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Archivo para domingo, 25 de julio de 2010

Premio al esfuerzo

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Gustavo Páez Escobar

Fidel Cano Correa ha obtenido, como cabeza de El Espectador y director de un eficiente equipo de colaboradores, el Premio Simón Bolívar que lo distingue como el Periodista del Año. Con este hecho se reconocen las altas calidades que el periodista –el único de los Cano vinculado hoy a El Espectador– ha puesto en evidencia desde que asumió el difícil reto de hacer viable la vida del periódico.

El jurado calificador tuvo en cuenta varias circunstancias para conferir el galardón: destacar el sello singular e independiente con que el periódico se desempeña en su nuevo espacio semanal; el estilo particular que lo diferencia de los otros medios de comunicación; su actitud crítica y profesional, que le permite buscar enfoques diversos y muchas veces diferir de los criterios oficiales; el sentido de investigación, análisis y novedad que caracteriza la edición de fin de semana; la pluralidad y la calidad de opiniones que mueven sus columnistas.

Estos logros han sido posibles gracias al espíritu de “precisión y creatividad”, como lo califica el jurado, con que  Fidel Cano ha dirigido el nuevo programa periodístico. De esta manera se enaltecen el empuje y acierto con que el bisnieto del fundador –el tercer Fidel periodista de la familia– impulsa la centenaria publicación que varias veces ha estado a punto de cerrarse, en unas ocasiones por persecución de los gobiernos y en todos los casos por sus campañas moralizadoras.

En los años 60 del siglo pasado, varias empresas se unieron para quitarle la publicidad,  y en los 80, el Grupo Grancolombiano tuvo la misma actitud, aunque más acentuada y atrofiante, por las denuncias contra las maniobras que ejecutaba el pulpo financiero. En el auge del narcotráfico, la voz clamorosa de Guillermo Cano enjuició los actos criminales con que los capos atropellaban la moral pública, asesinaban a la gente e incrementaban sus fortunas ilícitas.

De no haber sido por la vigilante actitud de El Espectador, el país se hubiera hundido en un desastre más grave aún que el vivido en aquellos días de terror. Esto le costó la vida a Guillermo Cano el 17 de diciembre de 1986, por orden de Pablo Escobar, y al mismo tiempo sacudió la conciencia nacional en busca de soluciones. Tres años después, el 2 de diciembre de 1989, una bomba arrasó las instalaciones del periódico, mientras de los escombros salía la voz invencible de José Salgar, fiel escudero de la casa, que se encaraba a los malhechores con esta advertencia perentoria: “Seguimos adelante”.

Mientras el mundo se enteraba del estallido de la dinamita, una vez más El Espectador lograba sobrevivir. Las naciones se solidarizaron con el diario valeroso que no se dejaba ganar la partida y que, por el contrario, ponía las energías que aún le quedaban para combatir la corrupción y frenar las hordas destructoras. Días después, la Unesco creaba el Premio Mundial a la Libertad de Expresión Guillermo Cano, en honor del héroe inmolado a la salida del periódico, quien por toda arma portaba su célebre Libreta de apuntes, en la que acababa de escribir su última columna, titulada Navidades negras. Irónico y doloroso presagio.

Y pasaron los hijos del director, Juan Guillermo y Fernando, a tomar las riendas del diario. Pocos años después estalló la peor crisis económica que sufría El Espectador, a raíz de los atentados y la consiguiente estrechez de recursos. Ante el dilema de cerrarlo o volverlo semanario, el nuevo dueño, Julio Mario Santodomingo, que en forma prodigiosa había entrado a salvar las cifras, optó por la segunda fórmula. Vinieron luego directores que no pertenecían a la familia Cano. Ya la empresa no era suya, pero por sus venas corría la sangre que le había inyectado su fundador en 1887 y que habían mantenido sus descendientes sin dar un paso atrás en los principios tutelares.

Hoy, en proximidades de los 120 años de su nacimiento en humilde imprenta de Medellín, mucha agua ha corrido bajo los puentes de El Espectador. Tras los ajustes de los últimos años, es evidente su saneamiento financiero como resultado de la buena administración que ha tenido para posicionarlo, como ha sucedido, dentro del periodismo moderno, veraz e independiente, premisa que ha gobernado sus actos. Aparte de recuperar la pérdida acumulada en los años de adversidad, las cifras crecientes, tanto en las finanzas como en el número de suscriptores, lo consolidan hoy, vencida la tormenta, como un organismo confiable y promisorio.

El triunfo de Fidel Cano es el triunfo de El Espectador. Abuelo y bisnieto, situados en los dos extremos del periplo cronológico, se unen dentro del mismo empeño que ha sido norma invariable del periódico: trabajar por Colombia y por la moral pública.

El Espectador, Bogotá, 5 de diciembre de 2006.

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Comentario:

Muy oportuna tu columna y muy justo el homenaje que has rendido a todos los Cano, pues se trata de la familia que más méritos puede mostrar en el ejercicio del periodismo colombiano. Eduardo Durán Gómez,  Bogotá.

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Las guerras de Oriana Fallaci

domingo, 25 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Comenzando la adolescencia, Oriana Fallaci conoció la guerra. Esto sucedía en el régimen fascista de Mussolini. Su padre, activo combatiente de la resistencia contra el nazismo, influyó en el pensamiento de la joven bajo los postulados de la libertad. Oriana se vinculó al movimiento armado que luchaba contra la ocupación nazi en Toscana, su región natal. De ahí en adelante su vida estuvo marcada por la guerra.

A los 17 años se inició en el diario Corriere della Sera, donde escribió innumerables artículos a lo largo de su vida. Como corresponsal de guerra estuvo presente en grandes conflagraciones, como la guerra del Vietnam en los años 60 y la del Golfo Pérsico en los 90. En 1968, cuando adelantaba su labor de prensa dentro del conflicto estudiantil que se cumplía en la Plaza de las Tres Culturas de Méjico, fue herida de gravedad y tuvo que abandonar el trabajo durante varios meses.

Cubriendo los sucesos bélicos en numerosos lugares del planeta, se acrecentó su sensibilidad hacia todo lo que significara tortura y oprobio para el hombre. Los actos de tiranía los censuraba con su palabra encendida, virulenta a veces, en la que no cabían términos medios para condenar la maldad y reclamar la justicia. Oriana Fallaci no transigía frente a sus principios. Con esa bandera se hizo conocer en el mundo y temer de los poderosos.

Disparó sus mayores dardos contra los gobernantes transgresores de los derechos humanos. Se volvió maestra del reportaje, desempeñado con altura y mordacidad crítica. Con esta facultad llegó a grandes líderes del mundo, que sabían de antemano que la reportera no tenía inhibición para formular preguntas desenfadadas y audaces, que solían poner en calzas prietas a los entrevistados, o dicho de otro modo, ponerlos contra la pared.

En Entrevista con la historia, publicado en 1974, recoge reportajes realizados a gente célebre, como Henry Kissinger, Golda Meir, el ayatola Jomeini, el sha de Persia, Gadafi, Yacer Arafat, Indira Gandhi, Mao Tse Tung, Federico Fellini, Robert Kennedy, entre otros. Al ayatola Jomeini lo tildó de tirano y en señal de protesta, que también era irrespeto y provocación, se quitó el chador (velo que cubre la cabeza), con el qque había sido obligada a realizar la entrevista. Kissinger, fustigado con las preguntas, manifestó después del reportaje: “Jamás entenderé por qué acepté”.

Con la siguiente frase, alguien dibuja la actitud crítica de la reportera: “Las preguntas de Oriana eran arañazos en el rostro de la mentira para descubrir la verdad”. Su posición incisiva y beligerante le acarreó oprobios y enemistades, y al mismo tiempo le hizo ganar alto prestigio mundial. Un analista la califica como “guerrillera del mejor periodismo del siglo XX, casi siempre frente al poder”.

Libró encarnizado combate contra el fundamentalismo islámico, con motivo de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. A raíz de sus críticas implacables contra ese movimiento, recibió agravios y fue involucrada en procesos judiciales. Pero nunca se intimidó ni dejó de decir su verdad.

En sus libros La rabia y el orgullo (2002) y La fuerza de la razón (2004) arremete contra el radicalismo islámico, considerado por ella el mayor peligro para la paz del planeta. En el primer libro analiza la intención del Islam de quebrar el equilibrio de Europa para luego dominar el mundo. Y denuncia un proceso de islamización de Occidente, temor que le hizo crear el término Eurabia, con el cual llama la atención a las democracias del mundo a fin de que sus dirigentes, sobre todo los de las grandes potencias, adopten políticas eficaces para frenar la ola de violencia que se vive desde el atentado a las Torres Gemelas. En el libro Oriana Fallaci entrevista a Oriana Fallaci, editado en agosto de 2004, que es su último reportaje, hace serias advertencias sobre el “cáncer moral que devora a Occidente”.

Durante años fue la periodista más amada y odiada del mundo. Su estilo fogoso y sus escritos polémicos provocaron reacciones encontradas. Pero ganó la periodista de garra, la valiente reportera, la escritora de prestigio, que por encima de todo defendía la dignidad del ser humano y combatía el despotismo. Sus obras fueron traducidas en numerosos países y tuvieron ventas formidables.

La guerra fue un fantasma que la persiguió hasta el último momento. Siempre estuvo en plan de combate. Su última guerra fue contra “El otro” (como denominaba al cáncer). Descubierta la enfermedad en 1991, la manejó con amplias dosis de filosofía por espacio de quince años. Manifestaba que no le tenía miedo a la muerte, pero que no podía evitar “una cierta sensación de melancolía. Me desagrada morir, sí, porque la vida es bella, incluso cuando es fea”.

Al presentir que llegaba su hora final,  en forma discreta se trasladó de Nueva York a Florencia, su solar nativo, donde buscó y encontró el descanso eterno. Murió con la  bandera en alto y satisfecha de sus convicciones. Vivió la guerra y la escribió para la historia. En Carta a un niño que no nació (1975) existe un párrafo de impacto que pinta la descomposición humana que ella trató de remediar:

“En cualquier sistema que nazcas, bajo cualquier ideología, siempre hay un fulano que limpia la alfombra de otro, hay siempre una niña humillada por un deseo de bombones. Nunca encontrarás un sistema, una ideología, que pueda cambiar el corazón de los hombres y borrar de él la maldad”.

El Espectador, Bogotá, 25 de septiembre de 2005.

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Comentarios:

Desaparece así la encarnación de la rebeldía romántica e inteligente, de la cual deberían aprender los actuales periodistas nacionales, salvo contadas excepciones. Jairo Fernando Castillo González.

Lo que tal vez Oriana supo y no contó fue que el sistema sin amor no era vida, así la ideología y los fulanos que limpien alfombras o las niñas que se humillaron por los bombones no lo conocieran. Pero al conocerlo y vivirlo se encuentra el verdadero sistema de vida. Muy buen artículo. Juan Carlos Campuzano, Bogotá.

Baculazos

domingo, 25 de julio de 2010 Comments off

Gustavo Páez Escobar

La aplicación por primera vez en Colombia de la ley del aborto ha dado lugar a reñida controversia entre la jerarquía eclesiástica y la opinión pública. El cardenal Alfonso López Trujillo, presidente en el Vaticano del Consejo Pontificio para la Familia, se vino lanza en ristre contra quienes intervinieron en la suspensión del embarazo de una niña de once años a quien su padrastro había violado.

El problema residía en que el organismo de la niña no era apto para la formación del feto (que llevaba mes y medio de gestación), lo que impediría el nacimiento de una criatura normal. De ocurrir el parto, la joven madre expondría su propia vida, y en caso de supervivencia recibirían –ella y su hija– graves traumas sicológicos. La situación encajaba en los tres casos previstos por la ley para realizar el aborto: cuando haya violación o incesto, cuando se encuentre en peligro la salud de la madre o cuando haya malformaciones en el feto que hagan inviable su vida.

El aborto se realizó dentro del marco jurídico. No obstante, el cardenal López Trujillo señaló como “red de malhechores” a quienes habían participado en el proceso, y les anunció la pena de excomunión. Como “malhechores” –es decir, delincuentes– quedaban incluidos el personal médico y paramédico del Hospital Simón Bolívar, los magistrados que habían votado a favor de la ley, e incluso los periodistas que la habían apoyado con comentarios públicos.

Ante semejante desmesura, El Tiempo terció en el debate con el editorial titulado La lengua del Cardenal, donde apoya la legitimidad jurídica, al acatarse, como se acató, lo establecido por la norma (dentro de una “sociedad plurirreligiosa como la colombiana –enfatiza el editorial–, donde las leyes no tienen por qué someterse al ‘nihil obstat’ vaticano: les basta el ‘imprimatur’ de la Constitución y la ley”).

La polémica, acalorada en ocasiones, no debería llegar al extremo de la excomunión, figura temible que en viejas épocas de ingrata recordación –movidas por el fanatismo religioso y la pasión política– se prestó para el abuso y se convirtió en arma que asustaba las conciencias.  A lo largo del tiempo, figuras famosas del país, lo mismo que entidades, han sufrido anatemas y excomuniones que hoy carecerían de razón.

El Espectador padeció censuras y hostigamientos, oficiales y religiosos. Fidel Cano, su fundador, fue encarcelado varias veces por capricho de las autoridades y recibió reprimendas religiosas por sus causas sociales y la defensa de la libre opinión. En 1888, cuando se adelantaban grandes preparativos para celebrar con pompa y lujo las bodas de oro sacerdotales de León XIII, un escritor criticó la suntuosidad de dicho suceso, frente a la pobreza y humildad vividas por Cristo. Como represalia por el artículo, el obispo de Medellín, Bernardo Herrera Restrepo, prohibió a los fieles, bajo pena de pecado mortal, “leer, comunicar, transmitir, conservar o de cualquier manera auxiliar al periódico titulado El Espectador”.

En 1948, monseñor García Benítez censuró un cuadro de Débora Arango en el que un obispo le daba la comunión a una prostituta, y amenazó con excomulgarla. El filósofo y escritor Fernando González fue excomulgado por sus escritos irreverentes. Lo mismo sucedió con Vargas Vila, por la publicación de su novela Ibis, en 1900, y por sus críticas contra el clero. El párroco de Choachí hizo quemar el granero del poeta Germán Pardo García por no pagar diezmos y primicias.

En los años 20 del siglo pasado, la familia Botero inició en Circasia la construcción del Cementerio Libre –“monumento a la libertad, la tolerancia y el amor”–, que recibió el apoyo decisivo del filántropo Braulio Botero Londoño durante el resto del siglo. La obra nacía como una necesidad –y una protesta– frente a la prohibición de enterrar en cementerio católico a los librepensadores, a los suicidas y a quienes, a criterio del párroco, vivieran en “estado de pecado”. Los promotores del proyecto fueron a dar varias veces a la cárcel por atentar contra la religión.

Enrique Santos Montejo –Calibán–, el columnista más leído del país con “La danza de las horas” en El Tiempo, recibió tres excomuniones cuando dirigía La Linterna en la ciudad de Tunja, debido a sus denuncias contra el clero por su intervención en política y su enriquecimiento personal y de las comunidades religiosas.  Por aquellos días, un amigo ponderó el fino traje que lucía Calibán en la capital del país, ante lo cual éste le manifestó: “Estoy estrenando mi vestido de primera excomunión”.

Tiempo después, el ilustre periodista comentaba: “Instalado yo en Bogotá, me encontré un día con monseñor Restrepito, quien cariñosamente me dijo: ´Camina conmigo y te quito esa calamidad de la excomunión que puede entrabar tu carrera. No tienes que hacer declaraciones ningunas’. Así fue. Monseñor Restrepito me puso una estola en el hombro. Me dio una porción de bendiciones con muchos latines. Así regresé al seno de la Iglesia, dentro del cual espero morir liberado de la gran pesadumbre de mis pecados y locuras”.

Esto de la reconciliación y el perdón, de parte y parte, suena muy bien en estos días en que el cardenal López Trujillo anuncia una lluvia de excomuniones. Al dejarme perplejo esta actitud, corrí a desempolvar viejos capítulos del país dominado por el sectarismo, la ortodoxia y la intemperancia, y los comparé con los actuales.

En esta carrera me tropecé con Lutero, el monje alemán que criticó a la Iglesia  por la práctica, entre otros casos, de ofrecer la salvación del alma mediante las donaciones, las bulas y las indulgencias. La salvación del alma solo se consigue, dijo el monje, con la fe y la confianza en Dios. Su censura le valió la excomunión. Y dio origen al protestantismo, hace cerca de 500 años. Después de tanto tiempo, Juan Pablo II vino a reconocer que Lutero tenía la razón y le levantó la excomunión. Lo mismo sucedió con Galileo Galilei, a quien Roma condenó como hereje (y por poco va a la hoguera, si no abjura ante la Inquisición), debido a su defensa del sistema cósmico de Copérnico. También Galileo tenía la razón. El Papa, por tamañas equivocaciones, le pidió perdón al mundo.

Viene al caso la sabia receta, que separa lo divino de lo humano: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.

El Espectador, Bogotá, 9 de septiembre de 2006.

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Comentarios:

Sobre tu tema hay mucha tela para cortar. Una hermana de Luis Granada Mejía, Aleyda, que había sido monja y era mi compañera de trabajo en el almacén de Héctor Gutiérrez Mejía, decía con la mayor propiedad que matar liberales no era pecado. Y el padre Alzate, cura de Circasia cuando yo era un niño, azuzaba a la gente para que apedreara la casa donde vivía una familia de protestantes. El caso es que ya nadie se asusta por las excomuniones, menos cuando provienen de la arrogancia del cardenal López Trujillo, un Torquemada perdido en el siglo XXI. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Gracias por tu artículo a propósito del tan cuestionado exabrupto de ‘Savonarola’ López Trujillo. Me pareció buenísimo y ojalá él lo lea para que se dé cuenta de que no solo él sino muchos otros han procedido en igual forma, hasta el punto de que el papa Juan Pablo II tuvo que pedir perdón en nombre de la Iglesia, tal como tú lo recuerdas. Daniel Ramírez Londoño, Armenia.

Haces un simpático relato de algunas situaciones en las que ha habido sanciones eclesiásticas. Y digo simpático porque aunque el tema es bastante delicado y complejo le has dado un tono intrascendente y el apunte de Calibán vale por un texto. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

La estrella trágica de García Lorca

domingo, 25 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace setenta años fue asesinado Federico García Lorca. Su renombre, lejos de opacarse, como suele ocurrir, se ha intensificado con el correr del tiempo. Nació el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros y murió en la madrugada del 19 de agosto de 1936 en un barranco de Víznar, en las afueras de Granada, frente a un pelotón de fusilamiento. Aquel barranco pasó a convertirse en símbolo de la infamia y en lugar siniestro para las letras. Hoy existe allí un parque en memoria de las víctimas de la Guerra Civil Española.

La orden de ejecutar al poeta la impartió el general Gonzalo Queipo del Llano, uno de los principales lugartenientes de Franco y organizador del movimiento militar en Sevilla. Queipo hizo por la radio esta declaración escalofriante: “Por cada  uno de los nuestros que muera, yo fusilaré por lo menos diez. Los sacaré de bajo tierra, si es preciso, y si ya están muertos, los volveré a matar”. Palabras atroces que pintan el ambiente de terror que se vivía en aquellos días.

A García Lorca, el poeta más popular de España, se le calificaba de comunista, sin serlo, y con ese rótulo quedó en la mira de las armas insurgentes. El hecho de pertenecer a la izquierda, respaldar el Frente Popular y ser amigo cercano de Fernando de los Ríos, diputado socialista por Granada, eran razones de peso para declararlo objetivo militar.

No era militante político, como Miguel Hernández, Rafael Alberti o Antonio Machado, sino revolucionario en la literatura. Defendía a los marginados, y de este modo representaba con su voz clamorosa a quienes vivían situaciones de miseria e injusticia social. Su poesía y piezas teatrales agitaban el sentimiento popular. Por aquellos días estaban en boga el Poema del cante jondo, Romancero gitano, Bodas de sangre y Yerma, obras de hondo contenido dramático que repercutían en todo el ámbito nacional. Sus audaces metáforas producían llamaradas.

En 1935 escribió su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, dedicado al valiente torero, muy amigo suyo, que murió como consecuencia de una cornada en la plaza de Manzanares. Elegía de impresionante belleza trágica. Con La casa de Bernarda Alba, publicada poco antes de su muerte, y con la que llega a la cumbre de su fuerza lírica, concluye su carrera. Para qué dudarlo: la identidad de García Lorca con el alma colectiva fue la causa de su desgracia.

Sus encarnizados enemigos carecían de capacidad, y por lo tanto de sensibilidad, para apreciar el arte plasmado en aquellas producciones magistrales. Les sobraba, en cambio, ferocidad para embestir contra la libertad de expresión y contra el mundo de los escritores. Sobre todo, contra los escritores de la Generación del 27, que huyeron de España después del asesinato del poeta.

Como García Lorca percibía en el aire negros nubarrones, se trasladó de Madrid a Granada a fin de protegerse contra las agresiones. “Soy amigo de todos –declaró– y lo único que deseo es que todo el mundo trabaje y coma. Me voy a mi pueblo para apartarme de la lucha de las banderías y las salvajadas”. Pero en su pueblo encontró el aire envenado.

El 20 de julio fue cercado por los insurgentes y amenazado de muerte. Buscó asilo en la casa del poeta Luis Rosales, y esperó lo peor. El 16 de agosto, un pelotón militar lo sacó de su refugio y lo entregó a los rebeldes, quienes le formularon el cargo de ser “rojo y maricón”. El poeta se acordaría entonces de las ofertas de asilo político recibidas de Colombia y de Méjico, ocasión en que pronunció esta frase precursora de su destino implacable: “Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo”.

Bajo las sombras del amanecer fue trasladado, junto con un maestro de escuela y dos jóvenes anarquistas, en un camión que los condujo al barranco de Víznar. Minutos después, los ecos de la fusilería erizaban la piel de España. El mundo entero se horrorizó. Se dice que a García Lorca, que no murió de los primeros disparos, lo remataron de un pistoletazo en la nuca. Y enterraron los restos en fosa común de la que no han sido rescatados en los setenta años siguientes a la tragedia, la que parece sacada de sus obras de teatro.

El paraje se volvió inmenso cementerio, donde quedaron sepultados 3.000 cadáveres. García Lorca, en frase premonitoria pronunciada en 1921, había dibujado su destino final: “Mi corazón reposa junto a la fuente fría”. Alegoría de poeta. Con el estallido de la guerra, se iniciaba la era de Franco, que hundiría a España, durante cuatro décadas, en una noche oscurantista. Son diversas las conjeturas que corren desde entonces en torno a su muerte inicua, y todas coinciden en que fue asesinado por el movimiento de Franco, que tuvo su origen durante la Guerra Civil de 1936-1939. Estos tres años ensangrentaron a España.

El asesinato fue premeditado, no cabe duda, pero no todas las versiones dan como causa el hecho político. Hace muchos años se dijo que entre los guardianes que lo condujeron al suplicio se encontraban parientes suyos que pasaron a ser sus homicidas. También se adujo la condición homosexual: era preciso borrarlo de la sociedad, como se limpia una mancha. En aquella sociedad manejada por normas farisaicas, la sodomía significaba deshonra pública. Otros argumentaron el crimen político, pero con la adición de rivalidades familiares movidas por intereses económicos.

Ahora, en julio pasado, se presentó en Buenos Aires un film dirigido por Emilio Ruiz Borrachina en el que se sostiene, con fundamento en pruebas que se anuncian evidentes, que el crimen fue instigado por primos de la rama Roldán, que consiguieron el rápido fusilamiento. Entre ambas familias, según dicho documental, existían viejas rencillas por la posesión de tierras, lo que degeneró en conflicto insuperable. Agrega esa fuente que la situación se agravó con La casa de Bernarda Alba, que atizó el fuego de los resquemores.

Sea como fuere, el misterio rodea la muerte de García Lorca, ocurrida a sus 38 años de edad. Enigma hasta ahora inextricable, que acrecienta el mito del escritor eliminado en su propia tierra por el terrorismo demencial. Poeta grande entre los grandes, de España y del mundo. Se mató al hombre, pero se salvó la poesía.

El Espectador, Bogotá, 4 de septiembre de 2006.
Revista Aristos Internacional, n.° 20, España, junio de 2019.

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Comentarios:

Gracias por este artículo tan maravilloso e ilustrativo. Por fin alguien se acordó de la fecha de su muerte y le dedica unas letras. Llama la atención que al director de las Lecturas de Fin de Semana de El Tiempo, el señor Roberto Posada García Peña, su universal sabiduría e inteligencia no le alcanzó para referirse a este ilustre poeta. ¿Será porque lo catalogaban de maricón? Óscar Rojas M.

Magnífica síntesis de la existencia y muerte de García Lorca, el nunca bien ponderado poeta español que pervive por sobre el tiempo y el olvido. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

El baile de María Consuelo

domingo, 25 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La nueva canciller, María Consuelo Araújo, hizo su debut con paso de vallenato. El acto protocolario ante el gobierno de Venezuela estaba dispuesto en dos etapas: por la mañana, desayuno con su homólogo, Nicolás Maduro, y por la tarde, visita al presidente Chávez en el Palacio de Miraflores. Pero por dificultades de última hora, el programa se trastornó, y nuestra canciller, que había practicado ejercicios de paciencia y respiración para afrontar su primer reto con la hermana república, no se inmutó. Permaneció en su sitio.

Nicolás Maduro, que tenía organizado un desayuno con la colombiana, tuvo que cancelar el compromiso por haber regresado ese día de madrugada, en unión del presidente Chávez, de su visita a Fidel Castro con motivo de sus 80 años de edad. Los dignatarios venezolanos, por agasajar a Castro con profusión de detalles –difundidos al orbe como constancia de solidaridad con el régimen castrista–, dejaron  varias horas esperando a María Consuelo.

Pero nuestra flexible canciller le restó importancia al contratiempo y lo único que hizo fue correr su agenda, estrenada ese día, para asistir al desayuno aplazado por varias horas, que se volvió un largo almuerzo. Acompañada del embajador colombiano, Enrique Vargas, se trasladó a la sede de la Cancillería venezolana, en cuya puerta le salió al encuentro, con efusivas señales de hospitalidad, el canciller Maduro. Allí hubo fuertes abrazos y eufóricas sonrisas, como si se tratara de dos hermanos distanciados que efectuaban la reconciliación. (Debe recordarse que Maduro, antes de posesionarse del cargo actual, tuvo expresiones poco afables hacia Colombia).

Ahora, el encuentro amistoso entre los cancilleres es digno de celebrarse como signo de mejoría de las relaciones bilaterales. En los últimos años no se ha logrado mantener entre ambos gobiernos un clima estable de concordia, aunque por temporadas vuelven a presentarse los abrazos y los buenos deseos. Los roces y las diferencias no han alcanzado a desencadenar conflictos bélicos, aunque a veces han tocado límites peligrosos por malos entendidos que se vuelven detonantes de rivalidades pasajeras. Veremos si en adelante María Consuelo, con su desenvoltura  vallenata; el presidente Uribe, con los propósitos que ha reiterado en varias ocasiones, y el presidente Chávez, con sus declaraciones bolivarianas, propician la confraternidad por largo tiempo.

La segunda etapa se cumplió a las tres de la tarde, en el Palacio de Miraflores. La reunión de la ministra con el presidente Chávez se prolongó por espacio de dos horas (un buen síntoma), y en ella repasaron varios puntos de conveniencia para Colombia y Venezuela. Asuntos prioritarios como un convenio de venta de gasolina entre Pdvsa y Ecopetrol, la reglamentación ágil de permisos fronterizos, la firma de un acuerdo de comercio bilateral, la construcción de un puente fundamental para ambos países y la seguridad fronteriza, fueron analizados con objetividad y con criterio de mutuo beneficio. El presidente Uribe, motor de estos convenios y socio preocupado por la superación de asperezas, sabe, como su colega venezolano, que el desempeño diplomático inteligente abre campo a un futuro más promisorio.

En la despedida de María Consuelo, el presidente Chávez la invitó a bailar vallenato. ¡Que viva la fiesta! Después de lamentar no haber asistido a la posesión de su colega y de sentirse apenado por la falla, anunció que pronto vendrá a Colombia a visitar a su colega reelegido. Y exclamó, en alusión a María Consuelo: “Tengo una nueva hermana”.

Parece que el vallenato se impondrá, de aquí en adelante, como nuevo protocolo entre los dos países. ¿Para qué reñirnos, en lugar de abrazarnos y bailar? Es posible, por las expresiones recogidas en estos encuentros festivos, a la par que vigorosos, que el clima de tirantez de otros días se remplace por el zapateo de la música vallenata, arte en que es experta la canciller.

Tan despejado queda el panorama, que Maduro, demostrando evidente madurez, declaró: “Colombia es el proyecto de Miranda, de Bolívar, todos fuimos Colombia en algún momento. Aquellos que tratan de intrigar se van a estrellar con el amor que le tenemos al pueblo colombiano”. Semejante declaración hacía mucho tiempo que no se escuchaba. ¡Viva la fiesta!

Pero que no todo sea baile, ni abrazos, ni sonrisas, ni frases galantes. Hay que pasar del alborozo a los hechos positivos. El debut de nuestra ministra, rodeado de cierto aire tropical y folclórico (muy propio de la personalidad de Chávez y de ella misma, su “nueva hermana”),  es de todas maneras buen indicio para que se consolide la paz y se despeje el porvenir.

El Espectador, Bogotá, 22 de agosto de 2006.

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Comentarios:

Es muy halagador ver cómo es posible que estas dos naciones hermanas continúen por el camino marcado por el Libertador. Cooperación, desarrollo mutuo, el trabajar arduamente para resolver nuestros problemas fronterizos, en ayudarnos mutuamente en lo que las patrias necesiten, y emprender una etapa de desarrollo en donde se crean mejores vías de comunicación es algo vital. Para las dos naciones es imprescindible tener unas relaciones sanas marcadas con el mutuo respeto y admiración que sentimos el uno por el otro. Don Simón Lib (Carta a El Espectador).

Nunca hemos tenido una canciller así y me dará trabajo aceptar que a través del baile y la camaradería se puedan lograr acuerdos serios y necesarios. Pero cada uno tiene su estilo y esperamos que el de esta dama dé buenos resultados, al menos para el folclor nacional… Aída Jaramillo Isaza, Manizales.