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Archivo para martes, 27 de octubre de 2009

Ensayo

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La cuentista Gloria Chávez

martes, 27 de octubre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La obra me llegó de Nueva York, días antes de la Feria Internacional del Libro, donde vio la luz pública en nuestro país. Se titula Depredadores de almas y es el quinto libro de cuentos de la escritora colombiana Gloria Chávez Vásquez, oriunda del Quindío y residente en Estados Unidos hace más de treinta años. Su carrera en este género se inicia en 1971 con Sor Orfelina, trabajo galardonado en un concurso de El Espectador. En 1977 publica su primer cuento en inglés, La luciérnaga y el espejo. Al año siguiente, Sincronio, el ave fénix obtiene el premio del Círculo Literario de Nueva York, trabajo que es destacado en Bogotá por el periódico El Tiempo.

Las termitas, su primer libro de cuentos, es editado en 1978, y a dicho título le siguen Cuentos del Quindío, Akum, la magia de los sueños, Opus americanus y Depredadores de almas, el actual. Esto señala la amplia tradición cuentística de la autora, campo que predomina sobre otros géneros que también cultiva, como el ensayo y la prosa periodística. En este último campo, donde ha tenido notorio desempeño en varios medios de comunicación de Estados Unidos, obtuvo en 1990 el premio Emma por su excelencia profesional, presea otorgada por primera vez a una mujer hispana.

Con estos datos deseo resaltar la figuración de nuestra compatriota en el escenario neoyorquino, donde ha tenido sus mayores éxitos. Esto se convierte en motivo de orgullo para el país. No todos los colombianos triunfan en el exterior, y al ocurrir este hecho, merece ponderarse como un punto positivo para Colombia, en medio de tantos lunares que ponemos en el ámbito internacional. En su caso, bien vale la pena exaltar su espíritu de estudio y superación, que la elevó desde un nivel modesto, hace tres décadas, cuando iniciaba en aquel país la dura vida del emigrante, hasta la conquista de su destacada posición actual como profesora, escritora y periodista reconocida.

En 1970, Gloria Chávez Vásquez llegó al país norteamericano armada de su cartón de bachillerato, de su firme vocación literaria y del propósito indeclinable de triunfar. Al paso del tiempo, consiguió títulos de idoneidad en literatura americana e hispanoamericana, en sicología y en cinematografía. Y comenzó a escribir sobre teatro y temas culturales. Después se vinculó a periódicos y revistas como escritora de opinión. Ha sobresalido por sus ensayos literarios y sus enfoques sociales -en este último terreno como fogosa combatiente ideológica-, trabajos que, según me contó ella alguna vez, piensa recoger en un libro de ensayos, que se ha hecho esperar.

Sus cuentos reflejan alto sentido de penetración sicológica sobre los sucesos cotidianos y recogen las intensas vivencias de la autora, primero en su terruño, como estudiante de un colegio de monjas, y luego como emigrante obstinada  que se enfrenta a la dureza neoyorquina. En varios trabajos se advierte la lucha que libran los protagonistas de sus relatos contra las asperezas del medio hostil, donde la ciencia moderna y la crueldad de los sistemas masivos deshumanizan al hombre, esclavo de la tecnología y el esnobismo.

En su última colección de cuentos, Depredadores de almas, acude a símbolos y alegorías matizados con tenues gotas de humor e ironía, para presentar un mundo falseado por el exceso de ciencia e invadido de frivolidad, que hace reflexionar sobre el futuro azaroso que el mismo hombre se fabrica. Ese es el mundo de la cotidianidad contemporánea, tan propenso a las metamorfosis y las falsificaciones del alma, a merced de los inventos y los sistemas depredadores creados por la pomposa modernidad de nuestros días.

La cuentista se sitúa frente a la realidad diaria, valiéndose de la sátira social que inyecta en sus personajes, y lanza voces de alerta para que se detenga la insensatez destructora de la felicidad. Gloria Chávez trama la vida a punta de cuentos, de cuentos sicológicos, y así llega con éxito a este quinto peldaño de su creación perseverante, que le aplaudimos con sincera expresión de solidaridad.

El Espectador, Bogotá, 10 de julio de 2003.
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Retrato de una burguesa

martes, 27 de octubre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Helena Araújo reside en Suiza desde 1971. Se dedica a investigar la obra de las escritoras latinoamericanas y dar conferencias sobre este tema en Lausana, lugar donde reside, y en otras ciudades europeas. En 1986 obtuvo el Premio Platero del Club del Libro Español de Naciones Unidas, por un ensayo sobre poetisas posnadaístas colombianas. Es autora de las obras La M de las moscas, La Scherezada criolla, Fiesta en Teusaquillo, Signos y mensajes y Las cuitas de Carlota. En el momento trabaja en una novela y en un libro de cuentos.

En Colombia ejerció una intensa labor como crítica literaria, con notas que publicaba en Eco, Nueva Prensa y Gaceta Tercer Mundo. Sus enfoques, francos y agudos, mortificaban a algunos escritores, pero eran en general bien recibidos, dada su versación en la materia. Sus ideas crean polémica y suelen sostener tesis novedosas, como la de que “los grandes amantes de la historia han sido andróginos”. Es una decidida defensora de las causas femeninas. En su último libro anota cinco epígrafes, todos de mujeres, entre los que destaco esta frase penetrante de María Mercedes Carranza, escritora rebelde que se suicidó en julio de 2003: “El cielo y su infierno, odio y amor, la dicha y la desdicha, el color de la luz, son el desencuentro de todas esas cosas que dicta mi oscuro e incierto corazón”.

En Las cuitas de Carlota, novela publicada hace poco en Barcelona (España), Helena Araújo pinta un ambiente similar al de Fiesta en Teusaquillo (1981) y de esta manera reafirma el mundo burgués al que pertenece, y en el cual pone a caminar sus personajes. La primera regla para que la escritura de ficción resulte real está en que el autor elabore sus historias basado en sus propias vivencias. No se debe escribir sino sobre lo que se siente y gira en derredor, para no falsear la fidelidad de los relatos. Es lo que ella practica en sus novelas, y por eso la descripción de la burguesía bogotana, que años atrás se movía en Teusaquillo y hoy lo hace en el barrio Chicó -escenario de su última obra-, resulta el dibujo auténtico de la cotidianidad.

Esta mujer de la clase media alta que se llama Carlota representa a la dama de brillo social que frecuenta clubes y espacios distinguidos, rodeada de políticos y hombres de negocios, sin saber para qué sirven sus pergaminos y su prestante apellido. Se abre paso, a veces a codazos, por entre una sociedad veleidosa que cifra sus valores en la posesión de la fortuna y en el ejercicio del poder, y que oculta sus lacras tras la fachada de las nobles estirpes. Sociedad falsa y prosaica que Carlota no puede rehuir, por ser su propio mundo, con el que debe contemporizar en medio de intrigas, engaños, remilgos y pasiones secretas, sabedora de que el éxito social depende de la simulación y la habilidad para mantenerse a flote.

En este marco de la prosopopeya, el poder y el dinero, discurre la vida de una mujer disipada, cuyo único escape parece residir en los amoríos clandestinos y en las clases de pintura, con las que busca una terapia para sus heridas incurables. Las cuales, al seguir abiertas, son atendidas en los despachos de los siquiatras y en las casas de reposo. La turbia unión conyugal, caracterizada por los malos tratos y los tedios sexuales, se agrava todos los días y aspira a encontrar un aire de serenidad, que no llega. Conocer hombres y jugar a la aventura amorosa no es la mejor fórmula de salvación, pero es la que se acostumbra en el terreno de las apariencias y las frivolidades.

Esta novela es el reflejo de la sociedad burguesa, tan conocida por la autora,  que en medio de clubes, salones de té, esplendores y ficciones, crea mundos artificiales que trastornan la personalidad. Por algo la protagonista de la historia, ansiosa de libertad y asfixiada por la atmósfera de chismes y maniobras que se urden en su medio ambiente, persigue salir del laberinto que no la deja vivir en paz. Novela realista que denuncia, con delicioso lenguaje lleno de humor y picardía, las costumbres perniciosas de la alta sociedad. Fuertes dosis de sicología femenina ha utilizado la novelista para pasear por los predios aburguesados de su Bogotá lejana, de la que se ausentó hace 33 años. Su mente inquieta regresa ahora en las páginas de este libro apasionante.

El Espectador, Bogotá, 5 de febrero de 2004.
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Historia de un chamizo

martes, 27 de octubre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El médico cardiólogo Bernardo Tovar Gómez ha escrito un libro novedoso: El retoño de un chamizo, salido de los talleres de Editorial Códice. Veinticinco años duró confeccionado la obra y al paso del tiempo se sintió asaltado por no pocas dudas para darla a la publicidad. Hasta que resolvió editarla en días pasados, cuando consideró que la idea estaba madura y valía la pena revelar esta historia familiar de dramático contenido humano –la suya propia–, que despertaría interés en el público. En la solapa se lee esta anotación que parece transmitir el mensaje que el autor desea entregar a sus lectores: “Convertido en chamizo en algún momento de su vida, sólo quien verdaderamente ama tiene la capacidad de florecer y descubrirse a sí mismo”.

Es la primera vez que me tropiezo con un chamizo como personaje de una novela. Digamos de una vez que la historia, elaborada con los ingredientes de la autobiografía, se convirtió en novela apasionante. El relato encaja muy bien en el género novelístico, sin dejar de basarse en la auténtica descripción de los hechos. Tal vez no fue esa la intención del médico-narrador, en cuyo ánimo prevaleció el deseo de hacer una denuncia de familia como ejemplo moralizante para la sociedad.

El escenario de los sucesos es un territorio rural situado a corta distancia de Bogotá, en la carretera del Guavio y en proximidades de La Calera, donde el médico nace en 1938 como miembro de un hogar de siete hermanos. Su niñez y juventud transcurren en el ambiente de las fincas, alrededor de las cuales gira  la historia, la que desencadena una serie de ambiciones, reyertas y odios encarnizados que destrozan la unión familiar. La lucha entre parientes por el dominio de la tierra se vuelve catastrófica y agita una verdadera guerra campal entre hermanos, alentada por el deseo de posesión y el culto al dinero.

La violencia que se vivía en el país bajo el turbión del sectarismo político parecía calentar el clima de rivalidades que se respiraba en aquellas tierras feraces de La Calera, castigadas por la eterna maldición que Caín hizo caer sobre la humanidad. No era que todos los hermanos Tovar abrigaran el mismo sentimiento de animadversión y ventaja, pero el afán de riquezas de algunos resquebrajaba la armonía y producía ruina moral en el hogar. Al frente del grupo familiar se encontraba la abuela impositiva y severa, cuya autoridad desenfrenada, en medio de rosarios y puritanismos, repercutía en todos los dominios.

La familia crece, se ramifica y se extiende hacia nuevas propiedades, y así mismo aumentan los enredos y se desbordan los apetitos por el usufructo de la fortuna. Hay momentos en que parecen enfrentados todos contra todos, y algunos organizan consejas y trampas contra los incautos. A lo largo del tiempo, las personas van falleciendo y llegan otras a sustituirlas. Cada clan  tiene un jefe, y las alianzas surgen como estrategia de mando. El sentido de la hermandad queda destruido: solo predominan la sed de lucro, el resentimiento, la envidia, el egoísmo.

Y llega la tragedia de las herencias. En la penumbra se urden maniobras para atropellar derechos e ignorar la existencia de los hijos naturales. Ulpiano, ser siniestro, tirano y despojador, pretende quedarse con todo. Su hermano Luis, a quien por ironía se le conoce como ‘el noble’, es personaje enredador, rastrero y diabólico, que termina haciendo una alianza perfecta con Ulpiano, en contra de sus otros hermanos. En algunas páginas del libro se escuchan trifulcas y disparos y se percibe el olor del incendio criminal que arrasa una de las propiedades. La sucesión de muertes naturales, siendo ley de la existencia, parece más bien una danza macabra dentro de la familia manejada por la codicia, la brutalidad y el odio, y hundida en la desintegración.

Sin duda, el testimonio que sobre este drama de su propia familia presenta el médico Tovar Gómez en El retoño de un chamizo no solo es estremecedor sino además valiente y moralista. Con lenguaje sencillo y ágil, cumple el cometido que se había trazado 25 años atrás: desenmascarar la farsa social, común a muchas familias, y ofrecer motivos para meditar. En algunas partes saltan chispazos de filosofía y surgen historias sueltas llenas de ternura, jocosidad e ironía. Historias humanas y aleccionadoras. Además, la obra contiene interesantes pasajes sobre la actividad médica y la ética de la profesión. Al pintar la vida del campo y las costumbres reinantes en la segunda parte del siglo XX, rescata un país que ya no existe. Libro espiritual y comprometido con la verdad.

El Espectador, Bogotá, 26 de enero de 2005.
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Las fugas del amor

martes, 27 de octubre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La carrera literaria de Esperanza Jaramillo se inicia con el libro Caminos de la vida, publicado por la Gobernación del Quindío en 1979. Desde entonces, todo lo que ha escrito en libros, periódicos y revistas muestra el mismo sello romántico que afloró en su primera obra. Su segundo libro, Testimonio de la ilusión, ve la luz en 1986, con el auspicio del Banco Central Hipotecario, cuya oficina en Calarcá estaba dirigida por la escritora.

En este almácigo de delicadas prosas líricas, la autora revela un alma sensible frente a los prodigios de la existencia. Es la suya una vocación diáfana que desde temprana edad le permite escuchar el llamado claro de sus dioses tutelares. Su fina sensibilidad la conduce desde la niñez a sumergirse en su propio mundo interior, lleno de resonancias poéticas, que ella  fortalece con la lectura de Whitman, Novalis y Francisco de Asís.

En su carrera de escritora no habrá titubeos ni desfallecimientos, si bien la atención de su actividad bancaria la desvía por épocas del propósito irrenunciable de hacer literatura. De un lado está la fibra espiritual con que nació y creció, que le hace concebir mundos de ensueño, y del otro, el hecho material de ganarse el pan -el duro pan de los escritores- en medio de los agobios que invaden la atmósfera febril de los negocios. Es la eterna lucha entre las letras de cambio y las letras del espíritu.

Esperanza porta en la sangre el don del canto, como nieta de los poetas Juan Bautista Jaramillo y Blanca Isaza de Jaramillo, quienes en  la capital de Caldas plasmaron su brillante obra literaria, de alta ponderación nacional. Ellos legaron para los nuevos tiempos su revista Manizales, que lleva 62 años de labor continua, tribuna gloriosa que hoy dirige la hija de los poetas fallecidos, Aída Jaramillo, abanderada infatigable de la cultura caldense.

Esperanza Jaramillo, oriunda de Manizales, se establece en Calarcá a la edad de doce años. El Quindío, embrujada tierra de cafetales, horizontes abiertos y fascinantes estampas bucólicas, ha visto germinar sucesivas cosechas de escritores y poetas. Comarca fecunda de donde brotaron en el pasado  célebres cuentistas, como Eduardo Arias Suárez y Adel López Gómez; que posee figuras de excelencia en la poesía, como Carmelina Soto y Baudilio Montoya, y que cuenta además con exponentes connotados en los géneros del ensayo, la novela y el costumbrismo, esa comarca sería tierra pródiga para la joven viajera venida de las cumbres manizaleñas, quien se convertiría en quindiana auténtica por su identificación entrañable con el paisaje y la gente.

A Esperanza la conocí en el Quindío. Llegado también de otras latitudes, por aquellos días actuaba yo como gerente de un banco en la ciudad de Armenia y al mismo tiempo me desempeñaba en las letras y el periodismo, hazaña que, sin duda con exceso de arrojo, logré culminar con buena fortuna. Esperanza fue la primera directora de la Casa de Cultura de Calarcá, antes de ingresar al sector bancario, en el cual lleva más de veinte años de labores, cumplidas entre Calarcá, Armenia y Bogotá, ciudad esta donde hoy ocupa una destacada posición en Bancafé.

Esto señala que pisamos el mismo terreno, lo cual explica nuestra fusión solidaria en el acto académico de esta noche, en el que la distinguida amiga me ha dispensado el honor de decir unas palabras con motivo de la edición de su primera novela, El brazalete de las ausencias y los sueños. Ante todo, he de resaltar el esfuerzo enorme, ignorado e incomprendido por la mayoría de la gente, que significa escribir una obra dentro del clima agitado de los números. Como el dinero y las letras marchan por diferente camino, son dos campos opuestos y de difícil articulación entre sí, que por eso mismo representan un choque de trenes para quienes busquen cumplir los dos oficios a la vez. Sin embargo, de tarde en tarde se presentan excepciones ejemplares, como esta de Esperanza Jaramillo.

Alguna vez llegué a suponer, a raíz del largo receso que se había producido después de su última obra, que la atmósfera ejecutiva, que suele marear la personalidad con peligrosos espejismos, estaba ahogando a la escritora. Por fortuna, la literata se salvó, sin sacrificar a la ejecutiva, como lo revela la edición que hoy festejamos. Cuán significativo resulta el hecho de que sea Corbanca -cooperativa de empleados de Bancafé- la patrocinadora del libro, lo cual merece franco reconocimiento para la entidad y un caluroso aplauso para la banquera-escritora.

Pasando a la novela, lo primero que aprecio es que con este trabajo se produce un viraje frente a los dos libros anteriores. No porque se haya pasado de la poesía a la narrativa, si de todas maneras la novela está escrita con aliento poético, sino por la postura desenfadada con que la autora maneja el ambiente y los personajes. La plasticidad con que mueve los episodios hace recordar la principal exigencia del arte de novelar: dibujar la vida con realismo. En efecto, la escritora trama en su novela, dentro del juego de las posibilidades, lo que acontece en la vida real. Y hace de la ficción una vivencia cierta. Si en este género literario los hechos dejan de ser probables, se pierde la credibilidad en lo narrado y decae el interés del lector.

Tras la sutil elaboración de su prosa lírica, aparece hoy la narradora vigorosa -y algo torrencial- que no se da tregua ni respiro para hacer caminar la historia. Historia que se convierte en una constante búsqueda del amor y la felicidad. Los seres que pinta Esperanza son protagonistas de las vicisitudes eternas que giran en torno a las querencias, frustraciones y anhelos del corazón. El amor, para la mayoría de ellos, es esquivo, si bien algunos lo disfrutan en idilios de aparente estabilidad, que luego se extinguen, como sucede con el ímpetu de los volcanes, que primero rugen y después se silencian durante años o para siempre.

Alma, la heroína de la novela, es la muchacha elemental de todos los pueblos y de todos los escenarios sociales, que siente el ansia de amar y ser amada. Ese fluir de los sentimientos le permite a temprana edad su primera experiencia amorosa, la que cree que será eterna. Pero como el corazón es voluble, llega el desengaño. Curada de su desilusión, surge otro romance, y más tarde un nuevo fracaso, seguido de fallidas ilusiones por hallar en alguna parte el amor verdadero.

La protagonista pasa años enteros buscando respuesta a sus ansiedades, y conforme vive perturbadores episodios, se acrecienta la sospecha de que la felicidad no existe. En su vida errante se cruza con seres desdichados, con ocasionales compañeros de un momento efímero de pasión, con actores caricaturescos de la comedia humana, y descubre que todos son víctimas, como ella, de la soledad y la melancolía.

En esta forma conoce la falsía mundana, lo mismo que las turbulencias del corazón. Su mundo cotidiano se vuelve un tránsito continuo de personas tristes y negadas para el amor, que a la vez persiguen, sin hallarla, la fuente de la felicidad. En medio de este ambiente heterogéneo, el corazón se siente sofocado.

No es aventurado imaginar que Alma, la protagonista, encarna la propia alma de la escritora. La ficción literaria es el género que más se presta y se utiliza para la autobiografía. Sin darse cuenta, el narrador vierte en sus escritos sus propios sentimientos, en forma simbólica o subconsciente. Cuando a Flaubert le preguntaron por el significado de su heroína, respondió: “Madame Bovary soy yo”.

Esperanza ha escrito una buena novela. En sus páginas describe un mundo movido con crudeza y sensibilidad, donde ocurren escenas duras y turbadoras, algunas matizadas de fino erotismo. La obra representa una emotiva y verídica historia de los sentimientos humanos, y le mereció a José Luis Díaz Granados las siguientes palabras, en carta a la autora: “Tu novela es el primer cuento de hadas que conozco que se escribe con crudeza, con el corazón y las entrañas en la mano, de manera descarnada y en ocasiones llena de áspera poesía”.

La búsqueda del amor y la felicidad será siempre el gran reto de la humanidad. Batalla que nunca se dará por terminada, por lo mismo que el alma no se resigna a la orfandad y a la derrota de su naturaleza espiritual y de su esencia sensitiva. El hombre no puede perder el derecho a soñar, el más sagrado de sus derechos. Eso es lo que defiende Esperanza en su novela.

El Espectador, Bogotá, 27 de febrero de 2003.
Revista Manizales, Manizales, abril de 2003.

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