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Archivo para noviembre, 2010

El candente terreno del celibato

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Los comentarios expuestos en esta columna sobre el celibato religioso provocaron varias cartas y diversas reacciones tanto de miembros del clero como de personas particulares. A lo largo del tiempo he debatido el asunto con sacerdotes y seglares, quienes han contribuido –defendiendo unos la dura posición de la Iglesia Católica y otros atacándola– a madurar mi propio criterio.

El mismo día en que este periódico publicó la reprimenda que me lanzó el sacerdote Gumersindo Domínguez, un vicario diocesano de paso por Bogotá me manifestaba puntos de vista diferentes a los de mi vehemente censor. Lo cual significa que este capítulo eclesiástico, por lo controvertido, se presta para variados enfoques. Después me llegó copia de la carta que desde Estados Unidos dirige al clérigo de marras el doctor Vicente Jiménez, autor del libro El sacerdote casado a que aquí se aludió, carta que se transcribe para ampliar la visión sobre el mismo tema:

“Yo tomo sobre mis hombros la responsabilidad de todo lo que asevero en mi libro porque todo está documentado en fotografías, artículos de revistas, datos estadísticos y recortes de prensa. Todo ese material lo conservo en mis archivos, junto con retratos, números y fichas. Puedo decirle a su reverencia que el señor Páez Escobar no es un escritor ‘rebosante de espíritu anticatólico’, ni tampoco un ‘sicario moral de la República’. Esos títulos los acepto yo para tener el agrado de combatirlos.

“El reverendo padre Domínguez, por falsa información, asevera que ‘carecemos de lógica por universalizar casos particulares’. No estamos generalizando. Estamos escribiendo acerca de la generalización de hechos que desgraciadamente se han ocultado para no escandalizar a los miembros de nuestra sacrosanta Madre la Iglesia Católica.

“Puedo decirle que su excelencia Eugenio Mariño, arzobispo de Atlanta, fue depuesto del solio por haber tenido relaciones sexuales con una linda morena de Georgia. Se ha comprobado que el obispo de Galway, en Irlanda, tiene un hijo de 17 años que vive en los Estados Unidos, y esto ha causado enorme revuelo en ese católico país. En América estamos escandalizados por los 40 o 50 abusos sexuales cometidos en niños por el padre Porter, al cual las autoridades judiciales han condenado ya a varios años de presidio. Pregunto: ¿Es esta la grandeza del celibato religioso y sacerdotal de que usted habla?

“Tenga en cuenta, padre Domínguez, que yo no pido que todos los sacerdotes se casen. Lo que sugiero es que la ley del celibato se cambie por una ley opcional para dejar en libertad a los que aspiran al sacerdocio para que permanezcan célibes, o se casen. Y como lo asevero en mi libro, si esa ley opcional existiera, habría muchos sacerdotes que no se casarían porque existen dos vocaciones: la vocación para ser sacerdote célibe, y la vocación para ser sacerdote casado.

“Sería muy provechoso si su reverencia pudiera relacionarse con Good Tidings  (P. O. Box 283, Canadensis, Pensilvania, USA).

“En esta institución, sacerdotes y monjas con problemas sexuales son rehabilitados, e hijos de sacerdotes en mujeres desconocidas son recibidos para suministrarles ayuda sicológica y formación moral. Otra institución es Corpus (4124 Harriet, Minneapolis, MN. 55409). Este grupo está formado por exsacerdotes casados o no casados que, habiendo abandonado sus filas, se han unido para ayudarse mutuamente, Toda esa gente conoce mi libro, y a veces busca mi ayuda en el campo de la sicología. Mi madre me contó que el sacerdote que me bautizó hace 67 años dejó la sotana para casarse en un pueblo de Antioquia, en Colombia.

“Para terminar, quiero defender la dignidad de mi amigo don Gustavo Páez Escobar. No es él la persona que usted describe en su artículo. Lo que sucede es que él, como yo, vemos con preocupación todas estas bochornosas revelaciones que vienen manchando a la Esposa de Jesucristo, nuestra Santa Madre la Iglesia Católica”. Vicente Jiménez, Ph.D., Orlando, Florida.

* * *

Nota:

El columnista guarda este artículo en sus archivos junto con varios recortes de prensa que llevan los siguientes títulos:

  • “Aspirante a monja presenta querella de paternidad contra siete sacerdotes”, El Tiempo, 10-II-1984.
  • “Sacerdote en crisis”, El Espectador, 22-X-1984.
  • “Clérigos con prole”, Lecturas Dominicales, El Tiempo, 14-III-1993.
  • “El Papa reconoce travesuras de sacerdotes”, El Espectador, 24-VI-1993.
  • “Los curas padres”, El Espectador, 15-VII-1993.
  • “Sotana por amor”, El Tiempo, 28-X-1993.
  • “Cardenal de Chicago pasa al banquillo”, El Espectador, 13-XI-1993.
  • “Frailes abusaban sexualmente de niños en E. U.”, El Espectador, 7-XII-1993.
  • “Condenan pecados de sacerdote”, El Espectador, 7-XII-1993.
  • “Obispo renuncia para ser padre”, El Tiempo, 4-VI-1995.
  • “Beso entre cura y actriz pornográfica”, 27-II-1996.
  • “Confesiones de un cura gay”, El Tiempo, 19-V-1996.
  • “Purga en la Iglesia Católica (E.U): un obispo renunció, 24 clérigos destituidos y 100 en entredicho, por abuso sexual”, El Tiempo, 10-III-2002.
  • “Más de 1.500 curas alrededor del mundo enviaron una carta al Vaticano a favor del celibato opcional”, El Tiempo, 10-VII-2004.
  • “Desliz pone en aprietos a sacerdote”, El Tiempo, 29-VII-2004.
  • “Escándalo de sotanas en Dallas”, El Tiempo, 2005.
  • “Historia de la pasión de un cura gay en Bogotá”, El Tiempo, 15-V-2005.
  • “Padre Alberto Cutié: ‘Yo la quiero, no hay duda de eso”, El Tiempo, 10-V-2009.

(Es tan solo una muestra. GPE)

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Carta a un sacerdote

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde Montería escribe a este periódico, en términos que denotan delirio o fanatismo, un vehemente sacerdote que me lanza a las tinieblas exteriores por haberme atrevido a criticar el celibato eclesiástico. Y me tilda como “escritor rebosante de espíritu anticatólico”.

Al presbítero le aclaro que no sólo soy católico, sino católico practicante. Pero no fanático. Admiro a Cristo como el líder más grande de la humanidad, y me aparto de los excesos religiosos. La pasión religiosa es tan funesta como la pasión política. La Iglesia del símbolo –como la llamo en uno de mis libros– es la que se echa de menos en este mundo actual tan carente de fe y tan urgido de esperanza.

Agrega mi censor, al calificarme de visionario, difamador y sicario moral, que no debo meterme en terrenos que no me competen. ¡Por Cristo! No alcanzo a entender la iracundia del presbítero y menos sus palabras injuriosas, que desentonan en su misión pastoral. La Iglesia fundada por Cristo y seguida por sencillos pescadores no vociferaba sino que enseñaba el bien con humildad. Siendo una religión de participación, a los fieles nos corresponde opinar, incluso sobre temas tan espinosos como el del celibato.

La propia Iglesia es consciente de la necesidad de cambiar algunas actitudes anacrónicas. Es cierto que ha evolucionado en muchos aspectos, antes por completo vedados, como el de permitir a las mujeres tocar los vasos sagrados para repartir la comunión. Se pasó del latín, una lengua muerta que sonaba misteriosa, a los idiomas vernáculos. Al facilitar la comunicación humana, algo básico en cualquier sociedad, se establecen lazos comunes para la hermandad que tanto se predica. Con torres de Babel es imposible la comprensión en medio de un mundo tan caótico como el actual.

La Iglesia debe llevar a cabo reformas profundas para interpretar las realidades contemporáneas. Los aires renovadores del Concilio Vaticano II se dejaron adormecer. Falta un verdadero revolucionario en el seno de la institución, y él alcanzó a vislumbrarse en la figura de un ilustre papa moderno, dotado de gran sentido social, cuya muerte súbita frustró muchas esperanzas.

Cristo ha sido el mayor revolucionario de la historia, y gracias a él se mantiene incólume su doctrina. Con criterios miopes, ingenuos o farisaicos se detiene la civilización y se causan perjuicios a la humanidad. Primero que todo hay que traducir la esencia del hombre, la criatura a quien Dios formó de barro y de soplos divinos en medio de las tempestades.

A pesar del sacerdote Gumersindo Domínguez, mi corresponsal de Montería, debe revisarse la disciplina actual del celibato eclesiástico. Ya se han dado algunos pasos. Tratándose de una legislación humana, no divina, implantada por el papa Gregorio VII (1073-1085), y más tarde ratificada por el Concilio de Letrán (1123), puede modificarse como toda norma de carácter canónico no sujeta a ningún dogma.

Lo ideal sería el celibato opcional. El duro renunciamiento, que atenta contra la ley natural, provoca grandes crisis espirituales. La soledad afectiva desquicia la personalidad. Matrimonio y sexo es actividad bendita por Dios.

El sacerdote casado sería modelo para la sociedad, estaría mejor capacitado para entender los problemas conyugales y dar consejos, y por otra parte se alejaría de las murmuraciones y las ocasiones de pecado a que hoy lo expone la prohibición. Los religiosos de los tiempos primitivos, por lo menos durante los primeros 400 años del cristianismo, llevaban vida marital. San Pedro, el primer apóstol y el primer Papa, era casado. San Pablo, en la epístola a los corintios, les habla así (incluyendo a sacerdotes y monjas): “Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una su propio marido”.

Las ideas y las costumbres, lo mismo que la noción de pecado, se modifican con la evolución de los tiempos. Tal vez ni el cura de marras, tan celoso de sus reglas y tan resistente al cambio, ni este escritor mundano que trata de interpretar los fenómenos sociales y religiosos, veremos la transformación.

Pero ocurrirá, padre Gumersindo. (Esta carta abierta la hago extensiva a monseñor Gustavo Ángel Ramírez, vicario apostólico de Mitú, cuya misiva sobre el mismo tema –aparecida en El Espectador del 4 de febrero– la he leído con el mismo interés y el mismo respeto que la del sacerdote de Montería).

El Espectador, Bogotá, 18 de febrero de 1993.

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El sacerdote casado

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Al confesarse en un programa de televisión como padre de un niño, un valiente sacerdote colombiano que cumple digna labor pastoral admirada por sus feligreses, pone sobre el tapete el controvertido tema del celibato católico. Desafiando la censura de la Iglesia, el clérigo prefirió desahogar su conciencia y mostrarse ante el público como padre responsable.

Es el compromiso que rehúye la mayoría de la gente, sobre todo cuando la criatura engendrada llega por caminos no lícitos. Es posible que a este sacerdote, por infringir la prohibición eclesiástica y defender su amor con una mujer, le toque abandonar los hábitos.

Crece en el mundo la inconformidad por esta postura de la Iglesia Católica, que no la siguen otras religiones. El tema de los sacerdotes que tienen relaciones sexuales y se convierten en padres clandestinos, cuando no se deshacen de la criatura por los caminos tortuosos del aborto, es más común de lo que se piensa.

La actitud ortodoxa que impone la castidad, y que va contra la ley natural, origina serios conflictos de conciencia, perturbaciones síquicas y escándalos sociales. Esto determina la disminución de vocaciones, y en otros casos la deserción de muchos eclesiásticos, hombres y mujeres.

Repaso, a propósito de este hecho que ha causado revuelo, un excelente texto: El sacerdote casado (Editorial Cosmos, Medellín, 1987). Su autor es el colombiano Vicente Jiménez, residente en los Estados Unidos, doctor en Filosofía y Letras de La Universidad de Missouri, sociólogo y sicólogo, quien por largos años ha sido profesor en varias universidades estadounidenses. Además ha sido consejero de sacerdotes y monjas y ha desempeñado cátedras de moral y ética.

Veamos algunos de sus interesantes planteamientos:

“El celibato ha estado causando tragedias, traumatismos y frustraciones en los establecimientos de la Iglesia. Esta ley, además de anticristiana, es antinatural, y nada hay más acorde con las leyes de la naturaleza que la doctrina de Jesucristo. El hecho de ser sacerdote no excluye el desarrollo y funcionamiento de las leyes de la psique  y el sexo. ¿Será gloria para la Iglesia ver en los consultorios médicos damas llevando en sus manos a niños que tuvieron por padres a sacerdotes conocidos en la región? ¿Será gloria para la Iglesia ver en las clínicas y en los hospitales centenares de monjas y sacerdotes operados a causa de problemas psicopáticos relacionados con su abstinencia sexual?

“Los apóstoles casados no abandonaron a sus esposas aun cuando, de hecho, habían dejado atrás todo lo que tenían para seguir a Jesús. San Pablo recomienda que los obispos y los diáconos sean esposos de una sola mujer. Es tan digno el ministro de Dios que consagra en el altar la hostia del sacrificio, como el casado que cumple en el lecho nupcial los actos matrimoniales según las reglas establecidas por Dios. El consenso general de los médicos es que la principal causa del neurotismo hipocondríaco de los sacerdotes es la práctica del celibato.

“La Iglesia Católica tiene pleno derecho a legislar, pero nosotros creemos que no hay legislación en el mundo que no pueda ser cambiada haciendo los ajustes que los tiempos, las edades y las circunstancias requieren”.

El Espectador, Bogotá, 26 de diciembre de 1992.

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Comentarios:

Dos palabras para saludarlos y, al mismo tiempo, manifestarles el profundo desagrado que sentí al leer el artículo El cura casado (sic), escrito por el señor Gustavo Páez Escobar. Me da la impresión de un escritor rebosante de espíritu anticatólico. Parece desconocer el brillo de las resplandecientes páginas de la historia de la Iglesia que, por sí solas, cantan la grandeza del celibato sacerdotal y religioso en el mundo.

Soy consciente, y admito que hay casos lamentables en la Iglesia de Cristo, compuesta del barro de los humanos. Pero sacar de ahí las consecuencias que él pretende sacar; generalizar como él generaliza; dar una impresión tan desagradable y desobligante como la que él pretende con el turbio fin de afirmar y desacreditar a la misma Iglesia, creo, señores directores, que ese solo propósito constituye un grande y gravísimo error.

Ese error es grande por tomar posición en terreno que no le compete. Falta a la sana lógica por universalizar casos particulares. El autor parece un visionario, que, en sus lucubraciones mentales, sueña con clínicas llenas de almas consagradas. Trata de ensalzar el mal ejemplo de un sacerdote a quien, más que una falsa alabanza, le aprovecharía la enseñanza del apóstol San Pablo, cuando afirma: “Se vanagloria de lo que debiera avergonzarse”. Cómo les cae de bien hacer virtud al mismo pecado.

Es también un error enorme y gravísimo por la difamación y calumnia que ese escritor encierra. Con esas ideas se extiende el escándalo farisaico, que sienta tanto mal en el hombre y del cual Cristo afirma: “¡Ay del escandaloso!”. Realmente, cuando el comunicador olvida el octavo mandamiento de la ley de Dios, tal vez sin darse cuenta, se convierte en un sicario moral de la República. Padre Gumersindo Domínguez, parroquia de San Pablo Apóstol, Montería. (Carta a El Espectador, 29 de enero de 1993).

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A propósito de un artículo (El sacerdote casado) de Gustavo Páez Escobar, se me ocurre que es muy cristiana la comprensión con el sacerdote que salió por la televisión haciéndose cargo de un hijo que tuvo al margen de su compromiso sacerdotal celibatorio. Este desvío, esta caída sexual del sacerdote no puede escandalizarnos y más bien nos pone en guardia a otros que hemos hecho igual compromiso. Todos nacemos inclinados al mal.

En cuanto a la responsabilidad asumida por parte del sacerdote, nada más plausible. Pero una cosa es la comprensión a quien falla y otra la justificación de un desliz. Cuando el articulista dice que la castidad va contra la ley natural, nos pone en aprietos a todos los que hemos optado por el sacerdocio celibatorio.

Es posible que el señor Páez Escobar haya leído el Evangelio donde Cristo dice que algunos se hacen célibes por el reino de los cielos (Mat. 19.12). No le quedará duda de que el Señor Jesús aspiraba a tener el celibato en su Iglesia como un signo del reino de Dios. El que es católico no se atrevería a decir que Cristo es un neurótico porque no se casó, que San Pablo era un desequilibrado porque no se casó.

¿Y qué decir de los santos celibatorios, sacerdotes, religiosos y laicos, que a través de los tiempos han dejado una huella imborrable de bien y de bondad? No diría que son hipócritas y neurópatas. A los periodistas no se les puede pedir que dominen los temas religiosos porque su especialidad no es la teología, pero les viene bien un conocimiento amplio de la historia”. Gustavo Ángel Ramírez, vicario apostólico de Mitú. (Carta a El Espectador, 4 de febrero de 1993.

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No puedo aprobar los términos injuriosos de la carta del padre Gumersindo. Insisto en que el renunciamiento celibatorio no atenta contra la ley natural y lo mejor será que le cite nuevamente el texto de San Mateo 19, 11-12. Además sigo creyendo que Cristo fue el mejor consejero matrimonial. El psicólogo famoso Gordon Allport dice en su libro Personalidad que es más apto e imparcial en asuntos afectivos y sexuales quien no está comprometido con ellos. Gustavo Ángel Ramírez, Vicario apostólico de Mitú. (Carta al columnista, 9 de marzo de 1993).

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La iglesia de Corinto envió al apóstol una carta con una serie de consultas de difícil solución. Lo primero que Pablo resuelve es que el celibato debe ser voluntario y no impuesto: “Pero si no tiene don de continencia, pues mejor es casarse que estarse quemando”.

Ahora mismo, en Colombia, católicos a quienes su iglesia no les dará anulación obtendrán un divorcio judicial; y, en el caso del divorcio civil, les serán negados los sacramentos. Ellos tienen derecho a rehacer sus vidas dentro del Evangelio, así como clérigos católicos amancebados a causa del celibato vieron solucionada su situación al hacerse pastores protestantes durante la Reforma.

Lógicamente, un católico comprometido con su Iglesia entenderá que su matrimonio es indisoluble, pero la tesis romana de la indisolubilidad no tendrá valor en la conciencia de quien voluntariamente y a sabiendas de lo que hace, se traslade a otra iglesia cristiana. Una vez legalizada su situación, esas personas quedarán cobijadas por la enseñanza matrimonial en su nueva congregación. Pastor Darío Silva, en su escrito Apertura religiosa – divorcio y nuevas nupcias, Lecturas Dominicales, El Tiempo, 8 de enero de 1998.

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El mismo tema se trata en los artículos Carta a un sacerdote El candente terreno del celibato. GPE.

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Carta abierta al papa Francisco, del sacerdote jesuita Alfonso Llano Escobar (El Tiempo, 5-VII-2016):

Usted, querido papa Francisco, sabe muy bien que Jesús no impuso a sus apóstoles y discípulos el yugo del celibato. Usted bien sabe que durante los primeros diez siglos los sacerdotes católicos se casaban. Solo el año 1074, el papa Gregorio VII, dados los abusos y los escándalos de algunos sacerdotes, ordenó volver a la práctica del celibato, y que el papa Calixto II en el Concilio de Letrán, 1123, decretó el celibato obligatorio para los sacerdotes católicos romanos. Sin olvidar que el clero ortodoxo, los luteranos alemanes y los cristianos anglicanos practican el mismo sacerdocio, compatible con el matrimonio cristiano.

Padre Francisco: tenga bien presente: si usted no lo hace, no lo hará ningún otro papa, según lo previsible, en el siglo XXI. Su carisma es la misericordia, que ha manifestado con todos los que sufren dentro de la Iglesia católica. Si los cristianos ortodoxos, si los luteranos alemanes, si los cristianos anglicanos ejercen el sacerdocio compatible con el matrimonio, ¿por qué, pregunto, los sacerdotes católicos no pueden?

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Vicente Landínez Castro: pensamiento y acción

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A finales de la década del setenta, Vicente Landínez Castro editaba en la ciudad de Tunja, como director de publicaciones de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, la importante revista  titulada Pensamiento y Acción. No me cabe duda de que ese nombre expresivo, que definía en solo dos palabras la personalidad del propio editor, lo escogió él mismo. La revista era un interesante vehículo de ideas concebido y realizado con elevadas miras humanísticas, que no solo destacaba los valores boyacenses en los campos de la educación, las letras y las artes, sino que se paseaba por la cultura universal con atisbos novedosos.

Hoy, con la mirada retrospectiva hacia una de las facetas sobresalientes de este escritor de vastos horizontes -la de difusor de cultura-, es oportuno señalar que su vida toda ha girado alrededor de las dos palabras enlazadas, especie de signo cabalístico que mueve su existencia: pensamiento y acción. Tal el principio aplicado en la escritura de sus libros y de los numerosos ensayos que han visto la luz en conferencias, periódicos y revistas, sin contar las páginas que se encuentran escondidas en el secreto de su mesa de trabajo.

Cuatro décadas han transcurrido desde que apareció en el panorama de las letras nacionales, con el libro Almas de dos mundos, este gran estilista boyacense. Habitante sigiloso de la ilustre ciudad de Tunja adormecida en el sueño de los siglos, el nuevo escritor, oriundo de la apacible Villa de Leiva, sabía que el oficio escogido representaba un acto de libertad, pero también de renuncia y tormento. Y en él se quedó.

Su destino irrevocable, manifestado en forma clara desde su inquieta niñez y su juventud ansiosa, y proclamado a los 36 años con este libro inaugural, era una vena abierta imposible de cerrar. No ha retrocedido desde entonces un solo paso en la búsqueda vehemente de sus horizontes creativos. Si escribir es también acto de humildad, resulta cuestión de honor que hace descubrir la luz y la verdad. Las emociones del escritor son espíritu.

Landínez Castro nació escritor. La tierra boyacense, de tan fértiles esencias espirituales, le inyectó el alma de ensueños y poesía y lo familiarizó con los temas del pensamiento y los caminos del arte. La prosa maestra que maneja, aquilatada y pulcra, a la par que florida y diáfana, es su más cara presea. Pensar y crear ha sido su compromiso y su reto irrenunciables a lo largo de una vida de entrega absoluta al noble ejercicio de la inteligencia.

Hitos del pensamiento

Estas son las obras de Vicente Landínez Castro que han sido publicadas hasta el momento, mientras nuevos títulos vienen en camino:

Almas de dos mundos (1958), en la que muestra, desde sus iniciales escarceos en las letras, el donaire de su estilo y el ingenio de su espíritu, en consistentes ensayos sobre personajes y temas literarios de Europa y América. Con este título el autor publicaba su primer libro, pero es evidente, por el bagaje y la propiedad que contiene la obra, que ya había avanzado mucho terreno.

Primera antología de la poesía boyacense (1960). Resumen selecto de la poesía regional desde la época de la Colonia, hasta 1960, con inclusión de treinta voces líricas de la comarca y sustanciosos juicios sobre sus obras. Cuatro siglos de creación poética de la tierra boyacense. Una antología obedece al criterio personal, al placer íntimo y así mismo subjetivo -cuando no al capricho excluyente y castigador con que algunos ejecutan las antologías-, y no puede evitarse, a pesar de la rectitud y el buen juicio que se pongan al frente de la empresa, el generar controversias, disgustos y a veces enconos incurables. Bajo otro aspecto, el autor del trabajo -en el caso de Landínez Castro- demuestra su categoría e independencia intelectual, como también su habilidad para bucear en las aguas torrentosas del arte.

El libro se abre con este epígrafe: “Si queréis conocer a fondo un pueblo, leed primero a sus poetas”. Y en las palabras de presentación se anota: “Esta antología demuestra -entre muchas cosas admirables- que el boyacense posee un alma cosmopolita y sensitiva en alto grado; que con la misma intensidad y la misma capacidad puede expresar la problemática de su terruño tanto como la problemática del universo (…) En fin, que el hombre boyacense es un ecléctico de sensaciones, un poderoso receptor de culturas”. La edición pasó de 10.000 ejemplares y tuvo amplia divulgación tanto en Boyacá como en el resto del país.

Testigos del tiempo (1967). El ensayista, más analítico e intenso, pero no menos perspicaz que en los estudios anteriores, exhibe fina destreza para manejar temas y personajes de severa complejidad, tanto del panorama universal como de la propia tierra colombiana, y nos embelesa con sus juicios y pinturas geniales. Logros formidables obtiene al revelar bocetos sorprendentes que surgen de sus hondas indagaciones. Menciono algunos casos:

El Greco, pintor del alma de Toledo, es dibujado a su turno, a través de sus figuras melancólicas y atormentadas, como el intérprete alucinado de los seres místicos y las existencias mustias; Amiel, inmerso en su mundo interior, voluptuoso e idealista a la vez, es el hombre angustiado que descubre las delicadezas del alma; Julio Flórez, poeta erótico y espíritu atribulado, recorre en sus bohemias y miserias humanas los caminos insondables del dolor y el sentimiento, y los hace poesía popular que conmueve a toda clase de lectores; Goethe, eterno enamorado de la mujer y la belleza, personifica con sus obsesiones la pasión sensual del escritor y entroniza en las  letras a sus heroínas, esta vez -en la pluma de Landínez Castro- a Lisa Schoenemann, la hermosa rubia de 20 años que le conquista el corazón en forma avasalladora cuando él apenas comienza a conocer las mujeres.

Son muchas las mujeres que pasan por la vida de Goethe: Margarita -inmortalizada en Fausto-, Federica Brion, Ana Catalina, Carlota Buff -frustración amorosa que recoge en Werther-, Carlota von Stein -larga relación enajenante-, Cristina Vulpius, Lisa -llamada Lilí por el poeta-… Lisa es captada en Testigos del tiempo acaso como la pasión más tierna y voluptuosa de Goethe.  El biógrafo boyacense, que se ha sumergido con ojo de zahorí en la fibra amorosa del genio alemán, saca esta conclusión: “De las mujeres no le interesaba el rango, la posición social, la riqueza o la edad, sino las perfecciones de la forma física y las opulencias del alma. Buscaba, sobre todo, un corazón apasionado que marchase al mismo ritmo impetuoso del suyo”.

En Breve biografía del cosmético, capítulo de extraordinario colorido y gran sicología sobre el alma femenina, como sucede con El arte de amar, de Ovidio, los afeites y aderezos proclaman sus dimensiones reales y sus poderes mágicos. El  Coloquio de las piedras es un tratado de sabiduría que obliga a reflexionar, como le enseñaron a pensar al escritor sus dos patrias amuralladas, la natal y la adoptiva: Villa de Leiva y Barichara.

105 sonetos de la literatura universal (1973). Delicada misión la de seleccionar 105 sonetos de los grandes maestros, cuando son tantas y tan refinadas estas composiciones en los países que practican dicho género. ¿Por qué 105 sonetos y no un número redondo, por ejemplo 100? Porque quien hizo la recopilación no iba a llenar una cifra matemática, sino a expresar sus preferencias hasta el límite que le permitiera el austero escrutinio de su conciencia crítica.

Novelando la historia (1973). Otro acopio de ideas sobre grandes obras de la literatura. Se analiza en este trabajo la mezcla entre novela e historia que hacen famosos escritores para rescatar, dándoles vitalidad, hechos memorables de la vida de los pueblos y las naciones, como sucede con Flaubert en Salambó respecto a la historia guerrera de Cartago.

El lector boyacense (1980). Con el sello La Rana y el Águila -serie bibliográfica que divulgó el talento boyacense y que hizo famosa Landínez Castro como director de publicaciones de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia- fue editada esta obra excepcional, de difícil repetición, contenida en dos tomos y en 1.120 páginas. Especializado en antologías, que ha realizado con agudo sentido crítico y generoso mecenazgo, el desvelado protector de las letras boyacenses pergeñó para las futuras generaciones esta guía cultural y espiritual de vasto alcance, que entraña, como pocas, la más amplia identidad de la raza boyacense.

Esta galería abarca 85 escritores, pensadores y poetas boyacenses, con una selección de páginas destacadas sobre variados aspectos de la tierra y del arte, y la elaboración de las respectivas fichas bio-bibliográficas. Quien hoy, oriundo de Boyacá o de cualquier otra geografía, posea El lector boyacense -libro que hace veinte años se distribuyó en forma profusa en todas las entidades docentes y culturales de la región y llegó a atildados escritores del país-, puede sentirse privilegiado.

En el número 324 de Repertorio Boyacense (1989) el ensayista publica el trabajo titulado Breviario de literatura boyacense, donde presenta una visión panorámica de los escritores de la comarca y describe sus rasgos literarios y sus producciones bibliográficas.

El héroe de San Mateo: vida y hazañas del capitán Antonio Ricaurte (1984). Breve y precisa semblanza sobre el valiente patriota colombiano que, asediado por los realistas en San Mateo (Venezuela), ejecutó el acto heroico de volar un polvorín para destruir al enemigo e inmolarse él mismo, antes que rendirse, escribiendo una de la mayores epopeyas de las gestas libertadoras.

Estampas (1989). Landínez Castro, por encima de cualquier otra ponderación, es ensayista. Ensayista de casta. Esta es su fibra más sensible y su mayor identidad. Es tallador de ideas y alquimista del pensamiento, para quien la magia de la palabra se prodiga en armoniosa floración de metáforas e imágenes y en serenos juicios sobre las personas y sus creaciones. Busca y rebusca los vocablos y los adjetivos exactos para resaltar la virtud, valorar una circunstancia o señalar una imperfección, y no descansa hasta conseguir el equilibrio de la frase y el brío y garbo de la expresión. Eduardo Torres Quintero -su maestro y su guía, a quien puede calificarse como su álter ego como puristas del idioma, y luchadores incansables de la cultura boyacense- lo definió como “un verdadero señor del idioma, cuyos más íntimos secretos percanza y cuyas complicadas estructuras le son cada vez más familiares, le resultan más nítidas y sabe manejarlas día a día con mayor elegancia y mejor brío”.

Estampas es un nuevo eslabón de su carrera reflexiva por los mundos del arte y por los embrujos de la naturaleza. De entrada, hay una sentida remembranza de su patria chica, bella página que exalta su hondo cariño por el terruño, como grito incontenible de la sangre. Le canta a Villa de Leiva a través de sus piedras y sus silencios, de sus conventos taciturnos y sus campanas tristes, de sus casonas legendarias y sus monjas enclaustradas, de sus glorias y fascinaciones, y dice:

“Aquí, en esta antañona ciudad, tenemos el pretérito detenido, hierático, fosilizado delante de nuestros ojos; nos es dado oírlo, verlo, sentirlo, olerlo y palparlo por doquier. Por eso encontrarse uno en la Villa de Leiva equivale a estar sumergido en lo más profundo de la historia de la patria. Esta es una ciudad-síntesis, representativa, simbólica; un encantado lugar que compendia y guarda milagrosamente las excelencias y las glorias de nuestro pasado”.

Cierra el libro, tras sucintos y cincelados capítulos sobre escritores y diversas motivaciones, con otra página no menos emotiva y lírica, que titula Acuarela verbal de Barichara. En ella explaya su corazón emocionado hacia el albergue que hoy llena de paz y regocijo sus horas del crepúsculo, y expresa su sentimiento con el gozo de las gratitudes. Por similitud prodigiosa de las dos ciudades blasonadas y míticas, en la villa santandereana se siente como en su propia tierra nativa al encontrarse de nuevo con el alma de la piedra, tan arraigada en su sensibilidad soñadora y poética. Esta página es una canción a la piedra, y al mismo tiempo una canción de amor, sobre la que exclama con hondo sentimiento:

“Este es el pueblo, del que una tarde, al arribar a él, me enamoré de repente y a primera vista como de una de esas mujeres leonardinas de la remota época colonial, de las que los historiadores y los biógrafos se afanan tanto por desentrañar y apoderarse hasta de sus más íntimos secretos (…) En Barichara todo es calma, silencio, soledad. Hay momentos en que uno tiene la impresión de estar recorriendo un pueblo ha mucho tiempo abandonado”.

Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez (1997). Siendo la brevedad uno de los rasgos característicos que rigen el estilo de Landínez Castro -brevedad fascinante y ejemplar-, en el presente estudio sobre la obra gigantesca de Otto Morales Benítez demuestra el ensayista boyacense, en menos de 200 páginas ágiles y profundas, lo que vale el poder de la concreción.

El escritor y estadista Otto Morales Benítez, uno de los valores más descollantes del país por su formación democrática y su labor intelectual, poseedor de una de las obras más densas sobre nuestras raíces aborígenes, sobre la idiosincrasia colombiana y los asuntos sociales, políticos y culturales, y quien a lo largo de su fructífera existencia no ha hecho cosa distinta que propender al bien de la patria y profundizar en el alma de los libros, es analizado en este ensayo con rigurosa precisión y esmerada crítica valorativa. “Toda mi existencia la he desenvuelto cerca de las palabras”, manifiesta Morales Benítez, a lo que agrega su biógrafo que “es, ante todo, un escritor conceptual, un trabajador de la literatura de ideas”.

La correspondencia
como género literario

Otro asunto significativo en la obra de Vicente Landínez Castro es el relacionado con su correspondencia particular, donde, entre el tono entrañable de sus deliciosas confidencias, suele deslizar verdaderos ensayos sobre los más variados tópicos en torno al acontecer cultural y humano, salpicados de gracia y erudición, agudeza sicológica y hondura de las ideas. Cartas donde lanza sutiles censuras sobre el comportamiento humano y los sinsabores de la vida. Y algo más: de impecable dicción, aspecto que muchos descuidan e incluso consienten, por considerar que las cartas pertenecen a los actos privados, desprovistos de rigores y solemnidades.

Creo que nuestro estilista impenitente suda cada una de sus cartas. Un día me llamó por teléfono, antes de que me hubiera llegado el correo al que iba a dar alcance, para disculparse por dos gazapos nimios que había cometido su secretaria inexperta, y que él -el maestro exigente- había dejado pasar por ‘imperdonable descuido’. Lo mismo que una vez expresé en relación con el poeta Germán Pardo García: que cada carta suya era un poema, sobre Vicente Landínez Castro tengo que decir que sus cartas son auténticos ensayos.

Si algún día se publicaran estas cartas admirables, al estilo de las series que analiza y divulga el Instituto Caro y Cuervo, saldrían varios volúmenes de inestimable valor. El alma del escritor se refleja mejor en su correspondencia que en sus libros. Mientras en éstos hay acicalamiento e incluso prevención, en aquélla sucede lo contrario: el tono, por lo confidencial, surge espontáneo y libre de cosméticos y afectaciones, como es el alma genuina. La correspondencia se vuelve género literario cuando se escribe con la elegancia y la sindéresis que practica nuestro humanista boyacense.

Ejemplo de literatura epistolar es la de Gustavo Flaubert, recogida por Conard en 13 tomos. El escritor solitario, que en su castillo francés realizaba calurosas tertulias con sus amigos más cercanos, deja ver en su correspondencia los desiertos de la soledad y la angustia, al mismo tiempo que sus odios y afectos, sus amores y desengaños, sus inquietudes literarias y las polémicas que sostenía con sus críticos.

Las cartas de Bolívar pintan al genio y al ser apasionado, al estratega de la guerra y al esclavo de la mujer, al pensador y al literato, al hombre de Estado y a la víctima de la ingratitud humana. Es maestro de la literatura epistolar, que lo mismo que lanzaba consignas a los pueblos e impartía órdenes militares contundentes, volcaba su corazón en la delicadeza de la mujer amada. Sus cuitas sentimentales las mitigaba con el bálsamo de las palabras tiernas, y sus aires guerreros los encumbraba con el tono marcial de las proclamas. Buena parte de la historia de Colombia sale de estas cartas íntimas, y en ellas se dibujan además los perfiles secretos del prócer y las tristezas y regocijos de su corazón ardiente.

En el género romántico sobresalen las cartas de Pedro Salinas a su esposa Margarita, una correspondencia fascinante. También pertenecen a este estilo las 36 epístolas de Antonio Machado a Guiomar, cartas de encantadora belleza por su contenido poético y sensual, y además de gran misterio, porque nadie sabía quién era la destinataria. Hasta que ella misma rompe el enigma con el libro de memorias que titula Sí, soy Guiomar: se trata de Pilar de Valderrama.

Similar al caso anterior es el de Silvio Villegas con sus cartas a Carlota -haciéndole honor a la Carlota de Goethe-, a quien bautiza el hada Melusina. Misivas entrañables y apasionadas que se escriben en los días de mayor agitación política de su autor. Este romance furtivo se mantiene en la más absoluta reserva durante largo tiempo, y sale a la luz pública en libro maravilloso, por voluntad valiente, mezclada de afecto filial, de su hija Eugenia, 24 años después de la muerte del escritor. ¿Quién es Carlota, la bella y recóndita dama, esposa de un personaje de la sociedad manizaleña, que flechó el corazón del ilustre político y hombre de letras? No lo sabemos. Pero la revelación no es lo que más interesa: lo que vale en realidad es el aporte que reciben las letras nacionales con esta obra precursora entre nosotros del género epistolar amoroso.

Recopiladas y anotadas por Enrique Santos Molano, se publican, al cumplirse el primer centenario de la muerte de José Asunción Silva, 45 cartas escritas por éste entre 1881 y 1896 -año de su suicidio-, en las que afloran sentimientos y frustraciones sobre diversas circunstancias de la vida del poeta en los campos familiar, intelectual  y económico. Se capta en ellas el desespero de Silva cuando se siente estrangulado por el prestamista voraz, episodio de la vida prosaica que sería un detonante de la decisión faltal del suicidio, acosado el poeta por las deudas.

Cartas de inmensa ternura son las que remite desde Caracas a Vicenta Gómez de Silva y Julia Silva Gómez, su madre y su hermana, a quienes llama “mis viejas encantadoras y lindas”. A la pintora bogotana Rosa Ponce Portocarrero le dirige una carta abierta de gran sensibilidad, publicada en la Revista Gris (Bogotá, noviembre de 1892), en la que formula interesantes comentarios sobre el arte y en la que además alude, con marcada ironía, a cuestiones  sociales y políticas de la vida bogotana. Esta es la legítima carta-ensayo, de la misma estirpe de las escritas por Landínez Castro.

Cartas a 14 personajes de la historia es libro novedoso en el que el escritor Carlos Arboleda González -hoy director del Instituto Caldense de Cultura- se comunica en lenguaje coloquial con protagonistas universales de las letras, la realeza, la música y la política, y compone -a través de este estilo peculiar- condensadas y certeras biografías sobre tales personalidades. Estas cartas, que a uno le provoca que tuvieran respuesta de los destinatarios desde sus moradas ultraterrestres, poseen tal desenvoltura, ingenio y gracia -rasgos fundamentales que debe tener la correspondencia-, que penetran con precisión en el alma de los personajes escrutados y ayudan a comprender la Historia.

Las anteriores divagaciones vienen a propósito de las cartas intelectuales, de delicioso contenido y acariciante amenidad, salidas de la fina pluma de Vicente Landínez Castro, maestro como pocos del arte epistolar. En ellas se esconde buena parte de su creación literaria. (Con las que a mí me ha escrito a lo largo de nuestra ancha amistad habría material para un libro). No sé si él se ha detenido a considerar este aspecto, o su proverbial modestia se lo impida aceptar. La obra de un escritor está no solo en lo que publica -o logra publicar-, sino en lo que permanece oculto. A veces esta última es su obra más valiosa.

Boyacá y el universo

Vicente Landínez Castro ha sido fervoroso apologista de los valores boyacenses. Al igual que Armando Solano -cantor visceral de la raza indígena-, nuestro personaje sabe que Boyacá se distingue por sus hombres, sus virtudes ancestrales y su estructura espiritual y culta. Y valora la naturaleza de la tierra a través de los escritores y poetas, de los músicos y artistas, de los pensadores y pedagogos, de los clérigos y militares, y de los simples artesanos de la vida cotidiana.

Boyacá es -siempre ha sido- oración y espíritu, paisaje y poesía, circunspección y silencio, paciencia y reciedumbre, lucha y epopeya. Las lides del espíritu las han acaudillado, desde remotos tiempos y en forma caudalosa, una pléyade de hombres superiores que han hecho de Boyacá un semillero de ideas, como son opulentos en nuestro terruño los trigales cargados de cosechas esperanzadoras.

Lo mismo que un día, en página magistral, dijera Landínez Castro sobre Eduardo Torres Quintero: que “gustaba, como nadie, poner el oído atento sobre los historiados caminos boyacenses para escuchar las mil voces de la tierra; y dialogaba con las gentes humildes para descubrir el escondido venero de los sentimientos populares”, esas mismas palabras cabe aplicarlas a su propio autor, uno de los escritores y ciudadanos más compenetrados con la idiosincrasia y las tradiciones de la comarca nativa, que ha sido siempre Vicente Landínez Castro.

En otro estudio afortunado, que elabora nuestro amigo sobre Juan Clímaco Hernández -uno de los valores más connotados del departamento-, manifiesta que este definido escritor indigenista afirmaba que “la genuina literatura colombiana no está en Europa sino aquí mismo, entre nosotros, en nuestro terruño, y que nosotros mismos somos la mejor materia para nuestros libros, nuestros mejores personajes, nuestros más universales caracteres”. Este énfasis  sobre lo nuestro, sobre lo que tenemos y somos, sobre la autenticidad y la bizarría boyacenses, y sobre los poderes incalculables del espíritu y la raza, es reiterativo y clamoroso en toda la obra de Landínez Castro, y además en sus acciones. Lo que muchas veces dice sobre el carácter terrígena de otros escritores resulta un eco de lo que él mismo siente y de lo que él mismo es.

Claro: ¡Boyacá es el universo! Y no es que lo diga un boyacense más, el autor de estas líneas, sino que es así. La provincia es el alma de la patria. No hay esencia más pura que la  aldea, ni solaz más legítimo que el campo. La cultura nacional emerge incontaminada de la comarca y a veces se vuelve atroz en los centros. En el pueblo se refleja el mundo entero. Tolstoi le indicó a un joven escritor que le pedía consejo sobre cómo escribir una obra importante: “Dibuja bien tu aldea y serás universal”. En una de las tantas cartas que me dirige Vicente Landínez Castro declara que Boyacá es la tierra a la que “hemos amado con la fuerza de una pasión desenfrenada y a la que le hemos dedicado igualmente lo mejor de nuestro pensamiento y nuestro esfuerzo”.

Las antologías de escritores boyacenses a que atrás se hizo referencia son la mejor prueba del ánimo de su autor frente a esa patria grande que lo vio nacer y le ha llenado el corazón de afectos e hidalgos objetivos, si bien, por razones que no viene al caso analizar en esta semblanza, un día resolvió sentar sus reales en Barichara, en fortificado recinto de piedra y silencio, para desde allí “poder contemplar mi tierra serenamente -según sus palabras-, desde lejos, así como se contemplan las grandes montañas”.

Las letras, una insignia

Su talante es ser escritor. Eligió el oficio más hermoso del mundo. En el cultivo de la literatura conquistó su razón de ser. Esta actitud ante la vida lo hizo noble caballero. Gran señor de las letras. Hoy se pasea por el universo literario liberado de mezquinas vilezas y alimentado de altos ideales. La distinción y donosura de su estilo es su mayor logro. Su joya más valiosa. Cada uno de sus libros, ensayos y cartas están perfilados por el mismo bisturí: todos han sido forjados con el lenguaje castizo y elocuente que distingue a los grandes de la literatura, y por eso son obras maestras.

Toca temas de la más variada índole y se sumerge, avizor y penetrante, en las corrientes del pensamiento y de ellas extrae erudición y jerarquía. Semeja un buceador que baja a las profundidades para pescar los secretos submarinos, y ufano sube a la superficie para exhibir sus conquistas. La claridad singular de sus ideas, movidas por el impulso vital de su mente y apoyadas en el soporte de sus extensas y minuciosas lecturas, ilumina, refresca y tonifica el espíritu de los lectores.

Nada en él es improvisado, ni recibido por soplo milagroso. Ha sido lector voraz y escritor atormentado, en el sentido de que la perfección no consiste en escribir mucho sino en hacerlo con lenguaje ajustado y sobrio, y con ideas claras, donde no falten el ritmo y la elocuencia de la oración, y por el contrario, se asesinen los ripios, las vaguedades y las disonancias. Ejerce la escritura como acto sagrado de alquimia, que permite la transmutación de las palabras en piedras preciosas. Es el orfebre más exacto y riguroso que yo haya conocido.

Su vida ha girado alrededor de las letras, la cátedra y la cultura. De ahí no se ha salido nunca. Durante mucho tiempo fue profesor de humanidades, español y literatura en colegios de Bogotá, Ibagué y Tunja, lo mismo que en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, a la que estuvo vinculado por más de veinte años, los cinco finales como director-editor del Fondo de Publicaciones. Dirigió la Oficina de Extensión Cultural de Boyacá y allí cumplió ponderada labor. La Universidad Nacional de Panamá le otorgó la medalla “Octavio Méndez Pereira” por su significativo aporte a la cultura del continente. Es miembro de las Academias Colombiana de la Lengua, Colombiana de Historia y de las Academias de Historia de Boyacá y Santander.

“Hasta donde yo conozco -declara Germán Arciniegas en su columna de El Tiempo– no hay otro colombiano que escriba un castellano más perfecto, expresivo, elegante y jugoso que el suyo”. El maestro Arciniegas hace esta confesión el 14 de agosto de 1995, tras muchos años de rastrear los escritos del estilista boyacense, y sus palabras parecen el premio cumbre para quien ha sabido mantener alta calidad como literato, historiador, poeta, ensayista, académico, lingüista, filósofo, investigador, crítico… Tantas condiciones confluyen en su patrimonio culto, y es tan difícil y aventurado destacar una sobre las otras, que se trata, sin duda, del polígrafo extraordinario que ha hecho de su existencia un tributo a la vida, la familia y la patria.

Ya en la cima del saber, me revela que escribir es para él una tortura. Y se lo creo. Pero me viene a la mente la frase del poeta ruso cuando dice que “no hay tormento más exquisito que el tormento de las palabras”.

Remedios del alma

Como Borges, ha peregrinado en busca de un libro. Y comprende que la biblioteca es interminable. También sabe que no existen dos libros iguales. Quiere todos los libros, y hoy, tras su romería como lector insaciable a lo largo de su  fecunda existencia, ha marcado en los dominios de su biblioteca las fronteras precisas que clasifican las obras allí acumuladas, un tesoro invaluable.

Allí lo visité en unión de Astrid, mi esposa, y al compartir con el viejo amigo intensas horas de placer y goce espiritual, comprobé una vez más que nos unía un vínculo perdurable e indestructible: los libros. Se llega a la hermosa casona colonial por una de las infinitas calles empedradas -lo que en Barichara está sobrentendido, pero es bello expresarlo- que ascienden como espiral mágico a lo alto de la población. En la entrada de la casona se lee sobre placa de piedra esta inscripción, que es al mismo tiempo una evocación: “Villa Laura”. No hay duda: se trata de la vivienda del escritor, bautizada con ese nombre como homenaje irrestricto a su amada esposa, compañera leal y cómplice discreta de todas sus horas y todas sus angustias y esperanzas.

En el interior de la residencia, la piedra brota por doquier con sus mantos espesos de misterio y eternidad. Una fuente rumorosa pregona la dulzura de las aguas absortas en medio de tanto silencio. Todo reposa en derredor como parte de sueño fantástico. La canción de la piedra murmura sus tonos litúrgicos. ¡Y otra vez, como en la religiosa Villa de Leiva, silencio y oración! Aquí como allá el tiempo se encuentra petrificado y estático, y las horas duermen entre toneladas de silencio.

En este ambiente recoleto e intenso, bajo la solemnidad y el sosiego de las horas mudas, y amurallada el alma con la coraza pétrea de la consistencia espiritual, pasa el escritor sus mejores momentos. De su biblioteca brota música tenue, y al penetrar en ella se acrecientan los aires filarmónicos de algún maestro inmortal. A la entrada del recinto, sobre piedra cincelada y vanidosa, Vicente ha escrito en recios caracteres el rótulo ideal con que ha bautizado su biblioteca selecta: Remedios del alma.

Desde aquí se comunica con el mundo exterior, y de tarde en tarde se le antoja calificar su callado y azoriniano albergue como un sepulcro de vivientes. “Los libros -me dice mientras recorremos la biblioteca y yo escondo mi emoción- son mi refugio más seguro y más apetecido, entre los cuales he pasado los más perdurables momentos de auténtica felicidad”.

Boletín de Historia y Antigüedades, Academia Colombiana de Historia, No. 808, enero-marzo de 2000.

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Viaje de emociones

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

(Prólogo del libro Navío de arenas, de Inés Blanco)

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el cuarto poemario de Inés Blanco vuelve a ocurrir un hecho curioso: que a partir de la aparición de su primera obra, cada tres años ha germinado una nueva cosecha en sus campiñas líricas. Paso a paso, su libro inicial de 1993, fue seguido por Piel de luna en 1996, por El tiempo y la clepsidra en 1999, y por Navío de arena en 2002. Como en el ánimo de la poetisa no ha estado prevista dicha periodicidad, puede pensarse que el tres es para ella un número cabalístico, que le ha llevado buenos vientos a su creación literaria. Siempre han existido números sagrados, como el tres y el siete, a los que las culturas primitivas atribuían especiales interpretaciones. Pitágoras no solo vio en los números los principios de todas las cosas, sino que los veneraba con sentido religioso.

También el cuatro, a propósito del número de serie del libro actual, tiene propicias coincidencias en relación con el contenido de la obra. Cuatro son las fases del día: el amanecer, el mediodía, el atardecer y la noche, y cuatro las estaciones del año: la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Asimiladas estas etapas a las edades del hombre, corresponden a la niñez, la juventud, la madurez y el ocaso, estaciones de la vida por donde discurre la poesía de Inés Blanco. Si se trata de la orientación por el mundo, cuatro son los puntos cardinales: el Norte, el Sur, el Este y el Oeste, sin los cuales no es fácil ninguna travesía, ni humana ni poética.

Este Navío de arena, cargado de emociones y nostalgias, de llantos y esperanzas, navega por los mares del alma con arribos a cuatro puertos, que son los capítulos del libro. Al abrir sus páginas para iniciar el viaje, aparecen cuatro faros que alumbran la vida sentimental de la escritora: la abuela, el padre, la madre y los hijos. En este divertido juego de las cifras y las cábalas, no resulta aventurado afirmar que entre números y poesía existe estrecha relación. En ambas ciencias -y teniendo a la poesía como la ciencia maestra de los sentidos- existen ingredientes de magia y encantamiento.

Antes de embarcarnos en este navío poético que Inés ha armado con rigores de orfebre y artes de alquimista, deseo expresar algunas ideas sobre los hilos comunicantes que encuentro en sus libros. En ellos la primera marca común es la del amor, un amor vivo y persistente que nace en sus primeros años y la acompaña por el resto de sus días. Desde pequeña amaba las mariposas, los campos y las ilusiones, y con esta llama descubrió el amor humano.

Nadie ignora que el amor es alborozo y sorpresa, emoción y hallazgo, serenidad y paz. Pero no hay amor sin tristezas, sombras y vacíos. Siendo la manifestación suprema de la alegría, también lo es de la amargura. El hombre sufre porque ama. Quizá sufrir sea la mayor certeza del amor. Hay amores rebosantes de dicha, pero para llegar a esa plenitud hay que recorrer caminos de abrojos. Esta cantora de los sentimientos que es Inés Blanco desgrana en su obra los punzantes dolores que nacen de la nostalgia, la desilusión, la soledad, la ausencia, el olvido, y parece que llevara a flor de piel una vibrante melancolía que la hace interpretar las eternas cuitas del amor.

Escribe sus versos bajo la inspiración de metáforas refulgentes, las que no le han llegado por generación espontánea, sino que son el producto de rigurosos escrutinios sobre el valor de las palabras y la magia de la expresión. Maestra de la brevedad y del verso libre, y cuidadosa de las reglas gramaticales, enhebra pensamientos y plasma imágenes con la elocuencia que prodigan los vocablos nobles y las frases certeras. A propósito del esmero que observa con la sintaxis y la ortografía (virtud sobresaliente en su última obra), hay que lamentar el vicio bastante generalizado de los poetas modernos que sacrifican las comas, o las usan a la diabla, acaso para que el lector las ponga o las suprima a su arbitrio. Craso error.

¿Cómo escribir con ritmo y modulación -reglas fundamentales de la poesía-, pisoteando los signos ortográficos? La coma, en cualquier escrito y sobre todo en poesía, es recurso portentoso para la fluidez de la expresión y la donosura del estilo. El ritmo poético de Inés Blanco crea música en el alma. Aunque se trate de la melancolía más intensa o del dolor más lacerante, sus versos intimistas causan fascinación. Su lenguaje es diáfano y conciso, espontáneo y emotivo. Huye de las penumbras, así sean las de su propio espíritu pesaroso, para llevarles luz y consuelo a las almas enamoradas.

***

Las voces del retorno, primer capítulo de su libro navegante, es el feliz encuentro con sus raíces familiares y en él afloran íntimas sugestiones sobre genes que la habitan y le traen aromas misteriosos del Oriente legendario. Su padre el coronel, a quien no conoció y le empaña el recuerdo, vive en su sangre y en su espíritu. Su madre, la anciana-niña convertida en su guía de todas las horas, le afianza el derecho de soñar. A la abuela imborrable se dirige con humo en los ojos, entre fatigas y pesares, y le dice: “Déjame ver tu pena y tu silencio en cada surco de tu piel”.

En los hijos, en quienes ve prolongarse los ancestros que le dieron identidad en la vida, representa sus querencias cotidianas en un vuelo por el pasado, que hoy todavía es presente, para dialogar con los objetos caseros, con los sueños y las secretas pertenencias. Este regreso a sí misma es la vehemente afirmación de sus orígenes, de su nombre, de la vida y de todo cuanto quiere y no desea abandonar. En retozona familiaridad con la parca, hace este lance triunfal: “Para vivir, engañé a la muerte; la vestí de rojo, la llamé ‘señora’, y de sus manos le arrebaté mi vida”.

El ala invisible, segunda escala del itinerario, aviva la pasión amorosa tras el eco de los suspiros, de los ardores de la piel, de las ansiedades y los desengaños, de los besos fugaces, los abrazos inconclusos y el adiós irremediable. Aquí hay dolor, lágrimas, silencio, ausencia. Quizá se trate de la amante perdida en el piélago del olvido, que aún no ha naufragado y se sostiene a bordo de la esperanza. Un grito roto por  la mar bravía revela el estado del alma ardorosa, en medio del temporal: “Esta emoción que me recorre agita las olas de la sangre”. Más tarde estalla el deseo incontenible: “Voy a amarte en secreto, sin límite, sin miedo, con sentido o sin él”. Pero el amante no responde, porque “se marchó en un tren, en las ruedas del viento, o cabalgando en el lomo de la tarde”.

Viene luego Travesía en azul, tercera etapa, que es el éxtasis del espíritu ante la mar reposada del amor, tras abandonar las borrascas de las almas en pena. Debe suponerse que la poetisa buscó la palabra “azul” para acentuar el sentido de la serenidad, de la calma, de lo etéreo, del cielo sin nubes. “El arte es lo azul”, dijo Víctor Hugo, y es posible que tal expresión hubiera motivado a Rubén Darío para escribir Azul, obra de fina contextura estética donde explaya un lirismo colmado de emociones y belleza. Laura Victoria se consagró en las letras colombianas con Llamas azules, libro de delicado erotismo que estremeció en 1933 el corazón de los enamorados.

En hermosa metáfora, Inés Blanco anuncia que “sobre la piel del mar escribiré un poema con música y sirenas… Dibujaré un pentagrama con notas deshojadas a la guitarra de la luna”.  Y esto es lo que hace la navegante en su aventura marina: viajar al lomo de las olas, en plácida sucesión de amaneceres y atardeceres, de luces fugaces, de ríos que coquetean con la luna, de valles dormidos en el horizonte, de árboles que se doblan bajo la impiedad del hombre. Esta simbiosis de la poesía y la naturaleza cae como una lluvia de rocío sobre las arideces del alma.

Se llega así al final de la jornada, entre gozos y dolores, entre sueños y recuerdos, entre frustraciones y anhelos, en el capítulo llamado Momentos. Son éstos, en efecto, instantes de reflexión, perplejidad o encanto ante las menudas y las grandes cosas de todos los días, que una vez nos invaden el espíritu de luces y esperanzas, y otras, de sombras. Mundo loco o hechizado que una vez lleva a la poetisa a sorber una “porción de soledad” en el tráfago de un aeropuerto, y al día siguiente saborea el néctar del colibrí o se conmueve con el llanto de la guitarra y el fulgor de la acuarela. Es, además, el espacio de las vacilaciones, de las preguntas sin respuesta, de la sorprendente metamorfosis de todas las horas, donde el hombre aparece como un fantasma undívago y pertinaz, y también se viste por momentos de ángel o de mago. “El porqué de esta guerra lo ignoran las palomas”, es una definición tan sutil como perspicaz con que Inés Blanco desgarra su alma herida en medio del cataclismo. Pero acto seguido, bajo la lluvia de Saigón, danzará “bajo la música del agua”.

En fin, la travesía ha terminado. Este Navío de arena ha cumplido su tránsito completo por las aguas -tormentosas o apacibles- de la vida. Es un viaje por los sentimientos del hombre, y no tenemos por qué preguntarnos si la capitana de la nave ha buceado en sus propias intimidades para ofrecernos estos cuadros patéticos de la condición humana, si el alma es universal e inmutable.

Bogotá, 2002.

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