La vajilla millonaria
Por: Gustavo Páez Escobar
En la propia tierra del Presidente estalló el escándalo de los derroches oficiales. Esto representa una gran ironía dentro de la política de austeridad pregonada por el doctor Uribe. Este capítulo bochornoso sale a la luz pública al conocerse la compra, por parte de Edith Cecilia Urrego, gerente de las Empresas Públicas de Medellín, de una vajilla de noventa millones de pesos. En el lado opuesto de este despilfarro están las dificultades económicas que deben sortear miles de usuarios para pagar las cuentas de los servicios públicos, y el hambre física que sufren infinidad de familias por falta de recursos para subsistir. Según encuesta de Calidad de Vida, en el país hay 77.000 hogares donde alguno de sus miembros deja de consumir las tres comidas uno o más días a la semana.
Mientras tanto, sentarse a manteles en la empresa insignia de los antioqueños habría tenido un costo de dos millones de pesos por cabeza -si no se frena a tiempo el abuso-, sin contar el costo de las viandas y los licores, que la alegre funcionaria se proponía brindar en bandeja de plata a los miembros de la junta directiva e invitados especiales.
Rodrigo Sanín Posada, columnista del periódico El Mundo, bautizó como “la vajilla de la reina” el lujo exorbitante que se iba a pagar con dineros públicos. Y un corresponsal antioqueño escribe una carta a El Tiempo donde dice que “los mejores fríjoles que se han servido en las Empresas Públicas de Medellín los sirvió el exministro de Hacienda Diego Calle Restrepo en bandejas, platos y cazuelas de barro”.
Estas actitudes representan los polos contrarios de la vida colombiana en el manejo de los organismos oficiales: mientras el exministro Diego Calle hizo de las Empresas Públicas de Medellín la institución más respetable y eficiente del país, y al mismo tiempo mantuvo una rígida política de austeridad, la gerente de los tiempos actuales (y aquí habría que involucrar a la junta directiva y sobre todo a su presidente, el Alcalde de la ciudad) incurre en el exceso de la vajilla millonaria y de otros gastos estrafalarios.
En la misma tierra del Presidente estalla otro escándalo, esta vez en la cuenta de gastos reservados de la Policía. De ella se utilizaron once millones de pesos para banquetes, tres millones para licores y otros tres para pasabocas. Y además se pagaron esculturas, obras de arte, bolígrafos, relojes y joyas. ¿Quiénes fueron los destinatarios y cuáles las razones para ser favorecidos con estos obsequios? Es lo que falta aclarar. La sola caída del comandante de la Policía en Medellín no es suficiente para que la opinión pública quede satisfecha. ¿Cómo va a quedar satisfecha la ciudadanía cuando así se malgasta el presupuesto de las entidades?
Isabel Cristina Vargas, gerente de la Empresa Telefónica de Pereira, la que es una dependencia de las Empresas Públicas de Medellín, compró con la tarjeta empresarial, como regalos para funcionarios y miembros de la junta directiva, artículos como hornos microondas y televisores. Por otra parte, ordenó destituciones irregulares de empleados antiguos, para vincular a personas provenientes de Medellín, amigas del alcalde Pérez Gutiérrez. Las indemnizaciones por este acto le representaron a la entidad 600 millones de pesos.
Otro funcionario cuestionado es el Alcalde de Medellín. Se dice que su alianza con el Concejo ha permitido la aprobación de grandes partidas para obras consideradas suntuarias o innecesarias, como las siguientes: la adquisición del hipódromo ubicado en Guarne, cuyo costo está calculado en 8 mil millones de pesos; el techo de La Macarena, las tres ciclorrutas y el cercamiento del Atanasio Girardot, proyectos que costarían 19 mil millones; construcción de la biblioteca temática de las Empresas Públicas, con un costo de 18 mil millones…
Sobre este proyecto opina Jorge Orlando Melo, director de la biblioteca Luis Ángel Arango, que no es sensato invertir esta suma astronómica en una biblioteca especializada que casi nadie va a ver.
Esta serie de derroches le dejan muy mal sabor al país. Ha estado de malas el Presidente, muy de malas, cuando sus propios paisanos quebrantan los códigos de la pulcritud y la austeridad para embarrar la imagen del Gobierno. En adelante, la “vajilla millonaria” se convertirá en símbolo de abuso y corrupción.
El Espectador, Bogotá, 27 de noviembre de 2003.