La leyenda de Françoise Sagan
Por: Gustavo Páez Escobar
Con la muerte de Françoise Sagan, ocurrida en París el pasado 24 de septiembre, crece su leyenda. Leyenda que comenzó a formarse en 1954, después de la publicación de su primera novela, Buenos días, tristeza, cuando la autora apenas había cumplido los 19 años de edad. Esta obra, escrita en siete semanas, le trajo de inmediato un éxito arrollador. De ella se vendieron cuatro millones y medio de copias y ha sido traducida a 22 idiomas. Dos años después se repitió el suceso editorial con Cierta sonrisa. Ambas novelas son las que más la caracterizan entre los más de 40 títulos que componen su obra total.
Nacida en Cajarc (Lot) en junio de 1935, recibe el nombre de Françoise Quoirez, que ella cambiará en su vida de escritora por el de Françoise Sagan, en honor de la princesa Sagan, personaje de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. En París estudia Filosofía y Letras, disciplina que influye de manera categórica en la creación de sus criaturas literarias, sobre todo las femeninas (muchas de ellas un calco de su propia alma), a las que mueve con las fórmulas de la intuición aprendidas de Bergson, su filósofo de cabecera. En 1951, se dedica a escuchar jazz en Saint-Germain-des-Prés, y años después se relaciona allí con grandes intelectuales, como Sartre.
Estos datos someros revelan su formación y su espíritu precoz, gracias al cual irrumpe en las letras francesas y se convierte en una revelación y, más tarde, en una leyenda viva. Françoise Sagan hace parte de los primeros rebeldes de su patria que expresan su divergencia frente a ciertas tradiciones.
En su primera novela aparecen los hijos de la burguesía francesa que después de la guerra actúan en un mundo materialista, manejados por un estado de desacomodo social. En esta novela figuran los ingredientes que moverán toda la obra de la escritora, y en ella queda retratada la vida trivial de las altas clases sociales.
Este es el mundo de la propia novelista, del que toma personajes y sucesos que giran en torno suyo, los condimenta y los dota de caracteres adecuados para que representen la comedia humana que ella vive y a la vez critica. Sus novelas son el retrato fiel del ambiente frívolo que alrededor del sexo, el licor y la droga viven personas aburridas de la burguesía, de la que ella misma es protagonista en la vida real.
Buenos días, tristeza, la fulgurante novela-sorpresa de hace cincuenta años, de breves páginas y de largo alcance, resulta premonitoria de lo que sucederá en la vida de la autora. He vuelto a leerla con motivo de su deceso y descubro en ella similitudes sorprendentes con los rasgos futuros de la escritora.
No me cabe duda de que Cecilia, la protagonista de la novela, es la misma Françoise Sagan. Ambas son adolescentes y estudian Filosofía y Letras en París. La una tiene 17 años y la otra, 19. Ambas son veleidosas, bonitas y sensuales, toman licor y disipan sus tedios en fugaces amoríos. En la velocidad hallan un placer casi sexual. Los coches descapotables que ruedan por las páginas de la novela son los mismos que apasionarán a la escritora en su vida de vértigo y alboroto.
En 1957, estuvo a punto de morir en un vehículo vertiginoso. (Ana, otro personaje de la obra, muere en el automóvil en el que se desplazaba a gran velocidad). La droga, que también seducirá a Françoise Sagan, no figura en la novela, pero se vislumbra dentro del clima de extravagancias, casinos y frágiles diversiones que menoscabarán su existencia.
Françoise Sagan fue gran conocedora de la condición humana y sobre todo del alma femenina. En sus novelas, que algunos califican de frívolas, trataba, con aparente levedad y en lenguaje sencillo y ameno, franco y descarnado, temas serios y apasionantes salidos de los escenarios sociales que ella, como Balzac, frecuentaba en sus rutinas agobiantes. No le otorgaron ninguno de los grandes premios franceses, a pesar de que sus obras han sido de las más vendidas en el país y en el exterior. Al conocer la infausta noticia de su muerte, el presidente Chirac dijo: “Francia pierde uno de sus autores más brillantes y sensibles”.
Su agitado discurrir mundano, tal vez producto de su carácter hiperactivo y de su laboriosidad creadora, no le permitió el reposo. Siempre vivía en función de escribir, correr, soñar, gozar de los placeres y los desmanes existenciales. Dos veces se casó, y tuvo un hijo, Denis. Abusaba del alcohol y la droga, y cada vez, a plena conciencia, se hundía más en sus tinieblas.
En medio de esa atmósfera asfixiante, rodeada de aplausos y de la leyenda fantástica que siempre la acompañó, Françoise Sagan acaba de morir a los 69 años, víctima de una embolia pulmonar. Venía enferma desde hacía varios años, y sus propios lectores y admiradores no lo sabían. La niña precoz de mitad del siglo pasado, ídolo de un amplio círculo de admiradores, nunca fue feliz. Buscó la felicidad en las marañas de su existencialismo y no la halló. Siempre llevó consigo una inmensa soledad interior.
Pocos títulos tan acertados para una vida desolada, y a la vez exitosa en medio del gran mundo por donde corrió su fama, como el de su novela inaugural: Buenos días, tristeza.
El Espectador, Bogotá, 7 de octubre de 2004.
* * *
Comentario:
Acabo de regresar de vacaciones y no sabía la muerte de Françoise Sagan. También fue ella una de mis admiraciones de juventud y la leía al mismo tiempo de Sartre y Camus. Excelente la nota, me trajo reminiscencias. Jaime Lopera, Armenia.