El alma social de Íngrid
Por: Gustavo Páez Escobar
Nadie puede entender cómo las Farc, que se proclaman abanderadas de las causas del pueblo, han mantenido cautiva durante cinco años a Íngrid Betancourt, cuyos actos en la vida pública se han caracterizado por sus luchas a favor de los desvalidos y sus ataques frontales contra la corrupción política.
En el libro La rabia en el corazón, publicado en el año 2001 tanto en Francia como en Colombia, Íngrid señala con dedo acusador y tono vehemente las injusticias y los abusos de que es víctima la población por culpa de los políticos deshonestos e ineficaces. El sartal de inmoralidades que campean hoy en la vida nacional, y que parecen no tocar fondo, tienen en este libro severa censura como causantes de nuestros infortunios.
Pocas cosas han cambiado desde que Íngrid inició su carrera política. Antes fue el Proceso 8.000, y hoy es la ‘parapolítica’. En esta danza de la concupiscencia del dinero y el poder, que ella fustigó con enardecidos discursos parlamentarios, salió a relucir la endemia moral de este país que camina hacia el abismo. Primero se opuso a la absolución de Samper dentro del proceso dominado por sus amigos incondicionales, y luego rompió con Pastrana cuando incumplió el pacto que habían convenido para frenar la corrupción.
Las acciones de Íngrid estuvieron siempre encaminadas hacia la defensa de la moral y la depuración de los vicios públicos, generadores de pobreza para el pueblo. Como sus palabras pisaban muchos callos, sus propios colegas le propinaron denuestos y obstaculizaron su labor. Al sentirse sola en los debates y escuchar apenas alguna voz lánguida de apoyo, se decepcionó de la clase política. Su modelo de gobernante era Galán, y a él lo asesinaron las balas mafiosas.
En una de sus campañas acudió al condón como símbolo del sida (clara referencia a la corrupción política). Ella misma repartía preservativos en semáforos y vehículos. Cambiaba condones por votos. Después se inventó la campaña del oxígeno. Estas señales le imprimían identidad social y así obtuvo en dos ocasiones los mayores votos dentro de su partido para llegar al Congreso. La gente creía en ella. Y sigue creyendo, tras los cinco años que han corrido desde su secuestro.
Cuenta en su libro que la primera misión realizada como funcionaria del Ministerio de Hacienda –en 1991– fue la relacionada con un estudio sobre Tumaco, puerto donde se compenetró durante varios días del drama de 30.000 familias amontonadas en las peores condiciones de vida, a merced del hambre, la humedad y la acumulación de basuras. Esta escena conmovió su entraña social. Desde entonces supo que había que redimir al pueblo. Y luchó por hacerlo, aunque con poca suerte, como se ve.
En 1997 gestionó el patrocinio de la Cámara de Representantes para la publicación del libro titulado El olvido no tiene palabra, del poeta quindiano Javier Huérfano, hijo del pueblo que luchaba, y lucha, entre penurias y sofocos por la subsistencia digna, y cuya voz de angustia clama en dicha obra, lo mismo que en otras del mismo autor, como un dedo en la llaga de la desprotección social.
Y ella misma escribió el prólogo, que vale la pena leer hoy, después de diez años de la edición del libro, y de cinco del inicuo cautiverio de la dirigente política. Ayer y hoy he encontrado deslumbrantes y conmovedoras esas palabras, escritas con bello acento poético –que yo llamaría “poesía de la miseria”– y que se convierten en fiel reflejo de la sensibilidad humana de la autora:
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“Ad portas del tercer milenio, cuando la tecnología lo ha invadido todo, ser poeta resulta ser un lujo exquisito. Cuando ese lujo se lo concede a sí mismo quien nada ha tenido, la poesía se torna heroica, un grito del alma en rescate de la dignidad de ser hombre, antes que máquina.
“Aquí, en Ciudad Bolívar, en medio de los cerros pelados por la crudeza de vivir, nace el olvido. Ejercicio supremo de libertad, el olvido teje su terapia sobre la desesperanza y el rechazo y anida –con letras– entre los labios humedecidos de un hombre con voz de niño. El poeta ha descubierto otra forma de protesta. No es la de las marchas sindicales, no es la de las reivindicaciones salariales, ni la de demandas en estratos judiciales. Es la del alma que no se conforma con menos por el hecho de poseer muy poco.
“Mágica expresión que convierte en clamor universal el canto del desplazado de la dulce Colombia. Aquí termina el tiempo, se desvanecen las fronteras. Se agota la diferencia. Las palabras nos curvan el alma a todos. Nos suavizan el dolor, como el último beso antes del hechizo nocturno en brazos de Morfeo. Aquí, con el olvido a cuestas, estamos desnudos ante la muerte. A ella le traemos la esencia de nuestro recorrido, donde más ha contado la fugacidad de una mirada de ternura, que las horas dedicadas a calmar el hambre y el frío.
“Dios ha querido, para fortuna mía, que conozca al poeta. De su mano he caminado por el túnel sin luz de la injusticia, a ciegas pero mordiendo siempre el tallo amargo de la rosa, mientras me contaba, con las palabras que transcribo de memoria, el relato de su vida:
“Escribir sobre el olvido es tan difícil, es rasgar más la piel de una historia que descubierta siempre no ha tenido quien la cuide, tal vez no tiene la insinuación de los ángeles del sueño en la pesadilla diaria del poeta de estos últimos años. El extraño mundo del poema posee su propio patio en la desesperanza de escribir, ahora que nos arrullan las balas y los insultos.
“Este libro es la colección de pérdidas del poeta, o mejor la negación como premio que da el tiempo, tal vez la añoranza de una tía pobre con siete hijos, o la otra que empaca arepas para sus sobrinos, retrata a Nina empeñando sus muebles para comprar mercado, o cuando Yolanda llega triste y cansada del trabajo con la muerte ahí como criatura que se reproduce por dentro sin palabras y con rosas.
“El olvido no tiene palabra. Cumple con la misión de negar, deja al descuido poemas cortos pero profundos, toca la magia que el poeta recoge de las calles desmanteladas de una ciudad forastera. Enamora sitios que inventa el mismo verso, y ofrece palabras diseñadas en la desnudez de un hombre de este tiempo, nada fácil para cruzar los días.
“Estos sentidos poemas fueron escritos en una humilde casa de inquilino y en el barro del barrio Lucero Medio del suburbio bogotano de Ciudad Bolívar, todo en el bello tiempo cuando el poeta llamaba con cariñosos apodos a sus tres hijos, hoy ya jovencitos con nombres propios.
“Ahora el olvido sí tiene palabra, tiene sitio en la biblioteca de los postergados que con la tierra y el polvo todos los días tenemos que ganarnos la vida con la venta de unos poemas, y bienvenido el grito con los ojos alegres de un poeta casi cuarentón que posa de joven, con risa de hombre que vaga por las calles en la melodía del odio de una sociedad adversa. Por la ventana pasa una tempestad y el mundo le resta números a la muerte”. Íngrid Betancourt Pulecio, Representante a la Cámara.
El Espectador, Bogotá, 9 de marzo de 2007.
Revista Susurros, Lyon (Francia), No. 15, abril de 2007.
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Comentarios:
Conocí en su momento el prólogo para el libro de Javier. Me conmovió mucho porque he vivido muy de cerca la trayectoria de este poeta, todas sus privaciones y miserias. Les tengo mucho afecto a él y a Yolanda, su esposa. Cuando leí las palabras de Íngrid, empecé a admirar su lucha. Tenía la impresión de que todas sus demostraciones eran quizá una fachada, un medio para atraer la atención de la gente. En ese momento conocí al ser humano y empecé a admirarla. Esperanza Jaramillo García, Armenia.
Definitivamente la fuerza de Íngrid Betancourt la debe acompañar estos años. Por ese gran espíritu, lo que se vive es más sencillo, como también pasa con Fernando Araújo. Liliana Páez Silva, Bogotá.
Me llegaron al alma no solo sus palabras sino también lo escrito por Íngrid, que no conocía. Ya envié a mi hija Astrid (a París) y a los niños su mensaje. El 23 de marzo se cumplieron cinco años de la muerte de Gabriel, quien era un papá extraordinario. Él no soportó el dolor del secuestro de Íngrid. A veces prefiero que no vea el desinterés con que se trata la única posibilidad de que ella y los otros secuestrados por las Farc puedan salir con vida. Ha sido una lucha muy dura. Ella no merece todo este horror. Yolanda Pulecio, Bogotá.
Todas las intenciones humanas posibles por no olvidar a Íngrid son válidas, ya que parte de nuestra historia es un gran costalado de olvidos. Mil gracias, amigo Gustavo Páez, por recordar que desde mi corazón esa amarga huella del secuestro nos deja un profundo vacío. Tenemos la palabra poética como la mágica llave que no pierde la luz de unos días que dolidos y con algo de vida no soltamos la fuerza para que la poesía alumbre nuestros silencios. Todo es un clamor desde mi sencilla existencia por un mundo mejor. Javier Huérfano, Bogotá.