Crece la convicción
Por: Gustavo Páez Escobar
A propósito de mi columna La recta final de Uribe, publicada el pasado 9 de junio, un distinguido y apreciado amigo –sociólogo, escritor y periodista, y por otra parte antiuribista visceral– me envió una vehemente carta de rechazo a las tesis expuestas en mi columna, carta en la que además me invita a reflexionar sobre mi postura ideológica y me llama la atención “sobre la necesidad de que generadores de opinión como tú –me dice– piensen más en las dolamas de los pobres y las medidas draconianas que inciden en la vida de las clases medias y pobres, que en el aplauso inmerecido a quienes son causa eficiente de nuestros problemas”.
El reproche de mi viejo amigo no hizo otra cosa que reafirmar mi convicción sobre el magnífico desempeño del presidente Uribe en el manejo de la Seguridad Democrática, y por consiguiente del país –que tal fue el enfoque principal de mi artículo–, y avivar la confianza íntima que abrigo sobre el resultado final de ese programa bandera del Gobierno, incluso mediante la segunda reelección, de ser preciso llegar a esa fórmula combatida por muchos contradictores del Presidente, pero respaldada por la inmensa mayoría de los colombianos.
La respuesta que di en carta del 17 de junio a las aludidas críticas sobre mi columna, cobraría mayor fuerza días después, luego de conocido el fulgurante rescate, que asombró al mundo entero, de Íngrid Betancourt y de 14 rehenes más en poder de las Farc, por el Ejército Nacional. Sería inconcebible suponer este operativo –muy bien bautizado con el nombre de “Jaque Mate”– dentro de las políticas flojas o indecisas de los gobiernos anteriores, y el que solo pudo lograrse gracias a la firmeza, la audacia, la valentía y el liderazgo del presidente Uribe, apoyado, con esos mismos ingredientes, por el Ministro de Defensa y los altos mandos militares.
Dice así mi respetuosa y categórica carta al amigo opositor, cuyo nombre no viene al caso –para evitar inútiles reyertas–, pues de lo que se trata es de sostener unas ideas firmes:
«Con la mayor atención he tomado nota de tus críticas contra el presidente Uribe, las cuales no son nuevas, pues esos o parecidos enfoques los vienes presentando en tus artículos de prensa desde buen tiempo atrás. Soy receptivo a toda clase de planteamientos y controversias, respeto la opinión ajena (incluso la virulenta o la apasionada), defiendo mis propios principios, y aspiro a que los demás los respeten aunque no los compartan, como es el caso tuyo.
«No siento que mi prosa sea forzada cuando trato asuntos políticos. Lo que pasa es que me fluyen más los temas literarios o culturales, pero no soy ajeno a la cuestión social del país. Por el contrario, me duele que exista tanta distorsión de los hechos y que dejen de reconocerse los aportes a la paz hechos por Uribe, una de las figuras más polémicas de los últimos tiempos, y también más emprendedora, más firme en sus ideas y en sus realizaciones, y con mayor criterio sobre las graves falencias de este país violento y tropical que nos tocó en suerte.
«Tiene muchas fallas, claro está. Se le imputan muchas acciones desviadas, del pasado y del presente, que son materia de investigación, y solo el paso de los días habrá de determinar si son ciertas o infundadas. El verdadero dictamen sobre los hombres públicos –de la dimensión de Uribe– solo lo da la Historia veinte o treinta años después.
«Fíjate que Rafael Núñez, más de un siglo después de su fallecimiento, continúa siendo una de las personalidades más controvertidas del país, sobre todo dentro de los liberales. Sin embargo, Indalecio Liévano Aguirre –uno de los caudillos más brillantes de esa colectividad– salió en defensa de Núñez e hizo un concienzudo análisis sobre las circunstancias que lo llevaron a ejecutar actos políticos por los que muchos todavía lo enjuician.
«Por encima de simpatías o adhesiones en el caso de Uribe, está el bien de la Patria. Nadie ha hecho más que él por la paz del país. Eso es lo que le gusta a la gente. De ahí el respaldo abrumador que mantiene en las encuestas. Pongamos en una balanza sus hechos negativos y positivos, para ver qué pesa más, y en qué proporción.
«Bajo esa convicción, apreciado amigo, fue que escribí mi reciente columna en El Espectador, cuya prosa, según anotas, la encuentras “forzada”. Esa es tu interpretación, y yo la respeto. Sin embargo, mi criterio es maduro. Tú me conoces muy bien y sabes que mis ideas nunca han sido vacilantes. Puedo equivocarme, pero soy leal con mis principios y mi conciencia. Te envío un gran abrazo», GPE.
El Espectador, Bogotá, 7 de julio de 2008.