Osuna y Turbay
Por: Gustavo Páez Escobar
En El Espectador del pasado 18 de septiembre, Héctor Osuna dedica todas las caricaturas de Rasgos y rasguños al presidente Julio César Turbay, muerto cinco días antes. No es usual que el caricaturista ocupe todo su espacio con la misma persona o el mismo tema, pero lo hizo en esta ocasión por estar ligado a Turbay por vieja historia, de ingrata recordación. Por supuesto, volvieron a escena los caballos de Usaquén, emblema de turbulenta etapa política ocurrida en el cuatrienio presidencial 1978-1982.
Dos corceles con caras taciturnas aparecen con un lazo de tela adherido a las piernas, en señal de duelo. Dicho atuendo, con figura de mariposa, representa el corbatín histórico del presidente fallecido. El caballo más acongojado –¿o más arrepentido?– cavila con esta frase entrecortada: “…y una nostalgia que me tortura”. Los famosos caballos adquirieron popularidad durante aquellos días accidentados, y hoy, tres décadas después, salen de nuevo de sus establos para darle el último adiós al patriarca.
Osuna, con sus trazos veloces e incisivos, nos ubica en los tiempos del Estatuto de Seguridad implantado por el gobierno de Turbay, norma que se caracterizó por un enconado militarismo bajo el mando del general Camacho Leyva, ministro de Defensa, a quien se consideró el superpoder dentro del Estado. Nefasta época de terror, donde muchos enemigos del régimen fueron a dar a las caballerizas de Usaquén, en las que se les forzaba a confesar sus actos de oposición con el empleo de torturas, entre ellas, por medio de caballos amaestrados que embestían a los presos y les causaban heridas.
La arbitraria detención de dos sacerdotes jesuitas que en septiembre de 1978 fueron vinculados como cómplices del asesinato del ex ministro Pardo Buelvas, movió a Osuna a declarar la guerra periodística, por medio de sus caricaturas demoledoras, contra el atroz estatuto que violó los derechos humanos y escribió una de las páginas más oscuras en la democracia colombiana.
Y se convirtió en crítico severo del Gobierno. Sus líneas punzantes denunciaban la ola de atropellos desatada contra la población civil, en medio del silencio de los organismos de vigilancia. El cardenal Aníbal Muñoz Duque le restó importancia al escándalo de faldas que Turbay protagonizó en un club de Cúcuta (acto reprobado por el obispo de la diócesis), y le envió una carta donde lo absolvía de tan deshonrosa conducta. Por curiosa ironía, aquel obispo de Cúcuta fue la misma persona que presidió las honras fúnebres de Turbay en la catedral de Bogotá: el hoy cardenal Pedro Rubiano Sáenz.
Por aquellos días, el militarismo desaforado arremetía contra la cúpula del M-19, la que causaba graves trastornos con episodios tan perturbadores como el robo de más de 5.000 armas en el Cantón Norte y la toma de la Embajada Dominicana. El M-19 vio gratificada su lucha con el apoyo de Cuba, hecho determinante para que Turbay rompiera relaciones con dicho país.
En medio del vendaval de críticas y protestas, y de innumerables chistes de sabor sarcástico que corrían a lo largo y ancho del territorio nacional, el Presidente soltó algunas frases que pasaron a la historia y que definen su muy peculiar estilo: “El único preso político soy yo”, “reduciré la corrupción a sus justas proporciones”, “el mío es un gobierno hormonado y testiculado”.
Osuna puso en los labios del Presidente otras frases que guardan coherencia con los actos oficiales de la época, como ésta, a una comisión de Amnistía Internacional que vino en plan de averiguación sobre los derechos humanos en Colombia: “¿Preguntan ustedes por los derechos humanos?… No, no los hemos visto”.
Osuna fue en 1979 el ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, al que renunció bajo un claro imperativo de su carácter: no podía permitir que la presea le fuera entregada por Turbay, a quien fustigaba con sus dardos implacables. En cambio, al serle conferido en 1983 –en el gobierno siguiente– el Premio Nacional del Círculo de Periodistas de Bogotá al mejor caricaturista, lo aceptó, porque no pasaba por las manos presidenciales.
Belisario Betancur le diría: “Gentes de talento e independencia mental como usted, sí le cuentan al gobernante cómo va él y cómo va el país. Gracias por sus urticantes aunque sonrientes lecciones. Saludos de la monja”. (La obesa y simpática monja palaciega, que parece sacada de un cuadro de Botero, fue la figura de combate creada por Osuna en el gobierno de Belisario Betancur).
Queda por decir que la administración de Turbay ha sido una de las más controvertidas de la vida colombiana. Pero no todo es negativo en su obra de gobierno. Se le abonan varios actos notables, que hoy, en la distancia del tiempo y bajo otra óptica, se distinguen mejor que cuando ocupaba la silla presidencial, sacudida por los ventarrones que provocó el estatuto represivo. Entre las notas favorables están la prudencia y el acierto con que manejó el conflicto de la Embajada Dominicana.
Su habilidad y astucia, como “animal político” que siempre fue (maestro en las artes del caciquismo), le permitieron rodearse de gente capaz en el ejercicio ministerial y diplomático. Tuvo varios ministros de alta calidad. Fue auténtico y excelente amigo de sus amigos. Se distinguió por su espíritu equilibrado y conciliador y su sentido de patria. Así penetra en la historia. Y Osuna, con sus caricaturas memorables, se ha ganado el título de agudo historiador.
El Espectador, Bogotá, 27 de septiembre de 2005.
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Comentarios:
Excelente tu columna. Osuna es admirable como caricaturista. El país necesitará siempre, para su progreso moral, intelectual, político y social de mentes lúcidas y críticas que abran nuevos horizontes y que venzan el oscurantismo arribista y feroz de los intereses creados alrededor de los que mandan. Sólo con ellos dejaremos de mirar en una sola dirección, como los caballos cocheros. Hernando García Mejía, Medellín.
Interesante su artículo sobre Turbay, pero no queda uno convencido que manejara con “tacto” la toma de la embajada. Más bien, se debe reconocer que Estados Unidos no le hubiera permitido jamás que pusiera en peligro la vida de su embajador. De Turbay sí podría decirse que escupió la mano de quien lo ayudó. Cuando Cuba desea aliviarlo aceptando los guerrilleros, Turbay paga cortando las relaciones. Y “sentido de patria”, por Dios, la patria de los poderosos tal vez. Los colombianos no le pudieron ver su generosidad y compasión por los humildes y desamparados, al menos durante su gobierno de triste recordación. Javier Amaya, Washington.