El perenne tema del amor
Por: Gustavo Páez Escobar
(Prólogo del libro Alba de otoño)
Se me ocurre pensar que con este poemario, compuesto por 114 sonetos de impecable factura y fulgurante belleza, Fernando Soto Aparicio corona su creación como poeta del amor. Puede asegurarse, sin duda alguna, que toda su obra literaria ha sido no sólo trabajada con amor, como la fuerza motriz de su alma romántica, sino dirigida a probar que el amor es lo único que puede salvarnos.
Por encima del novelista de renombrada prestancia, que todos conocemos a través de sus obras estelares, prevalece el poeta –poeta de alma y de convicción– que dio sus primeros pasos en las letras por medio de su Himno a la patria, publicado a la edad de 17 años, y de Oración personal a Jesucristo, a los 20. Estas cartas de presentación en el panorama nacional, cuando aún no era novelista, son mensajeras de lo que sería su destino en el campo poético.
Después, a lo largo del tiempo, vendrían títulos de gran valía en dicho género, como Diámetro del corazón, Palabras a una muchacha, Sonetos en forma de mujer, Motivos para Mariángela, Lección de amor, Las fronteras del alma. Todos ellos afirman la dimensión del sentimiento como energía vital del ser humano. Y gradúan a su autor como un perito en asuntos del corazón.
Ahora, con esta Alba de otoño, que da a la estampa en las horas de su sereno atardecer, el poeta sale de nuevo a proclamar que el amor no envejece y mueve el cielo y las estrellas. Fernando sabe, siempre lo ha sabido, que la mujer es la justificación del hombre, y sin ella no tendría sentido el ejercicio de vivir. Por eso, su constante canto a la gracia femenina está difundido a los cuatro vientos.
Es libro de júbilos, categórico, pleno de embeleso ante el eterno hechizo femenino. Sonetos sensitivos, imbuidos de encanto y de ternura, y manejados por las ansias y las esperanzas del alma romántica que no encuentra ocaso para su sed de amar. Sonetos que andan en busca de la belleza que irradia siempre la mujer, y cuentan los pesares, los deseos y las pasiones de todos los enamorados, para que ella calme sus pesadumbres y disipe sus temores.
El amor, que no tiene edad, florece aquí con toda plenitud cuando brillan las luces del otoño. Si en ocasiones aqueja la soledad o perturba la nostalgia, la fusión de las almas logra el milagro del retorno a la esperanza. El amor compartido se vuelve vivificante y destierra la tristeza. El mismo miedo a la muerte, que se advierte en algunas páginas del libro, se mitiga con la presencia de la mujer, faro luminoso que borra la angustia y restablece la claridad.
La obra recoge, además, otros enfoques ligados a percepciones sentimentales o estéticas del autor, como su canto a Tunja y su sentido de la libertad. Tales motivos se enlazan con el tema perenne del amor para señalar un itinerario marcado por el apego a las causas nobles del espíritu.
Fernando Soto Aparicio es maestro del soneto clásico. Lo ha trabajado con rigores de orfebre, en horas silenciosas de meditación y diálogo con sus dioses tutelares. Auténtico exponente del preciosismo, la magia y el destello que logra el verdadero cultor del género, reúne en Alba de otoño deslumbrantes joyas que enaltecen la literatura colombiana.
Bogotá, octubre de 2008.