y digno de toda credibilidad, fue descrito por la víctima en su libro El final de Camilo (Tercer Mundo, 1976). Este episodio criminal, salido de razón, queda para el juicio sereno de la historia.

No era el primer ataque contra su vida. De esta manera, su vocación patriótica, su defensa de la democracia, su heroísmo, su lucha contra la violencia y su propensión al diálogo y la convivencia tuvieron la brutal respuesta que suelen dar los protagonistas del caos a las acciones mejor concebidas.

Mis adversarios guerrilleros es un libro de alto significado dentro de la historia violenta del país. Sin leerlo no podrá entenderse lo que ha sucedido en este medio siglo de luchas fratricidas. Testimonio descarnado de una época signada por el odio, la brutalidad, la sangría, el holocausto de los montes, el tráfico de drogas, la corrupción sin freno en todas las esferas de la sociedad.

Dice el autor, como punto final de su trabajo: “Tan solo a partir de 2002, la fusión de política y estrategia en un esfuerzo comunal y la Acción Integral del Estado y la nación civil permiten vislumbrar un final victorioso”.

El Espectador, Bogotá, 23 de abril de 2009.
Eje 21, Manizales, 23 de abril de 2009.

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Al rescate de Tulio Bayer

miércoles, 17 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En carta fechada el 15 de diciembre de 1980, Tulio Bayer me habla de la visita que le hizo el periodista antioqueño Carlos Bueno Osorio. Desde entonces, quedé a la espera de conocer el reportaje, el ensayo o la biografía que se desprendería de aquel encuentro en París, que se prolongó por varios días.

En diciembre pasado, es decir, 28 años después, Carlos Bueno Osorio publica el grueso libro de 465 páginas que lleva por título Tulio Bayer, solo contra todos, editado en Medellín por el Instituto Tecnológico Metropolitano, obra que hace un repaso minucioso sobre la vida y la obra literaria del médico guerrillero. El periodista, según se desprende de una anotación al final del libro, venía en trato epistolar con Bayer desde años atrás de su cita parisiense, hecho que indica el largo trecho corrido hasta hacerse realidad el proyecto editorial.

El libro, según Bueno Osorio, aparece a los 25 años de la muerte del médico, que sitúa en 1983, cuando en realidad ocurrió en 1982 (el 27 de junio), a los 58 años de edad. Dos errores más en las palabras del exordio se encuentran  en las fechas erradas que se citan como años de publicación de estos libros de Bayer: Carta abierta a un analfabeto político fue editado en 1977, y no en 1968; Gancho ciego, en 1978, y no en 1964.

Tres meses antes del deceso, Tulio Bayer me hizo llegar un abultado paquete con recortes de prensa, cartas y otros documentos, sabedor como era de que me proponía profundizar en sus ideas y en su vida de combate, para elaborar un estudio sobre su extraña personalidad. Este material lo he repasado, una y otra vez, en busca de nuevos enfoques sobre los hechos que protagonizó a lo largo de su agitada –y por otra parte admirable– existencia.

Llevé a cabo dicho propósito en la novela Ráfagas de silencio, editada en junio del 2007, con ocasión –ahora sí– de los 25 años de su muerte. Soy gran conocedor de la vida y la obra de Tulio Bayer, en razón de la estrecha amistad que nos unió durante un año en Puerto Leguízamo (Putumayo) –él como médico del pueblo, luego de su expulsión de Manizales como secretario de Salud, y yo como ejecutivo bancario–, y por la compenetración sobre sus luchas y su pensamiento a través de la lectura repetida de sus libros, de la nutrida correspondencia que nos cruzamos y de numerosos enfoques sobre sus actos, de muy diversa índole, que guardo con celo en mis archivos.

Al tener en mis manos el libro de Bueno Osorio, que recibí por amable gesto del también periodista antioqueño Orlando Cadavid Correa, sentí como si el propio personaje, salido acaso de la ultratumba selvática, me visitara medio siglo después de nuestras andanzas por aquellas latitudes. Tal fue la emoción que me produjo este hecho sorprendente.

Y me dediqué de inmediato a leer la obra con gran atención. De entrada, me gustó la frase donde el autor define a Tulio Bayer como “doctor de selva y llano, fugaz y casi solitario guerrillero, exiliado en variopintas naciones, escritor de novelas, de diatribas políticas, y al final, solitario, impertinente y mordaz, como traductor de literatura científica para editoriales médicas…”

Conforme avanzaba en la lectura, se me fue revelando, en las palabras de  Bueno, el propio lenguaje de Tulio Bayer, que conozco muy bien por la razones anotadas. En efecto, lo que ejecuta la obra es un rastreo hábil por los libros del biografiado. El texto cuenta la vida del personaje con base en numerosas páginas entrecomilladas –sacadas tanto de las obras de Bayer, como de otros autores que hablan sobre él–, y en la mayoría de los pasajes restantes, discurre, en apariencia, la pluma de Bueno Osorio, cuando en realidad se trata de frases textuales de Bayer, y de otros escritores, a las que no se les concede la atribución gramatical, es decir, la cita entre comillas.

Para adecuar los tiempos verbales, se hace la correspondiente conversión, o se introducen ligeros cambios: por lo general Bayer habla en presente en sus obras autobiográficas, y el libro que comento, en pasado. Esto puede observarse en el siguiente ejemplo:

Dice Tulio Bayer en la página 26 de Carta abierta a un analfabeto político: “El ejército (en minúscula) de Colombia tiene hoy la misión de guardabosques. Es el ejército emancipador de ayer, que hoy sirve para desalojar a los colombianos sin pan y sin esperanza”.

Dice Carlos Bueno Osorio en la página 113 de su texto: “El Ejército (en mayúscula la letra inicial) de Colombia tenía entonces la misión de guardabosques. Es el Ejército de ayer que sirve para desalojar a los colombianos sin pan y sin esperanza”.

El libro del periodista antioqueño aglutina en un solo texto, valiéndose de los artificios señalados (lo cual constituye plagio literario), el recorrido humano e intelectual de este colombiano contestatario, idealista y mesiánico, que hizo de la rebeldía y la protesta un arma social. Tulio Bayer se equivocó de camino, pero siempre luchó contra la injusticia, el atropello y la sinrazón. Combatió a los poderosos en beneficio de los desprotegidos. Y nunca se doblegó, ni declinó en sus principios. Prefirió el hambre, la cárcel y el destierro a la sumisión.

Quien no haya leído los libros de Tulio Bayer, como yo lo he realizado varias veces con absoluta penetración mental, hallará en el texto recién editado la explicación de un destino batallador y justiciero. Bayer amaba a Colombia por encima de cualquier consideración, pero murió en el ostracismo. Este libro lo rescata del olvido.

En el párrafo final de la obra, Carlos Bueno Osorio hace la siguiente precisión, que registro con agrado: “A 25 años de su muerte, la figura de Bayer se perfila como la de un hombre íntegro que, como todos los hombres, intenta inútilmente hacer coincidir pensamientos y actos, equivocado con honestidad, me trae el recuerdo de un colombiano que amó desde la distancia a Colombia…”

Eje 21, Manizales, 12 de marzo de 2009.
El Espectador, Bogotá, 16 de marzo de 2009.

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Comentarios:

Muy interesante tu artículo sobre Tulio Bayer. Me consta que lo conoces muy bien, pues por ti leí la obra Carta abierta a un analfabeto político y en muchas ocasiones he tenido el privilegio de escucharte narrar diversas anécdotas sobre él, así como leer las contenidas en tu obra Ráfagas de silencio. Deplorable que el libro del periodista antioqueño Carlos Bueno Osorio contenga los desaciertos que señalas. César Hoyos Salazar, Bogotá.

Qué bueno que se hable de Tulio Bayer, tan desconocido aún en este país. Le cuento una anécdota de familia que no sé hasta qué punto esté distorsionada por el paso del tiempo: mi abuela paterna, Pastora Jaramillo, era hermana de la mamá de Tulio y vivía en Sonsón, a donde él alguna vez fue a pasar vacaciones de niño y encontró un ratoncito en el subterráneo de la casa. Decidió cogerlo, cortarle las orejas y la cola, e injertar la cola, partida en dos, en las heridas de las orejas. Decían que el injerto pegó. Cristina Toro Ramírez, Medellín.

Acabo de leer su artículo sobre el médico Tulio Bayer, que me pareció un buen resumen de sus contactos con él. Como comentario, ¿por qué dice usted de manera subjetiva que Bayer se equivocó de camino? Es muy importante respetar los criterios y pensamientos de cada cual, ¿no le parece? Álvaro Oliveros Egel.

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