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Archivo para viernes, 16 de julio de 2010

El fantasma de Lehder

viernes, 16 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace cerca de 20 años cayó Carlos Lehder en manos de la justicia y ese mismo día fue deportado a Estados Unidos, donde lo condenaron a cadena perpetua. Era el primer extraditado en la guerra que se libraba contra los capos. El mafioso, que llevaba una vida disipada –dedicado al consumo de marihuana y cocaína–, había  dejado de ser ficha importante para el cartel de Medellín, del que era uno de sus creadores. Todo parece indicar que sus mismos compañeros delataron su escondite para librarse de él y distraer al gobierno.

Con ese hecho se cerraban en el Quindío nueve años de vida borrascosa (1978-1987), que el capo implantó bajo el mandato de las drogas y el imperio del dinero corrupto. Con el regreso a su tierra nativa, de donde había salido en la juventud para volverse ladrón de carros en Nueva York, la comarca inició la peor etapa de su historia. Con su captura y extradición, regresó una calma relativa. Quedaban muchas heridas abiertas tras la época de desenfrenos que desquició los valores de la familia quindiana. Y se necesitaba el paso no de una sino de varias generaciones para borrar el recuerdo de aquellos días funestos.

Atraído por esa vida funambulesca, el cineasta Camilo Martín Ortiz se dedicó en los días actuales a investigar las andanzas del capo en aquellos años de protagonismo torcido. Esa historia quedó plasmada en el “El mágico”, documental exhibido hace poco en Bogotá y que debe su título al apodo de “mago” con que algunos llamaban a Lehder por sus increíbles aventuras y fechorías.

El negocio de narcóticos lo dirigía desde Cayo Norman, isla de su propiedad en las Bahamas, que le servía de base para introducir la mercancía a Estados Unidos. Al saber que el Quindío gozaba de una próspera situación a raíz de la bonanza cafetera que hacía caer sobre los campos una lluvia de billetes inesperados, se propuso rendirle un homenaje a su patria chica. Un homenaje a su manera.

Al despacho del gobernador del Quindío llegaba días después un regalo insólito: una avioneta Piper Navajo, para que el mandatario se desplazara con facilidad a los municipios montañosos. Se trataba de producir alboroto para que el nombre del capo sonara con fuerza a los cuatro vientos. Y lo consiguió. De ahí en adelante vendrían días oscuros para la región, aunque alumbrados por el dinero dañino con que se compró la conciencia de mucha gente y se pervirtió la moral pública.

La noticia causó revuelo en la comunidad, y pronto fue identificado el donante como el hijo ausente del ingeniero alemán Guillermo Lehder, hombre silencioso y honorable que en épocas lejanas había construido el ferrocarril de Armenia. Ahora, bajo la falsa figura del benefactor público, éste destinaba sumas flamantes para apoyar obras sociales, crear supermercados populares, financiar el deporte y hacer cuanta donación le creara imagen publicitaria.

El Círculo de Periodistas del Quindío, como muestra de gratitud por un cheque recibido de él para reparación de su sede, le entregó una bandeja de plata y bautizó con el nombre de Salón Bahamas uno de sus recintos. Jóvenes profesionales y jovencitas frívolas, al igual que personas de reconocida trayectoria, pasaron a ocupar puestos de privilegio en el emporio económico. Al propio gobernador lo tentó con la oferta de nombrarlo gerente de su organización. Él no picó el anzuelo, pero sí lo hizo su secretario de gobierno.

Y comenzaron a volar lujosas avionetas por los cielos quindianos. Al principio, el tráfico de drogas fue discreto y después, descarado. Los narcóticos penetraban por todas partes, a ojos vistas, y causaban delirio y ruina moral. De momento no se reparaba en la ruina moral: la fiebre de oro se apoderó del departamento.

Tierras antes invendibles eran transadas a precios fabulosos. Nuevos ricos surgían por doquier. Se construían pistas clandestinas y se hablaba de un territorio cada vez más extenso para la soberanía del monarca. Todo se sabía, pero nadie hacía nada para frenar la perversión. Con esa modorra de la conciencia colectiva se perpetraron infinidad de exabruptos y se perdieron los principios ancestrales de una comunidad respetable. Todo lo compraba el dinero y lo barnizaba la moda.

El mafioso, como por arte de magia, un día se volvió político. De la noche a la mañana aprendió ademanes de orador. Después, llenaba las plazas, tanto del Quindío como de otros lugares del país, con multitudes frenéticas bien remuneradas. Contrató magos para que su imagen se difundiera en el ámbito nacional. Ya el Quindío le quedaba pequeño.

Fundó su propio partido y compró un periódico para difundir su imagen. Quiso entrar a los clubes sociales, pero éstos le cerraron las puertas. Entonces fundó su propio club: la Posada Alemana. En la entrada del complejo turístico hizo levantar una estatua de Lennon –su ídolo–, construida por el maestro Arenas Betancourt. Como el obispo de Armenia no quiso bendecir la sede, se llevó al de Pereira, monseñor Darío Castrillón, quien no se negó a esparcir el agua bendita, acción muy bien retribuida por el capo.

Con la captura de Lehder, se desmoronó su imperio. Desapareció la estatua de Lennon y hoy nadie sabe a dónde fue a parar, ni quién se la llevó a hurtadillas. Un incendio misterioso arrasó el comedor principal y por poco consume toda la edificación. Más tarde la lujosa propiedad fue invadida por la hierba y las tinieblas, y así permaneció durante largos años.Lo que antes fue esplendor, ahora eran escombros.

Por allí camina el fantasma de Lehder. Mientras tanto, éste se pudre en su cadena perpetua. Todos lo abandonaron. Todos negaron haber recibido beneficios suyos. Monseñor Castrillón, para justificar el recibo del dinero corrupto, dijo que la plata mala se purifica cuando se destina a obras buenas.

Ya aquellas excentricidades y locuras son cosa del pasado, pero la región no ha podido disipar la pesadilla. Y sigue viendo fantasmas.

El Espectador, Bogotá, 14 de febrero de 2006.

 * * *

Comentarios:

Los que vivimos en el Quindío sabemos todo el daño que le hizo al departamento. Magda Polanía de Giraldo.

Queda por averiguar cuántos hijos hay ahora (como fue el caso de Hitler) regados entre las admiradoras que deslumbró en su tiempo. Otra intriga: ¿su padre era alemán de los que huyeron de su país cuando la derrota nazi? Gloria Chávez Vásquez, Nueva York. (Gloria: no hay precisión sobre hijos suyos. Se habla, más como rumor que como certeza, de un hijo con alguna de sus amantes de turno. Su padre, el ingeniero Guillermo Lehder, no llegó a Colombia por asuntos del nazismo. Nació en 1904 en Hannover. Se graduó de ingeniero civil en la Escuela Superior de Colonia. Excelente excelente. GPE).

El artículo es muy bueno, tiene razón en todo lo que dice, en la corrupción política y eclesial del ahora cardenal Darío Castrillón. Sólo falta un detalle: a Lehder sí lo condenaron, ¿pero no sabe usted por qué no se encuentra en ninguna cárcel? Porque él como venganza a la que le hicieron vendió a los suyos y ahora se pasea por Estados Unidos. Y la patria de sus ancestros, Alemania, por los lados de Stuttgart. Kofas Zizim (correo a El Espectador).

El cura guerrillero

viernes, 16 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando en Colombia se habla del cura guerrillero se sabe que se trata de Camilo Torres Restrepo. Se le conoce mejor como Camilo, nombre con el que pasó a la historia. A veces una sola palabra, incluso sin ser patronímica –como es el caso del Che, que identifica al médico revolucionario Ernesto Guevara–, es suficiente para ubicar una personalidad.

La personalidad de Camilo la pinta a la perfección Walter J. Broderick, historiador australiano, en el libro Camilo, el cura guerrillero. El autor reside en Colombia hace más de 30 años y ejerció el sacerdocio católico en varios países latinoamericanos. También escribió El guerrillero invisible, donde narra parte de la biografía del cura español Manuel Pérez, que siguió los pasos de Camilo y murió hace 7 años en las selvas colombianas.

Camilo era hijo del médico bogotano Calixto Torres Umaña y de Isabel Restrepo, dama de carácter iconoclasta. El futuro sacerdote creció en ambiente burgués, y a la vez frívolo, dadas las agrias fricciones de sus padres y ciertas actitudes que desentonaban en la sociedad: mientras el médico poseía carácter irascible y se declaraba anticlerical y librepensador, su mujer producía escándalos con sus extravagancias y su conducta disipada.

Camilo se graduó como bachiller del Colegio Cervantes. Era un joven franco, festivo y de atrayente estampa varonil. Se movía con éxito en los altos círculos sociales. Las muchachas de abolengo soñaban con conquistarlo. Se recuerdan sus amores con Teresa Montalvo, hija de un notable político. Desde entonces mostraba calidades superiores. Su futuro no podía ser más promisorio.

Entró a estudiar jurisprudencia en la Universidad Nacional. Y un día, contra todos los halagos mundanos que respiraba, sintió atracción por la vida religiosa. Deseaba ser fraile dominico, pero temía la oposición de sus padres. Así sucedió, en efecto, al conocerse la noticia. Gracias a la influencia que su madre ejercía sobre él, dicho destino se cambió por el ingreso al seminario de Bogotá, en 1947.

Siete años después, ya ordenado sacerdote, viaja a Lovaina (Bélgica) para adelantar estudios de sociología en la Universidad Católica de aquella nación. Allí se relaciona con el movimiento de los sacerdotes obreros, y en Francia conoce a un abanderado de esa corriente religiosa, el abate Pierre. Cerca de Lovaina presta sus servicios en una parroquia de mineros y, al palpar la dura realidad de ese oficio, se conduele de la miseria humana.

Cuando vuelve a Colombia dos años después, es un hombre nuevo. Ha captado los grandes conflictos del ser humano, ha visto otra dimensión del mundo y regresa con ideas bullentes sobre el puesto que deberá asumir en su patria frente al drama de las clases populares. En el mundo se agitan las ideas socialistas. El nuevo clérigo, por encima de las teorías del marxismo, se siente llamado por las causas del hombre. Allí está su apostolado.

La Iglesia, alborozada con esta promesa repentina que surge en sus predios, lo exalta y facilita su misión. Es nombrado capellán de la Universidad Nacional y miembro de la junta directiva del Incora. En la Esap dirige un seminario de administración social. En el Ministerio de Gobierno da cursos en la Acción Comunal. Funda en Yopal una escuela de entrenamiento para los campesinos. Es el sacerdote de moda. En el país se siente su presencia arrolladora. Los estudiantes están dichosos con este sacerdote inesperado y lo siguen como a un caudillo.

A veces choca con algunas personas. Critica a monseñor Salcedo, director de Radio Sutatenza, al considerar que están equivocados los programas que difunde la emisora entre los campesinos. En la Universidad Nacional pronuncia un sermón de alto tono social, y el cardenal Concha, que desde tiempo atrás encuentra peligrosos sus actos, lo retira de la capellanía y de todos los cargos docentes. Al mismo tiempo, desde Chile lo buscan para integrar un movimiento de reformadores eclesiásticos.

El cura revolucionario denuncia las injusticias, ataca a los poderosos y apoya a los necesitados. Su voz llega a toda la nación en su periódico Frente Unido. Una copla pinta sus andanzas: “Pues el curita en cuestión / apenas dice su misa / se sale a ver si organiza / alguna revolución”. Mientras los estudiantes de la Nacional lo sacan en hombros y forman un desfile tumultuoso, los políticos lo miran con recelo.

Dentro de ese ambiente de agitación de masas, incompatible con la función sacerdotal, no tardará en ocurrir su retiro eclesiástico. En esto viene meditando con desasosiego espiritual, pues ama la Iglesia con verdadero sentimiento cristiano. Pero no acepta la Iglesia inerte ante las angustias del hombre, ni la palaciega del cardenal Concha.

La suya es la de los sacerdotes obreros que ha vivido en Bélgica, en Francia y en el barrio Tunjuelito de Bogotá. “El problema no es de rezar más –le dice a un seminarista–, sino de amar más. Últimamente yo he rezado menos, pero he amado más, y todo lo que es amor es bueno”.

Liberado de sus obligaciones clericales, dice su última misa en la iglesia de San Diego, y en esa mañana plomiza y penetrada de frío, como si fuera un augurio del porvenir que lo espera,  se despide en secreto, y con una lágrima sigilosa en los ojos, de la vida eclesiástica. Observa entre las personas asistentes a varias empleadas domésticas, en cabeza de las cuales percibe la presencia de las clases humildes, por las que va a luchar. Días después se marcha para el monte.

El 15 de febrero de 1966 moría baleado en las montañas de Santander –vereda de Patio Cemento, municipio de San Vicente de Chucurí–, en el primer combate que libraba como miembro del Ejército de Liberación Nacional (Eln), el recién creado grupo guerrillero que comandaban Fabio Vásquez y Víctor Medina. Pocos días antes había cumplido 37 años.

Lo mató la tropa del coronel Álvaro Valencia Tovar, comandante de la Brigada de Bucaramanga, su antiguo amigo y compañero de junta en un instituto oficial. Fue enterrado en el monte y en sitio secreto que nadie ha revelado. Sospechaban que la llegada de los restos a Bogotá provocaría alborotos públicos, y por eso escondieron el cadáver. ¿Por qué no han exhumado sus huesos para darles cristiana sepultura? Esos huesos representan el símbolo de una protesta social y pertenecen a la historia. Camilo se equivocó de camino, pero su causa era justa.

En la selva santandereana quedó insepulta una leyenda, y esa leyenda, de redención y martirio, comenzó aquel día a volar por el país en alas de vientos rebeldes. Y han pasado cuarenta años. Cuarenta años sin verdaderas soluciones sociales.

El Espectador, Bogotá, 7 de febrero de 2006.
Revista Susurros, Lyon (Francia), No. 10, abril de 2006.

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Comentarios:

Leí tu artículo en El Espectador sobre el cura Camilo. No soy guerrillero, ni simpatizante, pero tu última frase: “Y han pasado cuarenta años. Cuarenta años sin verdaderas soluciones sociales”, es completamente válida. Raúl Salazar Saldarriaga, Medellín.

Página excelente sobre Camilo Torres, que bien hubiera podido ser mejor tratado y orientado en sus ansias de justicia e igualdad. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

Qué bueno hubiera sido que usted leyera mi libro El final de Camilo antes de escribir su columna en El Espectador. Allí, entre otras cosas respondo a plenitud la cuestión de los restos del cura guerrillero. Álvaro Valencia Tovar, Bogotá.

(El 8 de mayo de 2006 publico una nueva columna: Los restos de Camilo. GPE).

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El poeta en La Habana

viernes, 16 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace poco vino a Colombia el poeta José Luis Díaz Granados, desde su exilio obligado en La Habana, y se presentó en la Casa de Poesía Silva con nueva cosecha de versos. Allí se reunió con sus viejos amigos de las letras y luego regresó a Cuba, donde reside desde febrero del 2000. Más de cinco años de destierro –a pesar de la buena acogida que ha recibido en aquel país– son el duro precio que ha tenido que pagar  por su fidelidad a sus ideas políticas.

En Bogotá dirigía desde 1992 la Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos, y a fines de 1999 recibió amenazas por su simpatía con el régimen cubano. Como su vida corría peligro en Colombia, y no contando con garantías para protegerse en su patria, decidió refugiarse en la isla, donde goza de ambiente propicio para adelantar sus actividades literarias. No obstante la distancia de la patria y de los amigos, se siente satisfecho en Cuba  por el clima cultural que lo rodea.

Allí transcurren sus días actuales, rodeado de tranquilidad y dedicado a lo que sabe y siempre ha hecho: el periodismo literario, a través de crónicas que divulga en Agencia Prensa Latina, y el desarrollo de varios planes, entre ellos, el remate de dos novelas, en las que trabaja con ardor espiritual. En el Instituto de Periodismo José Martí preside la cátedra de grandes periodistas latinoamericanos y dicta clases sobre Pablo Neruda y Gabriel García Márquez.

A sus dos novelas en proceso ya les tiene nombres, según lo revela a Ricardo Rondón en reportaje aparecido en la revista Libros y Letras: “Tengo dos novelas –dice–: una sobre las luces y las sombras del exilio, titulada La noche anterior al otoño, y otra sobre mis años de adolescencia en el barrio Palermo de Bogotá, titulada El aprendiz de brujo”. En el género novelístico, ha editado otros dos títulos: Las puertas del infierno y El muro y las palabras, ganadora la última, en 1994, del Premio Nacional de Novela Aniversario Ciudad de Pereira.

En 1968 fue el ganador del concurso de poesía Carabela, en Barcelona (España), y en 1990 le fue conferido el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. En el campo de la poesía es autor de El laberinto, que ha tenido varias ediciones y ha sido ampliada con el paso del tiempo, y Cantoral, con su producción entre 1988 y 1992. La Universidad del Magdalena publicó en 2003 toda su obra poética en 40 años (1962-2002), bajo el título La fiesta perpetua. Uno de sus cuentos, La metamorfosis del saltimbanqui, fue laureado en concurso de 1980.

Díaz Granados vive en función de la literatura. Es su razón de ser. En Colombia ha colaborado con diversos diarios y revistas y su nombre goza de prestigio. Su fibra romántica –que gana nuevos acentos con su exilio en Cuba– ha plasmado obra valiosa. El amor es la savia de sus sueños. La mujer preside su mundo sensorial, tanto en la creación literaria como en su ámbito cotidiano. “La mujer –dice– es la fuerza motriz de mi alegría y de la totalidad de mi obra literaria”.

Ha sido hombre discreto, sereno y silencioso. Hombre de paz. Su única arma es la inteligencia. Y su haber, su acervo de versos y prosas. ¿Por qué, entonces, se le persigue y obliga a refugiarse en otro país? Cuando alguien me dijo que por sus ideas, trabajo me costó –y me cuesta– admitir que el modo de pensar de este ciudadano sosegado y caballeroso, con derecho a la libre opinión que garantiza la democracia, pueda significarle el destierro, por ironía en un sitio donde la libertad de expresión está restringida.

Al preguntársele en el reportaje atrás citado por su posición frente a la figura de Fidel Castro, respondió: “Es difícil encontrar a alguien de la generación de los 60 que no sienta algún estremecimiento afectivo hacia Fidel o el Che”. Esa circunstancia tiene hoy al poeta lejos de Colombia. Cuando sale al malecón de La Habana y conversa con las mulatas, en plan de averiguar por las honduras de los seres humildes, siente que su alma exorciza los demonios de la soledad. Y se acuerda de Colombia. Evoca la calle 45, la de su tránsito familiar durante tantos años, y el dolor de patria le aflige el recuerdo.

Díaz Granados es amante visceral de su cuna. Su poesía contiene hermosas expresiones de apego a sus lares nativos, la ardiente tierra samaria que le inyectó bríos de poeta. Hoy siente nostalgia por su gente, por los paisajes de Colombia, por los fríos y las lloviznas bogotanas, por las tertulias bohemias bajo el calor de la poesía. Todo esto le tortura el recuerdo. Dice que volverá pronto a Colombia. ¿Cuándo? La patria lo espera. La literatura nacional lo necesita.

El Espectador, Bogotá, 6 de diciembre de 2005.

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Comentarios:

Inmensamente emocionado y conmovido he leído tu hermosa y generosa nota sobre mi exilio cubano. No tengo palabras para expresarte mi infinita gratitud por tan generoso gesto de solidaridad y amistad. José Luis Díaz-Granados, La Habana.

Soy, por fortuna, un viejo amigo de José Luis Díaz Granados. Ahora que estuvo en Colombia lo invitamos a Manizales y estuvimos una larga noche, alrededor de unos rones de la Licorera de Caldas, hablando de literatura y de viejos amigos. Hace unos cuatro años lo visité en La Habana. Carlos Arboleda González, Manizales.

Muchas felicitaciones por su artículo sobre el poeta José Luis Díaz Granados, exiliado en Cuba. Es un hombre sencillo, valiente y honesto. Me gustaría referirle que no es el único poeta en el exilio (cita el caso Armando Rodríguez Ballesteros, refugiado en Costa Rica). Andrés de la Hoz.

Osuna y Turbay

viernes, 16 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En El Espectador del pasado 18 de septiembre, Héctor Osuna dedica todas las caricaturas de Rasgos y rasguños al presidente Julio César Turbay, muerto cinco días antes. No es usual que el caricaturista ocupe todo su espacio con la misma persona o el mismo tema, pero lo hizo en esta ocasión por estar ligado a Turbay por vieja historia, de ingrata recordación. Por supuesto, volvieron a escena los caballos de Usaquén, emblema de turbulenta etapa política ocurrida en el cuatrienio presidencial 1978-1982.

Dos corceles con caras taciturnas aparecen con un lazo de tela adherido a las piernas, en señal de duelo. Dicho atuendo, con figura de mariposa, representa el corbatín histórico del presidente fallecido. El caballo más acongojado –¿o más arrepentido?– cavila con esta frase entrecortada: “…y una nostalgia que me tortura”. Los famosos caballos adquirieron popularidad durante aquellos días accidentados, y hoy, tres décadas después, salen de nuevo de sus establos para darle el último adiós al patriarca.

Osuna, con sus trazos veloces e incisivos, nos ubica en los tiempos del Estatuto de Seguridad implantado por el gobierno de Turbay, norma que se caracterizó por un enconado militarismo bajo el mando del general Camacho Leyva, ministro de Defensa, a quien se consideró el superpoder dentro del Estado. Nefasta época de terror, donde muchos enemigos del régimen fueron a dar a las caballerizas de Usaquén, en las que se les forzaba a confesar sus actos de oposición con el empleo de torturas, entre ellas, por medio de caballos amaestrados que embestían a los presos y les causaban heridas.

La arbitraria detención de dos sacerdotes jesuitas que en septiembre de 1978 fueron vinculados como cómplices del asesinato del ex ministro Pardo Buelvas, movió a Osuna a declarar la guerra periodística, por medio de sus caricaturas demoledoras, contra el atroz estatuto que violó los derechos humanos y escribió una de las páginas más oscuras en la democracia colombiana.

Y se convirtió en crítico severo del Gobierno. Sus líneas punzantes denunciaban la ola de atropellos desatada contra la población civil, en medio del silencio de los organismos de vigilancia. El cardenal Aníbal Muñoz Duque le restó importancia al escándalo de faldas que Turbay protagonizó en un club de Cúcuta (acto reprobado por el obispo de la diócesis), y le envió una carta donde lo absolvía de tan deshonrosa conducta. Por curiosa ironía, aquel obispo de Cúcuta fue la misma persona que presidió las honras fúnebres de Turbay en la catedral de Bogotá: el hoy cardenal Pedro Rubiano Sáenz.

Por aquellos días, el militarismo desaforado arremetía contra la cúpula del M-19, la que causaba graves trastornos con episodios tan perturbadores como el robo de más de 5.000 armas en el Cantón Norte y la toma de la Embajada Dominicana. El M-19 vio gratificada su lucha con el apoyo de Cuba, hecho  determinante para que Turbay rompiera relaciones con dicho país.

En medio del vendaval de críticas y protestas, y de innumerables chistes de sabor sarcástico que corrían a lo largo y ancho del territorio nacional, el Presidente soltó algunas frases que pasaron a la historia y que definen su muy peculiar estilo: “El único preso político soy yo”, “reduciré la corrupción a sus justas proporciones”, “el mío es un gobierno hormonado y testiculado”.

Osuna puso en los labios del Presidente otras frases que guardan coherencia con los actos oficiales de la época, como ésta, a una comisión de Amnistía Internacional que vino en plan de averiguación sobre los derechos humanos en Colombia: “¿Preguntan ustedes por los derechos humanos?… No, no los hemos visto”.

Osuna fue en 1979 el ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, al que renunció bajo un claro imperativo de su carácter: no podía permitir que la presea le fuera entregada por Turbay, a quien fustigaba con sus dardos implacables. En cambio, al serle conferido en 1983 –en el gobierno siguiente– el Premio Nacional del Círculo de Periodistas de Bogotá al mejor caricaturista, lo aceptó, porque no pasaba por las manos presidenciales.

Belisario Betancur le diría: “Gentes de talento e independencia mental como usted, sí le cuentan al gobernante cómo va él y cómo va el país. Gracias por sus urticantes aunque sonrientes lecciones. Saludos de la monja”. (La obesa y simpática monja palaciega, que parece sacada de un cuadro de Botero, fue la figura de combate creada por Osuna en el gobierno de Belisario Betancur).

Queda por decir que la administración de Turbay ha sido una de las más controvertidas de la vida colombiana. Pero no todo es negativo en su obra de gobierno. Se le abonan varios actos notables, que hoy, en la distancia del tiempo y bajo otra óptica, se distinguen mejor que cuando ocupaba la silla presidencial, sacudida por los ventarrones que provocó el estatuto represivo. Entre las notas favorables están la prudencia y el acierto con que manejó el conflicto de la Embajada Dominicana.

Su habilidad y astucia, como “animal político” que siempre fue (maestro en las artes del caciquismo), le permitieron rodearse de gente capaz en el ejercicio ministerial y diplomático. Tuvo varios ministros de alta calidad. Fue auténtico y excelente amigo de sus amigos. Se distinguió por su espíritu equilibrado y conciliador y su sentido de patria. Así penetra en la historia. Y Osuna, con sus caricaturas memorables, se ha ganado el título de agudo historiador.

El Espectador, Bogotá, 27 de septiembre de 2005.

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Comentarios:

Excelente tu columna. Osuna es admirable como caricaturista. El país necesitará siempre, para su progreso moral, intelectual, político y social de mentes lúcidas y críticas que abran nuevos horizontes y que venzan el oscurantismo arribista y feroz de los intereses creados alrededor de los que mandan. Sólo con ellos dejaremos de mirar en una sola dirección, como los caballos cocheros. Hernando García Mejía, Medellín.

Interesante su artículo sobre Turbay, pero no queda uno convencido que manejara con “tacto” la toma de la embajada. Más bien, se debe reconocer que Estados Unidos no le hubiera permitido jamás que pusiera en peligro la vida de su embajador. De Turbay sí podría decirse que escupió la mano de quien lo ayudó. Cuando Cuba desea aliviarlo aceptando los guerrilleros, Turbay paga cortando las relaciones. Y “sentido de patria”, por Dios, la patria de los poderosos tal vez. Los colombianos no le pudieron ver su generosidad y compasión por los humildes y desamparados, al menos durante su gobierno de triste recordación. Javier Amaya, Washington.

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Letras de Tuluá

viernes, 16 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Por gesto amable de Óscar Londoño Pineda, el cronista de Tuluá, he conocido algunas obras de escritores de su tierra, a las que dedico esta columna. Ante todo, registro la salida del cuarto tomo de la serie Tuluá, visión personal, en la que el propio Londoño, con alma emotiva y memoriosa, viene concatenando menudos y grandes sucesos de su patria chica, con especial mención de los personajes literarios y sus realizaciones. Este trabajo constituye pieza valiosa para el estudio de la historia regional.

Durante la violencia partidista que se recrudeció en el país en los años 50 del siglo pasado, Tuluá fue escenario de horrendos sucesos protagonizados por los llamados “pájaros” (sinónimo de matones). Etapa turbulenta que movió a Gustavo Álvarez Gardeazábal a escribir su novela Cóndores no entierran todos los días. Con el fondo de aquella violencia fratricida que dejó en el país una mortandad escalofriante, Fernando Charry Lara elaboró uno de sus más bellos poemas: Llanura de Tuluá.

Hay otro libro que dibuja con agilidad y crudeza aquellos episodios: Horizontes cerrados, de Fernán Muñoz Jiménez, nacido en Tuluá en 1932 y muerto de manera prematura en 1978. Es una breve obra –de 124 páginas– que se publicó en 1954. Al comienzo aparecen unas palabras de Camilo José Cela, futuro nóbel de literatura, quien visitó a Cali en 1953, y dice lo siguiente sobre el autor: “Un artista de la prosa y un desvelado cantor de emociones. Salud, prosista condenado a tu puebluco para expresar el encanto de su monotonía”.

Muñoz Jiménez ofrece capítulos patéticos sobre la barbarie que le correspondió vivir en medio de disparos, carros fantasmas, asesinatos,  cadáveres tirados a los ríos o colgados de los árboles, desolación y miedo. Los zarpazos del sectarismo político mantenían asustada a la población, y la respuesta a tanto salvajismo era la impunidad. Colombia era una hoguera de odios y terror. La novela, conocida hoy por poca gente, y que es el testimonio de una época demencial, merece ser reeditada.

La Unidad Central del Valle del Cauca ha rescatado otro libro valioso –y olvidado–, de Mercedes Gómez Victoria, nacida en Tuluá en 1837 y quien en 1889 –hace 116 años– editó dicha obra con el título Misterios de la vida. Siempre se ha dicho que Soledad Acosta de Samper fue la primera mujer colombiana que puso en circulación una novela. Esto no es así: Soledad publicó su primer libro de ensayos en 1895 y su obra novelística apareció en los inicios del siglo XX. Se le adelantó la escritora tulueña.

Misterios de la vida, basada en la propia realidad de la autora, es una crítica contra la irresponsabilidad de los padres que descuidan a sus hijos. Los tres personajes centrales de la narración son hijos expósitos, como lo fue la novelista. Con tal condición, ésta plantea pautas de comportamiento social como soporte de la familia.

Omar Franco Duque, escritor, periodista y elemento cívico de amplia trayectoria en sus lares nativos, recoge una sabrosa muestra de la idiosincrasia local en el libro El humor en las letras de Tuluá. Por este trabajo me entero de que su comarca ha sido favorecida con grandes humoristas que, al igual que los miembros de la Gruta Simbólica, conjugan la existencia con gotas de gracia y sapiencia, como píldoras de buena vida.

Eminente personaje del pasado tulueño es Carlos E. Martínez Martínez, muerto en 1960 a la temprana edad de 44 años, y que cumplió destacada actividad cívica, pedagógica, periodística y literaria. Escritor culto y castizo, dejó obra refinada que no alcanzó a publicar en su totalidad, y que con el paso del tiempo, de modo inexplicable, se perdió en buena parte. Dos de sus poemas son de antología: In memoriam y En un álbum. Además, compuso la letra del himno de Tuluá.

Su sobrino Carlos Ochoa Martínez acaba de publicar una obra esmerada donde describe el itinerario de su tío y recoge una selección de su quehacer poético, programa que contó con el patrocinio de la Alcaldía de Tuluá y la vinculación de la Cámara de Comercio. Libro de grata lectura, que permite valorar el desempeño humano e intelectual de una figura olvidada.

Tuluá muestra con estos y otros libros, al igual que con revistas y otras expresiones, permanente afán cultural, que realizan con brillo sus hombres de letras y fomentan las autoridades con amor al arte.

El Espectador, 11 de octubre de 2005.

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Comentarios:

Tuve el día de hoy la fortuna de encontrar su columna titulada Letras de Tuluá. Quería solicitarle su autorización para reproducirla en nuestro periódico La Variante. Somos un medio nuevo, de circulación semanal en más de 20 municipios del Valle del Cauca. No me cabe la menor duda de que su magnífica columna tendría el mayor interés en nuestra comunidad. Ivanov Russi Urbano, Tuluá.

He leído con enorme fruición su admirable artículo. Gracias por Tuluá y por todos los escritores cuyas obras comentas con excepcional maestría y prodigioso poder de síntesis. Carlos Ochoa Martínez, Bogotá.

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