Caminos ecológicos
Por: Gustavo Páez Escobar
Andrés Hurtado García, el encantador de tarántulas, es un ser excepcional. Un quijote desconcertante. Viajero infatigable de todos los continentes, no conoce el reposo. Su alegría está en los caminos abiertos, los de Colombia y los de todos los países. Su patria, por más que ame tanto a su tierra colombiana, es el universo entero. En todas las navidades y años nuevos, provisto de su morral, su carpa y su máquina de retratar paisajes, huye del mundanal ruido para hundirse en la contemplación de la naturaleza.
Nadie le contará a uno dónde se encuentra, porque él sólo dice que se va a recorrer mundo. La mañana lo sorprende vagando por el llano o escalando la cordillera, mientras bebe los néctares del rocío, y no es extraño que ese mismo día pernocte a cientos de kilómetros de allí, en cualquier rancho perdido al borde de los ríos o en alguna playa silenciosa.
Se siente extranjero en las ciudades y se duele en lo más hondo de su alma ecológica cuando tiene que regresar a la mal llamada civilización, la de los centros metropolitanos. Sabe que la única civilización es la de la naturaleza pura, la del campo raso y los cielos incontaminados, y que la barbarie reside en las ciudades. Por eso es amigo de las aves, las serpientes y las arañas.
Es tanta su identidad con al tierra y el reino animal, que de todas partes lo llaman, aquí y en el exterior, a que dicte conferencias en las mejores universidades y exhiba su valioso arsenal fotográfico. Cuando uno conoce el número de diapositivas que posee, se queda lelo: ¡dos millones! ¿Cuándo ha podido tomar dos millones de fotografías este hermano marista a quien se supone entregado en el Colegio Champagnat a su misión educadora, y que además es conferencista, autor de libros y columnista de periódicos y revistas?
Se lo pregunto, y él me contesta: “Tengo los pies graduados en caminos y el alma matriculada en largas felicidades”. Andrés Hurtado García, oriundo de Armenia, nació con sed de horizontes. Como buen paisa, tiene alma andariega. Le gusta la aventura, la emoción del viaje, el azar de los caminos. Es el colombiano que más conoce a Colombia. Y de tanto querer la naturaleza, ha hecho de ella su credo, su pasión, su razón de ser. La naturaleza es su amada íntima –en el secreto de su vocación religiosa– que halla en todas partes, le da satisfacciones, le hace confidencias y le guarda eterna fidelidad.
En su columna de El Tiempo lo vemos con su pluma en ristre contra los depredadores del medio ambiente; contra el monstruo de la civilización urbana que día a día, entre las tufaradas de las industrias, el humo de los automotores y la exhalación de las basuras, hace irrespirable la atmósfera; contra los que no entienden que es preciso proteger la capa de ozono para conservar la vida. Es el gran adalid de la causa ecológica, y parece que clamara en el desierto. No se cansa de repetir que el hombre se está envenenando por no cuidar los bienes naturales, por tumbar los árboles, por erosionar las montañas, por contaminar los ríos.
Con el trabajo Mis pies olorosos a caminos, convertido hoy en libro, Andrés Hurtado García fue declarado fuera de concurso en el Primer Premio Nacional de Periodismo Ecológico, patrocinado por la firma Varela S.A. Ojalá todos los colombianos leyeran, como yo he tenido la suerte de leerlo, este hermoso himno a la naturaleza –con nervio de aventura novelesca y acento poético– que enciende el amor por la patria colombiana, su gente y sus tesoros inapreciables.
El Espectador, Bogotá, 17 de junio de 1995.