La hipoteca
Por: Gustavo Páez Escobar
Nos cuenta Euclides Jaramillo Arango, en deliciosa crónica publicada en La Patria, que “en un principio, en nuestra incipiente sociedad caldense, y como herencia paisa, la ‘palabra del arriero’, la grande, la mentada de madre, era escasa”. Y agrega: “A pesar de que la palabra era herencia de los españoles y venía en sus obras clásicas, en nuestra sociedad estaba proscrita. Decírsela a otro era peligroso porque casi siempre se mataba por ello.
Para citarla se decía siempre “la del arriero”. Fulano le gritó a zutano la del arriero, y éste le contestó con dos puñaladas…”
Se llamaba “la del arriero”, porque era éste el personaje que la llevaba a flor de labio por los caminos de sus sudores. La expresión, por estas trochas enredadas y peligrosas, sonaba como un himno de batalla. El arriero, para hacerse entender de su recua de mulas, e inclusive para hacerse querer, la soltaba a cada trecho y la hacía silbar, como un latigazo, si la caravana se detenía. Diríase que los nobles animales tenían afinado el oído para la fórmula mágica importada por los españoles, y como además de nobles eran brutas aquellas mulas andariegas, obedecían sin protesta y con entusiasmo. Es posible que desde entonces la mentada de madre comenzara a perder el rigor de las dos puñaladas de que habla Euclides.
Como los tiempos cambian y los hábitos se civilizan, ya no hay lances a muerte cuando se pronuncia la terrible invocación de antaño. Hoy el término, por lo menos en los territorios paisas, al ser tan común, se volvió familiar y cariñoso. Y no es que seamos unas mulas, sino que tenemos otra dimensión de la vida. En Boyacá, o en Santander, o en Cundinamarca, es posible que todavía se maten con el pretexto de la madre ofendida. Aquí, “la del arriero” se pronuncia con gracia, con música y con afecto. Todos tranquilos, y la madre glorificada. Ella sigue siendo el ser más grandioso de la creación, y naturalmente no se inmuta cuando oye mentiras.
“La del arriero”, como se ve, ganó categoría al pasar de los caminos de herradura a los clubes sociales. Es término cabalístico que hay que saber emplear. No en todos los labios suena lo mismo y por eso hay quienes lo vulgarizan. Si se desvía, hace estragos. Lo de las puñaladas no pertenece únicamente al folclor de Euclides, sino que puede volverse realidad si la intención es mala o la pronunciación es defectuosa.
Para rematar la columna quiero traer a cuento la historia de la hipoteca. Es un episodio memorable de Armenia, que voy a dedicar a mis colegas los banqueros, dejando esta vez en paz a mis colegas los escritores.
La hipoteca, claro está, hace parte de la personalidad de un gerente de banco, y ahora la verán ustedes mejor representada. A Silvio Ramírez Vélez, gerente por aquellos días del Banco Central Hipotecario y hoy fallecido, le rendía la sociedad de Armenia caluroso homenaje por los magníficos servicios presados a la ciudad. Todo estaba listo en los salones del club, menos el discurso. Y como alguien tenía que pronunciarlo, se escogió a Alberto Gutiérrez Jaramillo, años más tarde alcalde de la ciudad y luego, por ironía y tal vez por descuido, gerente de banco, a quien todos llamamos “el poeta” por su chispa aguda y repentina. Buen improvisador, pidió un aguardiente y media hora de plazo para moldear su inspiración. Y ante la nutrida concurrencia que quería testimoniar un acto de reconocimiento, así se expresó:
En su banco don Silvio mantenía
despachando sus cédulas baratas,
cobrando cuotas y prestando platas,
y rajando de todo el que veía.
Buscando una hipoteca cierto día
preguntaba en el banco una mulata
cuál era la gestión más inmediata
que la entidad bancaria le exigía.
“Pues para hacerle el préstamo pedido,
don Silvio debe hacerle la minuta”.
Y ante esta frase de infantil sentido,
dijo la joven que este cuento enruta:
“No me hace la minuta mi marido,
¿y me la quiere hacer este hijueputa?”.
¿Ven ustedes que “la del arriero” ya no es trato sólo para mulas? ¿Y entienden por qué se la dedico a mis colegas los banqueros y no a mis colegas los escritores?
El Espectador, Bogotá, 7 de abril de 1983.
La Píldora, Cali, febrero-marzo de 2009.
Mirador del Suroeste, No. 53, Medellín, diciembre/2014.
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Comentarios:
Hace muchos años leí en El Espectador un artículo suyo titulado Humor a la quindiana – La hipoteca; le tomé una fotocopia, la cual hoy encuentro ilegible. ¿Podría usted decirme la fecha de publicación de este artículo para buscarlo en una hemeroteca? Eduardo Vargas Carvalho, Bogotá, 11-v-2008.
Es un buen recuerdo de Alberto, a quien no solo le debo haberme enaltecido con el cargo de Secretario de Gobierno de su administración, sino también la maravillosa oportunidad de haber escuchado tantas y tan sabias enseñanzas de sus labios, amenas narraciones de lo que había leído, las utopías que soñaba realizar, sus chistes y sonetos. También, por último, su visionario consejo: “Acepte la postulación para la Alcaldía, porque será Alcalde y en Bogotá no ven en la provincia sino a los que se suben a la montañita”. Paz en su tumba. César Hoyos Salazar, Bogotá, 9-II-2009.
Siempre he pensado que es usted quien hace unos veintipico de años nos contaba del suceso ocurrido a la dama cuando en el despacho del notario, éste le precisaba a la señora que era necesario hacer la minuta. A lo cual respondió la señora ofendida: “no me hace la minuta mi marido y me la quiere hacer este negro jijueputa”. Ese era el tema de un poema humorístico que, repito, creo que fue usted quien publicó. Recuerdo ahora que el autor es conocido suyo y es quindiano, risaraldense o vecino de los alrededores. Agradecería que me sacara de la duda. Fernando Vélez Montoya, 7-II-2009.
Respuesta: Don Fernando: En efecto, en el año 1983, cuando vivía en Armenia, publiqué el artículo a que usted se refiere. Se lo envío con el mayor gusto. Por sus apellidos, se me hace que usted es oriundo de alguno de los departamentos paisas. GPE.
Tiene usted razón, soy de Medellín. Y todos mis abuelos, mis padres y muchos de mis tíos y primos son de Titiribí. Mi tío, Pedro Montoya, sastre de profesión toda su vida, decía después de 7 u 8 aguardientes, a propósito del pueblo: “En Titiribí la inteligencia crece como maleza”. Ya se sabe que el guaro nunca ha sido humilde ni discreto. Continuaré leyéndolo. Fernando Vélez Montoya, 11-II-2009.