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Neurosis bogotana

viernes, 5 de noviembre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

Daniel Patiño Parra, conocido comerciante de Unicentro, estacionó su camioneta en un costado del parque de Lourdes y descendió de ella en busca de una botella de agua. Se sentía muy enfermo y suponía que le iba a dar un infarto. En medio de su angustia, dejó la camioneta en neutro y esta comenzó a rodar, ante la alarma de algunas personas que pasaban por el sector.

Un transeúnte, previendo una tragedia, se subió al vehículo y activó el freno de emergencia. Desde la tienda donde compraba la botella de agua, Patiño divisó al individuo dentro de la camioneta y, suponiendo que se trataba de un ladrón de carros, desenfundó su pistola y le hizo dos disparos. Uno de ellos hizo blanco en el hombro del transeúnte colaborador, por fortuna sin resultados fatales, y el otro acabó con la vida del ingeniero y profesor universitario Diego Echeverry Campos, que en ese momento pasaba por el lugar conduciendo su vehículo.

El homicida, que se puso en fuga al darse cuenta de la magnitud del desastre, y que  fue detenido por la policía, debe responder ante la justicia por homicidio, lesiones personales y porte ilegal de armas. Dominado por la paranoia colectiva que invade la vida de los bogotanos, no se detuvo a pensar en nada distinto al robo cotidiano de vehículos en las calles de la ciudad, y su instinto de defensa (valiéndose del arma sin salvoconducto que portaba) lo llevó a cometer tres delitos a la vez.

El caso, doloroso y al mismo tiempo aleccionador, es indicativo del clima de inseguridad y de zozobra que se vive en la capital. Hoy, mientras las autoridades distritales se empeñan en afirmar que el delito callejero ha descendido en la actual administración, la percepción ciudadana siente lo contrario. Un debate en el Concejo ha puesto en evidencia que el hampa viene en aumento y cada vez siembra más terror en la ciudad, sobre todo en ciertos barrios y en lugares desprotegidos.

La crónica roja muestra a diario la proliferación de muertes violentas, de robos de residencias y de vehículos, de fraudes en los cajeros automáticos, de atracos callejeros, de violaciones de menores y un sinfín de atropellos contra la integridad de las personas. Los bogotanos se sienten perseguidos a toda hora por el delincuente que ronda en todas las direcciones y miran con desconcierto la poca efectividad de las medidas policivas y la impunidad que ampara a los malhechores.

Se dirá que el delito es propio de las grandes ciudades. Lo que es intolerable es el desborde –como está ocurriendo en Bogotá– de las cifras que tienen que ver con el crimen organizado o la delincuencia común, y la persistencia de conductas rastreras que mantienen al ciudadano con los nervios crispados y lo conducen, como en el caso deplorable que arriba se mencionó, a ejercer la defensa por las propias manos.

Otro caso sintomático de la neurosis capitalina es el de los taxistas que, avisados por un colega que acababa de ser atracado, volaron en persecución de los delincuentes, los acorralaron y luego lincharon a uno de ellos, propinándole varillazos, correazos, puñetazos y puntapiés, hasta ocasionarle la muerte. Esta respuesta –también criminal– a los facinerosos que asaltan a los taxistas, roban sus vehículos e incluso los asesinan, es la manera bárbara de protegerse contra los ataques de que es víctima el gremio.

No es posible que Bogotá viva hoy bajo la ley de la selva, en un infierno inundado de cuchillos y puñaletas, de pistolas, metralletas y revólveres –por supuesto, sin licencia legal–, y a merced del raterismo, de los matones profesionales y los asaltantes desenfrenados de la ciudadanía indefensa.

El Espectador, Bogotá, 27 de agosto de 2008.

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Comentarios:

He preguntado a varios bogotanos que viven fuera del país si esa lejanía ha definido su identidad como bogotanos, y me dicen que la única cosa que permanece y que los resalta es una paranoia enfermiza por la inseguridad. Este caso es una confirmación de eso. Qué tristeza. Ignacio Peña

Vale la pena hacer un análisis estadístico bien serio de la criminalidad en la ciudad durante los últimos diez o veinte años y evaluar por tipo de delitos su crecimiento o disminución. En los últimos meses, parece apreciarse un aumento en crímenes producto de las mafias organizadas; este es un punto bueno para estudiar. Memo (correo a El Espectador).

Preocupante que el presidente Uribe, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, el Congreso y el Fiscal e inclusive el Ministro de Defensa y el Alcalde de Bogotá anden trenzados en una pelea de poderes, mientras el ciudadano de a pie, el común y corriente, está expuesto a situaciones absurdas como esta, y con un alto costo: la vida. Domingos da Guía (correo a El Espectador).

Bienvenido el tema: se requiere cabeza fría para analizar lo que pasa en la ciudad, en nuestra bella ciudad; el asunto no son las engañosas estadísticas sino la realidad, la calidad de vida o la vida citadina. Polista (correo a El Espectador).

Los crímenes que a diario y desde hace muchos años se cometen en nuestra patria a todo nivel dan indignación y vergüenza. Alejandro Rodríguez Martínez.

Te cuento que en Medellín no es muy diferente: bandas enteras, con la anuencia de la Fiscalía y hasta de la Policía, cometen toda clase de crímenes y atropellos, que se esconden bajo la alfombra “ajuste de cuentas”. Es necesaria una gigantesca limpieza del país, que nos permita, aunque más no sea, morir tranquilos. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

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