Sylvia Lorenzo
Por: Gustavo Páez Escobar
Con La flauta del juglar, obra publicada por la Gobernación del Huila y que he tenido el gusto de conocer por gentileza de su autora, Sylvia Lorenzo completa siete libros de poemas y una novela. Su vida es fecunda en el arte poético, al que está dedicada desde temprana edad. Sus otros poemarios son: Preludio, Poemas, El pozo de Síquem, Sólo el viento, Arcilla y lumbre, El sol de los venados, en todos los cuales prevalece la emoción del alma nacida para ennoblecer la existencia con el esplendor de la expresión.
Cinceladora de la palabra como fruto de sus estudios de Lingüística y Filosofía en el Instituto Caro y Cuervo, cada obra suya es un dechado de preciosismo literario y de belleza lírica. En la Universidad Javeriana adelantó estudios de francés y cultura francesa, gracias a los cuales amplió sus horizontes culturales y obtuvo diploma de enseñanza en el extranjero.
Fue el maestro Luis López de Mesa quien le insinuó el cambio de su nombre civil (Sofía Molano de Sicard) por el seudónimo literario que exhibe desde sus primeras producciones, con las siguientes palabras: “El nombre que le conviene es el de Sylvia Lorenzo, que nos trae la evolución del viento, selva, bosque de laureles”. En efecto, toda la obra poética de Sylvia ha estado movida por el aura romántica que, alimentada por su propia alma enternecida por la belleza, parece venir desde la floresta que avizoró el humanista antioqueño.
Eduardo Caballero Calderón, al leer en 1984 Arcilla y lumbre, le dijo: “Realmente es usted una gran poetisa, y me recordó a viejos maestros de la Edad de Oro de la lengua. Hay sonetos preciosos que leí y volví a leer y que despertaron en mi espíritu viejas resonancias de nuestros clásicos”. Ya se quisieran muchas de nuestras figuras literarias contar con el beneplácito que Sylvia ha recibido de grandes maestros de las letras nacionales.
Pero ella ha manejado su mérito con discreción y sin alardes publicitarios, y menos con vanidad, si bien cada uno de sus libros ha suscitado el aplauso de un amplio círculo de literatos y lectores. Le basta saber que la obra literaria vale por sí sola, y lo que es más importante, que el oficio de escribir es un acto solitario y gratificante que obtiene los verdaderos laureles en el secreto de las ejecuciones bien cimentadas, para que sean, como las suyas, perdurables.
Sus versos son diáfanos, fluidos, espontáneos, entrañables, evocadores, y están inspirados por honda sensibilidad frente al amor, la naturaleza y el recuerdo. Su estilo es fresco y limpio, virtud que le imprime tono armonioso a su obra. Elabora con destreza el soneto, y en este campo ha logrado exquisitas joyas clásicas. En algunas partes aparece la fibra mística, donde la serenidad del espíritu se explaya con la misma fuerza de la pasión romántica. Talla las palabras, abrillanta las imágenes, engrandece las ideas.
La flauta del juglar, su última obra, es un recinto de amores, remembranzas y despedidas. Con nostalgia, la poetisa de Agrado (Huila), donde nació en 1918, evoca las cosas idas y agradece los dones de la existencia. Es un recorrido por los paisajes de su tierra, por las alegrías y los sinsabores, por los rostros y los afectos de los seres amados. Se advierte en estas páginas el recóndito deseo del retorno, del reencuentro con el árbol perdido, la montaña fraterna y la quebrada inmóvil, para gozar más de las maravillas que llegan con las horas crepusculares y fascinarse al mismo tiempo, como en sus años jóvenes, con el panorama inmutable que sembró en su corazón la semilla de la poesía. Eso es el último libro de Sylvia Lorenzo: recuerdo y testimonio. Dicho en otras palabras, legítima poesía.
El Espectador, Bogotá, 21 de octubre de 2004.