Salvado por los cuentos
Por: Gustavo Páez Escobar
Pocos escritores pueden mostrar una vocación literaria tan marcada y exitosa como la de Hernando García Mejía. Lo conocí en Armenia hace tres décadas, dentro de un concurso nacional de cuento promovido por la Gobernación del Quindío, certamen en que los dos resultamos finalistas. Esta circunstancia dio comienzo a la larga y cordial amistad que desde entonces nos hermana.
Ambos publicábamos por aquellos días nuestros cuentos en el Magazín Dominical de El Espectador –de tan grata memoria– y ambos éramos articulistas: García Mejía en El Colombiano de Medellín, y yo en El Espectador y en la Patria de Manizales. Cuando al año siguiente pasé a saludarlo en las instalaciones de Bedout, en la capital antioqueña, donde cumplía brillante labor editorial, salí cargado de ejemplares de la serie bolsilibro que la empresa, con el talento oculto de mi amigo, dedicaba a recoger obras maestras de las letras colombianas y universales.
En nuestro último encuentro en Bogotá con ocasión de la pasada Feria Internacional del Libro, me participó el proyecto de publicar el primer tomo de sus memorias. Ni corto ni perezoso, meses después la idea se hizo realidad con el título Salvado por los cuentos –memorias de infancia, juventud y literatura–. En ellas enmarca la trayectoria que se origina en Arma (Caldas), su comarca nativa, donde termina la primaria en la escuela del pueblo y luego se va al campo a trabajar y a leer, hasta concluir su vida laboral en Bedout.
Este trabajador elemental del campo, que aprendió a manejar el azadón y a recoger cosechas con el fin de apoyar a su padre, llevaba escondida en el espíritu la pasión de la lectura. A luz de vela, como se describe, devoraba libro tras libro (al igual que lo hizo Gorki como peón de una finca de aristócratas) y movía la mente hacia el conocimiento de las maravillas escritas en el mundo.
En la escuela, el maestro Emilio Valencia lo metió en el camino de los cuentos. Historias fantásticas, de Andersen, Perrault, los hermanos Grimm, Wilde, Kipling…, hicieron las delicias del futuro fabulador. Cuando el maestro Emilio se fue de la escuela, el discípulo se sintió desconsolado.
Ya en Medellín, a donde se había marchado a probar suerte, volvió a tomar aliento al lado de la tía Leticia, lectora empedernida. Con ella prosiguió el hilo interrumpido de los cuentos y se forjó sus propias inventivas. En esa ciudad, portador de una carta de recomendación que le había dado Jaime Sanín Echeverri, director del Sena, se abrió las puertas de Bedout y allí cumplió su carrera ejemplar.
Muchas peripecias, penas, alegrías y logros, presentados con lenguaje coloquial y absoluta autenticidad, contienen estas memorias aleccionadoras, que por supuesto no pueden quedarse detenidas en la primera parte. Necesitamos que nos cuente –como buen narrador que es de de ficciones y realidades– las vivencias del escritor profesional que llegó a ser en los géneros del cuento, la poesía, la novela, el ensayo y el periodismo, tarea que le ha deparado varias distinciones. Su haber literario está constituido por más de cuarenta libros. Como autor de relatos fantásticos para niños y adolescentes, ha conquistado puesto prominente en la literatura nacional. Estos textos se volvieron materia didáctica en los colegios.
Su ejercicio literario sirve de modelo para los noveles escritores que piensan conseguir el triunfo de la noche a la mañana e ignoran que éste sólo se logra con empeño, consagración y sacrificio, sin los que es imposible escalar alturas. En el mundo de las letras hay que renunciar a muchas cosas.
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Junto con su libro de memorias, el escritor entrega al público dos obras de poesía: Signo y relámpago y Árbol de otoño, y con ellas acrecienta su bagaje lírico. Los poemas que conforman la última obra –Albero d’autunno, en italiano– los escribió en ambos idiomas. Voy a revelar la siguiente confidencia:
Una hija suya que reside en Italia lo invitó a pasar una temporada en aquel país, ante lo cual él se dedicó en secreto y por su propia cuenta a aprender el idioma foráneo. En biografía que había leído de Baldomero Sanín Cano supo que éste, siguiendo un método didáctico, aprendió el alemán sin profesor. Y se hizo la siguiente reflexión: si Baldomero tuvo éxito con un idioma mucho más difícil, con mayor razón lo tendría él con el italiano. Cuando coronó la cumbre del aprendizaje, elaboró los poemas en esa lengua y luego los tradujo él msimo al español.
Todo comenzó con la pasión por los libros, que le surgió a muy corta edad, rodeado de azadones, machetes y canastos cafeteros, y que al paso de los días cultivaría con mente abierta hacia la conquista de los tesoros del espíritu, que la mayoría de la gente no sabe encontrar por falta de disciplina. Y fue salvado por los cuentos.
El Espectador, 19 de febrero de 2007
Revista Susurros, Lyon (Francia), 2007.