Fundación Alejandro Ángel Escobar
Por: Gustavo Páez Escobar
Si don Alejandro Ángel Escobar viviera en la época actual, estaría orgulloso de ver realizada, e incluso superada, su voluntad testamentaria expresada en abril de 1949, en virtud de la cual dejó la cuarta parte de su fortuna para incentivar la investigación científica y premiar la ejecución de obras insignes de solidaridad humana.
Fallecido en 1953 –poco tiempo después de ocupar el Ministerio de Agricultura y Ganadería en el gobierno de Laureano Gómez–, la Fundación comenzó dos años después a entregar premios anuales a los más notables investigadores científicos del país y a instituciones o personas particulares que se hubieran destacado por sus realizaciones sociales. En este medio siglo, la entidad ha hecho presencia en gran parte de la actividad nacional consagrada al beneficio de la ciencia y del hombre, y por ese medio ha contribuido en forma sustantiva al progreso de Colombia.
No puede concebirse el desarrollo de un país si se descuida la disciplina del estudio y del descubrimiento y se dejan de lado los desafíos, cada vez más agudos, que presenta este mundo en permanente evolución, que por eso mismo obliga a la búsqueda de superiores técnicas y de más avanzados procesos científicos.
Esta labor motivadora de la Fundación se ha extendido a toda clase de funciones, y con mayor razón a campos esenciales como la medicina, la salud, la agricultura, la ganadería, las ciencias exactas, físicas y naturales, el medio ambiente, las ciencias sociales y humanas.
Siempre, al conceder los premios, ha primado el criterio de la excelencia fijado por el fundador, y mantenido con celo por los sucesores y los jurados, obedeciendo la consigna dispuesta por don Alejandro en su testamento: “No es mi deseo que se premie al menos malo, sino al muy bueno”. Bajo dicha pauta, algunos premios han sido declarados desiertos al no hallarse méritos suficientes para otorgarlos. Esta circunstancia induce, por supuesto, a que se mejore la calidad con aportes de evidente provecho público.
Don Alejandro Ángel Escobar aprendió de su padre, don Alejandro Ángel Londoño –natural de Sonsón y dueño de inmensa riqueza formada con esfuerzo y visión–, las reglas del trabajo laborioso y honrado como base del progreso y del servicio a la comunidad. Para hacer a su hijo ciudadano de bien le inculcó en el hogar los principios morales y éticos y le brindó sólida formación en el exterior, la que fue complementada con los estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Pontificia Bolivariana y en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
Al incorporarse a los negocios de su padre, el heredero no entró por la puerta grande, como suele ocurrir, sino que inició el aprendizaje empresarial desde la base, a partir del puesto de mensajero. Tuvo que ganarse los ascensos para llegar a ser ejecutivo eficiente.
Como Ministro, se enfrentó a la fiebre aftosa que atacaba al país, y dedicó sus energías a la reorganización del Ministerio de Agricultura y Ganadería. Adquirió los terrenos para el centro de investigación agrícola de Tibaitatá y dio los primeros pasos para la creación de la Federación Nacional de Ganaderos.
Antes de suscribir el testamento, había estudiado la labor cumplida en Latinoamérica por la Fundación Rockefeller, e investigado en Suecia el reglamento de la Fundación Nóbel. Sus miras eran altas. Presintiendo su muerte prematura –que ocurriría a los 50 años de edad–, se acordó de su patria. ¡Qué mejor manera de expresar su amor a Colombia que la de traspasar parte de su fortuna para crear un fondo de utilidad social! Ojalá muchos ricos tuvieran ese mismo proceder.
Su esposa, doña María Restrepo de Ángel, fue la encargada de crear la Fundación y permaneció al frente de ella, con lujo de competencia, por espacio de 35 años. A su muerte, en 1990, la remplazó la directora actual, abogada Camila Botero Restrepo, que venía trabajando al lado de doña María desde veinte años atrás. A ella le ha correspondido encauzar la entidad dentro de los tiempos modernos, fijándole nuevos rumbos y ampliando la cobertura de sus programas, con estupendos resultados.
La continuidad, seriedad y eficiencia en el servicio han hecho posible que la Fundación Alejandro Ángel Escobar cumpla a cabalidad los objetivos para los que fue proyectada. No siempre los tiempos han sido de bonanza, como podría creerse: también han tenido que sortearse momentos duros, como ocurre con todo organismo regido por las cifras, de los que se ha salido adelante gracias a la eficaz acción administrativa y al concurso de una excelente Junta Directiva.
Para conmemorar su cincuentenario de vida, la Fundación recoge sus memorias en un precioso libro de 738 páginas, de 17 x 23 y 1/2 cms, obra que fue dirigida por el doctor Clemente Forero Pineda, persona muy vinculada a la entidad, y que fue impresa por la Editorial Códice, que viene dando muestras de una calidad insuperable en el mercado bibliográfico del país.
El libro muestra los principales hechos registrados en la vida institucional y destaca una serie de ensayos de gran altura conceptual y literaria, cuyos autores analizan diversos aspectos relacionados con la ciencia y con otros asuntos movidos por los concursos anuales. En la confección de este trabajo digno de encomio, que como es obvio demandó un esfuerzo gigante, la directora reconoce la colaboración prestada por abnegados servidores de la empresa, entre ellos, por Sonia Cárdenas Salazar, a quien denomina “memoria viviente de la Fundación”. Sonia fue secretaria del doctor Carlos Lleras Restrepo, lo que representa nota relevante en su vida laboral.
Si don Alejandro viviera, se emocionaría con este libro de memorias impreso con el criterio de excelencia que él le hubiera estampado, y que recomendó como signo distintivo para todos los actos de su obra magna.
El Espectador, Bogotá, 7 de mayo de 2008.