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Archivo para martes, 20 de julio de 2010

Semblanza de Eduardo Santos

martes, 20 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar*

El historiador boyacense Gustavo Mateus Cortés, gran promotor de la cultura regional, publica un detenido estudio sobre las raíces familiares y el entorno afectivo del presidente Eduardo Santos. El linaje Santos, del que hace parte la heroína y mártir de la Independencia Antonia Santos (y en línea más lejana, el autor de la biografía), tiene sus orígenes en el departamento de Santander y se vincula a Boyacá en el siglo XVII.

Francisco Santos Galvis, padre de Eduardo, ocupó en Santander importante posición política y social a finales del siglo XIX, y en el año 1879 se casa con la dama tunjana Leopoldina Montejo Camero, quien por su simpatía, distinción y acendradas virtudes se hace célebre con el apelativo cariñoso de “Polita”. En 1888 nace en Tunja el futuro presidente de Colombia, y luego la familia se traslada a Bogotá.

La niñez de Eduardo Santos transcurre en el barrio de La Candelaria. Se gradúa de bachiller en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y en la Universidad Nacional obtiene el título de abogado. Después viaja a París, donde adelanta estudios de literatura y sociología. En Tunja, lugar de su nacimiento, sólo había residido los dos primeros meses de su vida. Esto determina que a lo largo del tiempo no se le conozca como tunjano sino como bogotano.

No figuraba, por supuesto, en la galería de presidentes boyacenses, aunque notables escritores como Germán Arciniegas y Juan Lozano y Lozano sabían que era nativo de aquella región. Así lo habían revelado en algunas ocasiones, pero sin mayor resonancia ante el público. En el año 2000, Mateus Cortés daba en Repertorio Boyacense, órgano oficial de la Academia Boyacense de Historia, un avance sobre este descubrimiento.

Con tal hallazgo, Boyacá pasa a tener 14 presidentes, en lugar de los 13 en que estaba detenida la cuenta desde el mandato del general Rojas Pinilla. Al cabo de los años y de paciente búsqueda, que parece tener artes de magia, la partida de bautizo fue localizada en los libros parroquiales de la catedral de Tunja, con enorme dificultad, ya que en el índice no aparecían los apellidos del bautizado, sino sus dos nombres de pila: “Eduardo Fructuoso”.

En 1913, Santos adquiere El Tiempo de manos de Aquilino Villegas, su futuro cuñado. Cuatro años después contrae matrimonio con Lorencita Villegas, con quien tiene a su única hija, Clarita, muerta en 1926 de manera trágica, pena de la que nunca logran recuperarse sus padres. Con la compra del periódico, se inicia la vida pública de Santos. Este medio se convierte en su gran enlace ante la sociedad y le permite ganar mucha imagen en el país.

Su itinerario político no conoce eclipses. Es concejal, diputado, parlamentario, gobernador de Santander, presidente del Congreso, diplomático, director de su partido, primer designado. Y en 1938, Presidente de la República. En el campo de la diplomacia, se recuerda su brillante actuación en la Sociedad de Naciones en Ginebra en torno al conflicto de Leticia. Y en el campo académico, su larga vinculación a la Academia Colombiana de Historia, de la que fue cuatro veces presidente.

Los despojos de su padre, Francisco Santos Galvis, quien en 1900, a la edad de 51 años, se suicida por causa de una enfermedad incurable, reposaban en el cementerio laico de Curití (Santander). Su hijo, al llegar a la Presidencia 38 años después, los hace trasladar a Bogotá. El biógrafo incluye en su trabajo la dramática carta que don Francisco escribió a una hermana suya el día anterior de la fatal determinación: “Cuando al corazón se le presentan grandes torturas ofrécese hermosa ocasión para viajar hacia lo desconocido, y mañana a las seis de la tarde estaré dormido a la sombra de mi árbol favorito”. En la plaza de Curití fue levantado un busto suyo como tributo de la población.

Los últimos años de Eduardo Santos, alejado de pompas y vanidades, los pasa  en medio de silencio y reflexión, entre la academia y la biblioteca. Ayuda en secreto a personas vergonzantes y sigue patrocinando las obras sociales de su esposa, muerta en 1962. Es un mecenas discreto de escritores y poetas. Hace poco vino a saberse que a Gabriela Mistral, perseguida por un gobernante de su país, le prestó valioso apoyo en medio de las angustias económicas que entonces agobiaban a la poetisa.

El autor de la semblanza enfoca su mirada hacia otros miembros prestantes de la familia. Entre ellos, Enrique Santos Montejo –el famoso Calibán–, hermano de Eduardo. En 1909, Calibán funda La Linterna en la ciudad de Tunja y allí ejerce un brillante periodismo de combate, que le trae varias excomuniones en aquella época inquisitorial de ingrata recordación. Luego, su hermano se lo lleva para El Tiempo, donde será su mano derecha  y  escribirá la columna más leída de la prensa: La daza de las horas.

Del exgobernador de Boyacá Carlos Eduardo Vargas Rubiano es la siguiente frase ingeniosa: “Con la ida de Calibán, se apagó La Linterna, pero se encendió El Tiempo”. Un hijo del segundo matrimonio de Calibán, Enrique Santos Molano (en esta dinastía abundan los Enriques), sigue las huellas de su padre y es hoy destacado periodista e historiador, autor de varios libros de renombre.

Eduardo Santos, el tunjano ilustre –y bogotano por adopción–, murió hace tres décadas, en marzo de 1974. Se trata, sin duda, de una de las figuras políticas más importantes del siglo pasado.

El Espectador, Bogotá, 14 de diciembre de 2005.

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Aclaración:

No sé si los errores son suyos o del citado Mateus Cortés, pero Eduardo Santos recibió su grado de la Universidad Republicana y su cuñado era Alfonso Villegas Restrepo y no Aquilino. Luis Enrique Nieto.

Es mío el error de decir que el cuñado de Eduardo Santos era Aquilino Villegas, en lugar de Alfonso Villegas. En cuanto a sus estudios en la Universidad Nacional, dicha información la tomé del libro de Mateus Cortés. Así figura, además, en otras fuentes que he consultado. Puede deducirse que el dato equivocado se ha reproducido en diversos textos. Gustavo Páez Escobar.

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En deuda con Ignacio Chaves

martes, 20 de julio de 2010 Comments off

Gustavo Páez Escobar*

Extensa y fructífera labor cumplió Ignacio Chaves Cuevas en el Instituto Caro y Cuervo. Ha sido uno de los grandes líderes de la entidad en sus 63 años de vida. En ese cargo lo precedieron el padre Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero (y Fernando Antonio Martínez, director encargado), todos los cuales contribuyeron en forma brillante al desarrollo del Instituto como pilar sustantivo de la lengua española en el mundo hispano.

Al Caro y Cuervo se le considera el organismo más avanzado en el estudio, difusión y  salvaguardia del idioma español. Taller acrisolado de las disciplinas del bien decir. En la administración de Chaves Cuevas, que se extendió por 19 años –desde 1986 hasta febrero del 2005–, se lograron resultados de suma importancia, como la culminación del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, programa trascendental iniciado por Rufino José Cuervo y que representa el mayor aporte al idioma, en cuya ejecución se emplearon 123 años.

En 1994 fue presentada la obra ante la Unesco, en París, como homenaje a don Rufino (cuyos restos reposan en París), con motivo de los 150 años de su natalicio,  y al año siguiente se realizó acto similar ante los reyes de España, con asistencia del director de la Real Academia Española y de otras autoridades del idioma.

En 1999, Chaves Cuevas recibió a nombre del Instituto el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades, uno de los galardones más preciados por los hispanistas. En el acta del jurado se dejó constancia de que este reconocimiento obedecía a “la dilatada trayectoria de esta institución, que a lo largo de medio siglo ha desarrollado una extraordinaria labor dirigida al conocimiento, estudio y difusión del idioma español”.

En 2001 le fue otorgado, por el Ministerio Español de Asuntos Exteriores y la Casa de América, el Premio Bartolomé de las Casas por el trabajo realizado en el campo de la lingüística indígena, y en el 2002, el Premio Elio Antonio de Nebrija, otorgado por la Universidad de Salamanca. Esta presea se había conferido a personas particulares para premiar el estudio y difusión de la lengua y cultura españolas, y por primera vez recaía en una entidad abanderada del castellano.

En el terreno colombiano y en diferentes épocas, Chaves Cuevas fue distinguido con la Condecoración Simón Bolívar del Ministerio de Educación Nacional, con la Orden Antonio Nariño del Círculo de Periodistas de Bogotá y con la Orden Andrés Bello, entre otras menciones connotadas. Su entrega a la causa de la cultura nacional tuvo siempre un propósito relevante dentro de su formación académica y su espíritu patriótico.

Fuera del Caro y Cuervo, se desempeñó como secretario perpetuo de la Academia Colombiana de la Lengua, decano del Seminario Andrés Bello, secretario del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica y de la Facultad de Economía de la Universidad La Gran Colombia, miembro correspondiente de la Real Academia Española, miembro de la junta directiva de la Fundación Santillana para Iberoamérica, miembro de la Casa de Poesía Silva y presidente del Consejo Superior de la Universidad Central.

En la Universidad de los Andes cursó la carrera de Filosofía y Letras. Adelantó estudios de especialización en Florencia (Italia); en Madrid, en la Universidad Complutense, y en Aix-en-Provence (Francia), en el Instituto de Estudios del Tercer Mundo. Su hoja de vida y su desempeño profesional, siempre sirviéndole a la cultura, fueron sobresalientes y esto lo hizo merecedor del beneplácito con que tanto las instituciones como las personas reconocieron sus altas ejecutorias.

Sin embargo –y esto resulta inexplicable–, la actual ministra de Educación, María Consuelo Araújo, entidad de la que depende el Instituto, determinó prescindir de sus servicios a comienzos de este año (“me insinuaron que renunciara”, dijo Chaves Cuevas a la prensa), ante una investigación administrativa que ella había ordenado para dilucidar algunos asuntos de la entidad.

Ese fue el trato injusto e indigno que se dio a un eficiente y desvelado servidor de la cultura, por la simple presunción de culpa en situaciones internas del organismo, las que han debido establecerse con plena evidencia antes de tomar una medida fuera de tono. Pero no: la intención era la de salir del funcionario, dentro de un “plan de renovación en esta y otras entidades públicas”, como lo expresó la ministra a un medio de comunicación.

Por aquellos días (23-II-2005), Daniel Samper Pizano hacía la siguiente anotación en su columna Cambalache de El Tiempo: “Después de prolongada y notable labor en el Instituto Caro y Cuervo, que le valió a esta obra el Premio Príncipe de Asturias, se retira de la dirección Ignacio Chaves. O lo retiran. Pero en vez de sacarlo por la puerta de adelante, como correspondería, lo expulsan por la de atrás… No podrán borrar, sin embargo, el Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana”.

Ignacio Chaves quedó anonadado ante dicha conducta oficial, y su alma, hundida en la tribulación. De esa pena no logró reponerse hasta el día de su muerte, que acaba de ocurrir en viaje de descanso por Argentina. Cuando hace ocho meses le pidieron la renuncia, manifestó que pensaba retirarse en octubre.

Hoy, ante la noticia luctuosa, la cultura nacional está de luto. Además, en deuda con quien le prestó servicios invaluables, por desgracia ignorados a la postre por una funcionaria con ánimo de “renovación” administrativa, que buscó el cambio generacional y se olvidó de toda una trayectoria de méritos.

El Espectador, Bogotá, 22 de noviembre de 2005.

* * *

Comentarios:

No me cabe duda que hay ciertos golpes que afectan el corazón y uno de ellos es un despido injusto. La autoestima queda afectada; la frustración, la autoculpa son un cuadro negro de tribulación. Ignacio hizo una espléndida labor que alguna vez le será reconocida como se debe. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

La historia triste es que a Ignacio lo sacaron por la puerta trasera, cuando había maneras más comedidas y justas de presionarlo para un retiro digno de la gran labor que realizó. Daniel Samper Pizano, Madrid (España).

Es muy triste que una vida y una obra tan meritorias hubieran recibido un trato tan peyorativo por parte de la ministra. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

La muerte de Ignacio Chaves es un dolor para esta pobre patria en poder de gente sin sentido. ¡Qué pesar tan grande sentí y siento ahora al leer tu página, excelente y merecidísima! Se nos van los grandes adalides de la cultura e importa más el grito de Shakira. En fin, Gustavo, sigamos adelante y esperemos un futuro mejor, dentro de unos 300 años… Y cuídate tú, otro trabajador incansable de la cultura. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

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Faltó Laura Victoria

martes, 20 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A propósito de la edición de la revista Semana dedicada a las que en su concepto son las 109 mujeres más importantes de Colombia, hace notar D´Artagnan, como días antes lo hizo El Nuevo Siglo, la ausencia de algunas figuras femeninas dignas de evocación. Es el caso, por ejemplo, de Nicolasa y Bernardina Ibáñez, que tuvieron papel notable en los días de la Independencia y en las vidas de Bolívar y Santander, según lo analiza, entre otros destacados escritores, Jaime Duarte French en su libro Las Ibáñez.

Ese es el riesgo que se corre con las antologías (o selecciones como la de Semana), las que, por ser elaboradas bajo criterio o gusto personal, a veces caprichoso, suelen desconocer otros méritos o exagerar la nota de las personas elegidas. Andrés Holguín, en su Antología crítica de la poesía colombiana (1974), excluyó a Julio Flórez por no considerarlo merecedor de ese privilegio, y no fueron pocas las objeciones que recibió. Julio Flórez ha sido el poeta más popular de Colombia, y con esa calificación no puede estar ausente de ningún escrutinio literario.

¿Por qué no clasificó Laura Victoria entre las 109 mujeres escogidas por Semana? Me atrevo a sacar la siguiente conclusión: el grupo que asesoró a la revista para dicho dictamen no sabe quién es Laura Victoria. Esto es fácil de sostener: la poetisa, muerta el año pasado, se había residenciado en Méjico desde 1939, y Colombia la había olvidado.Sin embargo, fue la pionera en nuestro país de la poesía erótica, y en los años 30 del siglo pasado conquistó renombre internacional al lado de las grandes líricas latinoamericanas: Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sansores.

El maestro Valencia calificó a Laura Victoria como una revelación de la literatura colombiana, y Rafael Maya elogió a Llamas azules como “el mejor libro poético publicado por mujer alguna en Colombia”. Calibán, en El Tiempo –donde ella publicaba sus poemas–, expresó siempre la misma opinión. Laura Victoria, con su poesía sensual, entonó el sentimiento de los colombianos y revolucionó las letras nacionales. Además, en una época de puritanismos y restricciones, liberó a la mujer de la esclavitud ancestral que no le permitía alzar el vuelo.

Murió faltándole seis meses para cumplir el centenario de vida. Pocos se dieron cuenta de su deceso. Ya el país era otro. En El Tiempo, que fue su periódico, apareció una nota solitaria, de Enrique Santos Molano, registrando la noticia y exaltando la gloria de la insigne colombiana. El olvido había empañado su nombre, después de 65 años de ausencia de la patria. Y no clasificó en la lista de Semana…

El Espectador, Bogotá, 29 de noviembre de 2005.

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