Recuerdo de Moravia
Por: Gustavo Páez Escobar
No voy a hablar, como pudiera pensarse, del novelista italiano Alberto Moravia, autor, entre otras obras, de Los indiferentes, La campesina y La romana. Tampoco de la región de Moravia en la República Checa. Hablaré del barrio Moravia en la ciudad de Medellín.
Dicho nombre lo lleva un sector pobre que en estos días se volvió noticia nacional debido al voraz incendio que destruyó humildes viviendas y dejó en la calle a más de 1.000 habitantes. Hace 17 años visité el suburbio, ubicado en una ladera abrupta del nororiente de Medellín, cuyo asentamiento se iniciaba sobre el terreno que había sido basurero de la ciudad.
Gloria Inés Palomino, directora de la Biblioteca Pública Piloto, me llevó a conocer Moravia. Deseaba mostrarme el prodigio surgido alrededor de la biblioteca que había fundado allí y que hacía parte de la red que se extendía por diferentes sectores marginados, como organismos satélites de la Piloto. Una manera de rescatar de la vagancia a los jóvenes castigados por la pobreza y el abandono era crear en su propio territorio el motor cultural de una biblioteca pública.
Unas calles mal trazadas le daban a Moravia apariencia de barrio. Brotaban las primeras casas con fallas evidentes de construcción –muy explicables, desde luego–, que los propios vecinos levantaban de afán, ignorantes de toda norma de planeación. Aquellos pobladores presurosos, movidos por la necesidad del techo propio, iniciaron la invasión que dos décadas después está hoy constituida por más de 40.000 personas que se alojan en 8.300 viviendas, la mayoría de ellas auténticos tugurios.
Regresando a la época de mi visita, que coincidió con los días en que el novelista Alberto Moravia moría en Roma (personaje que podría ser el padrino de este barrio deprimido), alcancé a vislumbrar el nacimiento caótico que tendría la comuna 4, de la que hacen parte los sectores de El Bosque, Moravia, El Morro, El Oasis Tropical y la Herradura.
Con Gloria Inés llegué a la biblioteca local al filo del medio día, cuando los alumnos, que asistían a la pequeña escuela en la mansión de los libros, finalizaban la jornada matinal y convertían sus pupitres en mesas para almorzar. La directora del grupo era una vecina del sector dotada de idoneidad para fomentar el hábito de la lectura y enseñar los primeros conocimientos escolares.
Los jóvenes del barrio aprendieron a querer los libros. Y como deseaban que su casa de cultura tuviera más volúmenes, una brigada de aquellos muchachos entusiastas se encargó los fines de semana de buscar chatarra en los basureros, que vendían a clientes seguros para comprar nuevos libros.
Los estudiantes disponían de un carné que les permitía llevar las obras a su casa. Entre ellos había un lector apasionado que a la vuelta de los días solicitó la expedición de otro documento para su padre, ante lo cual la directora se mostró extrañada, ya que un carné era suficiente para los dos. Pero el alumno le explicó que su padre, que también se había vuelto lector, utilizaba sus libros y no le permitía una lectura tranquila. Por lo tanto, sorprendió a su progenitor, el día de su cumpleaños, con el regalo de un carné expedido a su nombre.
Moravia ya no es aquel barrio sosegado que conocí hace 17 años: se volvió un problema social. La invasión de nuevos moradores llegados en tropel y acosados por la angustia de sobrevivir rompió los límites razonables y creó un caos en la montaña de basura. Se levantaron ranchos de tablas, plásticos y cartón. Las casas de cemento son muy contadas y las condiciones de vida, desastrosas. Como consecuencia del crecimiento desordenado, la zona se llenó de cantinas, droga y prostitución.
A una veladora se atribuye el incendio colectivo que acaba de pasar, el quinto ocurrido en los últimos cinco años. La fragilidad de las viviendas y la existencia de materias comburentes del antiguo basurero seguirán perturbando la vida de estas familias hermanadas en la desgracia. La Alcaldía de Medellín trabaja desde el año pasado en un plan cuyo costo es de 53 mil millones de pesos, con el que se busca trasladar parte de la población a viviendas de interés social. Ojalá le alcance el tiempo al alcalde Fajardo para dejar en marcha su programa.
Moravia, por afinidad, es cualquiera de las zonas de invasión de los centros urbanos del país. El éxodo del campo a la ciudad representa una de las principales causas para la creación de los cinturones de miseria que algún día explotan, como sucedió en Medellín, y muestran la cara amarga de la pobreza y la desigualdad social.
Quiero pensar que el viejo basurero de Moravia, que por ironía lleva nombre de escritor, conserva en pie aquella biblioteca ejemplar que formó lectores y sembró ideas para combatir la desesperanza.
El Espectador, Bogotá, 30 de marzo de 2007.