La guerra en todas partes
Por: Gustavo Páez Escobar
El médico y escritor Jaime Restrepo Cuartas, exrector de la Universidad de Antioquia y actual representante a la Cámara, acaba de publicar, con el auspicio de la Universidad EAFIT y de la Universidad del Valle, la novela que lleva por título La guerra en todas partes, que gira en torno de la vida y las andanzas de su colega de la medicina Tulio Bayer.
Ambos somos conocedores de la personalidad del médico guerrillero: él lo expresa en su obra en comentario, y yo lo hice en la novela Ráfagas de silencio, editada hace un año como homenaje a Tulio Bayer en los 25 años de su muerte en la ciudad de París. Sabemos de su carácter quijotesco, de su espíritu rebelde y sobre todo de su fibra social. A Restrepo Cuartas le hago el siguiente comentario sobre su novela en circulación:
Al recibir su novela sobre Tulio Bayer –La guerra en todas partes–, suspendí la lectura del libro que tenía entre manos –La montaña mágica, de Thomas Mann–, para sumergirme por un par de días en el mundo apasionante y turbulento del médico guerrillero. Fíjese usted en esta casualidad: tanto La guerra en todas partes como La montaña mágica se desarrollan en ambientes signados por la tragedia, y en cuanto a la parte física de los personajes se refiere, ambas obras giran alrededor de actores del dolor atacados por disfunciones de los pulmones y del corazón.
Ha escrito usted una excelente semblanza sobre lo que fue la vida atormentada de Tulio Bayer. Lo describe a la perfección, siguiendo en buena parte de la obra las vivencias exactas del galeno, y en otros tramos de su existencia, donde utiliza la ficción para forjar situaciones probables, presenta hechos de absoluta coherencia. Esa es la misión del buen novelista: crear la temperatura, la realidad humana, la historia creíble y bien concatenada. El novelista es el mayor historiador del tiempo.
Como investigador de facetas ocultas del médico andariego y revolucionario, y por otra parte narrador conspicuo de los hechos que surgen a su paso, usted se convierte, además, en personaje de la propia historia, pues a lo largo de las 194 páginas de la obra se siente su presencia muy cercana al protagonista. En algunos episodios habla con él, lo aplaude o lo censura, y al lector se le olvida que usted es el autor omnisciente de la novela y lo mira como un personaje más, sobre todo cuando los hechos ocurren en el campo de la medicina y se desenvuelven, por consiguiente, con fluida autenticidad por parte de dos oficiantes de la noble profesión.
Sus pesquisas tras los rastros de Efraín Peláez en averiguación de los años juveniles de Tulio Bayer, cuando comenzó sus estudios de medicina en Medellín, son fantásticas. Esto de irse, como afinado sabueso, detrás de seis Efraínes Peláez que figuraban en el directorio telefónico, para tratar de establecer si alguno de ellos había sido el protector del joven estudiante llegado de Sonsón, lo hace a uno desternillarse de la risa. Hay en este relato humor, picardía y amenidad, que le dan tinte fascinante a esta parte del relato, aspecto acorde con ciertos rasgos pintorescos y caballerosos que son característicos en la personalidad de Tulio Bayer.
En el terreno romántico, mueve usted con deliciosa propiedad la cuerda erótica del médico, que se manifiesta lo mismo en su inicial y cándida relación con Morelia Angulo, su primera mujer, que en sus arrebatos con sucesivas amantes que lo hacían feliz por pocos días, para luego echarlas al olvido, incluyendo en ellas a las físicas prostitutas entronizadas en sus libros con el conocido desenfado de que hizo gala en la vida frente a las convenciones sociales, hasta llegar a Amira Pérez Amaral, el amor regulador de sus emociones, su leal compañera hasta el día de su deceso.
Es oportuno recordar que Tulio Bayer adelantó en Manizales una campaña donde señalaba que era la sociedad la que prostituía a la mujer y luego la condenaba. Esta actitud, como cabe suponer, le valió en aquella ciudad fuertes rechazos. Así eran sus batallas: vehementes e impulsadas por la verdad, así se le viniera encima el mundo entero. Denunciaba lo que los demás no se atrevían a develar.
El final del médico, víctima de la obesidad, el tabaco y el soplo al corazón, desterrado en París y agobiado por un mar de adversidades y de olvidos, pero sostenido por el amor de Amira y por la fuerza vivificante de sus principios y de sus luchas sin cuartel, es estremecedor. Al llegar a este ocaso doloroso, me dio por acordarme de Bolívar, el supremo batallador de nuestra libertad y prócer de tantas epopeyas, olvidado y traicionado por sus propios amigos y víctima, también, de muerte inicua.
El Espectador, Bogotá, 18 de julio de 2008.
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Comentario:
Imparcial, justo y ameno tu comentario. Creo que fue Carlos Marx quien dijo que había aprendido más historia de Francia leyendo a Hugo que a los enciclopedistas. Definitivamente, se aprende más historia leyendo las buenas novelas que a los historiadores. Iván de J. Guzmán López, Medellín.