Un símbolo
Por: Gustavo Páez Escobar
Empezando el año, el país recibió un signo de esperanza con la libertad del exministro Fernando Araújo, después de permanecer cautivo de las Farc durante seis años. Este hecho representó un respiro en medio del conflicto armado que perturba la paz de los colombianos desde varias décadas atrás y mantiene sepultadas en los montes, bajo ominosos sistemas de opresión, a buen número de víctimas inocentes sacrificadas por una guerra insensata y atroz.
Un mes después de liberado Araújo, se destapó el escándalo de la ‘parapolítica’, que puso al descubierto, cada vez con mayores lastres, el grado de corrupción de varios parlamentarios en su connivencia con los paramilitares. Lo que se murmuraba en todo el país como una verdad oculta, de un momento a otro explotó como noticia nacional y se transmitió al orbe entero. La imagen de Colombia, con el desvío rampante de su clase política, ha llegado a los peores niveles de afrenta universal. Nunca el descrédito del país, desde el Proceso 8.000 hasta el capítulo actual, había sufrido tales tormentas de indignidad.
La onda explosiva tumbó a la canciller María Consuelo Araújo, quien, a pesar de no tener mancha propia en este barrizal, queda salpicada con actos ilícitos de familiares cercanos. No sería lo mismo ser ministra de otra cartera que canciller de la República, cargo donde se muestra la cara de nuestro país ante el resto de naciones. La sombra de sospecha que caería sobre su nombre limitaría su campo de acción, y Colombia sería la perjudicada.
Como un presagio de lo que podría ocurrir, Patrick Leahy, presidente del subcomité que autoriza los fondos para el Plan Colombia en el Congreso de Estados Unidos, hizo un fuerte pronunciamiento sobre el ‘paragate’ colombiano. Triste rótulo nos hemos ganado en los escenarios del mundo. ¿Cómo podría la canciller Araújo desvanecer ante extraños la idea de que ella, por ser pariente de personas llamadas a juicio –y acaso condenadas en el futuro– no está comprometida en tales episodios?
El presidente Uribe, hábil para dar sorpresas con nombramientos imprevistos que caen bien en la opinión pública, designó al exministro Araújo como remplazo de María Consuelo Araújo. Dos Araújos, sin ningún nexo familiar y pertenecientes a partidos contrarios: la una, enredada en problemas ajenos –pero de su órbita familiar– que tienen que ver con la parapolítica, y el otro, salido del cautiverio como símbolo de la lucha contra la subversión. Los dos son símbolos de algo.
Fernando Araújo posee aptitudes para acertar en su cargo y goza de un momento privilegiado para cambiarle el rostro al país en el exterior. Ojalá que así sea. Y que Colombia sea la ganadora.
El Espectador, Bogotá, 24 de febrero de 2007.